El mundo secreto del Opus Dei/Los orígenes del Opus Dei
Los orígenes del Opus Dei
Una de las cosas más extrañas del Opus Dei es su falta de historia. Ha funcionado durante sesenta años y uno esperaría que algún miembro en alguna parte del mundo hubiese escrito un relato de su desarrollo, de cómo creció y se extendió, de quién ingresó, dónde y cuándo, de cuáles fueron los problemas y cómo se solventaron, de qué tensiones existían y cómo fueron resueltas, de cómo llegaron a emprenderse las distintas obras apostólicas y cómo se decidió su política, etc. El lugar apropiado para dicho tratamiento hubiera sido el volumen publicado en 1982 (Rodríguez, Pedro et al. (eds.). Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei en el 50 Aniversario de su Fundación, Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, 1982. La segunda edición de 1985 es la que aquí se utiliza) por la Universidad de Navarra para conmemorar, algo tardíamente, el cincuenta aniversario del Opus Dei, fundado en 1928. En él hay un apartado prometedora-mente titulado "Opus Dei, cincuenta años de existencia", pero consiste solamente en dos piezas: un texto inédito hasta entonces de Escrivá y una entrevista que no aporta información -al menos en lo que a la historia de la organización se refiere- con el nuevo presidente general de la asociación, monseñor Alvaro del Portillo. No es que algo de su historia no pueda ser desenterrado a partir de las muchas apologías del Opus que sus partidarios han publicado a través de los años, pero no se menciona directamente ningún estudio histórico en el ensayo bibliográfico de Lucas F. Mateo-Seco, escrito para el volumen del aniversario. (Lucas F. Mateo-Seco, "Obras de Mons. Escrivá de Balaguer y estudios sobre el Opus Dei", en Rodríguez et al. (eds.), ob. cit., págs. 469-572) Lo más extraordinario es la escasez de obras serias sobre cualquier aspecto del Opus, excepto en el de su recientemente adquirido estatuto jurídico como prelatura personal.
No obstante, de un acontecimiento en particular no hay escasez de relatos: del día y del modo en que Escrivá decidió fundar lo que con el tiempo se convirtió en el Opus Dei. Sucedió, dice Vázquez con una hipérbole comprensible en quien es un miembro devoto, "como semilla divina caída del cielo". (Vázquez, op. cit., pág. 15) La idea le vino a Escrivá cuando hacia un retiro en una casa a las afueras de Madrid, perteneciente a los padres paúles. Escrivá estaba rezando y, afirma Bernal, "vio" el Opus Dei. Al mismo tiempo oyó sonar las campanas de la cercana iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, que celebraba la fiesta patronal; el 2 de octubre es el día en que los católicos conmemoran la fiesta de los Angeles Custodios. (Bernal, op. cit., págs. 106-107. Bernal cita a Alvaro del Portillo, por eso pone "vio" entre comillas". (N. de la t.: En la edición española, pág. 111.).
Lo que sucedió realmente, no está del todo claro. Algunos miembros del Opus quieren creer que Escrivá de Balaguer tuvo una visión celestial, pero ni él mismo llega a afirmar tanto. De hecho, afirma muy poco. Es bastante evidente que, siendo un joven y ambicioso sacerdote en un país con demasiados curas a la sazón, buscaba algún papel particular en la vida. Y no hay nada malo en ello. Parece ser, por los diversos relatos de la fundación, que durante sus meditaciones comenzó a vislumbrar cuál podría ser su papel. Fue más tarde, aunque no mucho después, cuando la primera noción se hizo más clara y pudo dar los pasos para ponerlo en marcha. Eso fue todo lo que sucedió. Pero como el Opus tiene la propensión a maximizarlo todo, se puso una placa en la fachada del nuevo campanario de Nuestra Señora de los Angeles, y una de las antiguas campanas se llevó a Torreciudad en recuerdo del fundador. La inscripción latina, toscamente traducida, dice: "Mientras las campanas de la iglesia de Madrid de Nuestra Señora de los Angeles tocaban y alzaban sus voces en oración a los cielos, el 2 de octubre de 1928, Josemaría Escrivá de Balaguer recibió en la mente y en el cuerpo las semillas del Opus Dei." El Opus podría haber puesto más adecuadamente una placa en el edificio en el que el fundador recibió su primera inspiración, pero ya no está en pie.
¿Qué era exactamente lo que Escrivá había fundado? Apenas hay dudas sobre en qué se ha "convertido" el Opus Dei. Tiene una estructura legal precisa, objetivos bien definidos y métodos inequívocos para llevarlos a cabo. Pero sería inusual para el fundador de una organización religiosa dentro de la Iglesia católica prever exactamente y hasta el último detalle lo que quería que llegara a ser. Los franciscanos, por ejemplo, pasaron por muchos traumas durante décadas, si no durante siglos, de conflictos internos antes de establecer su estructura, y eso solamente a costa de dividir la orden. De modo que es razonable preguntarse si la visión original de Escrivá se ha realizado en la forma que ha tomado ahora.
No es que el problema sea así de simple. Escrivá vio que el Opus Dei se desarrollaba en la forma en que lo hacía, y lo alentó a continuar en su camino. El momento crucial pudo estar en el incidente que se explica más adelante (ver pág. 58), cuando volvió de Roma en 1946 con su inocencia o su ingenuidad quebrantada por la forma de actuar de la curia romana. Pudiera ser que su primera idea de lo que deseaba crear fuese algo completamente distinto.
Bernal, por ejemplo, describe al Opus Dei como "una 'organización desorganizada', plena de responsable espontaneidad". (Ibid., pág. 34. El entrecomillado es de Bernal. (N. de la t.: En la edición española, pág. 38.) Eso estaría muy lejos de la experiencia de algunos miembros recientes. Al morir el fundador, comenta Vladimir Felzmann:
"...reglas, normativas y restricciones crecieron. La vida se hizo aún más restrictiva... Para proteger y preservar su espíritu -para evitar lo que les sucedió a los franciscanos-, el fundador había dispuesto una codificación completa y meticulosa de la obra del Opus Dei y de las vidas de sus miembros. Pero, como nuestro Señor mismo descubrió, un espíritu encerrado en un código tiende a volverse muerto, esclavizante, farisaico". (Felzmann, op. cit., pág. 288).
Pero la "organización desorganizada" de Bernal está cercana a lo que [[Raimundo Pániker[[ recuerda de los primeros tiempos. Pániker era quizás el más distinguido teólogo académico del Opus. Nacido en Barcelona, de padre indio y de madre catalana, era ciudadano británico y, como tal, fue evacuado de Barcelona por un buque de guerra británico durante la Guerra Civil española (1936-1939). Fue a estudiar a Alema, pero volvió a Barcelona en 1940, donde se unió al pequeño grupo de seguidores de Escrivá, que llevaban a cabo actividades en la ciudad. Se ordenó sacerdote en 1946, uno del segund grupo de miembros del Opus que iban a ser ordenados. Dejó el Opus en 1965. Sus recuerdos de los primeros tiempos confirman la descripción de Bernal.
Dice Pániker que cuando llegó al Opus era casi un movimiento "contracultural". (Aunque he hablado con Raimundo Pannikar sobre el Opus en al menos tres ocasiones distintas, la mayor parte de la información utilizada en este libro procede de una larga entrevista el 2 de septiembre de 1984, que tuvo lugar entre el aeropuerto de Heathrow y Oxfond y que luego continuó hasta bien entrada la tarde en su alojamiento de Oxford). Gente como él se unió al Opus porque parecía ofrecer un modo de superar la "rutina del catolicismo". Simplemente querían tomarse en serio la religión, seguir el Evangelio en todas las exigencias que impone sobre quien quiere ser discípulo de Cristo. Hay una vieja tradición ascética en la Iglesia que compara al devoto con la "militia Christi", los soldados de Cristo, y ésa fue la expresión que utilizó Pániker para los primeros miembros del Opus. No había, aparte del mismo Escrivá, más que un grupo de laicos que intentaban poner el Evangelio en acción. No había una forma de vida especial, ni una huida del mundo. No debía haber nada que les distinguiera excepto, quizá, que, para ayudarse mutuamente, vivían juntos. Aquél, pues, era el ideal que Escrivá de Balaguer ofrecía a los que se hallaban bajo su ir fluencia.
Y la gente se sometía rápidamente a ella. En cuanto recibió el mensaje divino (Cfr. Vázquez, op. cit., pág. 117), se lanzó a buscar gente para su causa. Habló de sus ideas a amigos de sus días de estudiante en Logroño y Zaragoza. Buscó apoyo entre los sacerdotes que compartían la casa donde se alojaba en Madrid. Escribió cartas a gente de fuera de la capital de España. Preguntó a sus conocidos y a aquellos para quienes trabajaba como capellán, si conocían candidatos varones adecuados entre los jóvenes, y particularmente entre los estudiantes. Le dijo al padre Sánchez Ruiz, su director espiritual, que se daba cuenta con creciente claridad de que el Señor "quiere que me esconda y que desaparezca". No siguió el consejo del Señor. Estaba haciendo amistades influyentes tanto entre el clero como entre los seglares, estaba desarrollando el Opus a través de sus cartas, cultivando la aristocracia y haciendo sus primeros discípulos.
Hubo algunos que se unieron a él, pero no se quedaron. Otros, como Isidoro Zorzano Ledesma, que había estudiado con él en Logroño y a quien se encontró por casualidad en Madrid (ver más adelante, pág. 42), murió joven. Unos amigos de la Facultad de Medicina de Madrid le presentaron a Juan Jiménez Vargas, estudiante de dicha Facultad. Encontró a otros por medio del confesionario o a través de las Damas Apostólicas, de quienes era capellán. Se unieron a Escrivá en un momento crucial de la Historia de España, tímidamente, en palabras de Pániker, un "movimiento contracultural".
Desde 1981, los profesores de las Universidades españolas podían mantener y enseñar doctrinas distintas, e incluso opuestas, a las de la fe católica. (El párrafo que sigue ha sido tomado de mi articulo "Being Fair to Opus Dei", "The Month", agosto de 1971, y se reproduce aquí con permiso del director). Las consecuencias de esta libertad de expresión se impusieron despacio, pero por los años veinte muchos catedráticos, incluso aquellos con mayor influencia entre los estudiantes universitarios, propagaban una doctrina que estaba en desacuerdo con la enseñanza católica aceptada. En un país como España, en el que la relación entre la Iglesia y el Estado había sido tan estrecha, y la forma tradicional de vida del pueblo había estado tan impregnada de catolicismo, esta tendencia en el mundo universitario podía ser considerada como una amenaza no sólo a la ortodoxia religiosa, sino también a la misma base de la Hispanidad. Además de ser un sacerdote católico, Escrivá de Balaguer era un patriota. La máxima 525 de Camino comienza así: "Ser 'católico' es amar a la patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor."
No era sólo la enseñanza en las Universidades, y especialmente en la de Madrid, la que se iba secularizando cada vez más, sino también otras instituciones educativas fomentaba esta tendencia. La Institución Libre de Enseñanza fue fundada en 1876 por un hombre que había dejado la Iglesia porque ésta condenó el liberalismo en el "Sillabus", un documento en que ésta enumeraba las mayores aberraciones -a los ojos del Papa- de los tiempos modernos, publicado por Pío IX en 1864. Aunque no era específicamente anticatólica en su objetivo, la Institución Libre de Enseñanza era vista como tal por muchos españoles. Un sacerdote que escribía en 1906 para la publicación de la Compañía de Jesús más prestigiosa de la época, "Razón y Fe", la describía como "el enemigo mortal de la enseñanza católica". No era una organización controlada por el Estado pero, no obstante, tuvo un profundo impacto sobre el sistema educativo español. Estableció residencias estudiantiles en las Universidades, en la línea de las Universidades de Oxford y Cambridge, y las plazas en ellas eran muy buscadas. Más importante, quizá, fue la influencia que ejerció sobre la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones científicas, fundada en 1907 para establecer institutos de investigación en toda España, y por medio de esto elevar el nivel general de educación en todo el país.
La libertad de expresión de que gozaban los profesores y los nuevos institutos favoreció la expansión del agnosticismo entre los jóvenes intelectuales españoles. Escrivá tenía buenas razones para ser consciente de los peligros y las posibilidad inherentes a la educación. "Libros: -escribió en la máxima 339- no los compres sin aconsejarte de personas cristianas, doctas y discretas. Podrías comprar una cosa inútil o perjudicial. ¡Cuántas veces creen llevar debajo del brazo un libro... y llevan una carga de basura!"
La oposición a la expansión del agnosticismo había comenzado mucho antes de que Escrivá de Balaguer llegase a Madrid. En 1909 un sacerdote jesuita fundó la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, una prolongación en la vida de los negocios y profesional de las sociedades devotas llamadas congregaciones marianas. Las congregaciones marianas eran, y son todavía, aunque en muchos lugares han cambiado de nombre, organizaciones bajo la dirección religiosa de la Compañía de Jesús, que combinan una forma modesta de práctica ascética con obras de caridad. Aunque eran típicas en los colegios de jesuitas, las congregaciones se encontraban también en las parroquias dirigidas por ellos, o vinculadas a residencias suyas de otras clases. Podían ser vistas como un intento de adaptar la espiritualidad ignaciana a la forma de vida de los laicos. Bajo la dirección de la Compañía de Jesús, el objetivo de la Asociación Católica era doble: mejorar las condiciones sociales de los pobres en España, sin trastornar los valores tradicionales, y la forma de vida del pueblo. Era una organización elitista, que extraía sus adeptos de entre los hombres de alto nivel social y educativo. Su método, como el movimiento de las células comunistas de una generación posterior, era trabajar en pequeños grupos y hacerlo discretamente en la medida de lo posible. Esta organización no podía dejar de ser bien conocida por Escrivá. Efectivamente, en 1911, la Asociación compraba "El Debate", un periódico que iba a convertirse en uno de los más influyentes del país. En 1923 "El Debate" saludó la llegada al poder del dictador Primo de Rivera con la esperanza de que pudiera ser capaz de sostener el orden social, que se desmoronaba. Seis años más tarde apoyó al ministro de Educación de Primo de Rivera, en un intento de dar a dos colegios de dirección privada, uno jesuita y el otro agustino, el derecho a conceder licenciaturas en ciertas facultades.
Este intento de interferencia en el monopolio educativo del Estado originó una protesta tan fuerte, que el plan tuvo que ser abandonado (No se reavivó hasta el reconocimiento de la Universidad de Navarra en Pamplona, patrocinada por el Opus Dei. Ver más adelante, pág. 72).
Escrivá tuvo que conocer la Asociación. Después de la Guerra Civil española, trabajó en la Escuela de Periodismo, vinculada a "El Debate", aunque sus clases eran sobre ética y metafísica más que sobre las técnicas de la profesión periodística. Pero no hubiese necesitado ese contacto tan cercarno, ni siquiera el contacto con sus directores espirituales jesuitas, para conocer la obra de la Compañía de Jesús en Espana. "La deuda que tiene el Opus Dei con la Compañía de Jesús es inmensa -dice Carandell-; tanto, que uno podría decir que, si la Compañía no hubiese existido, el nacimiento del Opus hubiera sido imposible".
Que la visión del Opus de Escrivá pueda deber algo a alguien, no es un tema del que traten las biografías aprobadas del fundador. El libro de Vázquez, por ejemplo, tiene tres referencias a don Pedro Poveda. La primera menciona simplemente la entrevista de Escrivá con don Pedro el 4 de febrero de 1931 -la fecha era, evidentemente, importante como para ser anotada-, con la esperanza de obtener alguna clase de beneficio eclesiástico. Escrivá rechazó lo que se le ofrecía, según Vázquez, porque no le daba derecho de incardinaciónn. "La sorpresa de don Pedro (ante el rechazo de Escrivá) fue superlativa", apunta Vázquez. La segunda referencia habla de la amistosa relación entre los dos hombres. La tercera es simplemente para decir que Poveda murió asesinado en Madrid en julio de 1936, en el estallido de la Guerra Civil.
El segundo pasaje es incomprensible. Los dos hombres se encontraron: Poveda ofreció una promoción que Escrivá no aceptó. Después, en lo que se refiere a la biografía, los dos hombres se separan. Sólo que no evidentemente. En apariencia eran buenos amigos, aunque Vázquez no se extiende en ello y Bernal no lo menciona siquiera. Pudiera ser que Poveda jugase un mayor papel en la vida de Escrivá que el que se le atribuye. Era el fundador de una congregación seglar llamada las Teresianas. Era muy conocida y su estructura es similar a la del Opus. Mientras siga siendo parte de la mitología del Opus que la idea de su formación se debe al Todopoderoso, dada directamente a Escrivá de Balaguer aquel 2 de octubre de 1928, no hay lugar para sugerencia alguna de que la idea pudiera haber llegado de otra parte, quizá de la Compañía de Jesús o de don Pedro Poveda. Había una serie de instituciones similares al Opus que, aunque no obtuvieron la aprobación papal antes de la fundación de Escrivá, ciertamente existían antes que ésta. (Para ésta y posteriores referencias, ver Giancarlo Rocca, L'"Opus Dei": Apunti e Documenti per una Storia. Roma, Edizioni Paoline, 1985, págs. 44-45).
Escrivá escogió inaugurar su nueva sociedad exactamente cuando terminó la Dictadura de Primo de Rivera. El 12 de abril de 1931 hubo elecciones en España. Dos días más tarde, el rey Alfonso XIII abdicó y marchó al exilio. Y ese mismo día se proclamaba la República. El socialismo agnóstico había triunfado sobre la alianza tradicional de la Corona y la Iglesia. Un mes más tarde llegaron las primeras quemas de conventos e iglesias. Menos de un año después, la Compañía de Jesús fue expulsada del país. Los crucifijos tuvieron que ser retirados de las escuelas y la educación fue completamente secularizada. El Estado se apropió de las posesiones eclesiásticas, se permitió el divorcio, y el Concordato, que regulaba las relaciones entre el Vaticano y el Gobierno español, fue revocado. Cuando enseñaba en el "Instituto Amado" de Zaragoza, Escrivá había demostrado un especial interés en las relaciones Iglesia-Estado y en los problemas de la propiedad eclesiástica. (Ver Vázquez, op. cit., pág. 101, y anteriormente, pág. 25).
Sólo después de surgir estas disputas entre el Gobierno español y la Iglesia comenzó el Opus Dei a progresar como movimiento: puede, por tanto, ser visto como una forma de respuesta a la básica "privatización" del catolicismo impuesta por el nuevo régimen anticlerical.
Después de renunciar a sus deberes con las Damas Apostólicas en 1931, Escrivá se quedó sin ningún trabajo apostólico fijo, una situación inusual para un cura joven y sin duda devoto. Sin embargo, dos meses después de haber renunciado a hacerse cargo de una capilla, se encargó de otra; esta vez en un convento de clausura de monjas agustinas. Santa Isabel era un Patronato Real, aunque parece ser que a Escrivá de Balaguer no se le pagaba por su trabajo, al menos al principio. Finalmente fue nombrado rector del Patronato, pero solamente a finales de 1934. Para aquel nuevo cargo tuvo que solicitar permiso de su propio obispo en Zaragoza. Se lo concedió. No se recoge si el obispo se paró a preguntarse qué le había sucedido a la tesis para la que se le habían concedido dos años de permiso fuera de la diócesis para terminarla.
Para entonces su familia, sin duda desesperada de su torno de Madrid, decidió trasladarse a la capital de España. Desde finales de 1932 Escrivá de Balaguer vivió con su madre (quien parece que tomó aún más interés en encontrar un beneficio adecuado para su hijo que él mismo), su hermano y su única hermana sobreviviente en un piso en el número 4 de Martínez Campos. Un año más tarde, con su situación económica presumiblemente mejorada, alquiló un piso en el 33 de Luchana, que sirviera como lugar de encuentro para el grupo que estaba comenzando a reunir a su alrededor.
Una de las primeras formas de la nueva cruzada personal de Escrivá fue con miembros del clero de Madrid, a los que daba consejo espiritual cada lunes por la noche enseñándoles, dice Vázquez, "la 'alteza' de la dignidad sacerdotal, y cómo el honor de un sacerdote es mucho más delicado que el honor de una mujer". (Vázquez, op. cit., págs. 138-139). También trabajaba con un grupo de hombres jóvenes y de muchachos, que se reunían para merendar y charlar en el piso de su madre. Hablaban mientras doña Dolores, Carmen y, aparentemente con alguna protesta, el hermano de Escrivá, Santiago, proveían de comida y bebida y servían habitualmente a la reunión. El número y la frecuencia de las reuniones aumentaron. Escrivá decidió darles un enfoque más formal. En una habitación de un reformatorio que le alquilaron unas monjas que cuidaban de los delincuentes, comenzó a dar guía espiritual, en primer lugar, a tres estudiantes de Medicina, pero también este grupo comenzó a ampliarse.
Escrivá concibió entonces la idea de una academia. Para ella acuñó la consigna "Dios y Audacia", que a su vez se convirtió en "Academia D y A", interpretada como Academia Derecho y Arquitectura. Ocupó un local diminuto en la calle Luchana, que pronto resultó ser demasiado pequeño. Además, como academia y nada más, carecía de la ayuda de madre y de su hermana. En consecuencia, Escrivá persuadió a su madre a que invirtiera la herencia que había recibid la muerte de un pariente en la compra de una propiedad en Madrid, en la calle Ferraz. Esta era lo suficientemente grande como para formar una residencia y una Academia de Derecho y Arquitectura.
Era la primera de las muchas residencias fundadas por Escrivá y su organización, y establecía un modelo, tanto en cuanto al estilo de alojamiento como a la forma de instrucción religiosa que allí se daba. Se levantó un oratorio y se puso un refectorio. Habla una sala en la que los residentes podían encontrarse para hablar. Había, naturalmente, un cuarto de baño. A pesar de la constante limpieza, sus paredes estaban manchadas de sangre, de las flagelaciones que Escrivá se infligía. Utilizaba una "disciplina", una especie de azote de nueve ramales al que había atado trozos de metal y pedazos de cuchillas de afeitar. (No se dice si otros residentes se unían, aunque esta práctica penitencial llegó a ser de uso habitual en el Opus.) La disciplina y la cadena con púas que se ataba al brazo, Escrivá de Balaguer las guardaba en la "habitación del Padre". Allí, bajo una representación de la historia evangélica de la pesca milagrosa, se fomentaba la conversación confidencial y se impartía gula espiritual.
Escrivá intentaba restablecer en la residencia la intimidad de la vida familiar. Él presidía como padre. Doña Dolores llegó a ser conocida como la abuela, Carmen como la tía. Otros llegaron de visita y fueron ganados a la vida que encontraron en la "Academia D y A": Alvaro del Portillo, el actual superior o "prelado" del Opus, fue uno de ellos.
Fue durante este tiempo cuando Escrivá de Balaguer compuso lo que primero llamó sus "Consideraciones Espirituales", una colección de máximas espirituales que finalmente se convirtieron en "Camino". (Un humorista catalán, a principio de los años setenta, publicó "Autopista".) El librito de Escrivá es aclamado por sus seguidores como "una obra clásica de literatura espiritual", (Lucas F. Mateo-Seco, "Estudios de Mons. Escrivá y Estudios en Rodríguez et al., op. cit., pág. 470), aunque ésta es una descripción de las últimas ediciones. Escrivá de Balaguer no estaba satisfecho con la primera versión, publicada en Cuenca en 1934. Estando en Burgos en 1939, reunió sus notas para una posterior edición, que publicó en septiembre de 1939. El libro, con su nuevo y permanente título, se publicó en Valencia porque, según Vázquez, ése fue el único sitio donde pudo encontrar papel. Pero todo esto es adelantarnos un poco. Entre la primera y la segunda edición de este librito, la vida de Escrivá iba a dar un giro completo.
En mayo de 1935 Escrivá llevó a sus residente de la academia DYA" en peregrinación a un santuario mariano en Avila. Mayo es el mes en el que los católicos ensalzan especialmente a María y las peregrinaciones a santuarios marianos en mayo han seguido siendo una característica de la vida del Opus, en consciente imitación, pudiera parecer, del primer viaje de Escrivá con sus discípulos a través del campo castellano.
A pesar de las dificultades con las que se enfrentaba la Iglesia en España a principios de los años treinta, el proyecto de Escrivá parece haber sido un gran éxito. Debido al número creciente de la residencia, la academia tuvo que encontrar otro alojamiento cercano. Se habló de adquirir más propiedades en Madrid, y dos de los discípulos del padre fueron enviados a Valencia para abrir una residencia en aquella ciudad. Eso era en 1936; la Guerra Civil no destruyó enteramente lo que tan laboriosamente había sido construido, y algunos de los primeros seguidores permanecieron fieles todo el tiempo. A pesar de los problemas que originó la batalla por el alma de España, se abrió una casa en Valencia, si bien los planes para una residencia en París tuvieron que ser pospuestos. Hasta después de la guerra no comenzó la fase definitiva del desarrollo del Opus.
¿Qué existía hasta aquel momento? Estaba la academia "D y A", aunque como institución educativa parece haber ido perdiendo el interés de Escrivá, y la residencia anexa, a la que dedicaba bastante más atención. Había un grupo de simpatizantes y un grupo bastante más pequeño que podría haberse denominado "de miembros" si hubiera existido organización de alguna clase, pero en aquel momento no lo había. Había un nombre, Opus Dei, "la obra de Dios", o más comúnmente, simplemente "la Obra", aunque pudo en principio haber sido pensado como un título adecuado hasta que apareciese algo más específico. (Es de notar, sin embargo, que mientras algunas órdenes religiosas, como los Fraile Menores y la Orden de Predicadores, han sido conocidas más familiarmente por los nombres de sus fundadores, franciscanos y dominicos, respectivamente, no parece haber habido ninguna sugerencia de que los miembros del Opus Dei se llamaran "escrivistas" o "balaguerianos".) Y aunque no tenían ninguna forma específica de dirección espiritual más que la que proporcionaba "el Padre", desde 1934 los miembros del Opus tenían a su disposición los pensamientos de su Padre en sus "Consideraciones Espirituales", publicado ese año en Cuenca. Y también tenían, como se acaba de ver, un modelo de vida basado en el "hogar", el modelo de un hogar familiar, que Escrivá había desarrollado con la ayuda de su madre y de su hermana en la residencia de la calle Ferraz, aunque el papel de su familia más cercana parece haber sido exagerado en la mitología del Opus de los primeros años. (Ver el primer capítulo de La otra cara del Opus Dei, de María Angustias Moreno (Barcelona, editorial Planeta, 1978), para un relato de los primeros años por un antiguo miembro, en el que afirma que el papel de la familia de Escrivá ha sido muy exagerado).
Esta es una de sus caras: la rama masculina del Opus. En 1936 la rama femenina también existía. No es sorprendente, dado el temperamento machista de los españoles, que Escrivá compartía, que su inspiración inicial fuese comenzar una organización que ofreciera pupilaje a los hombres jóvenes. Fueron los primeros objetivos de su celo y, como veremos, siguieron siendo los objetivos principales para sus discípulos. A pesar de la devota ayuda de su madre y de su hermana, las mujeres al principio no fueron consideradas como candidatas aptas para su nueva organización y, de hecho, ni doña Dolores ni la señorita Carmen pertenecieron nunca formalmente a la fundación de Escrivá.
Todo cambió, sin embargo, un día de 1930, significativamente el 14 de febrero, la fiesta de san Valentín. Escrivá de Balaguer estaba diciendo misa en el oratorio privado de la marquesa de Onteiro, la noble mujer de ochenta años cuya hija había fundado las Damas Apostólicas. Después de la comunión, "Dios le hizo ver" que debía haber una sección de mujeres en el Opus Dei. Si las mujeres han alcanzado alguna vez el mismo estatus en el Opus que sus oponentes masculino, es muy dudoso, y es una cuestión que será debatida más adelante. Pero dejando aparte a sus parientes femeninos, que le suministraron fondos, muebles y ayuda doméstica para la residencia que comenzó en Madrid, las mujeres siempre han prestado un servicio leal y resignado.
En aquel momento, antes de la Guerra Civil española, ¿qué era aquello a lo que estos cuantos hombres y mujeres pertenecían? No había aún estructura legal ni "personalidad jurídica". Hasta donde sabemos, no había un modo de vida específico, ni, con toda seguridad, en los primeros tiempos, de máximas espirituales como Camino para guiarles. Era, como se dice a menudo, algo fuera de lo corriente, una organización "seglar" distinta de una clerical. La Iglesia católica distingue entre "laico" o "seglar" y "clerical". Se es una o la otra, y las únicas personas que están comprendidas en la categoría de clérigos son los sacerdotes u hombres que hayan progresado considerablemente en su preparación para el sacerdocio. La mayoría de las personas en órdenes religiosas en el mundo son monjas, mujeres. La mayoría de la gente en órdenes religiosas es, por tanto, laica. Incluso muchas órdenes masculinas tienen un gran número de laicos entre sus miembros.
Pero está perfectamente claro que esos hombres o mujeres que pertenecen a órdenes religiosas no son "laicos" en el sentido legal y técnico de dicha palabra, porque han abrazado de una u otra forma, los tres votos tradicionales prometiendo con mayor o menor grado de solemnidad, observar pobreza, castidad y obediencia a sus superiores religiosos para el resto de sus vidas. Algunas consecuencias legales, dentro del texto de la ley canónica, provienen del grado de solemnidad con el que se hacen los votos, dependiendo las mayores diferencias de si los votos han sido hechos en público o en privado. Los miembros de las órdenes religiosas hacen votos públicos, o solemnes; los miembros de las congregaciones religiosas no hacen votos solemnes. La distinción es técnica y en su mayor parte poco significativa. Incluso dentro de la iglesia católica pocos son conscientes de ello.
Sugerir que el Opus Dei se vio incluido en cualquiera de las dos categorías, tanto en la de orden religiosa como en la de congregación, es pecar gravemente contra su propia imagen. Existe la evidencia, sin embargo, dada por el mismo Opus en el caso de Isidoro Zorzano Ledesma, de que el Opus fue dirigido hacia un estatuto de congregación (un estatuto bastante menos formal que el de una orden religiosa), al menos desde sus primeros años.
Desde luego, en la mitología del Opus se quiere que haya algo fuera de lo corriente sobre Zorzano. Había estudiado con Escrivá en Logroño, y luego se trasladó a la otra punta del país para convertirse en ingeniero de ferrocarriles en Málaga. Sin embargo, él y Escrivá se encontraron por casualidad en una calle de Madrid por la que, Vázquez tiene buen cuidado en apuntarlo, Escrivá no acostumbraba a pasar. Incluso la fecha de este encuentro ha sido cuidadosamente anotada, por tan trascendental se la tuvo: el 24 de agosto de 1930. Es bastante extraño que Bernal y Vázquez relaten este acontecimiento en palabras muy similares, casi como si hubiese una "tradición oral" con la que ambos estuviesen en deuda. El de Bernal es un texto bastante anterior, pero críticos textuales tendrían pocas dificultades en demostrar que Vázquez no dependía de él. Zorzano era muy intimo de Escrivá; eran, por supuesto, coetáneos, y estaba muy comprometido en la primera empresa del Opus en Madrid, el establecimiento de la "Academia DYA". Murió en ju]io de 1943, antes de que el Opus fuese formalmente aprobado por la Santa Sede.
Durante un tiempo, Zorzano fue activamente promovido como candidato a la canonización, aunque su causa ha sido silenciosamente abandonada para preparar el camino para la de Escrivá; esto sucedía mucho antes de la muerte de Escrivá, y presumiblemente a petición suya. En 1964 una biografía del "Ingeniero de Dios", como se tituló otro relato de su vida, fue preparada para la Sagrada Congregación de Ritos de Roma, como entonces se conocía el organismo oficial de la curia papal responsable de la proclamación de nuevos santos. Esta biografía romana afirma que Zorzano se entregó totalmente al ejercicio de los ideales evangélicos: pobreza, castidad y obediencia. (Citado en Roca, op. cit., pág. 20).
Esos ideales, puestos en forma de votos, son, desde luego, la base vital en una orden o congregación religiosa. Escrivá de Balaguer probablemente no tenía en aquel momento ninguna idea clara de qué forma iba a tomar su organización. Había, como se ha visto, una serie de modelos que él conocía, pero parece claro que él asumió que su organización se basaría en los tres votos tradicionales que, en la forma en que la mayoría de gente utiliza el término, la hubieran apartado del reino de los institutos "laicos".
Cualesquiera que fueran las esperanzas de Escrivá para su institución, apenas había empezado a consolidar sus primeras empresas cuando la Guerra Civil española supuso un alto. Fuera de Madrid sólo estaba Valencia, quizá formalmente no era una filial del Opus, sino la residencia de Pedro Casciaro, uno de los primeros seguidores de Escrivá y un miembro devoto. Ciertamente Valencia fue la primera ciudad, fuera de Madrid, escogida por Escrivá después de la guerra para establecer una casa para su grupo. Luego vino Valladolid.
El 19 de julio de 1936, el cuartel de la Montaña de Madrid fue atacado y tomado por las milicias republicanas. A la mañana siguiente Escrivá, que había pasado la noche en una residencia del Opus Dei, tuvo que abandonar su sotana y ponerse un mono de trabajo para volver al piso de su madre, que ya no estaba en Martínez Campos, sino en una calle llamada Rey Francisco. Se escondió allí; era peligroso aparecer como clérigo en la España republicana donde, durante el transcurso de la guerra, se ha calculado que más de cuatro mil sacerdotes pertenecientes a diversas diócesis y aproximadamente dos mil cuatrocientos pertenecientes a órdenes religiosas encontraron la muerte violentamente (Las cifras son dadas por Bernal, op. cit., pág. 232. (N. de la t.: En la edición española, pág. 244.) Ver también Frances Lannon, "Prjvilege, Persecution and Propheey, págs. 201-202. Las fuerzas de Franco, por su parte, ejecutaron a catorce sacerdotes vascos).
Escrivá llevaba en el piso de su madre algo más de quince días cuando oyó el rumor de que el edificio iba a ser registrado. Huyó a casa de un amigo. Según Vázquez, en el mismo momento que bajaba la escalera de servicio, la milicia entraba en el edificio. Disimuló la tonsura o coronilla, el circulo afeitado en la parte posterior de la cabeza que se exigía a los sacerdotes y que Escrivá llevaba bastante más grande de lo que era habitual. Para esconder más su sacerdocio, llevaba un anillo de casado, se cortó el cabello y se dejó crecer el bigote.
Durante el mes de septiembre se alojó en casa de una familia que gozaba de cierto grado de inmunidad porque era argentina. Pasó algún tiempo en Madrid yendo de un lado para otro. Le ofrecieron un piso, vacío, ocupado sólo por una criada que habían dejado allí para cuidarlo. Preguntó su edad: tenía veintitrés años. Declinó la oferta. Se refugió en un hospital psiquiátrico simulando ser un enfermo mental. Desde marzo hasta agosto de 1937 se alojó sin peligro en la residen del cónsul de Honduras. Con el tiempo se le facilitó documentación que le acreditaba como empleado de la Legación, para que pudiera moverse más libremente. Incluso pudo alquilar un piso para el que, arriesgándose a ser arrestado, salió a comprar una estatua de la Virgen María. Adquirió una por la que, dice Vázquez, llegó a sentir un gran afecto porque le recordaba a su madre.
Pero la situación en la ciudad no mejoraba y él, como otros sacerdotes, estaba constantemente en peligro de ser arrestado. Decidió dejar a su familia en Madrid. En octubre de 1937 llegó a Valencia. Desde allí viajó en un tren nocturno a Barcelona y, después de un desesperante retraso, se dirigió en autobús hacia la frontera del Norte. Cuando el autobús no pudo seguir, él y sus compañeros caminaron a pie, escondiéndose de las patrullas republicanas y de los guardias fronterizos. Una noche acamparon en un bosque llamado Rialp; el nombre fue posteriormente adoptado por una editorial del Opus Dei. Habían salido en autobús el 19 de noviembre. Cuando, de noche, el grupo finalmente alcanzó el Principado de Andorra, era el 2 de diciembre.
Sus problemas no se habían terminado del todo. Después de unos cuantos días en Andorra, se dirigió a Francia en camión. Sin embargo, la carretera estaba cortada por las riadas invernales, y los últimos kilómetros los tuvo que hacer a pie. Fue un viaje duro, incómodo y extremadamente peligroso. Para el remilgado Escrivá de Balaguer representó sufrimientos quizá tan agudos como los que podía haber tenido que sufrir como sacerdote escondiéndose en la España republicana. El viaje ha pasado a formar parte del folklóre del Opus Dei.
Escrivá, por supuesto, había huido de las milicias socias y comunistas del Gobierno republicano, no de España. Una vez en Francia hizo los preparativos para volver al lado nacionalista. Visitó el santuario de la Virgen de Lourdes y luego dirigió a través de la frontera de Irún y la ciudad de Pamplona, al Cuartel General de Franco en Burgos. En 1939 estaba con la primera columna de tropas franquistas que encontraron en Madrid. Se encontró con que la propiedad que había comprado para el Opus Dei estaba en ruinas. Aunque, como veremos, algunos de los que habían estado con él antes de la guerra Civil permanecían leales, tuvo que volver a empezar la tarea de construir el Opus.
Esta vez el éxito fue mayor que entre los años 1928 y 1936. La rápida expansión del Opus después de la guerra es fácil de explicar. En Burgos, al comienzo de 1938, había compartido habitación en el "Hotel Sabadell" con Pedro Casciaro, José María Albareda Herrera y Francisco Botella. Está claro que por aquel entonces Escrivá de Balaguer había resuelto que el establecimiento del Opus Dei sería la obra de su vida. Durante su estancia en Burgos visitó a obispos dentro de la zona nacional, hablándoles de su organización. Se estaba dando a conocer y, algo más importante, empezaba a ser influyente. Tres cosas fueron significativas en particular: primero, la ideología del "nacionalcatolicismo"; segundo, las necesidades educativas del nuevo Gobierno, y tercero, la amistad entre el miembro del Opus José María Albareda Herrera y José Ibáñez Martín, el ministro de Educación de Franco desde 1939 hasta 1951.
Aunque el nacionalcatolicismo se asocia en particular a los años de la posguerra, tenía en su base una larga historia. (Para el nacional-catolicismo, ver de Frances Lannon: "Modemn Spain: The Project of a National Catholicism, en Stewart Mews (ed.), "Religion and National identity", Studies in Church History, vol. 18. Publicado por la Ecclesiastical History Society por Brasil Blacwell, Oxford, 1982, págs. 567-590, y el mismo autor de Privilege, Persecution and Prophecy: The Catholic Church in Spain, 1875-1975, Clarendon Press, 1987, especialmente las págs. 220-221). Su doctrina fundamental era la identificación de ser español con ser católico. El amor al país debía estar asociado con un rechazo de toda heterodoxia, protestante o judía, liberal o socialista. La fe religiosa y la identidad política eran una: formaban un todo, de ahí el nombre obvio para esta clase de postura político-religiosa, "integrismo" que, por supuesto, no se limitaba a España, y cuyos defensores eran los "integristas". El Papa Pío XII envió un telegrama a Franco felicitándole por su victoria "católica". El nacionalcatolicismo era una doctrina intencionadamente conservadora y muy extendida entre los católicos españoles después de los años de Gobierno anticatólico.
Escrivá de Balaguer no fue la excepción al entusiasmo general por esta ideología católica conservadora. Al contrario, está claro en Camino que la abrazó sinceramente. La máxima 905 recomienda fervor patriótico, y lo compara seguidamente con el fervor por Cristo. En efecto, la introducción a la primera edición aparece recomendando el libro como un medio de salvar el alma, no del cristiano piadoso, sino de España: "Si estas máximas cambian tu propia vida, serás un perfecto imitador de Jesucristo, y un caballero sin mancha. Y con Cristos como tú, España volverá a la antigua grandeza de sus santos, de sus sabios y de sus héroes."
El victorioso general Franco había dirigido su rebelión (él la llamaba "Cruzada", una palabra que Escrivá utilizó en Camino contra el Gobierno republicano en un intento de volver a los valores cristianos, supuestamente adoptados por los protagonistas del nacionalcatolicjsmo. Tuvo que reconstruir la cultura tradicional del pueblo a través de la reforma educativa. Los estudios religiosos se hicieron obligatorios, incluso para todos los estudiantes universitarios. Se hicieron colegios universitarios en los que la estricta disciplina iba a estar bajo el control de miembros de órdenes religiosas. Estableció el consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) para mejorar los niveles de educación de España, no sólo por medio de la provisión de residencias, tesorerías, bolsas de viaje, etc.
Esta vez, sin embargo, no se permitió que la promoción de la investigación científica se opusiera al ideal de "Hispanidad". El preámbulo al decreto estableciendo el CSIC hablaba de restaurar "la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo xvIII". A cargo de todo el CSIC, otro ministro de Educación de 1939 a 1951, estaba José Ibáñez Martín.
Ibáñez Martín no era miembro del Opus, pero durante el transcurso de la Guerra Civil había pasado algún tiempo como refugiado político en la Embajada de Chile en Madrid. Allí conoció a José Maria Albareda Herrera. Los dos se hicieron buenos amigos y Albareda, que era miembro del Opus, fue nombrado vicepresidente del CSIC y encargado de coordinar sus actividades. Efectivamente, lo dirigió hasta 1966 y utilizó Instituto de investigación para promover a miembros del Opus, aunque es cierto que muy capaces. Raimundo Pániker, por ejemplo, se convirtió en director de la publicación enseña del CSIC, "Arbor".
La Guerra Civil había dejado un buen número de cátedras vacantes en las Universidades españolas, que el Gobierno estaba deseoso de cubrir con candidatos ideológicamente fiables. En España los profesores son elegidos por medio de una especie de examen, llamado oposición, ante un tribunal formado por varios miembros del personal universitario. Ibáñez Martín pudo controlar las oposiciones y cerciorarse de que nombraban candidatos cuya lealtad a la Iglesia y al Estado -en la práctica, las dos cosas eran más o menos sinónimas- estuviese asegurada. No es sorprendente, por lo tanto, que escogiesen a miembros del Opus para las cátedras en número creciente. Eran hombres competentes y de confianza, y conocidos como tales por el ministro de Educación. Hay que subrayar una vez más que el nivel intelectual que el Opus Dei exige a sus miembros más comprometidos es muy alto y ya de por sí recomendarían candidatos del Opus para dichos puestos.
En 1939, sin embargo, la constante infiltración del Opus Dei en el sistema universitario español quedaba en el futuro. Una preocupación más inmediata de Escrivá, después de haber conseguido publicar con éxito Camino, fue el establecer nuevos centros y reclutar más miembros.
En Madrid, la residencia originaria de la "D y A" en la calle Ferraz había sido destruida. Encontraron entonces alojamiento en algunos pisos de la calle Jenner, dos en el cuarto piso y uno, para servicios comunes como el comedor, en el segundo. A finales de 1940, Escrivá adquirió un pequeño hotel en calle Diego de León, que, un año más tarde, abrió como residencia para una veintena de nuevos estudiantes. Él mismo vivía allí.
En 1939 también se abrieron centros del Opus en Valencia, Valladolid y Barcelona, en un pequeño piso de la calle Balmes. Barcelona, desde luego, se había opuesto enconadamente a Franco durante la Guerra Civil. Las autoridades de la ciudad sentían todavía que estaban en el filo de la navaja; el grupo del Opus cayó rápidamente bajo sospecha, quizá denunciado por miembros de las congregaciones marianas regidas por jesuítas. Según Vázquez, fue en Barcelona donde Camino fue "condenado a las llamas", donde hubo sermones públicos contra los herejes y un convento de monjas oró por la conversión de Escrivá, a pesar del apoyo dado al pequeño grupo, aproximadamente una docena, por el abad auxiliar de Montserrat, el gran monasterio benedictino, santuario de la Virgen que era, y es, el centro del nacionalismo catalán y de la devoción católica.
También había oposición en Madrid. En la descripción de Vazquez, esta oposición era "directa y organizable", aunque no dice por quién. Rocca, sin embargo, sugiere que los oponentes del Opus eran de nuevo las congregaciones marianas, organizaciones laicas activistas regidas por los jesuítas, que podían haber tomado a mal que hubiera una nueva corporación invadiendo un territorio que le era propio por tradición, pero que también podía haber resultado sospechoso por el "secreto" o la "reserva" que el Opus Dei había adoptado. Ciertamente, por esas fechas, Escrivá ya no parece tener contacto con su confesor, el jesuita Sánchez Ruiz.
La acusación contra el Opus era muy específica: se decía que era una secta judía vinculada a los masones. Con las consecuencias de la guerra, aquélla era una acusación sería. Había un tribunal especial en Madrid cuya tarea era erradicar la masonería ("para vigilar por la seguridad del Estado", dice Vazquez). El Opus fue llevado ante este tribunal. Sus miembros, le dijeron al juez -un general-, llevan una vida respetable, activa y casta. El general preguntó si realmente vivían la castidad, y cuando le aseguraron que así era, declaró que el caso no había lugar. "No he conocido todavía a un masón que sea casto", dijo como explicación.
El obispo de Madrid (más exactamente de Madrid-Alcalá) explicó algunas de las razones de la hostilidad hacia el Opus Dei en una carta que escribió el 24 de mayo de 1941 al abad-coadjutor de Montserrat, en respuesta a otra anterior del abad sobre el Opus. Es sorprendente lo poco que han cambiado las acusaciones contra el Opus a través de los años. "El doctor Escriba -decía el obispo, dando al fundador tanto su ortografía más plebeya como el título adquirido más recientemente- no tiene otra intención ni deseo que no sea preparar muchos profesionales, gente inteligente, de modo que puedan ser útiles a la patria y servir defendiendo a la Iglesia. Sus detractores -admitía- lo describen como una "asociación secreta", pero desde el principio tenía la bendición de las autoridades diocesanas y no hacía nada sin obtener esa bendición."
El obispo seguía luego hablando específicamente de la "reserva" -él negaba que fuese secreto- ejercida por los miembros del Opus. Se la enseñaba el propio Escrivá, decía, como un antídoto contra el orgullo, una defensa de humildad colectiva, e igualmente como instrumento para una mayor eficacia en su apostolado de buen ejemplo y en los servicios que, de vez en cuando, podían proporcionar a la Iglesia. Terminaba diciendo al abad que, el día anterior, había leído una carta de un superior jesuita diciendo que era difamar a la Compañía de Jesús afirmar que la Compañía estaba decidida a perseguir al Opus, o a buscar su destrucción.
El obispo, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, estaba evidentemente mucho mejor informado que el cardenal Pedro Segura1 arzobispo de Sevilla, o que monseñor (después cardenal) Gaetano Cicognani, que era el nuncio pontificio en Madrid. Seis meses después de la carta del obispo de Madrid, Gaetano escribía a Segura pidiendo información sobre "la existencia y el funcionamiento de la institución llamada Opus Dei", porque existían informes muy discrepantes sobre la misma.
Al responder, a finales de julio de 1941, Segura confesó estar desconcertado. Las primeras noticias del Opus eran, dijo, confusas y alarmantes, y procedían de padres de la Compañía de Jesús. "Debería saber más acerca del mismo -proseguía-, porque Sevilla era una ciudad universitaria, y los estudiantes eran "el objetivo preferido" del Opus." También había logrado poco en sus investigaciones en Zaragoza, que únicamente sirvieron para demostrar el carácter rigurosamente secreto de la organización. Le había sido difícil conseguir Camino, que, según le habían dicho, constituía la regla del Opus, y aunque ahora lo poseía, todavía no había tenido tiempo de leerlo. Por lo tanto, no sabía si su obra era política, social o apostólica. Ninguno de los que había podido consultar sabía nada, excepto generalidades. Tenía poca confianza en ella por la buena razón de que estaba adoptando formas de proceder que eran ajenas a la tradición de la Iglesia.
Es extraño lo pronto que surgió la oposición al Opus, e igualmente extraño que las quejas que entonces se hacían sigan todavía repitiéndose. El Opus es reservado. Su regla es difícil, si no imposible, de conseguir. Se tienen sospechas de que es políticamente activo. Opera en secreto entre los estudiantes universitarios. No encajó bien con los modelos de trabajo tradicionales de la Iglesia. Sus principales críticos proceden de la Compañía de Jesús.
Quizá debido a esta marea creciente de hostilidad, Escrivá decidió que era el momento de reclamar para el Opus Dei algún estatuto modesto, reconocible dentro de la Iglesia. Tuvo que hacerse público. Se convirtió, con la aprobación del obispo Eijo y Garay, en una "Pía Unión".
Según el Código de Derecho Canónico del momento ("las Pías Uniones " no merecen una mención especial en la nueva versión del Código), eran "asociaciones de fieles que han sido formados para llevar a cabo alguna obra piadosa o de caridad" Canon 107, pár. 1). Eran la forma más simple de instituciones eclesiásticas, que no requerían más que la aprobación del obispo local, aprobación que Eijo y Garay dio de buena gana a petición de Escrivá. Su carta del 19 de marzo de 1941 afirma que, habiendo leído una serie de documentos del Opus Dei, daba su aprobación al Opus como Pía Unión, a tenor del Canon 708, que daba a los obispos la autoridad de establecer tales organizaciones "capaces de recibir gracias espirituales, y especialmente indulgencias, aunque no sean personalidades jurídicas". Para calmar la obsesión de Escrivá por el secreto, Eijo y Garay guardaba los documentos del Opus Dei en los archivos secretos de la diócesis.
Para ser una organización que, en aquel momento, tenía solamente unos cincuenta miembros, hombres y mujeres, y unas cuantas residencias en España, el número de documentos escritos por Escrivá, consultados por el obispo y guardados luego en los archivos, era considerable. Eran, con sus nombres españoles, el "Reglamento, el Régimen, el Orden, las Costumbres y el Espíritu y Ceremonial"
En el grupo así regido eran todos, al menos técnicamente, laicos, aunque con un sacerdote a la cabeza. De modo que el hecho de que los miembros del Opus Dei viviesen juntos con un modo de vida común bastante similar al religioso, no alteraba su posición jurídica en la Iglesia. Desde mediados de marzo de 1941 eran un grupo reconocible, aunque poco conocido, de laicos con un estatuto canónicamente aprobado.
Escrivá estaba, sin embargo, a punto de dar un paso que, desde entonces, ha hecho anómala la posición del Opus. El problema era la promoción de algunos de sus miembros al estado del sacerdocio.
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