De pecados y penitencias

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Mucho hemos hablado sobre la película CAMINO. Pero nadie ha reparado en un imperdonable desliz de Fesser. Ni siquiera Spiderman, en su apartado sobre los “errores de bulto”, hace alusión al extraño hecho de que la ejemplar supernumeraria, y extraordinaria cumplidora-del-deber madre de Alexia, cometa –sólo para la institución a la que pertenece- una gravísima falta, merecedora de un serio castigo: confesarse fuera del confesionario. Ilustraré lo que digo, con un suceso que viví hace unos doce años...


Llegó al centro una supernumeraria que se acababa de trasladar de ciudad. Vivía en un pueblecito donde se encontró con un nutrido grupo de supernumerarias y cooperadoras, que la acogieron encantadas.

Tuvo prisa para hablar conmigo y contarme que recientemente había vuelto de un viaje en el que, por algún motivo, sintió la necesidad de confesarse. Al no poder hacerlo con un sacerdote de la Obra, acudió a la primera iglesia que encontró con la finalidad de acercarse al sacramento del perdón. Tuvo suerte de que un sacerdote la recibiera, y aunque a deshora, le hizo el favor de confesarla, diciéndole: aquí mismo, ahora. Ella así lo hizo, cara a cara, y volvió tan contenta a su hotel.

Acabado el viaje, cuando le tocó hacer la “confidencia”, comentó lo acontecido.

Al cabo de pocos días, le comunicaron que por haber incumplido esa normativa dispuesta por el fundador (“fundador sin fundamento”, bien lo decía él mismo), recaía sobre ella la pena de no poder recibir la comunión durante un tiempo. (No puedo recordar la duración del castigo, ¿un mes? ¿varios?).

Como era una persona piadosa y con amor a Dios, le costaba cumplir tan contradictoria penitencia, y privarse a diario de ese bien para su alma. Al doloroso castigo, se sumaba la extraña imagen que estaba dando ante el grupo de supernumerarias y cooperadoras que acudían a aquella única misa del pueblo al que acababa de llegar a vivir.

Era una mujer joven, cargada de niños pequeños, arrolladora en su afán proselitista y muy entregada a la Obra. Ella no podía entender… y yo tampoco. ¿Vosotros?


Y os contaré otro recuerdo:

Me contó hace unos meses un sacerdote, que cuando él estaba todavía en la Prelatura, vio conveniente recibir una confesión fuera del confesonario, y por ello, le suspendieron “a divinis” (pena canónica por la que no podía ejercer el ministerio: confesar, predicar, celebrar misa, etc.).

En la película “Camino”, el sacerdote de Madrid que confiesa así a la madre de Alexia, se hubiera merecido ese castigo (eso lo ignoraba Fesser porque, extrañamente, no hemos tocado ese tema en ésta web), sin embargo, estaba bien visto -y de alguna manera, premiado- que haga públicos los comentarios de la niña en el confesonario, ya que es por el bien de la institución: así se consigue el clima del olor a santidad que hay que crear alrededor de quien recae el dedo del Prelado; dedo que designa quién subirá a los altares, según el proyecto de la organización (ahora interesa un matrimonio, ahora un brillante profesional, ahora un niño...).

Así son los santos del Opus Dei: prefabricados.


No conozco la vida ni la muerte de Alexia, que seguramente fue conmovedora y ejemplar. Fesser se ha servido de ella y de su familia para dar cuerpo y vida, para personalizar en una historia medio real, medio fantástica, medio grotesca, la vida práctica de los miembros de la prelatura y su funcionamiento institucional.

Hace un retrato perfecto, clavado. Mi enhorabuena.

Lo triste es que –lo digo para que otros entiendan– Alexia y su familia son víctimas de la obra.

Justos por pecadores.

Descansen en paz.

La del jersey rojo


Original