El defecto dominante

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Por Satur, 13.11.2006


Leo una máxima que me ha hecho pensar, reza así : “ir al psiquiatra no es nada malo, así que no hagas más caso al enano que te susurra que tienes que comprarte una gabardina y hacer el exhibicionista delante de las señoras mayores, y déjate ayudar”.

Yo fui al psiquiatra a los trece años, y no porque un enano me asaltara con ideas paranoicas, o impulsos invencibles, nada de eso. Lo mío era muy de normal. Mi padre un día me dijo “hijo mío, no consigo entenderte, así que te llevaré a un médico para que me diga qué hacer contigo”. Y fuimos al loquero.

El tío me despachó en tres sesiones y lo único que le aconsejó a mi padre es “agótelo: éste chaval tiene que llegar hecho polvo a su casa, si no, está usted perdido”. En las sesiones me pasó unas cuantas baterías de tests, algunos muy curiosos. A mi me parecía que todas esas preguntas, y todas las interpretaciones que debía de hacer de una serie de gráficos, escondían una trampa, como una clave oculta que diagnosticaría de mi que estaba como una cabra, así que intentaba contestar con una ingenuidad de novicia.

Por ejemplo, uno de los gráficos representaba un chico desnudo trepando por una soga en una habitación en penumbra. A mi se me ocurrió la más cochina de las historias, pero no piqué el anzuelo, y contesté que era un niño que había olvidado el pijama en la buhardilla e iba a buscarlo. El psiquiatra me miraba como diciendo “¡buen pájaro estás tú hecho, cerdo, que eres un cerdo!”. Y yo le miraba con ojos de Daimien y pensaba “ ¡cabronazo, a otro perro con ese hueso!, ¡listo, que eres un listo!.

Nunca más he visitado un psiquiatra.

¿Nunca?, ¡falso de toda falsedad!. Porque, de algún modo, cada director que tuve en mis años allí ejercía, en algún momento, el papel de psiquiatra. Todo empezó en el centro de estudios…

Supongo que la idea la debió de tener un iluminado en Roma. No sé, una tarde haciendo la oración en la Viale de la Campana, o en el Sogiorno del Vícolo, o en el Frontispróstratos del Arcobaleno, pensó eso de “¿se conocerán nuestros fieles?, ¿sabrán cómo son de verdad?”, lo apuntó en la agenda y minutos después, ¡eureka!, encontró la solución: hay que preguntar a la gente si sabe cuál es su defecto dominante.

Dicho y hecho. Y a mi me tocó en el centro de estudios. Un día el dire me dijo “oye, ¿tú te conoces bien?, ¿eh?, ¿sabes cuál es tu defecto dominante?.

- ¿Lo cualo?
- Sí, tu defecto dominante. Si lo conoces, podrás luchar en el campo adecuado.
- Mi defecto dominante…. mi defecto dominante… mi defecto dominante…
- ¿Lo ves?, no acabas de conocerte. Llévalo a la oración y ya me dices en la próxima charla.

En la oración – me avergüenza reconocerlo – jamás llegué a ver nada. Nada es nada. Y mira que en horas y horas de hacerla llegué incluso a tentar a Dios. Por ejemplo, le decía “si alguien me regala un boli antes de la media noche es que quieres que sea sincero, y si me dan un caramelo de sugus, pues que lo deje correr”. ¡Mis cojones!, ni bolis, ni sugus que lo fundó.

Pero en aquellos días uno era más ingenuo, y me fui al oratorio con mi agenda, y mirando al Sagrario, venga, dale que te pego con el defecto dominante.

- Oye, que ya sé cual es mi defecto dominante.
- ¿Y bieeeen?
- Pues que me gusta mucho cantar y estoy cantando a todas horas, pero para mis adentros, así como que nadie se entera, y, claro, por eso no saco buenas notas, ni hago bien las normas, ni…
- ¿Te me estás cachondeando tú, o que es lo que estás haciendo?.
- Que no, que yo….
- Mira tu defecto dominante es la pereza, joder, que parece mentira que no lo veas, que es que canta que no veas. Así que te haces una lista de cinco mortificaciones, ésta, ésta, ésta , ésta y ésta, y andando.

Al cabo de un año, con otro director, llegó el momento de la preguntita .

- Oye, ¿tú sabes cuál es tu defecto dominante?

Con el brillo en los ojos del alumno que se la sepi y levanta la mano emocionado en clase con un “¡¡¡YOOO, PROFE, YOOOO!!!”, le contesto: la pereza, mi defecto es la pereza.

- No te conoces, Satur. Tu defecto no es la pereza…
- ¡Coño!, ¿no es la pereza?
- No… anda, llévalo a la oración y pídele luces al Señor.

Y vuelta a empezar con el defectillo de las narices. “Señor, ¿cuál es mi defecto dominante?, ¡iluminatio mea!

- Ya sé cual es mi defecto dominante
- ¿Síiiii?, habla, te escucho
- Pues que me gusta mucho cantar y estoy cantando a todas horas, pero para mis adentros, así como que nadie se entera, y, claro, por eso no saco buenas notas, ni hago bien las normas, ni…
- ¿ Te estás refanflinflando de mi, o qué?. Tu defecto es la vanidad, hombre, si es que estás llamando la atención a todas horas. Anda hazte una lista de mortificaciones que corten esas malas hierbas, por ejemplo, ésta, ésta, ésta y ésta.

Un tiempo después, en un curso anual, el dire, que venía de Roma y era un tío así como muy piadoso y con mucha unción, me dice en la primera charla si me conozco y si sé cuál es mi defecto dominante.

- ¡¡¡LA VANIDAD, ES LA VANIDAD, PERO FIJO!!! – le contestó emocionado.
- ¿Seguro?... ¿cómo lo sabes?
- Pues, porque tiendo a dar la nota.
- No; eso es muy genérico. Llévalo a la oración y ya hablamos.

¡Mecahis todo lo que se mueve con el defecto dominante de las pelotas, ya!. Al oratorio y raca raca con el tema.

- Ya sé cuál es mi defecto dominante.
- ¡Aha!, ¿y yyyyy…?
- Pues que me gusta mucho cantar y estoy cantando a todas horas, pero para mis adentros, así como que nadie se entera, y, claro, por eso no saco buenas notas, ni hago bien las normas, ni…
- ¿Tú, qué pasa, que me has visto cara de gilipollas?. Tú defecto es que no eres piadoso, así que en este curso anual te pones unas metas de visitas al Santísimo, de número de jaculatorias, de miradas a la Virgen, y a por ello.

Pasaron los años, veintisiete años de mi vida y de mi corazón, y decenas y decenas de directores preocupados porque me conociera. Y así supe que soy perezoso, vanidoso, poco piadoso, sensual, con demasiado corazón, orgulloso, indisciplinado, con falta de templanza, frívolo, infantil, desordenado, atolondrado, guarro, ligero, apasionado, cambiante, alelao…y no sé cuantas cosas más.

Además, todos ellos me daban una lista de pequeñas mortificaciones que iban desde el minuto heroico en plan ¡¡¡¡yabadabadúúúúú!!!, hasta no hablar en las tertulias, no repetir de segundo plato, hacer footing todos los días, subir montañas, sentarme en el peor sitio de la sala de estar, hacer la oración de pié por la mañana…

Y ahora lo único que sé es que… pues que me gusta mucho cantar y estoy cantando a todas horas, pero para mis adentros, así como que nadie se entera, y, claro, por eso me va la vida como me va.


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