El Opus Dei se traiciona a sí mismo

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Por Elena Longo, 18/06/2021


INTRODUCCIÓN

Después de casi 20 años de pertenecer al Opus Dei, desde 1971 hasta 1988, de otros más de 30 de recorrido interior de salida, apoyada en los últimos 20 años por la participación y la lectura constante de los testimonios y de las reflexiones contenidas en la página de Opuslibros, me doy cuenta de que en mi consciencia se va como coagulando una visión síntetica de como hubiera tenido que ser el Opus Dei para ser realmente lo que pretendía ser. Al cabo y al final, se trata de lo que quizá barruntábamos cuando nos propusieron ese ideal de vida, no en los detalles que se escapaban de nuestra escasa experiencia de vida y de nuestra formación intelectual y doctrinal de aquel entonces, pero quizá sí a un marco general que fue desdibujándose y perdiéndose a medida que nos llevaron por el “plano inclinado” por medio del cual en el Opus Dei se van “formando” –y muchos de nosotros pensamos ahora que “deformando”- las conciencias de la gente de dentro.

Como consecuencia, creo poder afirmar que el Opus Dei, desde su primer momento, se traicionó sí mismo y a todos a los a que se presentó como: una realidad querida por Dios para alcanzar la santidad en el medio del mundoen el ejercicio del trabajo profesional.

No sé si lo que voy a exponer es actual y tiene sentido escribirlo, después de tanto profundizar el tema desde innumerables ángulos visuales como aquí en Opuslibros se ha hecho. Lo que sé es que esta síntesis va tomando forma dentro de mí y quizá, puede interesar a alguien más, por eso quiero compartirla.

Lo que voy a exponer creo que quizá pueda resultar casi más util para los que lean, perteneciendoaún a la institución, por intentar de evidenciar unas contradicciones que desde dentro resultan más dificilmente identificables por falta de perspectiva. Desde luego, son precisamente las múltiples contradicciones entre lo que se declara y lo que se hace realmente que, en muchos casos, acaban por lacerar la psique y el físico de tantos miembros que o acaban por abandonar la institución o se quedan dentro por varias razones, en muchos casos víctimas de patologías depresivas.

Esta visión que comparto con no brota por ser yo una teóloga, una psicoterapeuta, o una experta de ninguna disciplina, humanística o científica. Son pensamientos de una mujer corriente, creo que con sentido común, con experiencia de vida a mis 66 años, con experiencia directa de lo que analizo, con deseos sinceros de comprender y no de atacar o destruir.

También tengo conciencia de que lo que voy a exponer va a ser muy incompleto: escribo sin pensar demasiado en su forma y orden, creo que sin duda otros podrían completar el cuadro con más detalle y más bien me sale que quizá pueda ser interesante recoger eventuales futuras integraciones o críticas para elaborar al final un escrito único con diversos autores.

PREMISAS

Arranco de una premisa para quien lee desde dentro el Opus Dei: no encerrarse en la posición de quien piensa quelo que se dice no es acertado porque él, o ella, vive en una forma más libre que los demás miembros. Es cierto que existen algunos miembros del Opus Dei, más maduros y de espíritu más libre, o más capaces de compromisos con su conciencia, y que por eso no siempre actúan según lo que generalmente está indicado como el espíritu propio de la institución. Pero lo que yo aquí quiero discutir son precisamente esos “criterios”, los principios –por salir de la semántica propia del Opus Dei (y eso de salir de la semántica puede ser muy constructivo para intentar desestructurar las lógicas obvias para quien está ya acostumbrado a otorgar a determinados términos un obsequio acritico)- que rigen la vida dentro de la institución.

Mi objetivo con lo que voy a escribir es reflexionar acerca de los principios por los que se rige la institución, no las excepciones representadas por unos miembros singulares, aunque fueran muchos.

Otra premisa es la siguiente: no os encerréis tampoco detrás del argumento del “no nos entienden”. Si el Opus Dei ha llegado a su madurez, como es lícito presumir por el acercarse a su siglo de existencia, tiene que ser ya en condiciones de enfrentarse abiertamente con las lógicas del mundo en el que vive, por supuesto sin obligación de someterse a ellas, pero sí teniendo la capacidad de interactuar de forma adulta, argumentando su propias posiciones, logrando otorgar respuestas y no limitándose a cobijarse metódicamente en el argumento de la lógica sobrenatural destinada a no ser entendida por el mundo secular. Y esto por dos razones: la más importante es que es precisamente al mundo secular que siempre el Opus Dei ha pretendido dirigirse. Pero también por otra razón que quien conoce las leyes de la Comunicación sabe: la responsabilidad de la eficacia de toda comunicación está a cargo del emisor, de la fuente de la comunicación, no de quien la recibe. En otras palabras: cuando no nos entienden, somos nosotros que no sabemos explicarnos, ¡no son los demás los que no saben entendernos!

Y acabo con una última premisa, no menos importante de las anteriores. Cuando se me ha ocurrido exponer a personas pertenecientes al Opus Dei actuaciones discutibles de la misma, a menudo me contestaron que actuaciones erroneas hay en todas las realidades y acaban atribuyendo los eventuales errores a las personas singulares. Esta contestación no es pertinente: cuando actuaciones discutibles se repiten en todas las latitudes y en distintas épocas, no puede tratarse de errores de personas singulares, y mientras que las rectificaciones no sean explicitas e institucionales estos errores siguen no rectificados y no reparados.

SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO

Uno de los ejes cardinales principales de la imagen que el Opus Dei quiere dar de su espíritu es el de la santificación del trabajo.

Con referencia a esto, se pide a la gente de la Obra que sea puntual, que trabaje en presencia de Dios rezando de vez en cuando jaculatorias y mirando imagenes sagradas, que haga apostolado con sus colegas, que ofrezca el cansancio y las dificultades por intenciones concretas, unidos a Jesucristo, etc.

Todo esto puede ser muy bonito, pero... ¿Es suficiente? Y, más aún, ¿Es esencial? ¿Es por estas prácticas que un trabajo se vuelve “santo”, partícipe de la acción creadora de Dios?

¿La vida de piedad es suficiente para santificar el trabajo o, para esto, no será más bien necesario vivir las virtudes, y especialmente la virtud cardinal de la Justicia?

La virtud de la Justicia tiene cierta primacía entre las cuatro virtudes cardinales, pues sin Justicia la Prudencia se vuelve mera circuspección, la Fortaleza puede volverse prevaricación, la Temperancia autolesionismo y presunción. Aristoteles y santo Tomás están de acuerdo en reconocer esta primacía de la virtud de la Justicia. Giotto, en la Cappella degli Scrovegni en Padua, expresando el sentir común de su época empapada de sentir teológico, la retrae en un trono, presidiendo las demás virtudes cardinales y teologales. Ahora bien, ¿Qué lugar tiene en la espiritualidad del Opus Dei la práctica de esta virtud? ¿Cuánta referencia a las consecuencias prácticas del ejercicio de la virtud de la Justicia –voluntad firme de otorgar a Dios y al prójimo lo que le corresponde- se hace en los medios de formación, en las sugerencias para santificar el trabajo, en los deberes hacia la familia de origen, en las relaciones interpersonales, etc.?

Dentro de un marco cristiano, aunque no exclusivamente, el trabajo de cada uno impacta en la sociedad, sirve para construir el Bien común, para el progreso de todos, no tendría que estar orientado exclusivamente a la ventaja personal o de su grupo de pertenencia, a acumular provecho, a ganar posición social.

Con referencia a todo esto, la práctica de la virtud de la Justicia tiene que prevalecer sobre las prácticas ascéticas, y esto tiene muchas y distintas consecuencias prácticas:

  • el cumplimiento de las exigencias de trabajo tiene que prevalecer sobre el cumplimiento de las prácticas devocionales del plan de vida
  • hay que pagar el justo salario, según las competencias y la antigüedad de servicio, y no, por ejemplo, limitarse como en el caso de las numerarias auxiliares o de las administradoras o de los profesores de colegios obras corporativas o labores personales, a pagar durante toda la vida un mínimo salarial
  • por la misma razón hay que pagar las cotizaciones y cumplir sin tergiversaciones con los deberes fiscales hacia el Estado
  • los trabajos internos no tendrían que prevalecer sobre las opciones profesionales de cada cual, quizá lo ideal sería que se llevasen al lado de la actividad profesional externa de cada uno, como en las familias corrientes se llevan las normales responsabilidades conyugales y parentales.

Al momento de cumplir con algunas de esas obligaciones, en el Opus Dei hay a menudo cierta desenvoltura para minimizarlas, casi bromeando al asumir como referencia, malentendiendo, una frase del Evangelio en Lucas 16, 8: Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”, entendiendo que para vivir en el mundo hay que asumir unos compromisos con leyes no escritas de cierta astucia, de saltarse unas reglas porque casi todo el mundo lo hace, pero... ¿Puede ser esto compatible con la santificación en el mundo por medio del trabajo? ¿No tendría que ser la voz de la conciencia, rectamente formada (no sólo por lo que refiere al 6° y 9° mandamiento...) la que empuja a cada fiel del Opus Dei a observar leyes y normas justas aunque nadie lo controle en su cumplimiento? Y aún más,¿A dirigir las opciones y las actuaciones de los dirigentes del Opus Dei?

Después de la Segunda Guerra Mundial, desde los años 40 a los 60 del siglo pasado, hubo en Italia un utópico empresario de mucho éxito, Adriano Olivetti, que imaginó y realizó una empresa humanista, con atención a las exigencias personales y familiares de sus empleados. No voy a entrar en demasiados detalles, pero cabe señalar que, entre otras directivas, dijo que las retribuciones de los directivos no tenían que ser más de diez veces el salario mínimo previsto para los obreros.

Cuento esto porque quizá referirme a los primeros cristianos que vendían sus propiedades y lo ponían todo en común para que no hubiera quien sufriera pobreza entre ellos, puede parecer demasiado útopico y lejano en el tiempo. El ejemplo de Adriano Olivetti (cristiano, pero que no buscaba en primera instancia la santidad) es un ejemplo de los criterios, de las indicaciones que cabe esperar en nuestros días por quien quiere dar un testimonio de su Fevivida hasta las últimas consecuencias, santificándose y santificando en el trabajo: criterios, directivas dictadas por la Justicia y la Caridad, más que formas devocionarias –número de jaculatorias, de miradas a imagenes sagradas, etc.- en las horas de trabajo. En cambio, levante la mano quien, entre los que leen estas lineas, de dentro o ex, escuchó en los medios de formación empujones y explicaciones prácticas sobre cómo vivir la virtud de la Justicia y sobre su jerarquía en la vida de Fe.

La conclusión lógica de estas consideraciones me parece obvia: si no se está dispuestos a vivir en grado heroico esta virtud de la Justicia y otras cercanas a ella, sería suficiente con no pretender ser difusores de un recorrido de santidad buscada en el trabajo profesional, ¡No presumir de tener la receta para que todos los trabajos se vuelvan “caminos divinos en la tierra”!

TRABAJOS INTERNOS

Si hay esas incongruencias en lo que se entiende como santificación del trabajo en general, otras se presentan en los encargos internos.

Un porcentaje importante entre los numerarios y la numerarias son llamados por los Directores a dejar el trabajo profesional que ejercerían si no fueran del Opus Dei, para ocuparse de tareas internas, o de dirección de la estructura a nivel mundial o nacional o provincial, del Opus Dei, o de asistencia a esos Directores, o de servicio doméstico de los Centros de la institución.

Lo primero que puede observarse es que si lo importante en el Opus Dei es santificarse en el propiotrabajo profesional, la pertenencia a la institución no tendría que alejar a tantas personas de su vocación profesional específica. Como ya aludí anteriormente, quizá lo ideal sería que unos cuantos se dedicaran a responsabilidades organizativas y de dirección junto con sus compromisos profesionales, como tantos padres y madres de familia se dedican a la educación de sus hijos, o a atender a algún familiar enfermo o anciano sin dejar su trabajo, recurriendo a lo máximo a una ayuda doméstica. Si gestionar la orientación de la santidad de los otros miembros de la institución, no reclamara tanto control y tanta intervención en la vida de los otros miembros, quizá esta meta no sería inalcanzable y en cualquier caso el número de los que se dedican a labores internas no sería tan importante.

Sigo comentando las caracteristicas de esos trabajos internos. En la mayoría de los casos esos trabajos no tienen, por el lado del Derecho, la más mínima caracteristica profesional: no están retribuidos, no tienen contrato, ni limitación de horario ni tiempo libre y vacaciones. No tienen relevancia social, no son presentables en un curriculum vitae, en una tarjeta de presentación, no sonuna referencia para un posible trabajo futuro.

Con esos trabajos internos el Opus Dei juega en un doble plan: según resulta más oportuno, hay que vivirlos como un “trabajo profesional”, por lo que se refiere a exigencias de horario mínimo, nivel de las prestaciones, resultados, etc., o en cambio hay que vivirlos comoun compromiso familiar, como el trabajo de una madre de familia por lo que se refiere a falta de retribución, de cotización y seguros, dedicación sin mirar al reloj, dedicación en días festivos, falta de relevancia exterior...

Según las circustancias de cada momento, el mismo encargo interno hay que vivirlo con todas las exigencias de un trabajo profesional externo y con toda la informalidad de una dedicación familiar. Lo que prevalece cada vez son los intereses de la institución y no la de las personas singulares.

VIDA DE ORACIÓN

Con las consideraciones anteriores acerca de la importancia de las virtudes como la Justicia y de su descuido en la espiritualidad propuesta por el Opus Dei, no quiero negar la importancia de la vida de oración en la vida cristiana. Si se me admite un ejemplo gráfico con el que explicarme, yo veo las virtudes –con especial referencia a las virtud Teologales y Cardinales,y a su cortejo de virtudes conexas- como la estructura ósea, mientras la vida de oración constituye la circulación sanguinea de un ser viviente. Las dos son indispensables para la vida, pero con papeles distintos. La presencia de las virtudes estructura con solidez el ser humano, lo hace una criatura ética, osea capaz de vida moral y por eso mismo capaz de acción orientada a la relación con la Divinidad, la vida de oración le permite alimentar una vida pulsante de Amor hacia Dios.

Esas consideraciones, si me empujan a reiterar la gravedad de la falta de atención en el cultivar la virtud de la Justicia en la espiritualidad del Opus Dei, también me ofrecen la oportunidad de aportar unas reflexiones sobre aspectos de la vida interior, de oración, que viví allí.

Una de las cosas más entrañables que me llevo de mis años en la institución, es el título de un artículo de una publicación interna: “En el centro del alma”, refiriéndose a la presencia de Dios. En la lectura y meditación de ese artículo busqué reiteradamente en aquellos años apoyo y cimiento, y después siempre mantuve claro que esta frase representa un norte en la vida. El problema es que con esta frase pasó lo que se repite de vez en cuando en el Opus Dei: se logra sintetizar en un lema algo fulminante (me refiero a frases del fundador como “Se han abierto los caminos divinos de la tierra”, “Soñad, y quedareis cortos”, “Creo más en la palabra de un hijo mío que a la de ciento notarios” y otras por el estilo), quien las escucha cree intuir que se acerca a descubrimientos deslumbrantes para luego darse cuenta de que sólo son frases sin más. Lo que a mí me pasó es que cada vez que busqué en la dirección espiritual orientación para encauzar y orientar esa busqueda de Dios en lo más íntimo de mi alma, encontré contestaciones vagas, distraídas, creo que también algo desconcertadas y casi molestas, y como una reorientación hacia prácticas devocionales más prosaicas. Y no se trata solo de la falta de sensibilidad de las personas concretas que me escuchaban, puedo afirmar por recuerdos y experiencia personales muy claras en mi memoria, que esas reacciones me llegaron también por almenos dos personas con importante responsabilidades de orientación espiritual dentro de la institución, que no voy a citar por estar ambas muertas y por lo tanto sin posibilidad de contestarme ahora.

Para mí resulta significativa una afirmación del fundador en Camino, el p. 115: “«Minutos de silencio» – Dejadlos para los que tienenel corazón seco.Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos”

En realidad en Camino se encuentran muchas consideraciones acerca de la importancia del silencio, pero al leerlas, todas se refieren, y mi experiencia personal lo confirma, a un silencio “hacia lo exterior”, un silencio de los labios, pero por dentro las personas están animadas a llenar ese silencio de jaculatorias, fórmulas de plegarias, consideraciones espirituales... En mi vida despuésdel Opus Dei, en cambio, he comprobado la necesidad de cultivar un hondo silencio interior para cultivar la relación con Dios.

Dentro del Opus Dei ese silencio no se cultiva, más bien se elude –como lo testimonia la cita de Camino- porque la voluntad de Dios llega principalmente y esencialmente por la voluntad de los Directores, el trabajo personal está fundamentalmente orientado a la aceptación rendida de esas indicaciones, llevándolas a la oración y meditándolas. En la media hora de meditación de la mañana, que habitualmente los numerarios hacen juntos, aproximadamenteuna mitad del tiempo está dedicado a la lectura en voz alta de textos predispuestos, almenos dos o tres veces a la semana la media hora de oración mental que hay que hacer dos veces al día está predicada en voz alta por un sacerdote y frecuentemente las indicaciones de la dirección espiritual personal se basan en llevarse a la oración tal o cual escrito del fundador o de las publicaciones internas.

SECULARIDAD Y PRACTICA DE LAS VIRTUDES DE POBREZA, CASTIDAD Y OBEDIENCIA

A quien se propone pedir la admisión al Opus Dei se le dice que va a ser un cristiano como los demás y se le pide el compromiso de no querer ser un religioso. Incluso, si alguien quiso en su pasado averiguar, en un noviciado o en un seminario, si tenía lo que habitualmente en la Iglesia se define como “vocación”, ya no es considerado idoneo para pedir la admisión en el Opus Dei.

No obstante estas premisas, en el curso de su incorporación, al fiel del Opus Dei se le pide de forma destacada, como un compromiso especial, vivir especialmente las virtudes típicas del contemptus mundi, del despego dal mundo, que se piden a los religiosos.

Hasta 1982 teníamos que comprometernos a ello con votos privados. Desde la aprobación como Prelatura personal ya no se pronuncian votos, pero sí se asume un “compromiso contractual” con referencia específica a estas tres virtudes. Lo que quiero subrayar es que, aún sin votos, en el Opus Dei se sigue reconociendo una importancia especial a la práctica de estas tres virtudes que tienen un caracter escatológico, osea las que se piden a los religiosos para dar testimonio de su despego del mundo, como si ya hubieran llegado a la vida eterna.

No hablo sólo de teorias: en la práctica, en el Opus Dei se le exige a las personas, especialmente a los miembros que hacen “vida de familia”, pero en distintas medidas a todos según sus circunstancias, de “consultar” –que es lo mismo que pedir permiso, porque los “consejos” que se reciben obligan- para las cosas más nimias: hacer un gasto personal, aunque pequeño, quedarse por la noche para acabar alguna norma de la vida de piedad,... hasta las cosas más importantes, como participar a un evento, hacer un viaje de trabajo, etc. (Por supuesto, las indicaciones en estos campos pueden variar de intensidad según que se trate de numerarios, agregados o supernumerarios, pero todas estas tipología de miembros están llamados a una santidad laical en medio del mundo, por lo tanto no vale apelarse a estas distinciones para justificar esta forma de determinar desde lo exterior decisiones que tienen que ser asumidas desde la conciencia rectamente formada de un cristiano).

Hay “criterios” para casi todos los aspectos concretos de la vida: criterios acerca de los lugares para ir de vacaciones, para la indumentaria correcta para estar en el oratorio, en la comida, en la playa..., evitar quedar en un cuarto, o en un coche, a solas, con una persona del otro sexo, la medidas de ayuda económica a los familiares en dificultad, lecturas permitidas, participación en espectáculos, dinámicas de parejas...

Por cierto, en estos casos siempre un buen fiel del Opus Dei cumplirá con estas indicaciones afirmando que la decisión fue suya, -porque es de “buen espíritu”, reprimiendo discrepanciasinteriores que muchas veces, estratificándose, acaban por provocar con el tiempo la salida de la institución.

Ayudar una persona a santificarse en sus circunstancias supondría orientarla para que, autónomamente, en sus circunstancias concretas, sepa escoger la decisión que su conciencia le indica, quizá con esfuerzo, pero sin conflictosinteriores. Para que una persona no se rompa puede haber esfuerzo, pero no puede haber contradicciones entre lo que se juzga correcto y lo que se siente, significando con “siente” no mero sentimentalismo, sino la honda síntesis entre lo que el intelecto formado entiende y lo que el corazón, órgano de la adhesión amorosa, reconoce.

Por lo que se refiere a las otras dos virtudes objeto de particular compromiso, en el caso de la pobreza creo haber ya indicado un enfrentamiento distinto con la práctica de la Justicia al que aludí anteriormente.

Por lo que se refiere a la castidad, creo que al referirse a tantos que van a santificarse dentro del matrimonio, más correcto sería hacer referencia al amor cristiano, conyugalo de otro tipo según las circustancias personales, que no privilegiar la referencia a la abstención sexual como parece indicar la noción de “castidad”.

Ahora, volviendo a todas las tres virtudes del contemptus mundi, como normal cristiana que soy, sin referirme a conocimientos especiales de teología, de ascética y de historia de la Iglesia, yo me pregunto: ¿Qué sentido tiene la práctica obligada de las virtudes de pobreza, castidad y obediencia por quienes, a diferencia de los religiosos que testimonian en este mundo la fe en la vida eterna, tendrían que dar testimonio, como fieles del Opus Dei, de otra cara de su fe: de cómo las realidades creadas, rectamente vividas y vivificadas por la relación de amor con Dios, anticipen en el tiempo, la plenitud, el equilibrio y la gloria de la eternidad?

Si los religiosos existen en la Iglesia para vivir en la tierra como si ya estuviesen en el Cielo, los fieles del Opus Dei, llamados a santificarse en medio del mundo, tendrían que vivir en la tierra explicitando lo espiritual presente en cada realidad terrena, ejerciendo las virtudes no en una óptica de renuncia, sino de utilización responsable.

Otra vez se presenta a mi conciencia el primado de la Justicia y de las demás virtudes Cardinales y Teologales, mucho antes de las tres en cuestión, que por supuesto son importantes en la vida de un cristiano pero junto a muchas otras, por ejemplo responsablidad y honradez, para referirme a dos que también me parecen especialmente relevantes para quien quiera santificarse en medio del mundo.

RESPONSABILIDAD

Hablar del compromiso a vivir la obediencia me lleva a enfrentar la cuestión de la responsabilidad, cómo se entiende y cómo es vivida de hecho dentro del Opus Dei, y cómo, a mi entender, tendría que ser vivida por quien quiere alcanzar la santidad en el mundo.

Los fieles del Opus Dei quieren santificarse en el trabajo.

Quien trabaja tiene que ser un adulto: la leyes de los paises evolucionados prohíben el trabajo de los menores.

Siguiendo con mi silogismo, se deduce que para santificarse en el trabajo hay que ser adulto, osea haber alcanzado un mínimo de madurez humana, que se concreta entre otras cosas en responsabilidad personal, capacidad de evaluar las situaciones y tomar decisiones autónomas. La responsabilidad constituye, de esa forma, una virtud fundamental para santificarse en medio del mundo en el ejercicio del trabajo profesional. Todo lo contrario que recurrir a las indicaciones de los Directores. Es cierto que también las personas maduras necesitan de apoyo, de contrastar, de consejos, y por eso cabe que una institución que se propone la santificación de sus miembros ofrezca la posibilidad de apoyarse en su dirección espiritual, pero sin llegar a hacer de esa dirección espiritual uno de los ejes portantes de su organización y de su eficacia.

En cambio en el Opus Dei, como ya expliqué hablando de la práctica de los consejos evangélicos dentro de la institución, por “responsabilidad personal” se entiende la capacidad de obrar obedeciendo a criterios, a consejos imperativos que se refieren a los más distintos ámbitos (familiares, profesionales, sociales, etc.) como si fueran decisiones tomadas en total autonomía, independientemente de las reacciones que esos “consejos” suscitan en el interior de quien los recibe. Es significativo, a propósito de eso, el consejo que el fundador daba en el punto 941 de su libro Camino: “Obedecer..., camino seguro. —Obedecer ciegamente al superior..., camino de santidad. —Obedecer en tu apostolado..., el único camino: porque, en una obra de Dios, el espíritu ha de ser obedecer o marcharse.”

La dirección espiritual en el Opus Dei es programada, regularizada, controlada. Quien no acepta las formas de dirección espiritual previstas, con un laico y con un sacerdote de la institución, según las modalidades previstas, no puede seguir dentro.

No sólo por lo que se refiere a la dirección espiritual la responsabilidad es entendida con mucha ambivalencia en el Opus Dei: la institución, por ejemplo, no quiere aparecer como titular de las iniciativas apostólicas, dejando la responsabilidad hacia el exterior de esas actividades a los miembros singulares, y reservándose en estos casos el papel de mera “espiritualidad inspiradora”. Pero en realidad es la dirección de la institución la que realmente decide quién va a trabajar, o se va a despedir, de la plantilla de esas iniciativas. Son innumerables los testimonios de personas que, por cesar de pertenecer a la institución, perdieron su trabajo en las labores personales, en las que en principio el Opus Dei solo otorga asistencia espiritual.

FAMILIA

Si “santificarse en medio del mundo” no tendría que sacar a nadie de su ambiente, entonces las personas que adhieren al Opus Dei tendrían que mantener su presencia en su familia y más aún santificarse en ella. En cambio es precisamente en lo que se refiere a la familia que emerge otra de las críticas al Opus Dei, conectada también con aspectos de responsabilidad y, por eso mismo, de secularidad.

El Opus Dei quiere ser considerada por sus miembros como su “familia”, con modalidades distintas según la tipología de socios, pero en cualquier caso con prácticas concretas: numerarios viven juntos haciendo “vida en familia”, igual que las numerarias. Los supernumerarios tienen que proveer las necesidades materiales de la institución como si ésta fuera un “hijo más”. Todo tipo de miembros están llamados a proveer, a hacerse cargo de las necesitades –economicas, organizativas, etc.- de la institución como si de un familiar concreto se tratara.

Ahora, si profundizamos acerca de la naturaleza de la institución familiar, creo que es evidente que la familia es una realidad a la que se pertenece y que en su auténtica naturaleza tiene relevancia social, aparece a los ojos de terceros como sujeto de responsabilidades y origen de opciones también con consecuencias profesionales.

Pero, cuando la pertenencia al Opus Dei tiene prácticas contradictorias, como cambios de trabajo, cambios de residencia, etc., y la institución no quiere aparecer porque no es de “buen éspiritu” que un miembro explique sus decisiones con referencia a indicaciones recibidas por los Directores, la opción de ser una familia como publicita la Obra, no es en absoluto real.

Quizá con un ejemplo concreto consigo explicarme mejor. En una familia normal una madre joven puede decidir dejar su trabajo profesional para cuidar de su hijo pequeño, o para seguir a su pareja que ha sido trasladada de sede de trabajo, pero no tiene problemas paracontar esas razones a quien la conoce. Quizá esta mujer puede tener algún pesar al tomar esta decisión pero no tendrá ningún problema en compartirlo consus amigos o familiares. Tomó esa decisión, quizá hubiera preferido no estar obligada a escoger entre su trabajo y su hijito, o entre su trabajo y seguir a lado de su pareja... O quizá al final puede decidir otra cosa: confiar su bebé a una asistenta, o retardar el acompañar a su pareja hasta cuando no se encuentre otra solución... Al final escoge lo que tiene más valor para ella aunque tenga que sacrificar otra cosa de mucho valor, y esto no quita nada a la libertad con la que adhiere a esta decisión.

En el Opus Dei, en cambio, si se quiere hacer la voluntad de Dios la única opción posible es obedecer, aceptar lo que los Directores han decidido para cada uno, y sería de muy mal espiritu contar a otros que se deja un trabajo exterior por asumir un encargo interno o referirse al conflicto interior al tomar semejante decisión.

Otros aspectos críticos con referencia a santidad en la vida ordinaria y familia son las relaciones con sus familias de origen de numerarios y agregados: en cualquier familia fundada por una pareja, las relaciones con las dos familias de origen son llevadas de forma paritarias, no existe que la familia del marido o la de la mujer, tenga más derechos o más importancia, que la otra. Cuando en cambio una persona entra en el Opus Dei, la institución se vuelve su, vamos a llamarla así, “familia exclusiva”. Se habla mucho del “dulcísimo precepto” con referencia al cuarto Mandamiento y a los deberes con los padres, pero en realidad participar en las reuniones de familia está obstaculizado con el argumento de la pobreza, que impide pagar viajes o dedicar tiempo, asistir a un familiar enfermo igualmente, invitar a comer los padres que viajan para visitar al hijo en el centro donde vive no está previsto, pasar de vez en cuando las fiestas navideñas con los padres y hermanos tampoco. Proveer económicamente las necesidades de padres ancianos en dificultad económica no es decisión de cada uno con su conciencia, tiene que pasar por la aprobación de los Directores, que son los que deciden la oportunidad de hacerlo y el importe que se entrega. Tener en el proprio cuarto foto de los familiares es considerado de mal éspiritu, sólo están previstas fotos de los familiares del fundador o de antiguos miembros de la institución.

¿Es todo esto compatible con una vida de santidad buscada en las circustancias personales ordinarias?

BUSCAR ”LA SANTIDAD”

Después de argumentar todo lo anterior, he dejado para ahora que me voy acercando a las conclusiones una reflexión más general: ¿Tiene sentido “buscar la santidad”?

¿No encierra esta pretensión el riesgo muy próximo de alimentar cierta forma de narcicismo, de egocentrismo, de autoreferencialidad, aunque revestidos de nobles aspiraciones?

Cuidado que no estoy afirmando que la santidad, que asemejarse cada vez más al proyecto creador de Dios hacia nosotros mediante la práctica de las virtudesy de la vida interior, no es realmente la meta de nuestras vidas. Lo que sospecho es más bienque “buscar” la santidad, con examinarse a menudo, averiguar frecuentemente hasta donde hemos llegado... “buscar”, enfin, ser santos de altar, tiene el riesgo concreto de llevarnos muy lejos de la meta.

La santidad se puede lograr, sí, pero quizá casi sin darse cuenta. Estar comprometidos en vivir plenamente nuestro compromiso cristiano no nos deja tiempo para medirnos continuamente.

Los santos, creo yo, cuando llegan al Cielo mirarán hacia atrás y quedarán asombrados de que los demás los vean como santos, porque ellos pasaron por la vida buscando otras cosas: construir el Bien común, ayudar a sus prójimos, buscar la Justicia social y personal, agradecer a Dios los bienes recibidos, materiales, culturales y naturales, compartirlos con los necesitados, y un larguísimo etcétera.

En este sentido, quizá el problema del Opus Dei es no haber acertado su objetivo: más que “ser santos”, buscar una perfección que no es alcanzable porque los hombres crecemos por intentos y errores, a lo largo del tiempo y haciendo experiencia también por medio de las equivociones del camino, debemos comprometernos a “ser íntegros” humanamente, según nuestras circustancias, nuestra edad, nuestra capacidades intelectuales, emotivas y físicas, declinadas por las circustancias personales y por esta razón no rígidamente codificadas en “criterios de buen espiritu”. Secundar el proyecto creativo de Dios hacia los hombres nos llevaría a ser santos sin buscarlo directamente, y quizá con más sencillez y más paz.

CONTROL

Muchos elementos que emergen de los análisis anteriores abogan por otra actitud que aparece consolidada en la institución y que riñe con el querer ser cristianos normales en medio al mundo.

Adherir a un ideal de santidad en medio del mundo se basa en una capacidad y una opción de libertad personal, antes, mientras y después del ejercicio de esta opción.

En cambio, por tantos factores evidenciados hasta ahora, en el Opus Dei se nota un gran afán de control que coharta esa libertad: el empuje a llenar la mente en cada momento de prácticas devotas que obstaculizan el silencio interior y la distancia crítica, las indicaciones sobre quién tiene que dar dirección espiritual, el recortar las relaciones con la familia de origen y con amistades que no interesan apostólicamente, la imposibilidad de disponer de forma independiente de un mínimo de recursos económicos para el presente y en muchos casos de planes previdenciales para el futuro, etcétera, acaban por provocar una situación de fuerte control interior y exterior por la institución, muy eficaz para dificultar un proceso de toma de consciencia de la raíz de un malestar y un desasosiego que en muchos casos acaban para llevar tantos a la salida de la institución. Y cuando, no obstante, se llega a ese desenlace, tampoco entonces es posible vivirlo con paz y armonía con los que representan una institución a la que se han entregado años de vida, de trabajo, de entrega, en muchos casos los mejores años de la vida por ser los de la juventud y de la primera madurez. Hasta en estos momentos extremos, más que ayudar a las personas a dar este paso con conciencia y libertad, se intenta obstaculizarla y alargar penosamente el proceso de salida.

CONCLUSIONES

Creo haber argumentado de forma suficiente para almenos empujar a la reflexión que el Opus Dei presume santificar las realidades humanas desnaturalizándolas, sin lograr salir de moldes –doctrinales y de comportamiento- típicos de la vida religiosa y del contemptus mundi a los que se le ha hecho una simple operación para maquillar el lenguaje.

Si realmente el Opus Dei quiere apoyar a los laicos en su compromiso cristiano sin sacarlos del mundo, el contenido de la formación que imparte para alcanzar ese objetivo no tienen que ser indicaciones absolutas y descarnadas que hay que aceptar supinamente, sino alimentar todas la capacidades individuales orientadas a la capacidad de cumplir un recorrido de plenitud de vida espiritual constituido por distintos niveles de crecimiento interior, con modalidades distintas y personales de actuación según Justicia y Caridad. El objetivo del Opus Dei con sus propios miembros no tendría que ser uniformidad de actuaciones (los “criterios” a los que he hecho repetidamente referencia en las lineas anteriores) sino autenticidad de maduración de decisiones que cada uno asumirá, según sus circustancias concretas y su nivel de madurez. Objeto de la dirección espiritual personal no tiene que ser la verificación y la base de actuaciones concretas, sino de las intenciones, de las orientaciones que se concretarán en actuaciones distintas en cada persona.

Por supuesto, si eso se realizara, se eliminaría de raíz la posibilidad de medir la eficacia, el éxito de la acción promovida por el Opus Dei: no pueden existir resultados previsibles o auspicables, y quedar pegados al deseo de esos resultados denotaría falta de autentica fe en la acción invisible de Dios en el corazón humano. (A próposito de la importancia de la eficacia, del éxito en el Opus Dei, ver en Opuslibros el escrito de EBE Llamados al éxito.

Toda acción de una institución que quiere sostener la acción divina en las almas, tiene que limitarse a facilitarla, pero no puede imponerla. Tiene que apoyar la conciencia y la vida espiritual de cada uno sin formatear su vida interior, o exigir uniformidad de actuaciones, juicios, elecciones.

Tiene que alimentar el ejercicio de las virtudes más que proponer formas de devoción o prácticas asceticas concretas.




Me encontré con una intervención mía de febrero 2006 que expresa muy bien lo que pienso de la situación que he intentado describir, y que creo pueda explicarla: “Yo sigo creyendo que el opus no es fruto de una conjura de malvados, más bien es fruto de la coincidencia de unos cuantos estorbos mentales (narcisismo, frustraciones, desarraigamiento de la realidad, y otros parecidos que a lo mejor en el comienzo ni llegaban al nivel de patología) de personas singulares que se juntaron -no sé si casualmente o por una fuerza de gravitación histórica- con estorbos mentales sociales típicos de la época”.

La existencia del Opus Dei, no obstante los desenlaces negativos que tuvo para tantas personas que entraron ilusionadas, no es fruto de una conjura, o de mala voluntad –almenos al comienzo y para la mayoría- y menos aún de maldad, pero sí tiene un núcleo duro enfermizo que es necesario rescatar para que el Opus Dei se vuelva lo que pretende ser.

Mi “¡gracias!” más cordial a Haenobarbo por su ayuda a revisar y organizar lo que acabo de exponer.



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