El caso Káiser

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Por Trane, 23.07.2012


Por qué a partir de ahora ya nadie puede seguir perteneciendo al Opus Dei con buena conciencia

Mi reacción... y la de todos nosotros

Cuando leí por vez primera la retractación de Káiser reaccioné igual que todos vosotros: no me la creí. Es decir, no me creí que él se la creyera. E igual que todos vosotros, esa retractación sólo acertaba a explicármela pensando que había sido escrita bajo coerción, pero bajo una coerción que, primero, venía directamente del Opus Dei, y segundo, no se descargaba sólo sobre Káiser, sino que amenazaba a modo de represalia a personas cercanas a él. Concretamente pensé que Káiser dependía económica, y por tanto laboralmente, del Opus Dei, y que había otras personas cuya sustentación material corría a cargo de Káiser, o sea, que tenía una familia que mantener. Pensé que a causa de un descuido, o porque su nombre es César, o a través de una trampa o de cualquier otro modo, el Opus Dei había averiguado la identidad de Káiser y que ahora le amenazaba con echarlo a la calle si no se retractaba. Y pensé que Káiser hizo lo mismo que habría hecho cualquiera de nosotros, empezando por mí mismo, en esa situación: sacrificarse cargando con la humillación privada y exponiéndose al bochorno público para salvaguardar el mantenimiento de su familia...

Aquella retratación fue un vergonzante acto de autohumillación. Nadie se salvaguarda material ni profesionalmente a sí mismo a cambio de perder la dignidad. Pero debemos entender que, en condiciones extremas, uno puede renunciar a su dignidad propia si es para salvar la sustentación de seres a los que ama más que a sí mismo y si además al hacerlo no perjudica a nadie más que a sí. Aunque en un sentido absoluto incluso este comportamiento sea reprobable, nosotros debemos abstenernos de juzgarlo.

Así y sólo así es como yo podía interpretar la retractación: primero porque amenazar explícita o veladamente con represalias terrenales o supraterrenales es un comportamiento que todos conocemos del Opus Dei, y que se expresa paradigmáticamente en el símbolo ya clásico del rejalgar; y segundo porque cargar con la vergüenza íntima y pública para no complicar la vida de seres próximos y queridos, aunque eso le haga sentirse a uno un cobarde y un miserable, es un comportamiento que cualquier persona ha conocido en sí misma, yo tanto como todos vosotros. No sé cuál fue vuestra primera reacción espontánea al leer unos días más tarde la sentencia. Yo me quedé atónito y no daba crédito. Me parecía estar leyendo una broma de mal gusto. Jamás habría pensado que la explicación de la retractación pudiera ser aquélla. Jamás se me habría ocurrido pensar que la retractación obedecía a un mandato jurídico, y jamás se me habría ocurrido la posibilidad de que en nuestra época y en un país occidental alguien sea encarcelado por denunciar unas injusticias que, además, de continuo son corroboradas por un sinfín de testigos y de víctimas.

Los intocables

Igual que cualquiera de nosotros, el Opus Dei tiene derecho a defenderse de acusaciones si él las percibe como calumnias (al margen de si son verdaderas o no). Entiendo que en un caso así, como haría cualquiera de nosotros, el Opus Dei tome medidas legales, y entiendo que exija una retractación pública. Pero no entiendo que exija, y ni siquiera que acepte, dinero en desagravio por lo que considera calumnias. Y menos aún entiendo que consienta que alguien sea encarcelado por ese motivo.

Si yo sintiera que me han calumniado públicamente, es posible que tomara medidas legales y que exigiera una retractación. Pero es seguro que jamás aceptaría dinero en desagravio, y también es seguro que sentiría vergüenza de mí mismo si consintiera que alguien fuera encarcelado por haberme caluminado. ¿Por qué? Sencillamente porque no tengo en tanta estima mi imagen pública ni la opinión ajena como para sentir que una difamación merezca el encarcelamiento de nadie.

Hace unos años, el gobierno de Zapatero aprobó conceder una ayuda económica a las familias por el nacimiento de hijos. Aquella semana, la portada de “El jueves” mostraba la caricatura de alguien que se parecía mucho al príncipe Felipe fornicando con una señora que se parecía mucho a la princesa Leticia, diciéndole: “Si de ésta te quedas embarazada, esto habrá sido lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida.” Al día siguiente la policía irrumpió en la redacción de “El jueves” y confiscó los ejemplares editados y las planchas del número. Supongo que el príncipe Felipe tendrá sus motivos para evitar convertirse en tema de chistes buenos, pero la confiscación de la revista levantó una oleada de indignación por el atentado a la libertad de expresión que aquello suponía. ¡Y eso que se trataba del mismísimo príncipe heredero, que en aquella ocasión ni siquiera hubo retractación, ni mucho menos multas ni encarcelamientos, y que además nadie se creyó en serio que el príncipe efectivamente le hubiera dicho esas palabras a su señora!

Un triple escándalo

La sentencia a Káiser me hace sentir la vergüenza de un triple escándalo.

Es un escándalo que una organización que se pretende cristiana encarcele a alguien, con pleno conocimiento de que está proclamando verdades irrefutables y múltiplemente contrastadas, únicamente para mantener incólume una imagen superficial y externa. Hasta ahora yo podía entender que cristianos de buena conciencia siguieran afiliados al Opus Dei pensando que, pese a todos los abusos que ha cometido esa organización, el ideal de evangelización y acercamiento a Cristo sigue mereciendo la pena incluso de la manera como ellos lo practican. Pero desde el encarcelamiento de Káiser nadie puede seguir perteneciendo al Opus Dei con buena conciencia. Incluso aunque las denuncias de Káiser hubieran sido infundadas, incluso en ese supuesto no ya alguien que se considere cristiano, sino ninguna persona sensata, puede encontrar aceptable un encarcelamiento ni puede albergar ninguna comprensión hacia la organización que lo ha promovido.

En segundo lugar, es un escándalo legal. “Cuándo se pierde el juicio si no es ahora que la justicia vale menos que el orín de los perros”, decía el poeta. ¿Cómo es posible que un juez ordene encarcelar a alguien por denunciar unos hechos que no sólo son negativamente irrefutables, sino que además están tan positivamente documentados por el testimonio propio de tantísimas personas?

Y en tercer lugar, es un escándalo que debería avergonzarnos a cada uno de nosotros.

Cuando Káiser publicó su retractación, yo esperaba leer después en Opuslibros numerosas entradas: algunas de reprobación y reproche, muchas adivinando sus motivos y ofreciéndole apoyo. Más o menos eso fue exactamente lo que sucedió.

Cuando Opuslibros publicó la sentencia del juzgado, yo esperaba leer un aluvión de entradas solidarizándose, indignándose, escandalizándose, apoyando a Káiser y proponiendo medidas concretas para hacer que esa sentencia escandalosa se revisara. ¿Y qué sucedió? No mucho. Unas cuantas entradas, alguna acusatoria contra el Opus Dei y alguna solidarizándose con Káiser. Es verdad que algunas de ellas fueron muy meritorias, como la de Unacomoyo, Mabel, Maripaz, Marta Domingo, y alguna otra. Pero en conjunto la reacción fue comedida.

A los pocos días apareció uno con ganas de llamar la atención, seguramente aquejado de carencia afectiva, que empezó a insultar a la gente acusando indiscriminada y simultáneamente de nazi y stalinista a todo aquel que se le ponía por delante. ¿Qué hicimos nosotros? Como dijo Deljesús, picamos el anzuelo, comenzamos a gastar saliva con quien no lo merece... y nos olvidamos de Káiser. Parecíamos los funcionarios, saliendo a la calle porque, ahora que les llegan a ellos las últimas salpicaduras del tsunami, les quitan una de sus varias pagas extraordinarias, mientras desde hace años todos nosotros, incluyendo a quienes ahora más protestan, hemos venido consintiendo que el país entero, encabezado por cinco millones de parados, se fuera de cabeza a la ruina. El lunes leí la entrada de Deljesús como quien despierta de un sueño, y me adscribo del todo a la entrada de MMZ que siguió poco después.

¿Dónde se forjan las verdaderas virtudes heroicas, en el oratorio o en la cárcel?

El caso de Káiser recuerda el de Martin Luther King y el de Nelson Mandela: dos defensores de los derechos humanos a quienes los políticos racistas y segregacionistas mandaron a la cárcel pensando que con eso los silenciaban. En lugar de eso, sólo consiguieron convertirlos en héroes. Pero si los encarcelamientos de King y de Mandela llegaron a ser actos heroicos que transformaron países enteros es porque la gente por cuya causa ellos estaban en la cárcel no los olvidó ni los abandonó, sino que recogió su testigo y lo alzó, agrandándolo al sostenerlo con tantas manos juntas. (Uno también piensa en Mikael Blomkvist, el periodista de la trilogía Millenium a quien encarcelan por denunciar a un empresario sin escrúpulos, pero como es un personaje de ficción creo que ahora lo podemos dejar aparte.)

No me abandona la sensación de que nosotros no hemos sabido hacer eso. Ignoro lo que se mueve en el subsuelo y en los trasteros de Opuslibros. Seguramente Agustina conocía desde el principio todo el trasfondo de la retractación y no quiso desvelarlo para no interferir, temiendo que con eso todavía podría perjudicar más a Káiser. Pero en cuanto a nosotros, creo que le hemos fallado. Creo que Káiser tiene motivos para sentirse triste por la facilidad con que el eco de la injusticia que está sufriendo se ha desvanecido entre nosotros.

No sé en qué cárcel va a cumplir Káiser sus dos meses de condena. Pero me gustaría visitarle. No por eso de que “estuve en cárcel y me visitasteis”. Sino únicamente porque me sentiría muy honrado de decirle personalmente lo que aquí acabo de escribir.

Nota de Agustina.- Querido Trane, en España, si la pena de cárcel es menor a 2 años, no se ingresa en prisión.



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