El mundo secreto del Opus Dei/El espíritu del Opus Dei
El espíritu del Opus Dei
Las Constituciones proporcionan la letra, pero no necesariamente el espíritu de una organización. Las Constituciones más recientes del Opus no entran en detalles de la vida espiritual de un miembro ni en las prácticas de penitencia, quizá porque era evidente que la regla no podía permanecer secreta o simplemente porque un documento constitucional no era el lugar apropiado para dicha información. La Constitución de 1950 lo hacía, sin embargo, y todavía sigue siendo la mejor descripción de lo que ocurre en el Opus Dei. (Aparte, quizá de "Praxis", un libro que establece en todos sus pormenores cómo los miembros deben vivir su vida. Según un antiguo miembro, incluso regulaba el número de pañuelos y calzoncillos que uno podía poseer. Desgraciadamente, sigue siendo un volumen escurridizo.)
La Constitución de 1950 proporcionaba las estructuras, establecía las obligaciones de los miembros y les decía qué debían hacer, pero no les daba móviles ni les decía por qué debían hacerlo, salvo en términos muy generales. Estas prácticas externas requieren algún respaldo interno que tienen que venir de alguna parte. Su fuente más evidente es, desde luego, Camino, que contiene 999 máximas o consejos, aunque no está claro el porqué de ese número, a menos que sea el número de la bestia del Apocalipsis (666), al revés. Además, están también los escritos del fundador asequibles al público, y las "Vidas devotas" de Escrivá de Balaguer, que comienzan a aparecer.
Dejando aparte Camino, la principal fuente de ilustración, para aquellos que no tuvieron el privilegio de conocer y escuchar a Escrivá en persona, es "Crónica", un periódico que circula en privado dentro del Opus. Consiste en proverbios y reflexiones del fundador y consejos, a veces muy detallados, sobre cómo deberían los miembros regular sus vidas espiritualmente. "La formación que se nos da en el trabajo tiende a simplificar nuestra vida interior, a hacernos sencillos... Dejémonos llevar como niños, haciéndonos como niños a través de la fortaleza, rechazando violentamente la tendencia a manejarnos a nosotros mismos", aconsejaba Escrivá en las páginas de "Crónica". Quizás esto pueda explicar la extraordinaria ingenuidad que encuentra uno en muchos de los miembros del Opus.
Precisamente cincuenta de las máximas de Camino se encuentran bajo los títulos de "Infancia espiritual" y "Vida de infancia". "El Padre" era el título con el que Escrivá de Balaguer, como presidente del Opus Dei, prefería que se le conociera, y está claro cómo prefería él a sus hijos: "¿Quién eres tú para juzgar el acierto del superior? ¿ No ves que él tiene más elementos de juicio que tú; más experiencia; más rectos, sabios y desapasionados consejeros; y, sobre todo, más gracia, una gracia especial, gracia de estado, que es la luz y ayuda poderosa de Dios?" (máxima 457). El padre sabe más.
Y sin embargo, a pesar de esto, en su apostolado el miembro del Opus es exhortado a "sé varón -Esto vir" (máxima 4), un hombre con voluntad, energía, ejemplo (máxima 11), cuyo lema es "¡Dios y audacia!" (máxima 401). Con ambiciones: de saber..., de acaudillar..., de ser audaz (máxima 24). Le recuerda que el corazón es un traidor (máxima 188), y que ¡es tan hermoso ser víctima! (máxima 175). Que sea intransigente, porque la transigencia es señal cierta de no tener la verdad (máxima 394); ser niño no es ser afeminado (máxima 888); "No me seas flojo, blando" (máxima 193). Por el contrario, necesita ser fuerte porque "El plano de santidad que nos pide el Señor, está determinado por estos tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la santa desvergüenza" (máxima 387). Uno no puede menos que pensar que, dejando aparte el epíteto "santo", habla bastantes hombres en la Europa de los años treinta buscando exactamente estas cualidades en quienes reclutaban. Es difícilmente sorprendente que las palabras utilizadas para "líder" y "liderazgo" en su pequeño libro de máximas sean "caudillo" y "caudillaje": el general Franco era, desde luego, el "caudillo" de España.
A veces Camino se lee como un manual de cómo ganar amigos e influir en los demás, o de cómo tener éxito en los negocios esforzándose mucho. Los apartados sobre penitencia y mortificación parecen ser una serie de sugerencias para el entrenamiento de la voluntad, más que un tratado sobre ascetismo cristiano. Se parece mucho al pelagianismo, la doctrina que recibe el nombre del monje británico Pelagio, que enseñó en Roma hacia finales del siglo IV y comienzos del V. Los pelagianos creen que los cristianos pueden dar los primeros pasos hacia su propia salvación espontáneamente. Fue condenado como hereje. Sin duda, Escrivá no quería llegar tan lejos, pero el énfasis en las prácticas religiosas y en la confianza en uno mismo a veces se le parece.
De hecho, los pasajes de una naturaleza más espiritual no impresionan por la profundidad de su comprensión. Las palabras "Opus Dei" son, desde luego, una expresión tradicional en el culto a Dios en la liturgia de la Iglesia; en especial, la mezcla de oraciones, salmos y demás pasajes de las Escrituras y las selecciones de escritores cristianos primitivo recitados por monjes, monjas y sacerdotes de la Iglesia, recibe más comúnmente el nombre de "Oficio Divino". Cuando monseñor Escrivá de Balaguer recomienda la plegaria litúrgica a los lectores de Camino, no lo entiende como un acto de devoción pública, aunque "Ojalá te aficiones a recitar los salmos y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares" (máxima 86); el individuo debe decir las oraciones en solitario.
El rosario, las novenas, el agua bendita, el belén de Navidad, todo esto forma una mayor parte de la espiritualidad de Camino que el culto litúrgico como tal. Como, en espececial, la devoción a los ángeles custodios, tanto al propio, como ángeles custodios de los sagrarios en los altares de las iglesias, como a los ángeles custodios de aquellos sobre los que uno quiere influir. ("Gánate al Ángel Custodio de aquel a quien quieras traer a tu apostolado. Es siempre un gran "cómplice", aconseja la máxima 563.)
Una práctica piadosa recomendada a los lectores de Camino es la muy impresionante sugerencia, aunque algo enfermiza y teológicamente dudosa, de que tienen que poner ante sí una cruz sencilla de madera e imaginarse a sí mismos en ella (ver pág. 67). El primer requisito del apartado de la Constitución de 1950 dedicado a "La observancia de costumbres piadosas", exige: "Donde tres o más miembros viven juntos como una familia, debería colocarse en un lugar apropiado una cruz negra sin la figura del Crucifijo. En los días de la fiesta de la Invención y la Exaltación de la Cruz deberá adornarse con coronas de flores desde prima hasta vísperas" (párrafo 234). "Desde la mañana hasta la noche", debería ser traducido más exactamente "desde prima hasta vísperas", la primera hora y la siguiente a las últimas "horas" o divisiones del oficio divino. Las fiestas de la "Invención" (conmemoración del hallazgo de la cruz por santa Elena, madre del emperador Constantino) y la "Exaltación" son fiestas importantes en el calendario del Opus, que se celebran el 3 de mayo y el 14 de septiembre, respectivamente.
Mientras que ni Camino ni la Constitución de 1950 del Opus Dei evidencian una comprensión espiritual profunda por parte de su autor, crean un estilo de espiritualidad reducido a prácticas externas en las que es fácil encontrar seguridad. Las prácticas, en su mayor parte, están pensadas para ser relativamente sencillas de observar en medio de una vida profesional ocupada. Se debe al genio de monseñor Escrivá el haber inventado una forma de vida especialmente conveniente para la burguesía, la creciente clase media española de los años cuarenta en adelante.
Además de indicaciones sobre liderazgo y autodisciplina, Camino contiene mucho consejo espiritual que consolaría a cualquier hombre de negocios que intentase seguir siendo un buen cristiano mientras hace carrera en el mundo. La "caridad", por ejemplo, no consiste tanto en "dar" como en "comprender" (máxima 463). Incluso el dar regalos de boda a los miembros de la propia familia quedaba excluido, y no se debía dar limosna a los pobres. Sin embargo, se les animaba a hacer amistades con los ricos para solicitar donativos. John Roche recuerda que a los miembros se les alentaba a este "apostolado de no dar".
"Es condición humana tener en poco lo que poco cuesta. Ésa es la razón de que te aconseje el "apostolado de no dar". Nunca dejes de cobrar lo que sea equitativo y razonable por el ejercicio de tu profesión, si tu profesión es el instrumento de tu apostolado" (máxima 979).
Los beneficios de la profesión de los miembros, desde luego, van a parar a los cofres del Opus Dei. Antiguos miembros recuerdan que raramente había una reunión en una casa del Opus que no terminara con una colecta.
El apostolado es el criterio. Para los hombrees de negocios que se demoran demasiado en una comida de negocios, les trae el consuelo: les recomienda el "apostolado del almuerzo" (máxima 974). Pero se guardarán del probable embarazo de mezclarse con invitados inadecuados. De los miembros del Opus se espera que ejerzan su apostolado principalmente entre sus iguales (Constitución de 1950, párrafo 186). Además, se espera que mantengan un nivel de vida acorde con su categoría profesional: en cuestión de pobreza no debe haber uniformidad entre los miembros. Incluso las tiendas en las que las distintas categorías compran la ropa están clasificadas según el nivel dentro del Opus, afirma Vladimir Felzmann: las categorías superiores compran en las tiendas de clase alta, las inferiores, en especial las mujeres auxiliares, en cadenas de almacenes baratos.
Las mujeres reciben un trato injusto de Escrivá: hay una vena fuertemente antifeminista en Camino. "Ellas no hacen falta que sean sabias: basta que sean discretas" dice la máxima 946, más bien insinuando que la discreción les parecerá una virtud lo bastante difícil de conseguir. Una parte separada de la Constitución de 1950 estaba dedicada a la sección de mujeres (una práctica abandonada en la nueva Constitución), en la que no se contempla que las mujeres lleguen a una gran superioridad. Las tareas que Escrivá anotó en el párrafo 444 eran firmemente tradicionales. Se esperaba que los miembros femeninos del Opus Dei asumieran tareas como las de dirigir casas de retiro, publicar "propaganda" católica ("escrita con la ayuda de los editores"), trabajar en librerías o bibliotecas, instruir a otras mujeres y "alentarlas en la modestia cristiana" promoviendo la educación de chicas -aunque aparentemente sólo en escuelas de un solo sexo-, enseñar a las mujeres campesinas "tanto la destreza apropiada como los preceptos cristianos " y preparar a sirvientas para el trabajo doméstico, empeño principal para los miembros femeninos del Opus y una significativa fuente de reclutas. Y también tenían que cuiadar de las capillas (párrafo 445).
De gran importancia para la buena regulación de toda la organización, las mujeres tenían que ocuparse de la administración de todas las casas del Instituto. Sin embargo, debían vivir en lugares "radicalmente" apartados, de modo que en rea1idad existían dos casas en la misma residencia (párrafo 444.7). A los miembros femeninos del Opus no les era, ni les es permitido, reunirse con los varones más privilegiados. El temor de Escrivá a la promiscuidad era tal que se establecieron las reglas más rigurosas para proteger la prohibición de mezclarse. En "Notherhall House", la residencia universitaria de Londres en Hampstead, puertas dobles separan a las dos casas y se cierran ritualmente cada noche.
Ambas secciones del Opus Dei siguen más o menos las mismas prácticas por lo que se refiere a sus vidas espirituales. La cruz desnuda ya se ha mencionado. Además, cada miembro de la organización tiene en su habitación una imagen de la Virgen María -se recordará que Escrivá de Balaguer estaba tan deseoso de tener una para sí, que se arriesgó a salir de su escondite en el Madrid republicano-. Incluso un peregrinaje anual a un santuario de la Virgen se encuentra entre las prácticas devotas y se hace cada sábado una colecta para flores en las casas, para decorar la estatua de María.
Todos los miembros llevan el escapulario carmelita -rememoranza de parte del hábito de una orden religiosa y normalmente característico-. Se ha convertido también, en su forma más reducida y simbólica, en una devoción católica por la cual quien lo lleva se asocia a los privilegios espirituales de una orden particular. Normalmente, para poder acceder a tales privilegios el escapulario tiene que ser otorgado por un miembro de la orden cuyo hábito recuerda, o por alguien específicamente designado para este propósito. La práctica de investir a los miembros de la Orden con el escapulario carmelita llega hasta los primeros días del Opus, pero en 1946 Alvaro del Portillo solicitó formalmente del Vaticano permiso para hacerlo sin convertirles en miembros de la confraternidad carmelita, lo cual, dijo, sería una carga para ellos. El permiso les fue concedido.
Las prácticas penitenciales se incluyen en el párrafo 260 de la Constitución de 1950: "La piadosa costumbre de castigar el cuerpo y reducirlo a servidumbre llevando un pequeño cilicio durante al menos dos horas al día, disciplinándose al meno una vez a la semana y durmiendo en el suelo, se mantendrá fielmente, teniendo solamente en cuenta la salud de la persona".
Los "instrumentos de mortificación" se los dan a los miembros en saquitos marrones. Un antiguo miembro sostiene que se les daban a niños de sólo quince años de edad. Al mismo joven se le dijo que la cantidad de mortificación que se infligía podía ser aumentada con la aprobación de su director espiritual. También se le explicó que la sangre de Escrivá salpicaba las paredes del cuarto de baño, tal era la fiereza con que se golpeaba.
Un informe del diario católico de Liverpool, el "Catholic Pictorial", del 27 de noviembre de 1981, describía la incorporación de chicas jóvenes a la organización. Se las iniciaba gradualmente en las "mortificaciones" practicadas por los miembros del Opus Dei. Se les aconsejaba besar el suelo al levantarse en cuanto llamaban a la puerta por la mañana; tomar "duchas frías y observar largos períodos de silencio"; Llevar los "cilis" (sic) -una cadena con púas- alrededor del muslo durante un período de dos horas al día (excepto los domingos y días festivos) "y azotarse las nalgas con un látigo de cuerda una vez a la semana".
Estas prácticas existen todavía dentro del Opus. Son una parte esencial de la formación espiritual de sus miembros. El modo en que Escrivá se azotaba es evidentemente una cuestión de orgullo para los miembros. Se da el caso de que, con la creciente opinión de la psicología insana de estos actos básicamente masoquistas, han sido silenciosamente excluidos del comportamiento habitual de otras órdenes religiosas.
Sin embargo, azotarse semanalmente o con más frecuencia con una disciplina, llevar una cadena con púas, besar el suelo al levantarse, el " gran silencio" después de las oraciones de la noche hasta después de desayunar a la mañana siguiente, un "silencio menor" por un período prolongado después del desayuno (algunas órdenes religiosas muy conocidas y respetadas acostumbraban a exigir el silencio como modo ordinario de comportamiento, excepto durante las horas formales de recreo, al menos de sus novicios), e, incluso, en algunas de las órdenes más rigurosas, dormir sobre el suelo o sobre tablas fueron práctica común en otro tiempo. Ya no se encuentran con tanta frecuencia y, aunque no es algo acerca de lo que los monjes o las monjas estén dispuestos a hablar, probablemente sólo las órdenes de clausura o las contemplativas pudieran mantener hoy día tales prácticas. Desde luego, parecen haber desaparecido de los hábitos penitenciales de las órdenes activas como los jesuitas o los pasionistas. En otras palabras, el Opus se ha quedado donde estaba, mientras otras organizaciones han cambiado sus prácticas para adaptarse a las nuevas interpretaciones acerca del daño psicológico que pudiera hacerse.
Mucho menos sensacional que la disciplina penitencial del Opus, y llamando menos la atención, aunque puede ser bastante más perjudicial, es la exigencia de que "cada semana todos los miembros hablen de forma familiar y en confianza con el director local, de modo que pueda organizarse y fomentarse una mejor actividad apostólica" (párrafo 255).
Las "confidencias" son una parte importante de las estructuras del Opus, tanto, que se mencionan no sólo como una de las "costumbres piadosas", sino que se recomiendan además como una de las "obligaciones devotas" que los miembros tienen. Son, dice el párrafo 268, "una conversación abierta y sincera" con el director, de modo que los superiores puedan tener un conocimiento "más claro, más completo y más íntimo" de los miembros; que los superiores se aseguren por ellas de que los miembros tienen una constante "voluntad hacia la santidad y hacia el apostolado, de acuerdo con el espíritu del Opus Dei", y de modo que pueda existir una íntima efusión de ánimos y compenetración entre subordinados y superiores. "Crónica" las describía como sigue:
"En la confianza en nuestra relación con nuestro superior, una sinceridad sin ambigüedades ni circunloquios, sinceridad cruda cuando es necesario... El padre nos recuerda: "Hijo prudente, el día que escondas alguna parte de tu alma al director, habrás dejado de ser un niño, porque habrás perdido tu ingenuidad."
Estas "confidencias" se destacan ampliamente siempre que uno habla con ex miembros. Se supone que son una ayuda para el progreso espiritual de un individuo, un medio por el cual el director llega a conocer íntimamente a los que están a su cargo. Por tanto, se da por sentado que deben ser muy detalladas. María del Carmen Tapia recordaba que se esperaba que los miembros informasen a sus directores sobre su vida sexual y sus problemas, aunque la palabra "castidad" era preferida a la de sexo. Esto era cierto incluso en las mujeres casadas que eran miembros supernumerarios.
Nada de esto ocurre bajo lo que los católicos llaman "secreto de confesión"; el compromiso de secreto absoluto ( hasta la muerte, si es preciso; la Iglesia tiene mártires para probarlo) de lo que se revela a un sacerdote en el sacramento de la confesión. Hay que recordar que los directores no son clérigos. No es probable que hayan tenido siquiera la más más mínima formación en técnicas de asesoramiento ni en escuchar confesiones que puede suponerse que los sacerdotes reciben en el seminario. Por ejemplo, Vladimir Felzmann tenía veintidós años cuando llegó para hacerse cargo del "Netherholl", y de este modo se ha convertido en director de los miembros del Opus vinculados a él. Puede haber estado especialmente dotado, pero difícilmente podría tener la madurez y la sabiduaría para guiar a los que estaban a su cargo.
La práctica de la "confidencia", más comúnmente conocida como "manifestación de conciencia", era antiguamente un elemento importante de la vida de las órdenes religiosas, aunque se practicaba generalmente con una periodicidad anual o semestraltral, y no semanal, como para los miembros del Opus. Sin embargo, estaba tan evidentemente expuesta al abuso, que fue prohibida por la Iglesia católica ya en 1890. La prohibición formó parte del Derecho Canónico de la Iglesia y era muy explícita. Estaba incluida en el canon 530 del Código de Derecho Canónico de 1917, en vigor cuando Escrivá insistía en la "confidencia" o manifestación de conciencia como uno de los deberes, no un extra opcional, de los miembros del Opus. Esto hace todavía más extraño que la Constitución de 1950 recibiese la aprobación del Vaticano.
Los superiores del Opus Dei no tienen que contar sólo con la confidencia, sin embargo, para conseguir información sobre sus subordinados. También está el círculo. Como la manifestación de conciencia, el círculo o capitulo de faltas tiene una larga tradición histórica en las órdenes religiosas de la Iglesia. Los miembros de una comunidad se reúnen en círculo (de ahí el nombre) y se acusan de faltas contra la disciplina religiosa y la vida en común. Puede ser una experiencia muy penosa para los elegidos a ser sometidos a esta humillación bajo la apariencia de mejorar su vida espiritual. Por otra parte está la corrección fraterna, que puede justificar la interpretación del Nuevo Testamento. Alguien que haya descubierto alguna falta en otro, primero pide permiso a su superior, y después habla con el miembro que haya cometido la falta con la esperanza de que se corrija. Entonces se informa al superior de que se ha efectuado la "corrección fraternal". Realizar tales cosas, dice Felzmann, era considerado como una prueba de celo; se efectuaban presiones para que se descubrieran faltas.
Para los miembros del Opus, los círculos tienen una perioricidad semanal. Se concentran no sólo en los defectos personales, sino también en cuánto ha avanzado en el apostolado cada individuo presente -lo que significa hasta qué punto los miembros han "pescado" (la palabra es del Opus') nuevos reclutas, o han mantenido y desarrollado contacto con aquellos que ya han picado-. Cualquiera que haya fallado en este apostolado es severamente reprendido, si no de inmediato, más tarde, cuando la persona encargada del círculo ha informado de él al director.
Tanto círculos como confidencias tienen lugar en lo que la Iglesia considera como el "foro externo". Hasta cierto punto son públicas, porque la información así reunida sobre un individuo puede ser utilizada por los superiores para lo que consideran el propio bien del individuo, o el del instituto. Pero también está la práctica semanal de la confesión establecida como una obligación para los miembros: "Que cada sacerdote haga una confesión sacramental semanal al sacerdote que le sea asignado" (párrafo 263). Esta regla -sigue diciendo luego-, como exige la ley de la Iglesia, que los miembros pueden ir a cualquier sacerdote que elijan, siempre que tenga la aprobación del obispo, y no se necesita informar la confesión a los superiores del Opus.
Esa es la regla. Mientras inclina la cabeza ante el sentido de la ley canónica, el consejo de Escrivá de Balaguer a los miembros del Opus lo expresa de forma bastante distinta:
"Todos mis hijos tienen la libertad de ir a confesarse con cualquier sacerdote aprobado por el ordinario [citado de Crónica] y no están obligados a decir a los directores de la Obra lo que han hecho. ¿Peca la persona que no hace esto? No! ¿Tiene un buen espíritu? No... Está en camino de escuchar el consejo de malos pastores.
"Iréis a vuestros hermanos los sacerdotes como yo voy. Y a ellos les abriréis vuestros corazones de par en par, ¡podridos si lo estuviesen!, con sinceridad, con un profundo deseo de curaros. Si no, esa podredumbre nunca se curaría..., y haciendo esto de forma equivocada, buscando un doctor de segunda mano que no nos más que unos segundos de su tiempo, que no pueden utilizar el bisturí ni cauterizar la herida, también dañaría a la Obra. Si hicierais esto, tendríais el espíritu equivocado, seríais infelices. No pecaríais por esto pero, ¡ay de vosotros! Habríais comenzado a descarriaros".
Esto es equivalente a decirles a los miembros que, en la práctica, la confesión con un sacerdote que no sea del Opus está prohibida. Y no sólo la confesión. Una mujer del Opus que pensaba dejarlo fue a ver a Vladimir Felzman. No era cuestión del sacramento de la penitencia; necesitaba consejo y se lo dio. Al volver a la residencia, sin embargo, ella se sintió incómoda por haber hablado con un sacerdote que no era del Opus sin permiso y le contó a su directora lo que había hecho. La directora se enfureció e inmediatamente le prohibió recibir la Sagrada Comunión durante un período de dos semanas. Uno puede razonablemente quedarse perplejo en base a qué autoridad podía tomar tal medida. La misma directora llegó más tarde a pensar que había actuado con demasiada dureza y el castigo se redujo a una abstinencia de una semana.
La referencia a un "doctor de segunda mano" (¿clase?) en el pasaje citado anteriormente, es indicativa de la actitud del fundador hacia el clero que no formaba parte de su propia organización. Recordemos que puso en marcha la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz porque no podía confiar a sacerdotes que no fueran del Opus la formación de los miembros en los términos que él ordenaba. María del Carmen Tapia le recuerda haciendo la absolutamente extraordinaria afirmación de que sería mejor morir sin los últimos sacramentos antes que recibirlos de manos de un jesuita. La desconfianza de Escrivá hacia los que no estaban bajo su influencia era profunda.
"Como no he dejado de advertiros, el mal viene de dentro [la Iglesia] y de muy arriba. Hay una auténtica podredumbre y a veces parece como si el Cuerpo Místico de Cristo fuese un cadáver en descomposición, que hiede... Pedid perdón, hijos míos, para estas acciones despreciables que son hechas posibles en la Iglesia y desde arriba, corrompiendo las almas casi desde la infancia" (Crónica).
Añadió: "Nuestro Señor nos ha escogido para que seamos sus instrumentos en estos momentos tan difíciles para la Iglesia. "
Sobre el tema de los sacerdotes, más que de los prelados, y su calificación como confesores, dijo a sus "hijos": "Tenéis la libertad de ir a confesaros con quien queráis, pero sería una locura poneros en otras manos que quizá se avergüenzan de estar consagradas. No podéis confiar." Es un consejo que se acerca mucho al rechazo de la enseñanza católica fundamental, que se remonta al menos hasta san Agustín a comienzos del siglo V, de que ni la ortodoxia doctrinal ni la santidad personal se exigen a los que administran los sacramentos.
Escrivá estaba obsesionado con el sacramento de la confesión, tanto para los miembros del Opus como para la Iglesia en general. Así, cuando escribió: "La función santificadora del laico necesita la función santificadora del sacerdote que administra el sacramento de la penitencia, celebra la Eucaristía y proclama la palabra de Dios en nombre de la Iglesia". Es digno de mención que ponga el sacramento de la penitencia primero; la mayoría de los teólogos católicos, si no todos, hubieran puesto primero la celebración de la eucaristía.
Sin embargo, no era tanto el significado teológico de la enseñanza de Escrivá sobre el sacramento de la penitencia que era y es inquietante, como el impacto psicológico que ejercía sobre aquellos sometidos a ella. La confesión en el Opus se convierte en una importante forma de control social. Su uso por los miembros del Opus está restringido en la práctica a los sacerdotes, miembros a su vez del Opus, y se utiliza para inspirar sentimientos de culpabilidad por no poder vivir con arreglo a los ideales más altos y dañar de ese modo a toda la institución.
El apartado sobre la confesión en "Crónica" fue leído por un sacerdote jesuita, el padre Brendan Callaghan, un psicólogo clínico experto en tratar con miembros de instituciones religiosas que sufren desórdenes psicológicos. Las notas que preparó para este libro expresaban su creciente alarma. A1go de esta inquietud surgió estrictamente de las cuestiones teológicas, y también de la confusión urdida entre "nuestro Padre, significando Dios y "nuestro Padre", significando Escrivá de Balaguer. Hay, por ejemplo, una constante utilización del Evangelio de Juan, capítulo 10, versículos 1-19, la historia del buen pastor y del redil, como si el redil fuera el mismo Opus y los malos pastores que van a robar y a matar fueran sacerdotes que no son del Opus, que pudieran ser abordados por miembros de la Institución. "Leí este pasaje [de Crónica de principio a fin varias veces -comentaba Brendan Callaghan-, porque creí que me estaba volviendo paranoico. Pero es la única interpretación que tiene sentido... Esperaba que el mal pastor pudiera ser un término aplicado al "espíritu maligno", pero no hubo suerte." A propósito, ésta es la versión de Escrivá del pasaje del Nuevo Testamento. La Historia no identifica a los ladrones y destructores con los pastores.
En el apartado ya citado más arriba de que no es pecado ir a un sacerdote que no sea del Opus, pero que cualquiera que lo haga está "en camino de oír la voz de un mal pastor", Callaghan comenta: esto es decirle a la gente que tiene mala fe, algo que he encontrado dentro del Opus en su trato con jovencitas y en la oración, y un planteamiento sumamente manipulador."
Le hizo parar en seco el aforismo, "el temor filial es la puerta al amor". "En cierto modo resume todo el enfoque del Opus, ¿no es así? -comentó-. Es una pena que no tenga nada que ver con el Evangelio." Con el constante entremezclar la paternidad de Escrivá con la de Dios, es imposible determinar si el temor filial es el de cualquiera hacia Dios, o el de un miembro del Opus hacia el fundador. La confusión entre los dos parece intencionada, una opinión que María del Carmen Tapia, con sus muchos años como miembro del Opus Dei, corrobora.
Las consecuencias sobre los miembros de la organización formados en una sociedad singularmente devota, cerrada y estrictamente controlada pueden ser devastadoras cuando se les sugiere que hay alguna forma de simbiosis entre la voluntad de Dios y la voluntad del fundador, a quien se les enseña a venerar. Los pone bajo una enorme presión psicológica, protegidos como están ante cualquier objeción de gente de fuera de su grupo. "En nuestra docilidad -decía "Crónica" a los miembros- no habrá límites." Tiene que ser obediencia tanto de corazón como de mente, porque libera a los miembros de una "independencia estéril y falsa..., que deja al hombre en la oscuridad cuando le abandona a su propio juicio".
Ésa es la ideología de sumisión a la que los miembros se someten por medio de sus tres votos, o la equivalente "fidelidad", como el Opus prefiere llamarla. Y las confidencias, los círculos y el sacramento de la penitencia son medios para reforzarla. Dadas las reglas en extremo estrictas que la Iglesia impone sobre el secreto del confesionario, la confesión sacramental debiera, por supuesto, quedar fuera de la estructura. Pero, como puede verse por la insistencia en que vayan solamente a un confesor del Opus, eso no es así. ¿Se ha violado alguna vez el secreto de confesión? Quizá no directamente, pero Vladimir Felzmann relata un incidente inquietante. Después de algún tiempo como numerario laico, fue ordenado y volvió a Inglaterra, donde escuchó las confesiones de los miembros. Un día fue visitado por oficiales de mayor rango del Opus Dei. Les había llegado, le dijeron, la noticia de que alguien le había confesado el pecado (como ellos lo entendían) de homosexualidad y que sin embargo Felzmann no había formado a Roma. Eso, señaló Felzmann, hubiera sido romper el secreto de confesión. Los oficiales lo reconocieron de mala gana, pero le dijeron que debiera haber hecho que la persona en cuestión, bajo pena de no recibir la absolución de su pecado real o supuesto, volviese a él o fuese a otra persona fuera del confesionario en forma de confidencia, de modo que la formación pudiera ser utilizada. Felzmann protestó hasta llorar, diciendo que eso podía seguir técnicamente siendo interpretado como un quebrantamiento del secreto. Los altos miembros no lo aceptaron y le reprendieron duramente por su falta de lealtad a la organización.
De forma bastante curiosa, en medio de las reflexiones de Escrivá sobre la confesión, aparece lo siguiente:
"Una firme resolución: el primer sacrificio es dar, en no olvidar en toda nuestra vida, lo que se expresa en Castilla de un modo muy gráfico: los trapos sucios se lavan en casa. La primera manifestación de vuestra dedicación es no ser tan cobardes como para ir fuera de la Obra a lavar los trapos sucios. Eso es si queréis ser santos. Si no, no se os necesita aquí."
De nuevo aparece el chantaje moral, pero ésta no es la razón para citar este pasaje. La utilización de Escrivá del equivalente castellano de "no lavar la ropa sucia en público" -incluso, aparentemente, en el confesionario (¿no confiaba en que los clérigos que no eran del Opus guardaran el secreto?) aclara que una de sus preocupaciones dominantes era la del secreto de la organización, algo que no se debía quebrantar siquiera en el sacramento de la penitencia.
Aunque negará enérgicamente ser una sociedad secreta, el secreto, o la "discreción", como los miembros prefieren llamarlo, es uno de sus distintivos. En la entrevista con Peter Forbarth, Escrivá rechazaba la acusación. "Cualquier persona razonablemente bien informada sabe que no hay nada secreto sobre el Opus Dei -dijo-. Es fácil llegar a conocer al Opus Dei. Trabaja a plena luz del día en todos los países con el reconocimiento jurídico pleno de las autoridades eclesiásticas y civiles. Los nombres de sus directores y de sus empresas apostólicas son bien conocidos. Cualquiera que desee información puede obtenerla sin dificultad".
Todo esto es algo difícil de aceptar. La entrevista tuvo lugar en 1966 cuando la política de no hacer una copia completa de las Constituciones, asequibles siquiera para los obispos que tenían casas del Opus en sus diócesis, aún prevalecía. Mucho después, la entrevista de Henry Kamm con el sucesor de Escrivá, monseñor Álvaro del Portillo, fue descrita por el profesor Eric Hanson como "un buen ejemplo de cuán poca información una organización disciplinada puede dar a los medios de información, si así lo decide". La razón fundamental para el secreto/discreción es el apostolado. La falta de discreción, dice el párrafo 191 de la Constitución de 1950, "podría resultar un serio obstáculo para la obra apostólica, podría crear problemas dentro de la familia natural de un miembro, o para llevar a cabo su oficio o profesión". (Disposiciones similares se establecen en la nueva Constitución, ver párrafo 89.) Lo que este secreto debe cubrir exactamente, se explica después: los miembros del Opus deben guardar silencio sobre los nombres de otros miembros; no pueden revelar que ellos mismos pertenecen al Instituto sin permiso explícito, aun cuando crean que ayudaría a la difusión del mismo; en especial, no se deben revelar los nombres de aquellos que hayan ingresado recientemente o que, por cualquier razón, se hayan ido recientemente (párrafo 191). Para mantener este secreto no debe haber ningún distintivo especial (párrafo 192). Los miembros no deben tomar parte como grupo en oficios religiosos tales como procesiones (párrafo 189). Esto se puede observar incluso en una misa pública para conmemorar el aniversario de la muerte de Escrivá: aunque pequeños grupos de numerarios y otros miembros plenos pueden sentarse juntos, los hombres y las mujeres separados claramente, por supuesto, no hay ostentación pública de que son miembros, ni solidaridad. No obstante, esta solidaridad se hace bastante más evidente después de la misa, cuando los miembros se reúnen en el atrio de la iglesia.
Las cifras no deben revelarse y la conversación sobre temas del Opus Dei con personas que no sean miembros está prohibida (párrafo 190). Las mismas Constituciones tienen que ser mantenidas en secreto, junto con cualquier documento publicado o que vaya a publicarse. Las Constituciones deben imprimirse solamente en latín: sin el permiso de Escrivá no podían ser traducidas a ninguna lengua moderna. Quizá debería decirse que las mismas restricciones acostumbraban aplicarse a las Constituciones de los jesuitas y de otras órdenes religiosas: se les repartía a los miembros con las palabras "AD usum tantum nostrum" ("Solamente para "nuestro uso"). Hoy en día, sin embargo, son fácilmente asequibles a cualquera que pregunte.
Uno de los deberes de un director local es velar para que la Constitución sea plenamente observada. Por extraño que parezca, el director o la directora debían hacerlo sin acceso a la propia Constitución, al menos hasta la publicación de la edición de 1982. De los ex miembros entrevistados, únicamente María del Carmen Tapia dijo que la había visto y que luego se le había permitido estudiarla solamente bajo las más estrictas condiciones, a pesar del hecho de que en aquel tiempo era la directora de la sección de mujeres en Venezuela.
En Camino, todo un grupo de máximas, de los número 639 ("De callar no te arrepentirás nunca; de hablar, muchas veces") al 656 inclusive, están dedicadas a la virtud de la "discreción". También aquí, como en la Constitución de 1950, es considerada como un instrumento del apostolado. "Si callas -escribe Escrivá en la máxima 648-, lograrás más eficacia en tus empresas de apóstol." "No pongas fácilmente de manifiesto la intimidad de tu apostolado" (máxima 646), puede significar que no se enteren los padres de que estás intentando reclutar a su hijo o a su hija para el Opus. "En algunos casos -escribió el sacerdote del Opus padre Andrew Byrne, en el "Daily Mail" del 14 de enero de 1981-, cuando un jovencito dice que quiere ingresar, le aconsejamos que no se lo diga a sus padres. Es porque los padres no nos comprenden".
Desde luego, una de las exigencias del Opus es que sus miembros numerarios, hombres y mujeres, tengan doctorados o sean capaces de conseguirlos. Se ajusta a la educación y especialmente a la educación universitaria; Escrivá de Balaguer alardeaba de que se había pasado la mayor parte de su vida en Universidades y alrededor de ellas. Uno podría haber contado con que la educación liberal que se supone que las Universidades imparten, pudiera haber tenido algún efecto que reblandeciera la dura disciplina y la mentalidad cerrada de la organización, pero tiene uno que dar con un sacerdote del Opus sólo brevemente para descubrir que esto no sucede.
En su informe al sínodo diocesano de 1985, el rector del seminario de la diócesis de La Rioja acusó al clero del Opus de "ir a la caza de herejías" (ver más atrás, págs. 89-90). Y proseguía diciendo:
"[la] clase de sacerdote que el Opus nos ofrece es difícilmente adecuada para nuestra gente, no lo es para el actual período posconciliar del Vaticano II. Así vemos en los sacerdotes que pertenecen a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y a quienes conocemos, los siguientes defectos, que es difícil saber cómo remediar: hay un individualismo que se deja ver en la oración, en la liturgia, en la colaboración diocesana e interparroquial... Creen pertenecer a la "raza de Melquisedec", la noción de la "dignidad" del sacerdote prevalece sobre la de servicio. Muestran un tradicionalismo ideológico y retrógrado que tiene poco que ver con la noción de sacerdocio propuesta en "Presbyterorum ordinis" (el documento Vaticano II sobre el sacerdocio) y en la práctica se manifiesta por la forma en que siguen fieles a las "tradiciones" y rechazan sistemáticamente cualquier cosa que huela a "aggiornamento" por su temor a enfrentarse con los signos de los tiempos y por su falta de compromiso hacia la gente corriente y el apostolado social."
No hay absolutamente nada sorprendente en esto. Escrivá estaba decidido a que sus "hijos" fuesen bien educados; era educación de una clase especial: "¡Cultura, cultura! Bueno: que nadie nos gane a ambicionarla y poseerla. Pero, la cultura es medio y no fin" (máxima 345). Para estar seguros de que la instrucción de sus miembros era conforme a los propósitos del Opus, se establecieron centros de estudio cuyos instructores fueran sacerdotes escogidos "no sólo por su saber, sino también por sus virtudes y prudencia" (Constitución de 1950, párrafo 131). El plan de estudios incluía latín y griego, filosofía, teología y música eclesiástica, "junto con conocimientos de nuestro Instituto", a pesar del hecho de que las Constituciones no serían asequibles a los estudiantes (párrafo 134).
"Los estudios en filosofía y en teólogía, como también la enseñanza a estudiantes [que no son del Opus Dei] en estas disciplinas, deben ser llevados a cabo por profesores que estén totalmente conformes con el método, la enseñanza y los principios del doctor angélico, y éstos [método, enseñanza y principios, cabe presumir] deben ser tenidos por sagrados",
dice el párrafo 136. El Doctor Angélico, como ya hemos visto, es, desde luego, santo Tomás de Aquino. El "tomismo experimentó un gran resurgimiento en el siglo xIx, que duró al menos hasta la mitad del xx, aunque a veces de un modo bastante degradado. Escrivá de Balaguer no era el único en 1950 en fomentar el estudio de santo Tomás, pero con la rigidez de pensamiento característica del Opus, insiste en una interpretación extremadamente "ortodoxa" (en el sentido eclesiástico) de Tomás. No se toleran otras opiniones.
Cuando el periodista Henry Kamm fue a la Universidad de Navarra, el establecimiento escaparate intelectual del Opus, a reunir datos para un artículo en el "New York Times", el catedrático del departamento de Filosofía reconoció que en su departamento no había marxistas, ni siquiera gente que simpatizara con el marxismo. Le dijo a Kamm que los estudiantes podían utilizar cualquier libro de la biblioteca, aunque admitió que había algunas excepciones, destacando entre ellas las obras marxistas. Pero había otras restricciones; Kierkegaard, por ejemplo (un joven se había suicidado, aparentemente, después de abandonarse a Kierkegaard), Schopenhauer era "muy pesimista" y Sartre "no muy adecuado para estudiantes jóvenes". "Los estantes de filosofía -observó Kamm- están casi uniformemente divididos entre lo permitido y lo prohibido, incluyendo en lo último a Spinoza, Kant, Hegel, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, John Stuart Mill y William James".
La lista es interesante. Parece estar basada en el "index librorum Prohibitorum" (el Indice de libros prohibidos), una lista de todas las obras que el Vaticano desaprobaba porque eran, a los ojos de los censores, contrarias al credo de la Iglesia o perjudiciales para la moral. A los católicos se les prohibía leerlos sin el permiso explícito del obispo local, una regulación muy ignorada. El "Index", en cualquier caso, ha desaparecido hace mucho tiempo, abolido por decreto papal de Pablo VI. Parece que el Opus está decidido a conservarlo, aunque Roma crea que el mundo católico puede prescindir de ese grado de control del pensamiento. Realmente, el Opus va todavía más allá de estas medidas: el filósofo y psicólogo William James nunca fue prohibido.
No es simplemente que la Universidad de Navarra haya sido lenta en ponerse al día, porque la última edición de la Constitución del Opus reitera el papel del "Doctor Angélico". Cuando los temas de lectura permitidos a los miembros del Opus siguen estando estrictamente controlados, como testifican ex miembros que así es, de acuerdo con la máxima 339 de Escrivá ("Libros: no los compres sin aconsejarte de personas cristianas, doctas y discretas"), es difícil explicarse el párrafo 109 de la nueva Constitución:
"[El Opus Dei] no tiene opinión propia ni postura común en ninguna cuestión teológica ni filosófica en la que la Iglesia da a los fieles libertad de opinión: los miembros de la prelatura, dentro de los límites establecidos por la jerarquía de la Iglesia que defiende el depósito de la fe, gozan de la misma libertad que los demás católicos."
El Opus, por supuesto, no es el único que adopta una posición fuertemente tradicional sobre materias teológicas, aunque el Opus es más tradicionalista que la mayoría. En la Pascua de 1986, Germain Grisez, un profesor muy conservador de ética cristiana en un pequeño colegio de Maryland, fue invitado a Roma. El Opus Dei y el Instituto para la Familia, vinculado a la Universidad Lateranense, le pidieron que pronunciara una conferencia, después de la cual debía asistir a una reunión pública organizada por el Opus en su centro de estudios en Roma. Las opiniones de Grisez, ultraortodoxas para muchos, fueron consideradas no lo suficientemente ortodoxas para el Opus en la exposición que hizo en la conferencia. La invitación del Opus fue prontamente retirada. Grisez decidió no obstante presentarse en la reunión para encontrarse con que la sala estaba cerrada para él. Fue invitado por del rector del "Colegio Inglés" cercano, y dio allí su conferencia.
Con el Papa actual, la "restauración" de antiguas ortodoxias se ha convertido en un programa importante, dirigido por el cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Josef Ratzinger. En un programa así, el Opus, metido en una misión similar en España en las tres décadas que siguieron a la victoria de Franco, encaja a la perfección. Y en ningún sitio está esto más ampliamente demostrado que en el caso de la teología de la liberación.
Esta nueva perspectiva sobre la teología puede tener sus raíces en el pensamiento religioso académico europeo, pero fue desarrollada primero en Perú en los años sesenta. En 1968 hubo una reunión del CELAM -Conferencia de Obispos latinoamericanos- en Medellín, Colombia. Su propósito era poner un ropaje latinoamericano a las conclusiones del Vaticano II, que había terminado exactamente tres años antes. Los borradores de los documentos preparados en Medellín eran, en verdad extraordinariamente radicales para el momento, especialmente cuando trataban el problema de las relaciones de la Iglesia con las condiciones de Latinoamérica bajo las que tenía que trabajar.
Sus conclusiones alentaron a un pequeño grupo de clérigos peruanos que habían estudiado juntos en la Universidad y que habían trabajado juntos en la Acción Católica. Su líder, que llegó a ser sacerdote y con el tiempo publicó "la gramática" de la Teología de la Liberación, era el padre Gustavo Gutiérrez.
Al mismo tiempo, sin embargo, hubo en Perú una especie de invasión de sacerdotes y monjas. En su mayor parte llegaron de Estados Unidos, aunque algunos procedían de Europa, y la mayoría era gente que estaba haciendo sus estudios durante el Vaticano II. Ni las iglesias que los enviaban ni la que los recibía tenían idea de cómo preparar a estos misioneros para su trabajo en Perú. Fueron a las zonas más pobres, porque era allí donde había más necesidad. Decían misa, pero también intentaban ayudar a mejorar las condicionen de aquellos entre quienes trabajaban. Era un buen momento para estar en Perú: el régimen de Velasco Alvarado, si bien un gobienio militar, era básicamente progresista. Las oportunidades estaban allí, pero los sacerdotes y las monjas, con Gutiérrez y su grupo a la cabeza, comenzaron a reflexionar sobre lo que estaban haciendo en nombre de la Iglesia. Como ahora dirían, la práctica (ellos la llaman "praxis") vino primero, la teoría después. La teoría surgió como la teología de la liberación.
Esta tendencia dejó al Opus aislado. Según Peten Hughes, un sacerdote irlandés que encabezó una vez un grupo de misioneros que trabajaban en los barrios más pobres de Lima, antes de la conferencia de Medellín, el Opus se consideraba una fuerza poderosa en la Iglesia peruana. Pero no tenía en absoluto idea de qué les estaba sucediendo a los campesinos peruanos. En la euforia engendrada por Medellín, el Opus se sintió marginado, porque, como hemos visto, estaba ya en desacuerdo con los cambios producidos por el Vaticano II. Sin embargo, las elecciones del CELAM de 1973 inclinaron claramente hacia la derecha a la organización, lo que dio al Opus un respiro. Los miembros del Opus empezaron de nuevo a hacer sentir su presencia, y la bastante débil Conferencia Episcopal de Perú fue incapaz de hacer frente a la artillería antiaérea que el Opus producía. La táctica era hablar de preparar a la Iglesia para el año 2000, sin duda una admirable idea en sí, pero pensada para distraer la atención de los problemas presentes, abandonar lo que estaba en marcha, e ignorar la Iglesia popular que iba emergiendo lentamente.
El Opus tenía una influencia creciente a través del CELAM y de la Conferencia Episcopal de Perú (hoy en día, al menos cinco obispos son miembros del Opus y otros son simpatizantes, incluido el arzobispo jesuita Vargas), y a través del nuncio apostólico. Hacia la primavera de 1983 el Opus creyó tener el apoyo suficiente en la Conferencia Episcopal para lanzar un ataque con todas sus fuerzas sobre la teología de la liberación. Aunque tenían, o parecían tener, el apoyo de Roma, el Opus no ganó la mayoría de votos de los obispos cuando se reunieron en Lima. En una jugada extraordinaria, la Conferencia fue llamada a Roma para discutir el asunto ante el Papa Juan Pablo II. Parecía dudoso, pero de nuevo perdió el Opus, y perdió de modo decisivo: el alboroto puede haber tenido algo que ver con el claro cambio de simpatías en el Vaticano hacia la teología de la liberación. El cardenal Ratzinger, que había sido el responsable de una muy hostil "instrucción" a toda la Iglesia sobre el tema, escribía ahora un segundo documento mucho más suave. Asimismo el Papa, en una carta a la Conferencia Episcopal brasileña, expresó un apoyo mayor que hasta la fecha. Según Peter Hughes, la hostilidad del Opus hacia la teología de la liberación en Perú no ha disminuido, pero por el momento se tiene que contetar con tirar emboscado desde las columnas de los diarios.
A pesar de tales reveses, nada parece sacudir la confianza de los miembros del Opus en sí mismos. Están completamente convencidos de que se hallan en lo cierto, exactamente como lo estaba su fundador:
"No solamente la Obra no morirá nunca, nunca se hará vieja... Dios puso al día Su Obra de una vez por todas dándole las características laicas y seglares sobre las que he escrito en esta carta. Nunca necesitaremos adaptarnos al mundo, puesto que "nosotros somos" parte del mundo. Ni tendremos que ir tras el progreso humano porque vosotros sois mis hijos, los que, junto con la demás gente que vive en el mundo, estáis trayendo este progreso con vuestro trabajo cotidiano."
El sentido "prima facia" de esta cita de "Crónica" es que las Constituciones, en este caso las Constituciones de 1950, eran definitivas, fijas no sólo durante una vida, sino para siempre. En palabras de María del Carmen Tapia, Escrivá dijo que su Constitución era eterna. "Crónica", comparando implícitamente al Opus con la Virgen María, escribe: "Según fuimos conociendo la Obra, nos cautivó descubrir con más claridad cada día su profundo atractivo, su inmaculada belleza." Hay un fuerte sentido de vocación divina: "Hemos sido escogidos para llevar a Dios, para transmitir el sentido de su Obra; es la única razón para nuestro trabajo apostólico. Esto nos confiere la gran responsabilidad de cambiar vigilantes para no cambiar nada."
Esta alta opinión de la institución obliga a sus miembros, cuando se enfrentan a un libro como éste:
"Tolerancia o silencio, cuando afrontéis calumnias insinuadas o públicas -con buena o mala fe-, con opiniones inexactas, o con el juicio equivocado de personas o instituciones, sería complicidad, un claro signo de falta de amor hacia nuestra Madre y un serio ataque a nuestra humildad colectiva. Este silencio sería equivalente a negar que la Obra es divina."
Un teólogo podría muy bien sentirse desconcertado por el apelativo de divina aplicado a la Obra, que parece ponerlo al nivel de la misma Iglesia. En cualquier caso la Iglesia, aunque para los católicos es una institución divina, no está ciertamente por encima de las críticas y siempre está abierta a la reforma: "Ecclesia semper reformanda". Lo que no es cierto, parece ser, del Opus Dei.
El portavoz del Opus (no se oye hablar de la portavoz del Opus) estará agradecido por lo dicho más arriba para abalanzarse en su defensa. El contenido de su respuesta será fácil de adivinar:
"Cualquiera que haya hecho una investigación seria sobre un tema científico o histórico, se dará cuenta de que una larga lista de citas, que a primera vista podrían dar la apariencia de un estudio minucioso sobre la materia, puede estar fácilmente basado en fuentes no comprobadas o no fiables, o igualmente manipuladas para adaptarlas a una tesis."
Eso dijo el reverendo Richard Stork, un sacerdote del Opus, al escribir una "Apología pro Opere Dei" en la revista mensual, británica y católica, "Clergy Review", de febrero de 1986. Es cierto que con frecuencia he citado artículos "publicados para el uso interno de los miembros del Opus Dei", pero no han sido "utilizados para producir un cuadro distorsionado"; han sido citados bastante extensamente. Realmente, el impacto de la publicación de "Crónica" en extenso podría hacer más daño a la reputación del Opus que los pocos pasajes utilizados. El padre Stork ni siquiera ofrece como atenuante el que la mayor parte fuese escrita y circulase hacía mucho tiempo; lo defiende todo.
Determinar exactamente qué es lo que defiende, podría ser difícil. Cuando María del Carmen Tapia era la encargada de Prensa en Roma, recuerda que tuvo que hacer nuevas páginas para los diarios del Opus Dei, diarios internos como "Crónica" que eran enviados a los centros del Opus donde las viejas páginas, no consideradas ya como ideológicamente acertadas eran suprimidas y en su lugar se insertaba la doctrina. Vladimir Felzmann, receptor de tales misivas de Roma, corroboró esta historia.
Pero ésa no es la defensa central. Lo que es fundamental para la "Apología" del padre Stork es el respaldo de la Iglesia: "¿Puede una institución aprobada por la Iglesia Católica estar tan equivocada, ser tan perversa, tan estúpida?", pregunta, y continúa insinuando, en una cita de santo Tomás Moro, que los adversarios del Opus están en la categoría de herejes. Un jesuita podría sonreír tristemente ante una visión tan ingenua de la Iglesia, puesto que la Iglesia decidió en su sabiduría suprimir su orden, sólo para restablecerla de nuevo casi medio siglo después, cuando prevalecieron opiniones más juiciosas.
Mas el caso, sin embargo, uno podría cuestionar el apoyo que el Opus tiene dentro de la Iglesia católicica. Indudablemente, están aquellos de la burocracia papal romana, y a muy alto nivel, cuya propia visión de la Iglesia coincide con la del Opus. Asimismo, es cierto que bastante más de mil prelados escribieron obedientemente a Roma solicitando la presentación de la causa de monseñor Escrivá de Balaguer para canonizarlo como santo.
Contra eso uno podría considerar las protestas del episcopado español y de otros obispos en contra del establecimiento de una prelatura personal, la larga demora en encontrar una fórmula eclesiástica adecuada para hacer frente a la inusual Constitución del Opus Dei, la propia aversión de Escrivá por mucho de lo que sucedió después del Vaticano II y la oposición de algunos prelados de todo el mundo a la expansión de las actividades del Opus en sus diócesis. También ha habido adversarios del Opus entre los más distinguidos cardenales de la curia romana. El cardenal Pironio, el prefecto argentino de la Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares bajo la que se encontraba hasta que se convirtió en una prelatura personal, ciertamente no era partidario suyo. Y más importante aún, tampoco lo era el cardenal Benelli, durante muchos años el más cercano consejero de Pablo VI (se había convertido en el secretario del futuro Papa en 1944), a quien muchos querían ver elegido sucesor de Pablo VI. Benelli sirvió durante un tiempo en la Nunciatura de Madrid, donde le cogió una gran aversión al Opus tanto porque él reconocía la necesidad de separar a la Iglesia del apoyo sin reservas al régimen de Franco, como porque consideraba al Opus como una Iglesia alternativa. A luz de la oposición de Benelli en particular, es difícil aceptar la afirmación del Opus de que ha tenido "apoyo papal continuado y mantenido".
Es cierto que el espíritu del Opus gusta al actual Papa. Difícilmente puede haberle sido indiferente si, como se afirma, el Opus envió dinero para apoyar a Solidaridad en Polonia. La prohibición del Opus de manifestaciones públicas parece que se levanta para las visitas papales alrededor del mundo. Banderas proclamando "Totus Tuus" ("totalmente tuyos") señalan la situación de los miembros de la organización en las masas vitoreantes. El periodista español Pedro Lamet comentó sobre la visita de Juan Pablo II a España que cuando el Papa hablaba de la necesidad de mantenerse fiel a las enseñanzas tradicionales, en especial en la contracepción y el control de la natalidad, los grupos del Opus aplaudían con fuerza. Cuando hablaba sobre la necesidad de la justicia social, permanecían extrañamente silenciosos.
Porque es posible observar áreas importantes en las que el espíritu del Opus se aparta de la tradición más reciente de la Iglesia católica y se pone en desacuerdo con el contenido del pontificado de Juan Pablo II. Estas áreas tienen que ver con las inquietudes sociales de la Iglesia, y son el tema del siguiente capítulo.
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