Del celo al fanatismo

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search
The printable version is no longer supported and may have rendering errors. Please update your browser bookmarks and please use the default browser print function instead.

(Cap. 14 de Lo que pasó a ser el Opus Dei)


La absolutización de la institución del Opus Dei, la convicción de seguir la misma voluntad de Dios, la conciencia de que fuera del Opus Dei no hay salvación... Todos estos principios traen consigo las siguientes consecuencias:

1. Al entrar en el Opus Dei, el nuevo miembro sacrifica su libertad, su entendimiento, su humanidad:

!Qué dolor, si un hijo de Dios se atreve a reclamar la voluntad, que había entregado al servicio de esta Obra donde reina la Cruz salvadora![1]

Te pido, desde este momento, una fidelidad que se manifieste en el aprovechamiento del tiempo y en dominar la soberbia, en tu decisión de obedecer abnegadamente, en tu empeno por sujetar la imaginación.[2]

Hay que obedecer, cueste lo que cueste; dejando el pellejo.[3]

Este es mi espíritu y éste ha de ser vuestro espíritu, hijas e hijos míos. A la Obra no venís a buscar nada: venís a entregaros, a renunciar, por amor de Dios, a cualquier ambición personal. Todos tienen que dejar algo, si quieren ser eficaces en Casa y trabajar como Dios nos pide, como un borrico fiel,! ut iumentum! La única ambición del borrico fiel es servir, ser útil.[4]


2. Un miembro del Opus Dei no tiene derecho a cuestionar su vocación. Es esclavo de su elección, no puede hacer marcha atrás:

La persona que ha visto clara su vocación, aunque sólo haya sido una vez, aunque ya no vuelva a verla más, debe continuar para siempre, por sentido de fidelidad, sin volver la cabeza atrás, después de haber puesto la mano en el arado.[5]

El deber de cumplir las promesas -pacta sunt servanda, según la expresión clásica- ha sido reconocido por todos los pueblos como una obligación moral que no precisa demostración, y como conditio sine qua non para toda forma de sociedad y de convivencia entre los hombres: sólo los animales están a merced de los dictados de su instinto; la criatura humana subordina los impulsos desordenados de las pasiones o de la voluntad a la recta luz de la razón, que en el caso del cristiano está, además, iluminada por la fe y robustecida por la gracia de Dios. Por eso, en el Nuevo Testamento, se emplean palabras fuertes para describir a quienes se dejan dominar por el capricho de sus sentimientos: son nubes sin agua zarandeadas por los vientos; árboles de otono sin fruto, dos veces muertos y arrancados de raíz; olas bravías del mar que echan la espuma de sus torpezas; astros errantes a los que está reservado para siempre el infierno tenebroso. Judas 1,12-13.[6]

Desde la eternidad el Creador nos ha escogido para esta vida de completa entrega: elegit nos in ipso ante mundi constitutionem (Ephes. I, 4), nos escogió antes de la creación del mundo. Ninguno de nosotros tiene el derecho, pase lo que pase, a dudar de su llamada divina: hay una luz de Dios, hay una fuerza interior dada gratuitamente por el Senor, que quiere que, junto a su Omnipotencia, vaya nuestra flaqueza; junto a su luz, la tiniebla de nuestra pobre naturaleza. Nos busca para corredimir, con una moción precisa, de la que no podemos dudar: porque tenemos, junto a mil razones que otras veces hemos considerado, una senal externa: el hecho de estar trabajando con pleno entregamiento en su Obra, sin que haya mediado un motivo humano. Si no nos hubiera llamado Dios, nuestro trabajo con tanto sacrificio en el Opus Dei nos haría dignos de un manicomio.[7]

Hay que apreciar la lógica escondida en esta última frase: la demostración objetiva de que alguien tiene vocación al Opus Dei es el hecho de que está en el Opus Dei (!). Y si tal persona se fuera de la Obra, todo el bien que hizo durante su vida dejaría de existir:

Si no llegáramos a poner la última piedra en nuestra vida de entrega, nuestra existencia sería algo inútil, no habría servido para nada.[8]


3. El deber más importante de un miembro de la Obra es asegurarse que no sea posible su propia salida o la salida de otro miembro. Esta meta se alcanza por medio de la vigilancia:

Un medio indispensable para salvar esas situaciones, y que hay que conseguir con la ayuda de Dios, es la sinceridad plena. Para lograrlo, hay que tratarle con mucho afecto -lleno de sentido sobrenatural-, facilitándole que abra completamente el alma a los Directores y sea humilde y dócil: es el camino seguro para que persevere, con la gracia de Dios que no le faltará.

Habrá que hacerle ver la Bondad de Dios y animarle para que se arrepienta; hablarle de la verdadera libertad de los hijos de Dios, que está en dejarse condicionar y se determina en la obediencia; mostrarle la ayuda que la fidelidad supone para su salvación eterna y el dano que la infidelidad puede hacer a tantas almas; aconsejarle que no se precipite en tomar una decisión de la que podría lamentarse siempre. (...)

Además, es necesario enterarse con prudencia si tiene intimidad con alguna persona; si se aconseja con algún eclesiástico ajeno a la Obra, en lugar de hacerlo con sus hermanos; qué correspondencia mantiene: podría ser que escribiera a parientes, a amigos o a otras personas que le hagan muy poco bien; qué libros lee; y si encuentra dificultades en su profesión u oficio.[9]

No me cansaré de porfiar, afirmando que sin plena sinceridad resulta imposible perseverar.[10]

He anadido en muchas ocasiones que, si se presentase el caso de una defección de la que no supiéramos explicar las causas, no disculparía de pecado —y a veces, de pecado grave— a los Directores y a aquellos hijos míos que hayan convivido con esa persona.[11]

Convenceos, hijos míos, que en cuestiones de fe, de pureza y de camino no hay detalles de poca importancia. Si se escribiera el itinerario de los desertores, al principio de cada historia se encontraría siempre una reata de pequenos abandonos en materia de fe, por ejemplo, en el culto; o de pureza, porque se descuida la guarda de los sentidos; o de vocación, porque se dialoga admitiendo pensamientos contra la perseverancia, que habrían de rechazarse prontamente. Confirmo que, en estas materias, no se encuentran pormenores de poca monta, porque esta infidelidad se manifiesta muy pronto en una progresiva disminución de la alegría en el servicio de Dios.

Esa persona —que ya está caída o ha empezado a caer— responde con mala cara, con malos modos; habla habitualmente hiriendo, discute agresivamente, sobre todo de cuestiones políticas; se muestra más amigo de los que difunden errores —o de la gente lejana, que no trata— que de los que conviven a su lado, con los de su casa. Deja de rezar. Los más soberbios ocultan esta crisis bajo la máscara orgullosa de la frialdad, de una postiza actitud intelectualoide: hombres o mujeres que no se sabe nunca dónde ocultan el corazón, hasta que se descubre que lo tenían puesto en sí mismos.

Hijas e hijos míos: escarmentemos en cabeza ajena. No nos fiemos jamás de nuestra opinión. Aunque pasen los anos y se cuenten por decenas los de fiel perseverancia, !no os fiéis!: estad alerta sobre vosotros mismos, y ayudaos mutuamente.[12]

Es muy característico el hecho de que, en caso de crisis, la falta siempre está enteramente por el lado de la víctima. Cuando alguien "deserta", la prelatura no aprovecha la ocasión para preguntarse si ha cumplido bien con sus compromisos, si ha sido una verdadera familia, si se ha comportado con caridad y misericordia... El Opus Dei por definición es inmaculado (una vez más la prelatura se apropia de los rasgos de la Iglesia).


4. Las afirmaciones anteriores son la expresión del fanatismo de san Josemaría. El Opus Dei como institución sigue fielmente las ensenanzas de su maestro:

Algunos pretenden que no se podría "obligar" a perseverar a una persona que se encontrase en un periodo de graves dificultades, objetivas o subjetivas, en su vocación cristiana -al celibato, al sacerdocio, etc.-, porque sería condenarla a la amargura y -se insiste- Dios no puede querer la infelicidad de nadie.

Es fácil ver que este planteamiento es erróneo y muy pernicioso.[13]

Conclusión: se puede obligar a alguien en contra de su voluntad. No se puede mostrar la más mínima compasión:

Si se presentara la tentación de aguar las exigencias de Dios para una persona, movidos por una aparente "bondad" o "comprensión" ante determinadas circunstancias, es preciso no olvidar que ceder a ese engano siempre ocasionaría -a la corta o a la larga- un dano grave a la Obra y a las almas.[14]</poem>

La inflexibilidad del Opus Dei se hace especialmente cruel hacia los enfermos. A ellos la prelatura les quita el derecho de decidir sobre sí mismos:

Si [una persona enferma] tuviese pensamientos contra la perseverancia, es preciso escucharle con calma, sin asustarse, pero también sin mostrar que no se concede importancia a esa circunstancia. En este punto, cuidando los modos, se le recordará de manera inflexible que la vocación la da Dios para siempre. Por otro lado, resulta patente que no está en condiciones de razonar con normalidad y mucho menos de tomar una decisión de la que luego se arrepentiría.[15]


Tales son los frutos de la "formación" impartida a los miembros de la prelatura. Se entiende mejor por qué el Opus Dei protege con tanto cuidado sus reglamentos. Si estas informaciones fueran conocidas y al alcance de todos, ?las personas animadas a entrar aceptarían hacerse miembros de una organización de este tipo?




  1. San Josemaría, carta 14.02.1974, n. 3
  2. San Josemaría, carta Videns eos, 24.03.1931, n. 45
  3. San Josemaría, Círculo breve 10-VI-1962
  4. San Josemaría, carta Res omnes, 9.01.1932, n. 85
  5. San Josemaría, apuntes tomados en una tertulia 23-VI-59 (Crónica, VI-58, p. 7)
  6. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 194
  7. San Josemaría, carta Videns eos, 24.03.1931, n. 47
  8. San Josemaría, apuntes tomados en una tertulia 19-III-72 (Crónica, IV-72, p. 53)
  9. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 197
  10. San Josemaría, carta 14.02.1974, n. 22
  11. San Josemaría, Instrucción para los directores, 31.05.1936 (publicada y probablemente redactada en 1967), n. 97
  12. San Josemaría, carta 14.02.1974, n. 21
  13. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 192
  14. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 106
  15. Experiencias sobre el modo de llevar charlas fraternas, 19.03.2001, p. 207


Capítulo anterior Índice del libro Capítulo siguiente
De la vocación al encarcelamiento Lo que pasó a ser el Opus Dei Abusos en la dirección espiritual