El principal problema es la soberbia colectiva

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Por Roberto, 18 de abril de 2006


Felicitaciones a Flanpan por su escrito del miércoles 12 de abril, donde destaca las serias incongruencias que existen entre la figura de la “prelatura personal”, tal como la prevé el Código de Derecho Canónico, y lo que, de hecho, es el Opus Dei.

Estoy de acuerdo en que la estructura que mejor se adaptaría a lo que el Opus Dei realmente es (y no a lo que le gustaría ser), es la de la “asociación de fieles” (en este caso, pública e internacional). Creo que esta forma institucional le ayudaría a resolver dos serios problemas jurídicos que enfrenta actualmente: primero, el de que los laicos no son claramente reconocidos como “miembros”, sino como meros “cooperadores orgánicos” de la prelatura (ver canon 296 CIC); segundo, la oscura formulación acerca de la naturaleza del vínculo entre la institución y sus miembros que resulta de la última versión del Catecismo del Opus Dei (ver artículo 1, inciso 11), dado que la clara afirmación de su carácter contractual sería clave para no dejar dudas acerca de la condición laical de sus miembros.

¿Cuál es el obstáculo para que se opte lisa y llanamente por la forma de la “asociación de fieles”? En el escrito de Flanpan se hace referencia al hecho de que, según el CIC, las asociaciones de fieles están más expuestas al control de los Obispos, algo que el Opus Dei quiere evitar. Tal vez este motivo sea importante, pero creo que hay una explicación más profunda del tema: nada más ni nada menos que …la soberbia. Sí, la soberbia, el más antiguo y sutil enemigo de los hombres, afecta también a las instituciones. El Opus Dei no está exento de este vicio. Casi me atrevería a decir que es su principal problema y la causa de tantos males para sus miembros.

La soberbia es definida por el Diccionario de la Real Academia Española como “altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros” o, en una segunda acepción, como “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias cualidades con menosprecio de los demás”. Quién ha vivido en el Opus Dei, conoce bien el profundo menosprecio (normalmente implícito) con el que se considera a las demás entidades católicas, así como la obsesión enfermiza por dar una buena imagen ante terceros, en especial, ante autoridades eclesiásticas. Creo que esto no tiene otra explicación que la de la vieja y conocida soberbia.

Me permito contar una anécdota en tal sentido. En una oportunidad, hace ya varios años, siendo aún miembro de la Obra, se me ocurrió participar en una reunión de estudiantes católicos de mi Facultad. Cuando llegó el momento de hacer una lista de los participantes, se escribió mi nombre, seguido de la mención “Opus Dei” (al mismo nivel que la “Acción Católica” y otras instituciones que también estaban “representadas”). Recuerdo bien el escalofrío que esto me produjo… el Opus Dei, ¡colocado a la par de esas “pobres” asociaciones, como si fuera un grupo más! Porque la formación (o mejor, la deformación) que se recibe en el Opus Dei, a pesar de toda la retórica de la “humildad colectiva”, lleva a que uno vea a la propia institución como algo radicalmente distinto (en el sentido de “superior”) a cualquier otra entidad católica; como si fuera algo único, algo querido directamente por Dios (como si las demás instituciones no pudieran haber sido inspiradas por Dios, o como si la inspiración que Dios hubiera previsto para ellas fuera “de segunda categoría”…). Esta mentalidad sectaria que se crea sutilmente en los miembros del Opus Dei es sin duda paradójica, porque resulta incompatible con la condición de “cristianos corrientes” a la que, teóricamente, están llamados. En fin, creo que es la soberbia la que hace percibir la figura de la “asociación de fieles” como demasiado poco para lo que es el Opus Dei. Este es, en mi opinión, el principal obstáculo para la adopción de una figura jurídica que responde mejor que cualquier otra a la realidad del Opus Dei.



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