Dios y el Opus Dei

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Por Flavia, 2 de noviembre de 2003


Cuando comencé a estudiar un poco de teología bíblica, descubrí, para mi asombro y provecho, que la mayoría de los "criterios exegéticos" de la Obra, no sólo estaban equivocados, no sólo carecían de fundamentos, sino que también eran estrafalarios. Y el problema no es tanto ¿cómo se puede ser tan ignorante?, sino: ¿cómo se pueden sostener semejantes pavadas, que finalmente son tan perjudiciales?.

Como siempre, la "doctrina" de la Obra nos ofrece la dificultad de su "inasibilidad", en el sentido de que por fuera de los módicos escritos del Fundador, y alguna que otra obra de ciencia ficción biohagiográfica sobre éste, nada sabemos acerca de ¿qué piensa el Opus Dei?, pues tal vez no "piense" nada en el sentido cabal de este término. ¿Cuál es entonces su "palabra sobre Dios", según se define a la teología?. De eso podemos decir bastante los que hemos experimentado al Opus Dei, sus prácticas, su adoctrinamiento, in nomine Domini.

No considero que las exposiciones autoproclamatorias de la Obra respecto de la teología del laicado, nos digan nada acerca de la "teología del Opus Dei", por dos problemas, al menos:

  • la teología del laicado tiene una larga historia eclesial, en la que el Opus Dei no figura ni en letra chica.
  • la teología del laicado del Concilio Vaticano II está unida a una reflexión eclesiológica novedosa (no precisamente la del Opus Dei), y a una perspectiva igualmente novedosa sobre la relación Iglesia-mundo secular (no precisamente la del Opus Dei), cuya novedad consiste en enraizarse en la tradición viva de la Iglesia bimilenaria, trayendo a consideración elementos centrales de la identidad cristiana, olvidados o marginados en el devenir histórico institucional, como es lógico en cualquier experiencia humana. Para eso están estas instancias eclesiales, para "recordarnos las palabras de Jesús", e invitarnos a seguirlo con más y verdadera fidelidad, leyendo "los signos de los tiempos".

En esta misma línea me parece claramente exagerado, postular a Josemaría Escrivá como el inventor de algo que ya había inventado Jesús cuando llamó a los Doce, y me parece igualmente exagerado (y erróneo) proponer a Escrivá como "antecesor" de la teología del laicado del Vaticano II, por dos motivos, al menos:

  • Escrivá nunca formuló una teología del laicado, a no ser que se considere teología a la multitud de lugares comunes y consignistas que pueblan sus escritos, los que "suplen" paupérrimamente el lugar de la fundamentación bíblica, dogmática, eclesiológica, ni hablar de la ausencia de la consideración de la tradición de la Iglesia, para una institución que entiende que el mundo (todo) comienza y termina donde pisan sus pies.
  • si Escrivá algo hizo, fue elevar a principio organizativo, el modo en que el fascismo católico español diseñó la relación entre la religión y el estado, la institución y el individuo, sin que le faltara luego la pizca (mucho más que pizca) de pragmatismo liberal, cuando el poder pasó resueltamente al campo liberal: poderoso caballero es Don dinero. Nada hay en ese diseño organizativo de la realidad de la Iglesia pueblo de Dios, tal como la plantea la Constitución Lumen Gentium.

Justamente, el Concilio Vaticano II, ese Pentecostés de la Iglesia, que, a mi entender, aún no hemos comenzado a entender y a vivir cabalmente, quería sanar y corregir desviaciones y errores complejos, aquellos que se dieron a posteriori del Concilio de Trento (luego del Concilio de Trento, no por culpa del Concilio de Trento), y que atravesaron casi cinco siglos de historia de Occidente, una historia en la que la Iglesia tuvo un papel muy dificil, y muchas veces muy "peleado" con ese mundo en el que ha de ser "sacramento de salvación", no de "condenación permanente".

Luego, el Concilio Vaticano II venía a enfrentar y a cuestionar posturas integristas y totalitarias como las del Opus Dei (no me voy a expedir ahora sobre los dos términos recién utilizados, pero creo que cubren buena parte de lo esencial de la Obra).

El "incumplimiento" u "olvido" del Concilio Vaticano II que he señalado, es para nosotros cercano en el tiempo, y se extiende desde la muerte de ese gran Pastor que fue Pablo VI, hasta nuestros días: dicho rápidamente, hablamos del actual pontificado, respecto del cual no tengo otra cosa que decir, sino que Juan Pablo II es el sucesor de Pedro.

¿Qué cosas ha conseguido el Opus Dei en este contexto?: la aprobación de una figura jurídica insólita, la "prelatura personal de jurisdicción universal", y la canonización de un "santo" que ha sido de los más cuestionados de la historia, y otros "logros" más, seguramente, que no vamos a puntualizar ahora, pero que pueden ser recensionados.

En fin, cuando el Opus Dei avanza, el Concilio retrocede, cuando el Opus Dei e instituciones de ideología similar prevalecen, la Iglesia sigue padeciendo ese "desencuentro" consigo misma, y con el mundo en el que ha de ser signo de esperanza.

Todo ésto lo digo a propósito, o en ocasión, del mensaje de Antrax, quien supongo que quiere poner sobre la mesa el problema, en relación al Opus Dei, de lo que hoy se llama "fundamentalismo", fenómeno que siempre ha existido, no sólo en las religiones, sino también en los grandes sistemas ideológicos, y que ha desatado tragedias, individuales, sociales, intentando encerrar a todas las cosas en la cárcel de sus concepciones, matando lo que no se deja encerrar.

Evidentemente el problema con el Opus y análogos no es que no crean en Dios, sino el Dios en el que creen. Otro de mis "descubrimientos", aportado por los estudios bíblicos, es el sentido de aquella frase que define al primer mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios... no pondrás otros dioses delante de mí". Llamativamente Dios parece estar reconociendo la virtual existencia de "otros dioses", parece estar asumiendo (antes de Feuerbach) que los seres humanos podemos "hacer dioses". ¿Entonces, qué hacemos con este Dios, que también es niestzscheano, pues juega con la "contradicción" de ser Dios, y ser "hecho"?.

Bueno, vayamos un rato a Santo Tomás: de Dios sabemos que existe, no sabemos qué es, o sea, no conocemos su esencia, y por tanto, tampoco le podemos atribuir voluntades o pensamientos, o disposiciones de ningún tipo.

No se le puede negar a Don Josemaría la inventiva para crearle voluntades a Dios, pero, ¿qué se puede esperar de alguien que, como se comentaba en mis tiempos de "reclusa" de la Obra, "había sido el que había recibido más gracias especiales, después de San Pablo"...? Oh, no, y además se atribuía ese dictum a Pablo VI.... de tal "Padre", tales hijos con lo de la imaginación.

Volvamos: ¿entonces, no podemos decir nada de Dios?. En términos estrictos, no, ríos de tinta han corrido ante el sólo problema de su Nombre, ni pensar cómo pasar del Nombre a otras complejidades.

Si nosotros no podemos decir nada sobre Dios, pues no sabemos qué es, sólo que existe, Él sí nos ha hablado: en la Sagrada Escritura, en las palabras y en las obras de su Hijo, en la entera Vida de Jesús. Ésta es la fuente primaria y fundante de toda "palabra" sobre Dios, "su Palabra".

El mismo Concilio Vaticano II, tan relegado, nos dice ésto, y algo más: además de la Escritura, también son fuentes de la Revelación, la Tradición de la Iglesia y el Magisterio del Sumo Pontífice y de los Concilios ecuménicos. Encontramos aquí un tema ríspido: el Magisterio de la Iglesia. Es bueno recordar que se entiende aquí por Magisterio de la Iglesia, a la definición ex catedra, acerca de los dogmas de la fe. En materia de moral, salvo en lo que contraría a los mandamientos de la Ley de Dios, la Iglesia aconseja o sugiere.

Estas distinciones parecen haberse perdido para los fundamentalismos católicos actuales, y la "ortodoxia" parece ser una "ortodoxia secundum quid", según algunas cosas, y otras no, otras callarse, o dejarlo por la mitad, es manifiesto también que si "el Magisterio" define como a ellos les gusta, bien, si define contrariándolos, entonces "el Magisterio" se equivoca, tal como repetía Escrivá en tiempos de Juan XXIII y Pablo VI: que la Iglesia era un desastre, etc., etc., pues "San Josemaría" (y su Obra), no era santo de la devoción de estos Papas.

Se sabe que en este tipo de planteos, la cambiante "piedad filial" se parece mucho al capricho, o a la veleidad del pragmático, también a la cerrilidad del hereje o del cismático, que como bien definía el teólogo francés, Fr. M-D. Chenu, se aferra a la "parte" en la que afirma su identidad, y hace de ella el "todo" de la fe, excluyendo lo que no entra en esa parcela estrecha, que termina postulada como absoluta (aunque lo dicho sea malsonante, no deja de ser cierto).

Entonces a la hora de hablar sobre Dios, no podemos sino acudir a su propia revelación, no a las campanas del 2 de octubre, a las rosas en los bosques, y otras trampitas para hacer pasar cualquier cosa como signo divino (incluídos los Patriarcas de las Iglesias ortodoxas, que ni se enteran en qué interpretaciones los han metido).

La fe, además de una virtud sobrenatural, es ese "conocimiento con asentimiento" por el que nos adherimos a verdades que no provienen de nuestro raciocinio, aunque en sí no sean irracionales, pertenecen a otra esfera intencional de nuestra adhesión, la de la creencia.

Finalmente: el punto clave es si el Dios en quien creemos es aquel que surge de las mil y una vueltas de nuestros intereses y proyecciones humanas, demasiada humanas, o si surge de la Regla de la Fe, de la revelación contenida en la Escritura, de la vida de Jesús el Señor, de sus palabras y obras.

El desafío del discernimiento entre la fe verdadera y la idolatría es la gran tarea del creyente, la tarea siempre inacabada del creyente, por la que la vida es un peregrinar, para hacer lugar, para separar lo ilusorio de lo verdadero: discernimiento de espíritus, sancta discretio, decían los Padres.

No creo necesario aclarar que a Josemaría Escrivá estos temas no le parecían importantes, que el discernimiento, (actitud cristiana si las hay, que incluye a la pobreza y a la humildad como cuestiones vitales), es ajeno a un diseño institucional que se postula como incuestionable y autosuficiente, en virtud de su "inspiración divina", y que hasta ha creado su propio mito, a través de la vida del fundador y sus aledaños, tal como sabemos. A modo de breve observación: la inexistencia del discernimiento vocacional, en favor de la "imposición vocacional", en cualquiera de sus etapas, es una consecuencia de esta postura general de la Obra.

Si en el Opus Dei el problema es la verdad, lo disimulan muy bien, pues cualquiera sabe que la gran ausente de la "espiritualidad" de la Obra, es la Sagrada Escritura (contrariando toda la historia de la espiritualidad cristiana), como también una acabada difusión y comprensión de la Tradición y aún del tomismo, abundantemente "enseñado", y, yo diría, muy poco comprendido, como luego de mi salida pude comprobar, al ser la filosofía medieval mi especialidad académica. Estas exclusiones o tergiversaciones tienen también, como es lógico, vastas consecuencias institucionales.

Entonces el Dios del Opus Dei, es un Dios "a la medida de su fundador", y un Dios a la medida de sus intereses y proyecciones. No es el Dios que nos llama a la conversión, a volvernos y entrar al corazón, no es el Dios que nos llama al "desierto", como ha llamado a todos nuestros antecesores en la fe y a Jesús mismo, a ese espacio de la peregrinación y del "vacío", para enfrentar nuestras falsedades y poder purificarnos en el amor. Al decir ésto, destaco cuestiones paradigmáticas de la experiencia cristiana.

Si el Dios del Opus Dei es a la medida de su fundador, según decíamos, la "entrega a Dios" en el Opus Dei, es la entrega a las "medidas" establecidas por el Fundador, tramadas en el diseño institucional de la Obra que él fundó. Así, no hay posibilidad de ningún cuestionamiento, pues las medidas están "tomadas", y tenga uno el cuerpo y el alma que tenga, tiene que "entrar" en esas medidas, sino, se "corta", o se "mutila" lo que sea.

Como es claro, éste no es el Dios de Jesús, no es el Dios del Evangelio, no es el Dios que nos ha dado la libertad, el que nos ha hecho para la abundancia de vida, el que nos mira en nuestra individualidad como el padre del hijo pródigo a su hijo herido -otro modelo de paternidad-, con la mirada amorosa que habilita la reconciliación, y el "exceso" del amor que habilita la fiesta, "porque este hijo mío estaba perdido y ha sido recobrado". Nos advierte el Señor "No se harán otros dioses", y le dice a Jeremías: "dos pecados ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy el fuente de agua viva, y se ha ido a cavar cisternas rotas que no pueden contener las aguas".

¿Por qué el Opus Dei hace tanto mal, por qué instituciones o ideologías semejantes hacen tanto mal, por qué matan, de diversos modos?: amén de las necesarias razones sociológicas, psicológicas, etc., el problema reside en que no es propio de los seres humanos ser, o querer ser Dios, pues en ese intento se tejen las mayores desgracias, porque la vida se escurre de esas cisternas, y de las personas que han sido tomadas en esta lógica.

Se trata del pecado original que está en el fondo de todo pecado: "serán como dioses", ese pecado que nos cierra a nosotros mismos, a los demás, y a la trascendencia paradójica del Dios cristiano, El que es más que nosotros, pero nos atraviesa en nuestra constitución más íntima, pues somos "capax Dei", capaces de Dios, como decía San Bernardo.

Entiendo que las palabras de Antrax abren un campo de reflexiones que me parece muy importante transitar, para entender mejor la sustancia de lo que sea el Opus Dei.



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