El gobierno clerocrático del Opus Dei

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Por Cimarrón, 24/10/2018


Con todos los profundos estudios que se han publicado en estas páginas, ha quedado claro que las Prelaturas Personales son entidades clericales compuestas solamente por sacerdotes y diáconos, no por laicos, que no son ni siquiera tomados en cuenta. Los laicos no son el pueblo de la prelatura, de manera análoga a cómo lo son en las diócesis. El Opus Dei no forma parte de la estructura Jerárquica de la Iglesia. La Obra queda pues, como un conjunto inseparable de dos entidades, la prelatura de la Santa Cruz y por otro, la asociación Opus Dei; ésta última formada por laicos. Por eso el nombre oficial de la institución indica las dos entidades “Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei”...

El nuevo Código de Derecho Canónico, en el canon 294 dice expresamente “Que la sede apostólica, oídas las Conferencias Episcopales, pueden erigir Prelaturas Personales que consten de presbíteros y diáconos del clero secular”. Queda bien claro pues, que los laicos no forman parte de las prelaturas personales, en el Opus Dei, tampoco.

Y en el Canon 296 añade: “Mediante acuerdos establecidos con la prelatura, los laicos pueden dedicarse a las obras apostólicas de la prelatura personal; pero han de determinarse adecuadamente en los estatutos el modo de esta cooperación orgánica y los principales deberes y derechos anejos a ella”.

No es fácil vivir bajo la férula de la clerocracia del opus. Comenzando desde abajo en los Consejos Locales, donde está dispuesto que haya 3 laicos por lo menos, el director, el subdirector y el secretario; además, está siempre el sacerdote, que en teoría solo tiene voz en las deliberaciones del Consejo Local, pero, de hecho, su opinión es la que más cuenta, y lo que él dice es lo que se hace. No es raro encontrar directores jovencitos, inexpertos, ignorantes, que por eso mismo son más manipulables por el sacerdote.

En la sección femenina este fenómeno es más notorio. No se hace nada, a todos los niveles, sin el visto bueno del sacerdote.

Y así, podemos ir subiendo a las Sub Delegaciones, Delegaciones, a las Comisiones Regionales, donde la autoridad máxima es siempre un sacerdote, hasta llegar al Consejo General presidido por el Presidente General, que siempre será un sacerdote.

Está visto entonces que los clérigos tienen una “misión canónica” y ejercen las principales funciones de dirección dentro del opus y los laicos solo prestan una “cooperación”. Los laicos no tienen funciones de gobierno, sino solo de cooperación, de colaboración, aunque ocupen puestos en los diversos niveles de gobierno, de acuerdo con el canon antes citado,

Por lo tanto, podemos afirmar perfectamente que el opus está regido por una auténtica “clerocracia”.

¿Será entonces el opus una institución laical?

Clerocracia y estado totalitario guardan entre sí un gran paralelismo y se rigen por las mismas reglas. Su teología o su ideología contarán siempre con respuestas inapelables. Una casta infalible se ha alzado con el poder y nadie puede dejar de aceptar sus decisiones. La tolerancia no es su fuerte, como tampoco la clemencia.

Es bien sabido que los miembros de la obra no tienen derecho a criticar o interpretar al Prelado, mucho menos al fundador. Lo expresado por ellos, aunque sea en el campo de lo opinable, tiene un valor teologal y, por eso, no se tolera ninguna crítica. U opinión disidente. Todo en aras de la “unidad”.

Hinchados de poder, regulan hasta el extremo, convirtiéndose en una institución levítica bajo el control absoluto de los verdaderos directores o superiores, que son los clérigos.

Y en un ambiente así no hay nadie que no sea espía, esperando encontrar la falta más mínima de un hermano, para aplicar la “corrección fraterna”, previo conocimiento de los superiores quienes autorizan el regaño y están así al tanto de lo que hacen o piensan sus adscritos.

Los superiores del opus, al igual que Calvino en su momento, ven en los miembros de la obra una turba de hombres y mujeres inclinados al mal de una manera natural.

La consecuencia es lógica. A unas criaturas así no se les puede dar libertad. Hay que meterlas en cintura mediante una reglamentación exhaustiva, que trata de prever todas las circunstancias imaginables. Y a los que se doblegan ante esa tiranía se dice que tienen “buen espíritu”. De esta manera, el opus se ha convertido en un sistema complejo de normas que regulan prácticamente todos los aspectos de la vida personal y social.

Todo lo quieren prever, no para ajustarlo a la voluntad divina expresada en el supuesto carisma fundacional, sino para ejercer el control más absoluto de las personas, o ahogando su libertad y espontaneidad, manipulando las voluntades. El Opus Dei se ha convertido así en un complejo sistema de normas que regulan prácticamente todos los aspectos de la vida personal y social.

Por esta razón todo está programado, controlado. Manipulan la conciencia y llenan a sus miembros de escrúpulos, obligándolos a cumplir una gran cantidad de normas de piedad, buenas en sí mismas, pero que se convierten en acciones vacías de corazón y de alma.

Y ni qué decir que toda esta regulación se justifica diciendo que es por fidelidad al espíritu fundacional, donde Dios habló por boca del fundador. El opus se ha convertido en un sistema complejo de normas que regulan prácticamente todos los aspectos de la vida personal y social de sus miembros.

Debido a todo esto es que en el opus no hay confianza, sino control. Confianza que es lo propio de una familia, pero que, como es opus no es familia -por mucho que lo repitan-, tampoco hay confianza.

El fundador se creía el ungido de Dios para fundar el opus y así transformar el mundo. Y solamente los superiores centrales, los directores mayores, tienen acceso a la información que Dios le pasó al fundador.

De allí el secretismo de las Constituciones que, además, por mandato expreso de su fundador deben ser conservadas en latín. Cosa curiosa, al contrario, Lutero, en su momento, tradujo la biblia -que hasta entonces estaba disponible solo en latín por disposición de las autoridades de la Iglesia- al alemán, en su afán de que se conociera mejor por el pueblo católico, y que era conocida solo por la predicación de los clérigos y sacerdotes.

Bien se han cuidado las autoridades del opus de que los documentos fundacionales no sean objeto de estudio, pues entonces se profundizaría en su contenido. Se conocerían mejor, en definitiva. No es pues el estudio del espíritu del Opus Dei, sino la predicación, la tradición oral, el canal primario del conocimiento de la espiritualidad del opus.

Consecuencia lógica de esa certeza que creen tener los directores de que el espíritu del opus es de Dios y no de un hombre es su intransigencia y frialdad a la hora de aplicar los criterios, manteniendo una actitud dogmática, intransigente y muchas veces criminal en el sentido literal de la palabra.

Sólo el fanatismo clerical puede llevar a cabo semejantes aberraciones. Y esa tiránica frialdad, su brutal intolerancia llevan a la opresión con la consiguiente eliminación de la libertad. Actitud dogmática, intransigente y criminal.

En el opus, la tradición oral -a través de charlas y meditaciones, principalmente- ha sido siempre preponderante sobre lo escrito.

¿Cómo es posible que, como resultado de la importancia de la tradición oral no haya resultado una babel a una distorsión del mensaje original? La respuesta es sencilla: la importancia de poner por escrito la interpretación del mensaje original por medio de documentos de gobierno, accesibles solo a unos pocos, para que sean transmitidos en forma oral.

A la muerte de su fundador en 1975, el espíritu del opus era todavía una doctrina sin cuajar completamente. El sucesor del fundador, Álvaro del Portillo, se encargará de normar en todo lo posible lo que se les podría haber ocurrido a algunos que se creían con “amplitud de criterio”.

Los superiores del opus se caracterizan, pues, por ser intolerantes y nunca han dado muestras de clemencia o piedad con aquellos miembros que ya no encuentran en el opus la respuesta a sus inquietudes religiosas, abandonándolos en el sentido más literal de la palabra, sin el menor respeto a los derechos humanos o a la dignidad de la persona.

¿Hacerlos para la mayor gloria de Dios? Es algo difícil de creer. Y más difícil creer que Dios les diera permiso para hacerlo.

Todo esto nos lleva a pensar, con un ánimo entre turbado y perplejo, cómo puede esto ocurrir esto en el seno de una religión fundada en los principios de la misericordia, la paz y el amor al prójimo.

En el Opus Dei los directores han preferido siempre el remilgo verbal a llamar a las cosas por su nombre. Siguen con entusiasmo la regla que cierto periodismo utiliza a menudo: “no permitas que la verdad arruine una buena historia”.




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