El Opus Dei: una interpretación/El fundador

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EL FUNDADOR

Cuando R. F., el tercer experto, trataba de ayudarme, su reacción ante mis críticas institucionales era siempre la misma. "Hay que apostar al Padre, él tiene el carisma, tiene los datos y ya arreglará a su debido tiempo lo que ahora no entendemos."

Si esto era así, es decir, si los dirigentes nacionales funcionaban con ese criterio, sólo cabía hacer dos cosas. Hablar con el padre Escrivá o desmitificarle. Lo primero se reveló imposible. Cartas, ruegos, más cartas. Y nada. La biografía de cada socio tiene un capítulo especial. El de sus relaciones personales con el Fundador.

A él regresa uno en las crisis y en los interrogantes para encontrarse... con que los tiempos han cambiado. Es aleccionador y edificante contemplar la cantidad de hombría de bien y buena fe que tantos socios llevan dentro y que les hace considerar imposible que aquel Padre que ellos conocieron produzca o permita los actuales conflictos. Prefieren pensar que no se entera.

El padre Escrivá se rodea ahora de sus más íntimos leales y rehúsa el trato directo con los hombres conflictivos. Será su culpa o la de su guardia pretoriana, pero así están las cosas. Sus apariciones al grueso de los socios se producen en un ambiente colectivo y, a ser posible, con chicos jóvenes y gente adicta.

¿De dónde nace su descomunal aureola, de dónde su magnetismo?

¿Por qué los socios de la Obra son acusados de un culto a la personalidad fronterizo al de los mejores tiempos de Hitler o de Mussolini? Muy sencillo. El padre Escrivá, para los hombres de fe, es aquel a quien habló Dios. Una historia interna susurrada por lo bajo hace mención de apariciones, de mensajes divinos que nunca terminan de explicarse bien. Si a la parapsicología se la pudiera dar los datos quizá podríamos tener alguna idea de lo que realmente pasó en esos momentos estelares de su vida. Pero ni la ciencia está todavía madura ni creo que se le den los datos.

La carga emocional con que la gente crédula se encara con lo sobrenatural convierte en semidioses a los presuntos emisarios de lo divino, hasta hacer de sus ropas talismanes y de sus palabras oráculo. La única manera honrada que tiene la gente común de contrastar esas personalidades es enjuiciar sus obras, sus frutos, su comportamiento con las modestas herramientas de la ética más universal.

¿Y cómo es el padre Escrivá? Por lo pronto, las personas que lo rodean son ejemplos de intolerancia y sus opiniones acerca del presente cambio en la civilización escasamente inteligibles. Aún recuerdo los comentarios de uno de sus jóvenes secretarios al tratar el tema de los hippies. Su receta era la Guardia Civil.

¿Y él? ¿Cómo es el padre Escrivá? Es muy difícil describir una personalidad compleja desde unos encuentros no demasiado frecuentes ni demasiado intensos. Por otra parte, su biografía tiene varias etapas de las que la actual no nos lo explica todo. Pero siempre están algunos rasgos caracterológicos.

Podría decirse que es encantador, grato y persuasivo cuando se está a su favor. E intolerante, intratable y grosero cuando no se aceptan sus criterios.

A veces me he asombrado de su fabulosa capacidad de condenación, al oírle exasperarse contra figuras tan atractivas como Teilhard de Chardin, para él un hereje redomado. O al poner en solfa uno tras otro los nombres que se mencionan en su presencia. ¿Quién será de recibo para el padre Escrivá?

A una época de apertura, de comprensión sucede otra de cerrazón y de dogmatismo. Cuando la Obra era pequeña, el padre Escrivá, recibiendo los golpes de las contradicciones con el mejor espíritu deportivo, amaba en ellos la voluntad de Dios y perdonaba. Hoy, con tan nutrida retaguardia, condena y condena.

Su mentalidad actual, para mí cercana a la mejor estirpe de nuestros eclesiásticos de la Contrarreforma, está animada de una profunda belicosidad contra los enemigos de la fe y alimentada de una piedad y de una teología consecuentes.

Ramacharaka dice que los hombres incultos procuran demostrar su amor a Dios principiando por odiar a todos los hombres que difieren de ellos en el concepto de la divinidad. Se figuran que tal incredulidad o diferencia de fe es una afrenta directa hacia Dios y que ellos, como leales servidores suyos, deben resentirse igualmente, como si Dios necesitara de su ayuda contra sus enemigos.

Una clave interpretativa del talante del padre Escrivá podría ser su manera de entender la propia hidalguía. Muchos socios no han podido todavía recuperarse de los efectos negativos del affaire del marquesado. Un hombre todo espiritualidad, que reniega de las pompas y vanidades, ¿cómo puede buscar, en la segunda mitad del siglo veinte, el oropel de un título de nobleza?

Cuando se publicó el libro de Infante, la reacción del padre Escrivá, contenida en un escrito aireado por los superiores, fue contraatacar solamente las afirmaciones del autor sobre la prosapia de sus mayores y proclamar que sus padres eran nobles por los cuatro costados. Yo, en aquel momento, pensé y dije a mis inmediatos superiores que si la genealogía de Jesucristo incluye a alguna que otra mujer ligera de cascos, ¿qué importancia podía darle el padre Escrivá a esos temas?

A las alturas que nos encontramos y si es verdad que aún hoy día él controla y dirige los comportamientos de sus hijos, el juicio sólo puede ser negativo. Eso sí, salvando todas las buenas intenciones que haya que salvar y todos los esquemas mentales que haya que tener en cuenta. En cualquier caso, en buena hora prosiga el padre Escrivá con su catolicismo beligerante. Construya su teología sobre Santo Tomás, San Buenaventura o Buda.

Haga celebrar misa en latín, griego o arameo. Trate de convencer a los gobiernos de que se hagan todos católicos o protestantes o maoístas. Pero que lo haga por la vía de la persuasión. Y sobre todo, que acepte que la propia felicidad puede ser interpretada por cada uno, sin ser obligado a depender de los dictámenes y las potestades de quienes, queriéndote mucho, se quieren aún más a sí mismos.


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