El santo fundador del Opus Dei/A la sombra de la dictadura
A LA SOMBRA DE LA DICTADURA
ESCRIVÁ ENTRÓ en el recién conquistado Madrid el 28 de marzo de 1939, a bordo de un camión militar con la primera columna de avituallamiento de las tropas de Franco. Así emprendió Escrivá al finalizar la guerra el regreso a Madrid, dispuesto a enterrar para siempre el pasado republicano en España y decidido a reiniciar la consolidación de su proyecto de Obra de manera definitiva para volver a tiempos pasados, por lo menos a la Edad Media o al siglo I de los primeros cristianos. Más de un año y medio había transcurrido desde que dejó su familia, madre y hermanos, para proseguir la aventura de la primera fundación del Opus Dei con un viaje iniciático por los Pirineos y la posterior estancia en Burgos, capital de la cruzada. José María Escrivá no estaba dispuesto a desaprovechar ni un minuto del tiempo inmediato a la finalización de la guerra. Por fin su proyecto volvería a hacerse realidad en la posguerra, pese a que iban a subsistir durante largos años las turbaciones ocasionadas por la contienda española, junto con el desencadenamiento de la segunda guerra mundial. Escrivá podía estar dichoso, ya era feliz, porque llegó triunfante a Madrid, donde pensaba dirigir de nuevo su actividad hacia los barrios bien establecidos, de una vez por todas. Las precariedades de la posguerra iban a significar poco en comparación con las de la preguerra. Como militante en el bando de los vencedores, Escrivá estaba convencido del triunfo de su proyecto.
La madre y hermanos de Escrivá permanecieron en Madrid, sufriendo hambre en el largo asedio y fue Isidoro Zarzano quien los alojó y alimentó con su sueldo de ingeniero de los ferrocarriles. Los archivos con la correspondencia y los primeros documentos de la Obra, que cabían entonces en una caja de cartón, permanecieron escondidos debajo de la cama en los cuartos donde durmió la madre de Escrivá. Después del regreso de José María, la familia se instaló provisionalmente en la vivienda del patronato de Santa Isabel, propiedad del Patrimonio Nacional, en donde Escrivá había sido restablecido en el puesto de rector; pero la iglesia y el convento habían quedado dañados durante la guerra y Escrivá tuvo que ceder la vivienda de la casa rectoral a la comunidad de monjas, mientras se reconstruía el convento con cargo, por supuesto, a los fondos del Nuevo Estado.
Cuando estaba aún en Burgos, José María Escrivá aprovechó varias ocasiones para visitar los frentes de batalla. Durante uno de sus desplazamientos al frente de Madrid en junio de 1938 por labores militares de apostolado, Escrivá había tenido la oportunidad de observar con unos anteojos desde Carabanchel Alto la última casa alquilada, el palacete de la calle Ferraz, y creyó verla completamente destruida, lo que significaba en sus imaginaciones volver a empezar de la nada. Sin embargo, cuando regresó a Madrid Escrivá pudo comprobar que la casa de Ferraz 16 se encontraba en un estado lamentable, aunque no "totalmente destruida" como luego contaron exageradamente -porque así la "vio" Escrivá- los cronistas oficiales del Opus Dei. La fachada estaba acribillada de impactos de bala, los balcones y cristales rotos, el piso astillado lleno de cascotes, y en semejantes condiciones la noble casa de Ferraz, propiedad de una aristocrática familia, no podía representar ninguna continuidad para la Obra, no por el grado de destrucción, sino porque no les pertenecía y no habían pagado los importes de los alquileres, pues se trataba de un contrato de alquiler en precario concedido in extremis en el mes de julio de 1936 por el administrador de la familia propietaria, los Silva Azlor de Aragón, que se encontraban refugiados en el sur de Francia. Estaba claro que ni la casa reunía condiciones de habitabilidad inmediata ni los miembros de la Obra disponían tampoco del dinero necesario para arreglada.
En junio de 1939 Escrivá se fue a Valencia para dar unos días de retiro espiritual en el colegio mayor universitario Juan de Ribera, situado en Burjasot, por invitación del vicario general de la diócesis y rector del colegio, uno de los contertulios de Escrivá en Burgos cuando era capital de la cruzada. El colegio universitario de Burjasot había sido un núcleo relevante de oposición de los estudiantes católicos contra la República y de aquel retiro espiritual dirigido por Escrivá, donde la mayoría de los asistentes eran estudiantes aún militarizados, surgieron las primeras vocaciones de la posguerra, convirtiéndose Valencia en uno de los núcleos más potentes de militantes en los primeros tiempos de la Obra. Escrivá aprovechó también su estancia para preparar la primera edición del librito Camino, que sería publicada en el mes de septiembre con escasas páginas, en formato amplio de libro, y con tapas blancas, en Valencia.
"Allá por los primeros años de la década de los cuarenta, iba yo mucho por Valencia -recordó Escrivá en cierta ocasión-, no tenía entonces ningún medio humano y, con los que se reunían con este pobre sacerdote, hacía la oración donde buenamente podíamos, algunas tardes en una playa solitaria." Años después, sin embargo, se utilizarían imágenes con barcos y redes como recordatorio dentro del Opus Dei, que tenía una significación especial para los primeros miembros, porque "aquello tenía hondo sabor de primitiva cristiandad". [Vázquez de Prada, Andrés, "El Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, p. 202.] La Obra, con Escrivá al frente, pretendía volver como fuese al espíritu de los primeros tiempos del cristianismo, porque los siglos posteriores significaban para Escrivá una pura desviación de la Iglesia.
En el otoño de 1939 se reanudó con más o menos normalidad la labor apostólica entre los jóvenes universitarios de los barrios bien establecidos de la capital de España. Para tener reunidos a los seguidores de la Obra y simpatizantes se alquilaron dos pisos situados en la planta cuarta del número seis en la calle Jenner de Madrid. En la entrada de la nueva residencia DyA había un mapamundi donde aparecía una cruz con los cuatro brazos en forma de flecha, orientados hacia los cuatro puntos cardinales, y hacia donde imaginaba Escrivá que debían dirigirse, como una rosa de los vientos, sus futuros apostolados.
La familia de Escrivá se acomodó en otro piso de la segunda planta del mismo inmueble, donde se instaló también el comedor de la nueva residencia. Los Escrivá no podían volver a la vivienda del rectorado en el patronato, ocupado por las monjas. La madre y la hermana de José María se iban a encargar de todo lo relativo a la intendencia, así como otras cuestiones de administración, en la nueva residencia de la calle Jenner, muy cerca del paseo de la Castellana, entonces la zona más aristocrática de Madrid. En la residencia se mantuvo el mismo "espíritu de familia", mejor será decir "espíritu de pensión de familia", que tan buenos resultados dio antes de la guerra en la residencia de la calle Ferraz y que ayudó a hacer cuajar la espiritualidad del incipiente Opus Dei. En su mejor momento los Escrivá llegaron a albergar en la posguerra, en aquellos años popularmente llamados del hambre, casi treinta pupilos en la nueva residencia DyA de la calle Jenner.
Los primeros éxitos de Escrivá en la posguerra consistieron en atraer a estudiantes universitarios parasitando principalmente a otras organizaciones católicas y de esta manera vertebrar las convicciones de los militantes católicos ofreciéndoles ingresar en la Obra "por ser superior a las demás organizaciones", que acusadas de tibieza se habían dejado arrollar por los enemigos de la Iglesia. En la evolución de muchos de esos jóvenes hacia un compromiso moral y político más integrista, la referencia a la Acción Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) era obligada, por haber sido acusada de colaboracionismo durante la República. El razonamiento último de los jóvenes militantes de la Obra consistía en explicar que resultaba necesaria una ideología de conquista, porque una ideología de conservación no tenía la fuerza necesaria para arrastrar a la gente; sin embargo, no existían grandes diferencias entre unos y otros, porque se trataba, en definitiva, de la misma idea conservadora que habían de defender, aunque de forma más agresiva en el Opus Dei.
La hostilidad de los miembros de la Obra hacia otros sectores de ideología católica era permanente. Si la democracia cristiana franquista representaba la clásica derecha española, Escrivá se situaba en la ultraderecha, es decir, a la derecha de la derecha española. En el Opus Dei solían decir que "hay expresiones descompensadas y una de ellas es democracia cristiana, como hay cuadros que se caen de un lado y como hay barcos escorados". A Escrivá, según cuenta uno de sus primeros seguidores, "le molestaba mucho un cierto liberalismo de la democracia cristiana, creía que se trataba de una típica deformación de los propagandistas que, para él, no eran muy de fiar ideológicamente" [Fisac, Miguel, "Testimonio", en Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei, Plaza &: Janés, Barcelona, 1987, pp. 61-62.]
Por otra parte, la guerra civil había dejado flotando en el ambiente una mitología del héroe y todo ese conjunto de jóvenes contaba con un arsenal de mitos muy sugestivos para dinamizar su vida: la catolicidad, el retorno al sentido cristiano de la vida, la revitalización del concepto de aristocracia, la Hispanidad, etcétera. La España de esos nuevos cruzados estaba reencontrando su propio pulso porque las condiciones estratégicas ya estaban dadas. La cosa estaba clara: se trataba de realizar "una revolución desde arriba", desde la universidad, desde "la minoría", desde la "aristocracia intelectual". La universidad iba a extender sus tentáculos fuera de ella y allí estaba la Obra de Escrivá al quite, para aprovechar la coyuntura.
Entretanto, Escrivá abandonó a su antiguo confesor el jesuita Valentín Sánchez Ruiz, quien fue el que había bautizado, entre 1935 y 1936, sin percatarse de ello, a la Obra de Escrivá como Obra de Dios, cuando en las visitas de Escrivá al jesuita para confesarse, éste siempre le preguntaba con tono de armonía y buena correspondencia entre ellos: ¿cómo va esa obra de Dios? Los tiempos eran diferentes a los de antes de la guerra civil y Escrivá pasó a confesarse todas las semanas con José María García Lahiguera, que era entonces director del seminario de Madrid y muy amigo sobre todo del obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo Garay, lo que le iba a permitir acceder directamente a la alta jerarquía eclesiástica. Resultaba sintomático que si dejó de confesarse en 1940 con el jesuita Sánchez Ruiz, autor de un "Catecismo social" que contenía un diseño del control y la influencia de la Iglesia católica sobre las instituciones sociales, fuera para escoger como confesor personal suyo a un eclesiástico acérrimo franquista como García Lahiguera que terminó su carrera como arzobispo de Valencia. En 1964, siendo todavía obispo, García Lahiguera escribió una circular donde decía que "nuestro Caudillo es acreedor a la gratitud de todos como el principal artífice humano de la paz y así es justo reconocerlo y proclamarlo, rogando al Señor que nos lo conserve muchos años". En aquellos tiempos triunfales, además de rector del patronato de Santa Isabel, Escrivá obtuvo un puesto oficial con cargo al presupuesto del Estado con el nombramiento de consejero nacional en el recién constituido Consejo Nacional de Educación. Se trataba de un regalo político del ministro de Educación Ibáñez Martín, ya que el fundador de la Obra presumía entonces de conocer perfectamente los problemas de la universidad española. Escrivá se vanagloriaba además de ser el único sacerdote del clero secular que se sentaba en el Consejo Nacional de Educación, junto con otros representantes eclesiásticos, entre los que se contaban tres obispos y varios miembros de órdenes religiosas.
Como años antes había ido de Zaragoza a Madrid para preparar un supuesto doctorado en derecho, Escrivá aprovechó la atmósfera de euforia política durante los años triunfales de la posguerra para conseguir la licenciatura, título académico que no había logrado en los doce años anteriores. Desde abril de 1939, para recuperar el tiempo perdido a causa de la guerra, se implantaron cursos intensivos en las universidades españolas y fue entonces cuando Escrivá logró aprobar en septiembre algunas de las asignaturas que tenía pendientes en su licenciatura en derecho. Corrían "tiempos patrióticos", con exámenes patrióticos y admisiones también patrióticas. Quienes se presentaban a los exámenes amañados y a las falsificaciones académicas demostraban tener por encima de todo amor a su patria y procuraban todo el bien posible empezando por sus carreras personales. Con el doctorado en derecho, obtenido dos meses más tarde, en diciembre de 1939, por fin Escrivá había conseguido en Madrid su "ampliación de estudios", cumpliendo así con el objetivo que le había traído a la capital de España y que durante doce años utilizó como pretexto.
La tesis doctoral trataba sobre la abadesa de las Huelgas y le bastó solamente con presentar, en diciembre de 1939, un trabajo teóricamente elaborado durante su estancia en Burgos, cuyo título completo era "Estudio histórico-canónico de la jurisdicción eclesiástica "nullius diocesis" de la Ilustrísima Señora Abadesa del Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas" para obtener la calificación de sobresaliente. Si en diciembre de 1939 obtuvo su tesis por medio de exámenes entonces calificados de "patrióticos", todavía tendrían que transcurrir otros cinco años, hasta que pudiera elaborar realmente la tesis por escrito con la ayuda de otros seguidores suyos y lograr finalmente publicada como libro. Justificó el cambio de la tesis del decenio anterior afirmando que había perdido la biblioteca y la documentación en la destrucción de la casa, lo cual no era cierto, pues antes de la guerra la estantería de su cuarto sólo contenía algunos libros de rezos y todos sus papeles habían sido guardados religiosamente por su madre durante la guerra. En aquellos tiempos bastaba con la sola presentación del título de la tesis para obtener los diplomas por complacencia política. El caos administrativo era imperante en la universidad, que no logró restablecer la normalidad académica hasta bien entrado el año 1941.
Para olvidar la humilde extracción social de la familia, Escrivá decidió asimismo solicitar legalmente una transformación del apellido en aquellos tiempos triunfales de la posguerra. José María Escrivá no estaba contento con su nombre ni con el apellido paterno. Parecía arrastrar una crisis de identidad desde la ruina del negocio familiar en 1925 con una constante preocupación que pudiéramos llamar onomástica, por lo que introdujo en el nombre original curiosas modificaciones.
Ya en el expediente de estudios en el instituto de enseñanza media de Logroño él mismo se firmaba José María Escrivá, con uve y con acento, aunque en el encabezamiento de las autoridades académicas transcribían su nombre como José María Escriba, con be y sin acento, como así figuraba también en la partida de bautismo que se conserva registrada en la iglesia catedral de Barbastro.
En la época de los años triunfales que entonces vivían en España los vencedores de la cruzada, Escrivá iba a realizar con su apellido nuevas y deseadas transformaciones. En un edicto publicado en el Boletín Oficial del Estado de fecha 16 de junio de 1940 apareció la solicitud presentada por los hermanos Carmen, José María y Santiago Escrivá Albás en el juzgado número 9 de Madrid "para modificar su primer apellido en el sentido de apellidarse Escrivá de Balaguer que, según expresa en el escrito inicial, es el nombre que individualiza a la familia". La justificación que para ello se daba era "que por ser corriente en Levante y Cataluña el apellido Escrivá, dando lugar a confusiones molestas y perjudiciales, se unió al apellido el lugar de origen de esta rama de la familia, la que es conocida por todos como Escrivá de Balaguer". [Existe otra versión dentro del Opus Dei, según la cual el fundador trataba de diferenciarse intencionadamente de la familia aristocrática Escrivá de Romaní. En Gondrand, Francois, "Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1983, p. 167.] El argumento utilizado en la solicitud de que el apellido Escrivá resulta corriente en Levante y Cataluña es de por sí revelador de las ínfulas del fundador de la Obra con su deseo de distinguirse en cuestión de apellidos de sus homónimos de provincias, cuando ya se encontraba establecido en la capital de España. El Ministerio de Justicia autorizó la modificación de apellido, en primer lugar a José María y Carmen Escrivá, por orden del 18 de octubre, y posteriormente a Santiago Escrivá, con otra orden ministerial del 12 de noviembre de 1940.
Según Julio Atienza, en su "Diccionario Nobiliario", el apellido Escrivá viene de Valencia y es oriundo de Francia y el de Albás ni se menciona. Así, la autorización legal para modificar el apellido afectaba tan sólo al paterno y como su padre nació en Foz (Huesca) y su abuelo paterno en Balaguer (Lleida), la catalanización sería doble: de Escriba a Escrivá más el alargamiento con partícula al añadirle de Balaguer. En cambio, en el apellido materno, de claro origen catalán, no se produjeron modificaciones. Resultaba, una vez más, una paradoja el ostentar dos apellidos catalanes a alguien como él que presumía ser de pura cepa aragonesa y hay que remontarse siglos atrás a la Edad Media, a los tiempos de la Corona de Aragón, para entender la catalanización forzada de su primer apellido.
Pero no fueron éstas las únicas transformaciones que experimentaron los nombres y apellidos del fundador del Opus Dei, porque tampoco se llamaba Josemaría sino José María y en su constante preocupación onomástica había decidido unir en la firma sus dos nombres de pila en un solo nombre, Josemaría, como agradecimiento a san José y como manifestación de su devoción a la Virgen María. Esta es, al menos, la explicación que dan los cronistas oficiales del Opus Dei que remontan la transformación onomástica a la primera fundación de la Obra entre 1935 y 1936. Aunque, según otras fuentes, lo hizo sencillamente para distinguirse años más tarde de cuantos utilizaban en España un nombre de pila tan corriente como José, o como María. También hay otros seguidores suyos que lo explican sobre todo por formar ambos nombres juntos una síntesis de la Sagrada Familia.
Arreglada su identidad como él quería, Escrivá se iba a encargar de arreglar también personalmente su currículum vitae. En uno de los raros documentos autobiográficos que se poseen sobre el fundador del Opus Dei, éste afirmaba por escrito en 1943, refiriéndose a sus actividades durante la guerra, que "no interrumpió la labor de dirección de almas ni el Opus Dei", bajo su dirección, dejó de trabajar clandestinamente en tiempos de la dominación marxista y durante la guerra de España, entre 1936 y 1939, tanto él como sus discípulos padecieron una persecución acerba. Habiendo conseguido llegar audazmente a la zona adicta al Régimen Nacional, por sí mismo o por medio del Opus, consiguió levantar la moral o ayudar a la juventud estudiante que padeció o hizo la guerra. "¡Cuantos caminos recorridos de aquí para allá, por diversos frentes de guerra, consumido a veces por la fiebre, tuvo que recorrer en el ejercicio de su profesión de padre espiritual!".
Las actividades apostólicas de la posguerra también son relatadas en el mismo documento autobiográfico por Escrivá, que no escatima los elogios sobre su propia persona. En cuanto a la dirección espiritual, Escrivá señala que es director espiritual de muchas personas importantísimas, dirigentes de Acción Católica, directores de otras obras nacionales, católicas y culturales, catedráticos de universidad y alumnos, sacerdotes e incluso religiosos, que acuden a él asiduamente porque le consideran como varón dotado del "don del consuelo". También dirigió a menudo ejercicios y retiros espirituales a jóvenes y niños de Acción Católica en Zaragoza, Valencia, Lérida, Valladolid, León, Ávila, Madrid, etc. En Valencia, en enero de 1941, desempeñó el cargo de director espiritual en la reunión de consiliarios de Acción Católica.
Según Escrivá, los ejercicios espirituales fueron otro aspecto del incansable apostolado ejercido desde hacía ya muchos años por él mismo y señala que dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales a sacerdotes y religiosos, pidiéndoselo los Reverendísimos Obispos y los Superiores de los Institutos Religiosos. Esta labor la hizo también para los alumnos de muchos seminarios en las diócesis de León, Ávila, Segovia, Vitoria, Pamplona, Madrid-Alcalá, Valencia, Lérida, etc. Durante el año 1940 hicieron ejercicios espirituales con él más de mil sacerdotes, entre los cuales estuvieron presentes algunas veces los mismos Reverendísimos Ordinarios del lugar. También afirmaba Escrivá que es llamado a menudo por profesores y alumnos de las universidades de muchas ciudades para dirigir ejercicios espirituales o para dar días de retiro espiritual: conviene resaltar la labor realizada recientemente con sus conferencias en la Universidad de verano de Jaca, que depende de la Universidad Estatal de Zaragoza. Para hacer más fácil su labor entre los estudiantes de la Universidad le fue concedido por la Santa Sede el privilegio del Altar Portátil, por autorización del 20 de agosto de 1940.
Por último, en el juicio acerca de él y de su ministerio, Escrivá señala en el documento autobiográfico que son rasgos insignes de su carácter, la fuerza de espíritu y también las dotes de organización y de gobierno. La característica especialísima de su labor sacerdotal es el actuar extremadamente generoso con la Jerarquía Eclesiástica, fomentar de palabra y por escrito, en privado y en público, el amor a la Santa Madre Iglesia y al Romano Pontífice. [Escrivá, José María, Currículum Vitae, obispado de Madrid-Alcalá, Madrid, 28 agosto 1943, en Varios Autores, "El itinerario jurídico del Opus Dei", EUNSA, Pamplona, 1989, pp. 521-524.]
En aquellos años triunfales, Escrivá también obtuvo por medio de una recomendación del director general de Prensa el puesto de profesor de Ética y Deontología durante el curso 1940-1941 en la recién creada Escuela Oficial de Periodismo, cuando ya tenía además la prebenda extraordinaria de miembro del Consejo Nacional de Educación. El puesto de profesor de Ética y Deontología no le exigía demasiado esfuerzo y lo buscó porque seguía en el pluriempleo, necesitando dinero para atender a su familia, formada por su madre y sus dos hermanos, ya que el sueldo de rector del patronato era muy exiguo. Escrivá tenía la obsesión del apostolado de la prensa, en recuerdo sin duda de los logros de la ACNP con el diario "El Debate" y otras publicaciones católicas. [Moncada, Alberto, ob. cit., p. 41.] Pero si el líder de ACNP, Ángel Herrera, olvidó su escalafón de abogado del Estado para trabajar de periodista como director de "El Debate", Escrivá estuvo de profesor de la Escuela de Periodismo para subvenir a las necesidades económicas de su familia y desde esta perspectiva el Opus Dei representa un amasijo de proyectos en donde intervino sobremanera la supervivencia del fundador y de su familia. El líder de la ACNP, Ángel Herrera Oria, tenía fineza de espíritu, lo que también se llamaba "clase", algo que le faltaba a Escrivá; de ahí que, una vez conseguido el cargo remunerado en la Escuela de Periodismo, se interesó poco por la docencia periodística, tal como ha señalado complacientemente el primer secretario de la Escuela de Periodismo: "Creo que hubiera sido un gran periodista de no absorberle sus actividades apostólicas". [Gómez Aparicio, Pedro, "Testimonio", Hoja del Lunes, s. f., Madrid, en Bernal, Salvador, "Monseñor]osemaría Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, p.88.] Este claro ejemplo de abandono en el trabajo laico y profesional fue tan evidente en Escrivá que hasta uno de sus hagiógrafos reconoció: "Aunque atendiese aquellos trabajos con sentido de responsabilidad, estaba claro que no era su "dedicación profesional". Solo quería ser sacerdote...". [Bernal, Salvador, ob. cit., p. 88]. Escrivá no podía ocuparse de sus cursos en la Escuela Oficial de Periodismo, porque su interés principal residía en sacar adelante al Opus Dei.
La primera edición del manual destinado a la Obra de Dios tuvo lugar en Valencia en septiembre de 1939, porque allí se encontró el papel necesario para la impresión, gracias al vicario de la diócesis. Se trataba de una refundición del texto corto escrito en 1934 bajo el título de "Consideraciones Espirituales", con el añadido de la ampliación realizada en Burgos, cuando la ciudad castellana era la capital de la cruzada de Franco. El manuscrito completo tenía cabida en apenas un centenar de páginas en formato normal de un libro de época. Hasta la primera reimpresión realizada en Madrid en el año 1944 no se redujo el librito al formato de bolsillo, con mayor número de páginas, que se ha conservado hasta el siglo XXI.
Durante los primeros años, Camino fue el único código de referencias, y de instrucción religiosa, que poseían a partir de 1939 los militantes en la Obra de Dios. Era el tiempo en que coincidían aún la biografía de Escrivá con la de los militantes del Opus Dei. Desde el principio, el librito Camino se convierte en un breviario citado y comentado sin tregua. Pronto se recomendará a los miembros de la Obra hablar de Camino alrededor suyo; pero se les recomienda igualmente que no presten su ejemplar. Las personas a quienes interesase el librito debían comprarlo, medio cómodo de allegar algo de dinero, pues el Opus Dei no era rico en la época de la posguerra. Esta regla, que continuó siendo aplicada, contribuyó a la difusión de Camino, sobre la que el Opus Dei fundaba un interés enorme y que descubría al mismo tiempo el precoz sentido publicitario de los miembros de la Obra. [Artigues, Daniel, "El Opus Dei en España", Ruedo Ibérico, Pans, 1971, p. 36].
Si el título de Consideraciones Espirituales estaba inspirado en "De Consideratione" de Bernard de Claraval, más conocido por san Bernardo, el título de Camino evocaba sin duda "El Camino de Perfección" que escribió para sus monjas la madre Teresa de Jesús, como figuraba en la primera edición de Salamanca publicada en 1588. El nuevo librito de Escrivá se componía de dos partes, la primera comprendía las 434 máximas de "Consideraciones Espirituales" y la segunda parte, con 565 máximas, fue redactada entre 1934 y 1939, con más experiencia acumulada, por Escrivá, empeñado como estaba en la fundación de la Obra.
El librito Camino se presenta redactado en máximas o sentencias cortas, cuyo número de 999 tuvo especial significación para Escrivá, aunque fuentes de la Obra señalaron que era expresión de la devoción del autor a la santísima Trinidad. ¿Por qué, sin embargo, 999 máximas? ¿No es acaso un número cabalístico? Escrivá no tenía suficiente con escoger un número de una cifra esotérica (999 = 3x333) de indudable origen masónico y perteneciente a la cábala, sino que además en la sobrecubierta de la primera edición, publicada en Valencia en 1939, aparece el signo del 9 dibujado con trazos rectilíneos, es decir, con un cuadro del que sale un trazo vertical rematado por otro horizontal que sirve de base, lo cual permite suponer que este signo es un anagrama con las iniciales de la palabra Opus, cuyas letras escritas con trazo rectilíneo pueden efectivamente obtenerse descomponiendo el signo. [Carandell, Luis, Vida y milagros de monseñor Escrivá de Balaguer, Laia, Barcelona, 1975, pp. 160-161.] El número, sin duda, no es mero azar y está inspirado, como en la cábala, en la tradición judía. Dentro de la cultura cristiana, Dante utilizó profusamente el número nueve u otros múltiplos de tres en "La Divina Comedia" y si ello es así en Camino, la Trinidad santísima (el Padre + el Hijo + el santo Espíritu) -que algunos consideran homenajeada en la gran obra de Dante- ha salido muy malparada en el librito de Escrivá. Las razones del fundador del Opus Dei, en la medida que fueron silenciadas, incluso en los primeros tiempos de la Obra, refuerzan la hipótesis del esoterismo cristiano. En Camino aparecen tres planos de santidad (máxima 387), tres etapas en la vida de formación (máxima 382), junto con las tres dimensiones físicas: el relieve, el peso y el volumen (máxima 279), además de las 999 máximas contenidas en el librito.
Pero no bastaba con el sentido enigmático de algunas máximas y la utilización de ese número esotérico perteneciente a la cábala, sino que encima el librito ofrecía en su totalidad una significación oscura y misteriosa que sólo se comprende desde la perspectiva de un concepto medieval de la existencia, en el que resulta a veces muy difícil de penetrar, sobre todo por la forma como se propone una determinada lectura reservada sólo para los iniciados en la Obra. "Para sacar provecho de Camino, y aún para entenderlo se requiere en el lector un mínimo de formación cristiana, de vida de piedad y de experiencia apostólica, de sacrificada preocupación por las almas", sugiere cautamente la nota editorial de Camino, lo que equivale a decir que hace falta una preparación especial o, en otras palabras, tener el "espíritu de la Obra".
Ya en la introducción de la primera edición, su autor, Xavier Lauzarica, garantizaba que "si estas máximas las conviertes en vida propia, serás un imitador sin tacha. Y con Cristos como tú volverá España a la antigua grandeza de sus santos, sabios y héroes". El autor de la introducción de Camino era obispo administrador apostólico de la diócesis de Vitoria cuando prologó el librito de Escrivá en marzo de 1939, faltando todavía un mes para que finalizara la guerra civil española. Lauzarica había sustituido al obispo titular de la diócesis, que mereció los honores de ser el primer miembro de la jerarquía católica desterrado de España en 1931 por sus manifestaciones verbales contra la Segunda República. Xavier Lauzarica llegaría a ser obispo de Vitoria y arzobispo de Oviedo para terminar más tarde, tras su jubilación, loco de atar y recluido en un manicomio.
Dentro de Camino aparece la perspectiva de un concepto medieval de la existencia en la máxima 638 que está dirigida al "caballero cristiano", presunto lector del librito. Hay también referencias al "caballero cristiano" en la máxima 390, al "caballero intransigente" en la máxima 393 y a los "caballeros cristianos" en la máxima 379 de Camino. Los caballeros representaron en la Edad Media la síntesis de la milicia profesional y la cristiandad; de ahí que "hace falta una cruzada (...) y esa cruzada es obra vuestra", afirma, más o menos insinuadamente, la máxima 121 y una imagen pueril que también correspondía a los caballeros cruzados, "hombre bien barbado", aparece en la máxima 652 de Camino. Para tales caballeros cristianos existe un camino medieval por donde se circula a caballo, como revelan varias máximas de Camino: "me has perdido el camino" (máxima 137), "la causa que te aparta del camino y te hace tropezar y aún caer" (máxima 170), "tu camino" (máxima 255), "nube de polvo que levantó tu caída... el viento de la gracia..." (máxima 260), "caído así de hondo... te alzaste del suelo" (máxima 264), "la guerra es el obstáculo máximo del camino fácil" (máxima 31l), "¡Galopar, Galopar!... ¡Hacer, Hacer! ... ¡Galopar! ¡Hacer!" (máxima 837), "manada en mesnada, rebaño en ejército, la piara..." (máxima 914).
También aparecen en Camino las armas del caballero medieval: "defensa, ataque, armadura, espada toledana" (máxima 238), "arma de combate" (máxima 240), "cadena: cadena de hierro forjado" (máxima 170), "instrumento delicuescente, que se haga pedazos a la hora de empuñado" (máxima 381), "maza de acero poderosa, envuelta en funda acolchada" (máxima 397), "la última gota de cáliz del dolor" (máxima 182), "espolón de acero" (máxima 615), "lengua tajante de hacha" (máxima 448), "los instrumentos no pueden estar mohosos. -Normas hay también para evitar el moho y la herrumbre" (máxima 486), "si no es el filo de tu arma de combate, te diré que es la empuñadura" (máxima 655).
En Camino aparecen también las fortalezas medievales: "táctica militar, guerra, posiciones, muros capitales de tu fortaleza, torreones flacos para el asalto de tu castillo" (máxima 307), "tan fuerte como una ciudad amurallada" (máxima 460), "la piedra noble y bella de una catedral" (máxima 456), "los-muros fuertes de la perseverancia" (máxima 49), "los muros o torres de las casas del Señor" (máxima 269), "piedras, sillares que se mueven, que sienten" (máxima 756), "un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra" (máxima 590), "sillares... que suponen poco ante la mole del conjunto" (máxima 823), "llave para abrir la puerta y encontrar el reino de Dios en los cielos" (máxima 754).
La vida de caballero que propugna Escrivá en Camino es "vida noble" (máxima 254), "la derrota de hoy... entrenamiento, victoria definitiva" (máxima 263), "hijos, hijos de Reyes, Rey, Gran Rey, "Padre Dios", siempre delante del Gran Rey, tu Padre-Dios" (máxima 265), "señor de ti mismo, poderoso, tu señorío..." (máxima 295), "almas de caudillos, de apóstoles" (máxima 411), "laureles" (máxima 935), "ejército de apóstoles" (máxima 602). Escrivá, sin embargo, tiene también presente la cruzada de Franco: "alférez médico" (máxima 361), "la guerra tiene una finalidad sobrenatural" (máxima 311), "Frente de Madrid. Una veintena de oficiales en noble y alegre camaradería... Aquel tenientillo de bigote moreno" (máxima 145). Y tiene, sobre todo, muy presente en Camino el caudillaje, la exaltación fascista de la jerarquía, tan de moda entre los años treinta y cuarenta en Europa: "eres jefe" (máxima 383), "nacido para caudillo" (máxima 16), "sientes impulsos de ser caudillo" (máxima 365), "muy señor, y después, guía, jefe, ¡caudillo!" (máxima 19), "ambiciones de acaudillar" (máxima 24), "tú serás caudillo si..." (máxima 32), "almas de caudillos" (máxima 411), "utiliza tu voluntad para que Dios te haga caudillo" (máxima 833) y "me dijiste que querías ser caudillo" (máxima 931).
En Camino semejante universo aparece, por otra parte, poblado de santos personajes encasillados en una determinada visión de la historia de España: "Las Navas y los Lepantos de tu lucha interior" (máxima 433), "Cisneros, Teresa de Ahumada, Íñigo de Loyola" (máxima 11), "el pobre Ignacio al Sabio Xavier" (máxima 798), "el genio militar de san Ignacio" (máxima 931).
Para completar este mundo abracadabrante de cruzadas y caballeros medievales junto con caudillos, Escrivá llegó a escribir también sobre el valor secundario concedido a la mujer: hay máximas de Camino en las que el elogio exagerado que Escrivá tributa a las mujeres es el típico elogio que se hace a los seres considerados prácticamente inferiores, prejuicio que el Opus Dei comparte con la santa Madre Iglesia católica. Así, en la máxima 982 Escrivá llega a decir: "Más recia la mujer que el hombre, y más fiel a la hora de dolor. -¡María de Magdala y María Cleofás y Salomé! Con un grupo de mujeres valientes, como ésas bien unidas a la Virgen Dolorosa, ¡qué labor de almas se haría en el mundo!" y en la máxima 980: "¿Acaso no tenemos facultad de llevar en los viajes alguna mujer hermana en Jesucristo, para que nos asista, como hacen los demás apóstoles y los parientes del Señor y el mismo Pedro? Esto dice san Pablo en su primera epístola a los Corintios: -No es posible desdeñar la colaboración de la mujer en el apostolado".
La máxima 946 resume claramente lo que Escrivá va a exigir a los hombres, y en segundo lugar, a las mujeres en el Opus Dei: "Si queréis entregaros a Dios en el mundo, antes que sabios -ellas no hace falta que sean sabias; basta que sean discretas-, habéis de ser espirituales, muy unidos al Señor por la oración: habéis de llevar un manto invisible que cubra todos y cada uno de vuestros sentidos y potencias: orar, orar y orar; expiar y expiar". Y todo ello para conseguir el reinado de Cristo en la tierra. Las citas abundan en Camino: "Regnare Christium Volumus!" (máxima 11), "Pax Christi in regno Christi (máxima 301), "si buscas el Reino de Dios" (máxima 472), "reinado efectivo de Nuestro Señor" (máxima 832), "reinado de Cristo" (máxima 905), "reino, reinado" (máxima 906).
Es un error pensar que el clericalismo de Escrivá, o el clericalismo general de la época es un simple reflejo de un modelo medieval que resulta hoy anacrónico. La época de cruzada que dio nacimiento al Opus Dei contiene elementos del pasado, pero tuvo también la peculiar inmediatez y presencia constante del fascismo clerical, con una visión que resume el poema de Jaime Gil de Biedma: "y los mismos discursos, los gritos, las canciones, eran como promesa de otro tiempo mejor, nos ofrecían un billete de vuelta al siglo XVI. ¿Qué niño no lo acepta?" [Gil de Biedma, Jaime, "Las personas de! Verbo", Seix Barral, Barcelona, 1982, p. 123.]
Conviene señalar, por último, que Escrivá promete hacer vivir a los militantes de la Obra "una vida de infancia" y casi un diez por ciento del texto de Camino está dedicado a ella. Esta promesa de una vida de "infancia espiritual", junto con la oferta del viaje al pasado de Escrivá, ayudan a comprender un librito como Camino en España a partir de 1939. En un seminario de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, dirigido por el catedrático de Filología Latina, Agustín García Calvo, un grupo de investigadores que analizaba los aspectos lingüísticos de la sociedad llegó a utilizar el librito de Escrivá Camino entre sus textos de análisis de vocabulario y de estilo. Según esta investigación universitaria, el lenguaje de la obrita de Escrivá contiene un elevado número de irracionalidades lingüísticas, entendiéndose lo de irracional como rasgos no lógicos del lenguaje. Así, el análisis desde el punto de vista formal de Camino pone de relieve el valor de las locuciones fijas o estereotipadas del librito. También puede advertirse cómo su valor retórico o impresivo reside justamente en su vaguedad o inmovilidad semántica, su ambigüedad o capacidad para no decir nada preciso; pero cómo, por otro lado, consiste también en el hecho de que esa vaguedad o ambigüedad está oculta en la apariencia de decir algo preciso, sumamente definido, con que estas fórmulas lingüísticas se presentan. Dentro de las locuciones fijas o estereotipadas se pueden distinguir dos clases: unas, cargadas del fascismo clerical, la ideología dominante, que por ello mismo carecen de valor semántico en cuanto al mensaje particular que pretenden transmitir; y otras meramente introducidas por su capacidad de llenar sitio, completar la línea de la frase, que son expresiones que pueden llamarse de relleno rítmico. Escrivá hace tan buen uso de ellas como Hitler cuando intercalaba en sus discursos palabras de estribillo. La máxima 520 es una muestra de locución de relleno rítmico: "Católico Apostólico, ¡Romano! -Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu "romería" videre Petrum, para ver a Pedro".
En resumen, el lenguaje de Camino puede ser traducido a un lenguaje "neutro" en el que se observa el elevado número de irracionalidades lingüísticas que Escrivá utilizó en el librito.
Sin ninguna limitación de raíz política y a través de cauces clericales revueltos y sin ninguna transparencia, Escrivá y su grupo de seguidores hicieron a finales de 1939 su primera aparición en la vida pública española por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), sirviendo este organismo de escotillón por donde aparecieron en la escena política de la España de la posguerra. Había llegado la hora de tomarse la revancha, vengando la ofensa y la derrota sufridas durante la Segunda República española. Se trataba de apoderarse de los organismos culturales que habían trabajado eficazmente durante la República para modernizar la educación y que habían sembrado en ella las exigencias críticas sin las cuales todo pensamiento es una ficción. Para ello, el núcleo de primeros miembros de la Obra de Escrivá encontró desde el primer momento en la dictadura de Franco los apoyos para borrar las exigencias críticas y clericalizar las apariencias de ciencia e investigación. Así el Opus Dei ayudó a crear el CSIC y se apoderó de la apariencia de técnica y búsqueda intelectual, lo cual utilizaría como anzuelo poderoso para captar nuevos adeptos y reportaría de paso una suculenta tajada financiera.
En la universidad las cátedras estaban devastadas y organismos como la Junta de Ampliación de Estudios quedaron desmantelados y la huella de la Institución Libre de Enseñanza parecía borrada. Una coyuntura excelente que no iban a desaprovechar los personajes que entraron en escena. Un destacado miembro del Opus Dei los describiría más tarde como "un grupo pequeño, pero compacto y bien preparados profesionalmente, de jóvenes pertenecientes al Opus Dei, guiados por don Josemaría Escrivá con una orientación firme y lúcida, que interviene decisivamente en la puesta en marcha de algunas empresas científicas, llamadas a adquirir un amplio desarrollo". [Pérez Embid, Florentino, "Monseñor]osemaría Escrivá de Balaguer y Albás, Fundador de! Opus Dei", Primer Instituto Secular, Separata del tomo IV de la Enciclopedia "Forjadores de! Mundo Contemporáneo", Planeta, Barcelona, 1963 p. 5]. La orientación en el grupo era firme y los propósitos estaban ya bien definidos. Escrivá en 1939 sabía lo que quería, es decir, que tenía conciencia cierta de sus propósitos. "Yo le oí muchas veces decir (...) que la sustancia de nuestro apostolado consistía en introducimos en las instituciones civiles, para transformadas desde dentro -ha señalado uno de los primeros miembros del Opus Dei-. Había una frase que repetía mucho: nosotros trabajaremos con los medios y edificios del Estado." [Fisac, Miguel, "Testimonio", en Moncada, Alberto, ob. cit., p. 78.]
Dos máximas del librito Camino ayudan a esclarecer los propósitos del ambicioso fundador que estaba a la cabeza del grupo inicial del Opus Dei en 1939. Resulta patente que cuando Escrivá escribió la máxima 844 de Camino pensaba en los edificios de ladrillo rojo, sede de la Fundación Nacional de Investigaciones Científicas durante la República: "¿Levantar magníficos edificios?.. ¿Construir palacios suntuosos? ... Que los levanten... Que los construyan... ¡Almas! -¡Vivificar almas..., para aquellos edificios... y para estos palacios! ¡Que hermosas cosas nos preparan!". Otra máxima de Camino, apunta en el mismo sentido: "¡Cultura,cultura! -Bueno: que nadie nos gane en ambicionarla y poseerla. -Pero la cultura es medio y no fin" (máxima 345).
Para el naciente Opus Dei la cultura representaba un medio y hasta la propia religión otro, aunque sus miembros intentaban deshacerse en explicaciones para afirmar lo contrario. Así se aceptaban, tanto la religión como la cultura, por su utilidad para concretar ciertos objetivos que también podrían alcanzarse por otros medios. Conviene tener en cuenta que en otros países europeos la actitud científica había dejado de ser desde hacía tiempo la antagonista militante de la religión. Pero éste no era el caso de España, donde la actitud científica tuvo que seguir pugnando contra la acción de una religión utilizada como parapeto por el fascismo clerical. La Iglesia católica negó entonces con los hechos que ciencia y religión podían ser complementarias. Este antagonismo clásico entre ciencia y religión lo iba a seguir apoyando el Opus Dei como lo expresa claramente la máxima 386 de Camino: "Servir de altavoz al enemigo es una idiotez soberana; y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. -Por eso, en el terreno profesional, nunca alabaré la ciencia de quien se sirve de ella como cátedra para atacar a la Iglesia". O en la máxima 750: "Óyeme, hombre metido en la ciencia hasta las cejas: tu ciencia no me puede negar la verdad de las actividades diabólicas. Mi Madre, la Santa Iglesia -durante muchos años: y es también una laudable devoción privada- ha hecho que los Sacerdotes al pie del altar invoquen cada día a san Miguel, "contra nequitiam et insidias diaboli" -contra la maldad y las insidias del enemigo".
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) se presentó entonces como algo extraordinario que se adelantó al mundo entero, al tratar de impulsar la investigación española en todos los campos, y posteriormente se crearían en los países más adelantados de Europa organismos similares. Aquello no era cierto, pero qué importaba, nadie iba a contradecirlo en una Europa convertida en escombros durante la segunda guerra mundial. Tras la promulgación del decreto-ley de creación del CSIC el 24 de noviembre de 1939, el ministro de Educación ocupó la presidencia; fray José López Ortiz, un claro ejemplo del clérigo franquista militante, llamado familiarmente "tío José" por los miembros del Opus Dei, ocupó la vicepresidencia y como encargado de la coordinación y secretario general fue nombrado el ya miembro de la Obra José María Albareda. Detrás de Albareda y el "tío José" se encontraba evidentemente Escrivá ambicionando llevar a la práctica cuanto antes sus ideas. El CSIC iba a representar un regalo extraordinario para la naciente Obra, dado el vacío existente en la intelectualidad española y porque se convertiría en la primera gran plataforma de apostolado. Asimismo, la dotación de medios puesta a disposición del CSIC fue desorbitada si se la compara con otros organismos de la época y la extensa nómina de investigadores con el acaparamiento de sueldos, al cobrar simultáneamente por varios puestos, llegó a ser una constante entre los miembros del Opus Dei que controlaban el CSIC Otra fuente importante de ingresos fue la construcción de un templo y de nuevos edificios para la investigación científica en la sede de Madrid. Se trataba de una operación que favoreció los intereses del Opus Dei: el arquitecto recibía dinero a cuenta y después iba haciendo certificaciones de la obra ejecutada, y paralelamente otros socios miembros del Opus Dei constituyeron pequeñas sociedades, con la aprobación del fundador, para suministrar los materiales necesarios para la construcción y puesta a punto de los laboratorios de investigación.
La fórmula repetida por Escrivá hasta la saciedad "se gasta lo que se deba, aunque se deba lo que se gaste", que podría resumir el pensamiento económico de la Obra, encontró fiel reflejo en la realidad de aquellos años triunfales. Por ello Escrivá, que tanto se había paseado a pie por Madrid, exigió tener a su disposición un lujoso coche "igualo mayor que el de los ministros", por su condición de fundador y de Padre. [Carandell, Luis, "La otra cara de! beato Escrivá", Revista Cambio 16, Madrid, 16 marzo 1992].
El gran paso en lo que Escrivá empezó a llamar "la batalla de la formación" fue dado en Madrid por el todavía incipiente Opus Dei tras el alquiler de una casa de tres plantas con jardín, situada en la esquina de las calles Diego de León y Lagasca en el distinguido barrio de Sala manca y relativamente cerca de la sede del CSIC Los dueños de la mansión exigieron a Escrivá un documento del obispo en el que se reconociera su condición de eclesiástico, como aval para poder firmar el contrato. [Bueno Monreal, José María, Testimonio, en Varios Autores, "Testimonios sobre e! Fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1993, p. 12]. Además de los tres pisos de la residencia de la calle Jenner, que funcionaban a pleno rendimiento, alquilaron otro piso pequeño en la calle cercana de General Martínez Campos como lugar de residencia 'para miembros "mayores" que así pudieran permanecer aislados de los estudiantes. La mansión con tres plantas y jardín de la calle Diego de León se convertiría en el primer centro de estudios para la formación de los socios numerarios de la Obra en 1941. La apertura de dicho centro significaba la separación de las actividades académicas y asistenciales de las propiamente dedicadas a la intensa preparación de los miembros con una formación militante y religiosa. Como ya estaban echando raíces, llegaron a adquirirla más tarde. La casa centro de Diego de León se convirtió en la sede central en España del Opus Dei.
Tan sólo en el transcurso del primer año después de la guerra, de la docena de seguidores iniciales de Escrivá se había pasado a más de treinta miembros, aunque para ello se tuvieron que simplificar los trámites de ingreso: "Por aquel entonces y de modo excepcional, el fundador permitió, mediante dispensa, abreviar los plazos de incorporación a la Obra", ha reconocido uno de los admitidos entonces. [Orlandís,José, "Años de juventud en el Opus Dei", Palabra, Madrid, 1991, p.1O2]. Otro antiguo miembro, que llegó hasta ser secretario general y abandonó luego el Opus Dei, ha llegado a explicar con detalle las causas del crecimiento: "Yo entré en el Opus Dei en el año 1940 y considero que la Obra prosperó más que los demás grupos religiosos de la posguerra, que hacían apostolado entre jóvenes de clase media, porque respondía mejor a las aspiraciones de éstos. ¿Qué ofrecían los demás? En los ambientes universitarios de posguerra la Acción Católica y organizaciones similares se consideraban blandengues. Como decía un compañero mío, mucha piedad, poco estudio y nada de acción. Después de la guerra la gente quería algo que tuviera más garra y el Opus Dei ofrecía la clase de llamada que por entonces deseábamos los universitarios católicos idealistas, aquello de la Falange de mitad monjes, mitad soldados".
"Muchos de los que entramos en la Universidad de la posguerra queríamos empezar una etapa completamente nueva, en nuestra vida y en el país. Queríamos hacer algo importante, una España grande, nos habían metido en la cabeza todo aquello de la Hispanidad y del Imperio hacia Dios. Ahora comprendo que parte de aquel fervor religioso era falso, pero las iglesias estaban llenas y la religión era un título de legitimación social. En los jóvenes se mezclaba la religión, el patriotismo y la austeridad. Por contar un detalle, en la Universidad de Valencia, a las doce de la mañana, se escuchaba por los altavoces el rezo del Angelus, una operación de la que estaba encargado José Manuel Casas Torres, director de Radio Valencia y miembro de la Obra."
"Entonces, en aquel ambiente llega una institución que con mucho misterio, con prohibición absoluta de hablar de ello, te plantea el que tú has sido elegido por Dios, que puedes ser santo, que vamos a hacer la conversión al cristianismo de la ciencia, reclutando a las mejores cabezas, con una disciplina militar... y aquello prendió en bastante gente, sobre todo en la que no tenía simpatías por la Falange, que también decía algo parecido. Por otra parte, aquello representaba un modo de vida más atractivo que el de los religiosos. Lo de ser laico, estar en medio del mundo, representaba un atractivo adicional. Por eso, creo, el Opus Dei prendió enseguida y ya en 1942 había casas en Madrid, Barcelona, Valencia, Valladolid y Sevilla." [Pérez Tenessa, Antonio, Testimonio, en Moncada, Alberto, ob. cit., pp. 94-95].
El número de miembros del Opus Dei no sobrepasaba, sin embargo, las tres docenas en 1940, como se pudo comprobar el día dos de octubre, cuando se reunieron en Madrid todos los militantes de la Obra para celebrar junto a Escrivá la fiesta de los Ángeles Custodios. La Obra iba a necesitar aún tiempo para alcanzar en 1941 el tope de los cincuenta miembros, señalado en la máxima 806 de Camino: "Necesito cincuenta hombres que amen a Jesucristo, sobre todas las cosas". Escrivá hacía también referencia en Camino a los orígenes en la máxima 820: "No juzgues por la pequeñez en los comienzos"; y en la máxima 821: "No me olvides que en la tierra todo lo grande ha comenzado siendo pequeño. -Lo que nace grande es monstruoso y muere." La treintena de miembros de 1940 le había forzado a continuar rápidamente la expansión, llegando Escrivá hasta simplificar los trámites de ingreso para nuevos miembros, y siguió abriendo nueva residencia en Madrid, además de dos pequeños pisos, uno en Valladolid y otro en Barcelona, los cuales venían a sumarse al de Valencia. Si el padrino de los primeros tiempos del Opus Dei en Valencia fue el vicario general de la diócesis, en Valladolid fue un canónigo de la catedral, capellán de un colegio, siendo en ambos casos colegas de Escrivá desde los tiempos pasados juntos en Burgos, cuando era capital de la cruzada.
Detrás de ese "actuar secretamente y sin ruidos" al que se refería Escrivá, lo que había resuelto victoriosamente el fundador del Opus Dei con un "de Balaguer" añadido personalmente para que no hubiera confusiones, la Obra también tuvo problemas de afirmación de identidad en aquella época. Sin embargo, el origen del nombre de la organización como Obra de Dios fue muy sencillo como ya he explicado más arriba.
Escrivá solía ir a confesarse regularmente con su director espiritual el jesuita Valentín Sánchez Ruiz. La pregunta ritual con que Escrivá era acogido en sus visitas al jesuita era siempre la misma: ¿Cómo va esa obra de Dios? Y aquí se encuentra el origen del nombre de Obra de Dios, para diferenciarla de la Obra Apostólica donde había trabajado y también porque encajaba perfectamente con el ritmo y el sentido carismático que pretendía imponerle. Hasta entonces hablaba simplemente de la Obra, en el sentido de labor o tarea apostólica, cuando se refería al proyecto, pero a partir de 1936 comenzó a utilizar el término añadido "de Dios", de acuerdo con la pregunta sin retorcimiento de su confesor. Si ya existía la Obra Apostólica, la suya sería también "Obra" pero no Apostólica sino "de Dios". De la Obra Apostólica a la Obra de Dios sólo había un paso y Escrivá lo dio, por persona interpuesta como era su confesor, miembro de la controvertida y poderosa Compañía de Jesús. Si la fundación de la Obra apostólica para varones universitarios fue puesta en marcha por Escrivá en Madrid antes de la guerra, la expresión Obra de Dios justo con su traducción latina Opus Dei comenzó a generalizarse más tarde después de la guerra civil. Era una obra en femenino, que luego se convierte en masculina y fue entonces cuando se empezó a hablar del Opus Dei. Es decir, que solía utilizarse comúnmente al referirse a la organización la expresión "la Obra de Dios"o "la Obra", y más raramente "Opus Dei", donde existía el problema de traducción latina, "la Opus Dei", siendo los fieles seguidores de Escrivá para solventar el problema quienes utilizaron la expresión; al usar corrientemente entre ellos el artículo masculino en lugar del femenino. Así "la Opus Dei" en lenguaje coloquial se convirtió en "el Opus Dei", expresión más viril y que era más acorde con el espíritu fascista de la época.
Sin embargo, cuando eclesiásticos durante la posguerra afirmaron que la expresión era litúrgica -hecho nunca desmentido por parte de Escrivá, íntimamente satisfecho de aquella feliz coincidencia-, un azar objetivo favorecería sus planes para la puesta en marcha definitiva de su organización. Aún separándose del asunto que se trata, todos estos comentarios tenían su importancia porque la expresión "Opus Dei" es utilizada como referencia a los cultos que se celebran en el presbiterio, la zona "sacralizada" del templo católico, lo que motivó que un intelectual católico, José Luis López Aranguren, hablara de "un movimiento que ha osado tomar su nombre: Opus Dei, de la liturgia." [Aranguren, José L. López, "El futuro de la Universidad", Taurus, Madrid, 1962, p. 12.] Por su parte, fray Justo Pérez de Urbel, de la orden de san Benito, que llegó a ser abad mitrado, por su militancia franquista, de la abadía de Cuelgamuros en el monumental Valle de los Caídos, ha señalado que "la expresión Opus Dei se encuentra media docena de veces en la regla de san Benito, pero con un sentido muy distinto. Según el fundador de la orden benedictina, nadie debe ser admitido en el monasterio "si no es solícito con respecto al Opus Dei"; y en otra, san Benito ordena que "ada se anteponga al Opus Dei". En suma, para san Benito, el Opus Dei es la oración, y en especial la oración litúrgica, el diálogo con Dios y por extensión la vida espiritual". [Orlandís, José, ob. cit., p. 102.] Por otro lado, Lilí Álvarez, teórica de la espiritualidad seglar en España, en el libro "En tierra extraña", ofrece otra versión que difiere de la anterior, pero completa lo que significa "Opus Dei" desde el punto de vista del culto religioso: "De idéntica manera los enrejados tupidos que, como celosías, separaban en las abadías y catedrales la nave del presbiterio, o sea, el recinto donde se celebran los misterios santos del Opus Dei, de ése en el cual se amontona y deambula el vulgo son también expresivos de esa distancia y separación en las cuales eran mantenidos los fieles." [Álvarez, Lilí, "En tierra extraña", Taurus, Madrid, 1964, p. 230.]
Respecto al nombre de la organización se dispararon algunas dudas en aquella época y lo importante para Escrivá y sus seguidores era que la Obra de Dios en lenguaje coloquial había ganado en virilidad y se iba a llamar de la posguerra en adelante el Opus Dei.
Sería en el campo de la educación y, más concretamente, de la docencia universitaria, donde el Opus Dei recibiría las primeras adhesiones fuera del reducido núcleo originario de los tiempos de la República. La enseñanza impartida por la Iglesia católica apenas había alcanzado un nivel universitario en España, salvo raras excepciones. Representaba, pues, un golpe de audacia que un organismo universitario como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) pasara en 1939 a estar bajo el control del Opus Dei y que el ministro franquista de Educación Nacional hubiera dado luz verde a su proyecto. Pero téngase en cuenta que uno de los objetivos de la cruzada de Franco era volver a conquistar la universidad perdida desde hacía siglos para la Iglesia y todo aquello representaba grandes pasos en la tan pretendida reconquista. Un destacado miembro de la Obra, al analizar la situación, hablaría más tarde de "un catolicismo que emprende victoriosamente la tarea de recristianizar su cultura". y también llegó a reconocer públicamente que "quienes hemos vivido la terrible angustia de un catolicismo minoritario en el orden político liberal, no podemos sentir vacilaciones cuando emprendemos la realización de la única salvación posible: la impregnación de toda la vida nacional de un sentido católico". [Calvo Serer, Rafael, "España sin problema", Rialp, Madrid, 1957, pp. 152 y 163.].
Aunque estaba separado de la universidad, el CSIC era considerado un organismo universitario y allí convergieron los hilos de oposiciones y concursos para cubrir las cátedras devastadas por la guerra civil, allí se concedían las becas y bolsas de estudios, se regalaban premios y se falsificaban prestigios. La penetración de la Obra de Dios en la enseñanza superior se iba a realizar en plan todo terreno, no despreciando ningún puesto, y uno de los objetivos principales sería lo que se denominó en aquella época "el asalto a las cátedras". El acontecimiento, sin embargo, no se limitó a las cátedras universitarias y hubo también penetración en otros cuerpos de élite del nuevo Estado franquista como el Consejo de Estado, en donde dos miembros ingresaron como letrados, pero fueron pocos en comparación con los miembros del Opus Dei que iniciaron el asalto a las cátedras.
Aquello que el ministro franquista de Educación Nacional llamó "abrir de par en par las puertas a una generación no contaminada de pasados errores", iba a afectar en primer lugar a las cátedras universitarias. Gran parte de los hombres capaces de España, la mayor riqueza que un país posee, hijos del pueblo o quienes se declararon republicanos y se habían incorporado a la lucha contra el fascismo, fueron exterminados. Los fusilamientos, la cárcel, la depuración, fue el precio que pagaron en España quienes habían luchado contra todo lo que Franco representaba. El panorama de las cátedras era desolador, principalmente en Madrid y Barcelona, donde enseñaban los hombres más valiosos, y cuyas cátedras eran las más preciadas. La solución de urgencia fue el traslado a Madrid y a Barcelona de catedráticos de provincias partidarios de Franco y así "se llenan las filas semivacías de los claustros madrileños -señaló un miembros del Opus Dei- con la flor y nata de las universidades de provincias". [Fontán, Antonio, "Los católicos en la Universidad española actual", Rialp, Madrid, 1961, p. 72.] Sin embargo, los escasos socios del Opus Dei no se iban a beneficiar tanto de los traslados como de las nuevas oposiciones convocadas para recubrir los huecos en el escalafón de catedráticos. Por ejemplo,josé María Albareda, miembro del Opus Dei y secretario general del CSIC, ganó en noviembre de 1940 la fácil oposición a la cátedra convocada para él en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid. La cátedra del miembro del Opus Dei, de Mineralogía y Zoología aplicadas a la Farmacia, resultaba disparatada ya que unía a dos mundos tan diferentes como minerales y animales, pero era una prueba más de lo que eran entonces capaces aquellos cruzados de la ciencia y obligó a su titular a explicar durante la mitad del curso escolar los minerales y en la otra mitad los animales. Albareda, el farmacéutico miembro del Opus Dei, que era hijo a su vez de farmacéutico, consiguió luego con métodos parecidos la cátedra de Geología Aplicada en la facultad de Ciencias y se convirtió en un gran especialista en edafología y todo lo relativo a la ciencia de los suelos en la España de Franco.
Los miembros del Opus Dei, que ocupaban desde la plataforma del CSIC una posición inmejorable cuando se iniciaron las primeras oposiciones de cátedra, pronto las convirtieron en operación política, hasta tal punto que para designar a los concursos de oposición se llegó a utilizar en los medios universitarios de la época el neologismo "opusiciones". Posteriormente, hacia 1950, tuvo lugar en Roma una escena en la embajada de España ante el Vaticano, cuando en presencia del entonces embajador Ruiz Jiménez, alguien dio a entender ante Escrivá que el Opus Dei iba al asalto de las cátedras universitarias utilizando toda especie de procedimientos, el fundador replicó agriamente y afirmó con énfasis que no veía cómo jóvenes bien dotados y consagrados a la Iglesia podían interesarse en ocupar puestos de profesores en oscuras universidades de provincias con riesgo de comprometer su salud eterna por un sueldo irrisorio.
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas fue también aprovechado por el Opus Dei como instrumento de contacto con la jerarquía de la Iglesia católica en España, en la búsqueda sobre todo de apoyos políticos y de conseguir favores del episcopado. La fracción más franquista de la jerarquía eclesiástica tomó directamente el Opus Dei bajo su protección y lo cubrió tanto política como canónicamente y también económicamente, hallando Escrivá en el episcopado franquista sólidos apoyos porque se desvivía para servirles y era siempre muy obsequioso con ellos. No obstante, un inquietante episodio le ocurrió en el verano de 1941 al grupo inicial de miembros del Opus Dei. El obispo de Madrid-Alcalá, Eijo Garay, que se había encargado personalmente de proteger a la Obra de Escrivá, se consideró con derechos suficientes sobre el grupo de militantes del Opus Dei y ni corto ni perezoso tomó la determinación de obligar a todos los miembros de la Obra que habían sido alféreces provisionales durante la guerra civil a alistarse "manu militari" en la División Azul. Con el envío de esta unidad militar del ejército de Franco como apoyo al ejército alemán en el frente ruso, cuarenta mil españoles y algunos de los miembros del Opus Dei iban a lucir el escudo con los colores de la bandera española sobre el uniforme del ejército nazi. Escrivá se encontraba fuera de Madrid dirigiendo una tanda de retiros espirituales y a su regreso le causó una impresión desagradable y molesta aquella injerencia del obispo "protector". El fundador del Opus Dei argumentaba enfadado que los miembros del Opus Dei eran muy pocos y se iban a exponer a unos riesgos que no tenían por qué correr. Finalmente no fueron enviados al frente ruso, porque la oficialidad fue escogida entre los militares de carrera y los alféreces provisionales no fueron admitidos como mando. Si querían ir a luchar voluntariamente debían alistarse como soldados rasos. Por supuesto que en el frente ruso no hubo ningún miembro militante de la Obra. El incidente podía significar un jocoso episodio más de la dictadura de Franco o el escenario de una bufonada, si se olvida que la División Azul fue una patética singladura fascista, cuyo número de bajas fue aproximadamente de doce mil heridos y cuatro mil muertos.
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