De cómo entré en el Opus Dei/La santa coacción

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DE CÓMO ENTRÉ EN EL OPUS DEI
(y otras tribulaciones)


La santa coacción

Salí tan horrorizada aquel día de aquella larga y horrible charla que juré no volver más al club ni verle el careto a María.

Así que decidí desaparecer, y sencillamente, no me presenté a hacer la charla la semana siguiente.

Cuando llamaban por teléfono a mi casa tenía el corazón en un puño por si fuera María... buscándome. Así que, cuando yo estaba por allí, lo descolgaba, sin que mis padres se enteraran.

Un día, al salir de clase, me tropecé con el coche del club en la puerta de mi instituto y con María... ¡dentro!. Quería que la tierra se me tragara. Me iba el corazón a mil por hora. Ella me vio y enseguida vino hacia mí con una sonrisa de oreja a oreja:

-¡Halma!, ¿qué ha pasado que no hay manera de localizarte? Nunca estás en casa... ¿Por qué no te presentaste a la charla el otro día?"

-Mira, -respondí secamente y con cara de pocos amigos- porque no te quiero ver, porque quiero que me dejes en paz, porque estoy cansada de tus historias y porque no soy " hija del demonio" : Soy " hija de Dios."

Y, antes de darle tiempo a esbozar palabra alguna, ya me había ido corriendo sin parar. Los pies me daban en el trasero a una velocidad inusitada. Cuando llegué a mi casa me metí en mi habitación y me encerré. Le dije a mi madre que no me molestaran, que tenía un examen y que estaría estudiando. Me pasé toda la tarde llorando y atemorizada.

Durante las semanas siguientes, cuando sonaba el timbre de salida de clase, se me encogía el corazón: "¿Estará el coche esperándome fuera? ¿Qué hago si está? ¿Qué me puede pasar ahora?..."

Así que, al salir, escondida tras los alumnos que salían en tropel, escrutaba la calle, donde muchos días veía el coche terrible y siniestro y a María dentro, esperando que saliera...

Entonces, para evitar toparme con ella, salía por un hueco en la verja lateral de mi Instituto Graduado Mixto y me iba a casa lo más rápido que podía.

Al cabo de bastante tiempo jugando al ratón y al gato decidieron cambiar de estrategia.

Reconciliación

La directora del club, Lola, que debía estar enterada de la situación, llamó a mis padres y les dijo que "había dejado de ir al club" y que "no sabía si es que me había pasado algo ni el motivo de mi ausencia total", que "debía haber habido un malentendido por algún motivo que ella desconocía" y que "si podía venir a nuestra casa para hablar conmigo..."

Mis padres, que no sabían nada, no vieron inconveniente y le dijeron que sí.

Cuando me comunicaron su conversación con la directora les dije que preferiría que no viniera. Pero que no me había pasado nada.

-Hija, , no pasa nada porque venga Lola a casa y habléis, además, ya le hemos dicho que podía venir. Pero si no quieres volver al club, pues no vuelves y ¡santas pascuas! Pero ahora no le puedes hacer el feo de decirle que no venga.

En realidad mis padres preferían que estuviéramos en el club antes que por la calle. Y, ya que a mi hermana no la habían podido convencer, no querían que a mi me pasara igual. Por eso, no pusieron pegas a que viniera la directora ni sospecharon nada de lo que me había pasado.

Así que vino.

Yo la recibí fríamente.

Me dijo que le enseñara mi habitación y mi madre me animó. Lola me cogió del brazo, de forma cariñosa pero firme y empezó a curiosear los libros que tenía en la estantería, haciendo comentarios sobre cada uno de ellos en voz alta -supongo que también sería una situación incómoda para ella... y supongo también que, de paso, se enteraba de lo que me metía en la cabeza con esos libros...-

Pronto me quedé sola con ella porque mi madre tenía que ir no sé dónde con mis tres hermanos. Entonces Lola sacó "el tema candente".

Yo estaba a la defensiva y agresiva así que empecé a soltar por mi boca todo lo que me carcomía. Yo pensaba que iba a hacerse eco de las palabras de María, que iba a corroborar sus acusaciones, sus hirientes palabras.

Sin embargo, Lola, lejos de eso, me escucho, me comprendió y, como buena conocedora de la psicología humana, me dio la razón.

Ahora creo que pensó para sus adentros: "es recuperable, iremos despacio"

- ...No eres del demonio, claro que no... eso es una tontería. Mira, eres libre, puedes hacer lo que quieras, me sabe mal que te quedes así de dolida. María se ha equivocado contigo porque, aunque con buena voluntad y por supuesto, sin intención ninguna de herirte, te ha dirigido mal. Tu no sabes lo que ella ha llorado estas últimas semanas... Te esperaba a la puerta del instituto para disculparse...Era la 1ª vez que llevaba charlas espirituales. Mi única intención viniendo a verte es que tu te quedes tranquila, que tengas paz y que no te devanes los sesos. Tu no tienes la culpa de nada, es más, yo creo que también hubiera actuado como tú en tu lugar...

Con esas y otras palabras de comprensión fue como, durante nuestro encuentro rompió la coraza que me había forjado.

Al despedirse, me dijo que podíamos hablar siempre que lo necesitara.

De cuando en cuando, aunque yo no se lo pedía, se desplazaba hasta mi pueblo si era necesario "para ver que tal estaba..." pues yo seguía sin ir por el club.

Poco a poco, se fue ganando mi confianza de nuevo -cosa que le costó su esfuerzo, he de decirlo- Pero, con encanto, mano izquierda y pericia, lo iba consiguiendo, entre otras cosas porque tuvo la suerte de que yo no fuera -ni soy aún en día- una persona rencorosa.

Al finalizar el curso académico, como yo ya no estaba tan temerosa hacia ella, me dijo que por qué no iba con ella a una convivencia con otras chicas de mi edad, que íbamos a hacer deporte, que había piscina y pista de tenis, que se iban a organizar excursiones y actividades lúdicas, que me iba a hacer bien después de la tensión provocada por el curso académico y "por todo lo demás", que íbamos a divertirnos, a relajarnos y a pasárnoslo bien.

Me lo decía siempre sin agobiarme y, por supuesto, se cuidaba mucho de no hablarme de vocación ni mencionarme volver al Opus Dei. Sabía que, si tenía el más mínimo fallo, si yo veía la más mínima sombra de abierta manipulación me echaría atrás inmediatamente.

Mis padres no querían que me fuera. Me había caído la química para septiembre y me habían apuntado a una academia de verano. (lo que no sé es ¡cómo no me quedaron más asignaturas pendientes¡)

Lola habló con ellos:

- No os preocupéis que nosotros le ponemos allí un profesor particular.
- Si pero nosotros ahora mismo no disponemos de suficiente dinero para pagarle la convivencia.
- No os preocupéis tampoco por el dinero, si acaso pagáis lo que podáis este mes y el resto también cuando podáis, poco a poco."

...Y a mí me iba comiendo el coco con las actividades tan maravillosas que íbamos a tener y con lo bien que nos lo íbamos a pasar para que yo también presionara en casa...

De vuelta al redil

Para qué decir que en aquella convivencia, lejos de mis padres, entre meditaciones, sesiones de deporte, charlas formativas, baños en la piscina y estudio yo era "presionada", de forma delicada, casi subliminal, a volverme a hacer del Opus.

Ni yo misma sé muy bien cómo fue realmente pero, si- como dicen en esta página web- tus problemas e interioridades personales son aireados y sabidos por terceros, el cura estaba compinchado, así como todas las que dirigían la formación.

En las meditaciones y charlas salía a menudo "providencialmente" el tema que me incumbía personalmente. Se me decía, a través de las meditaciones y charlas, que "esas frases que te llegan al corazón son del mismo Espíritu Santo" que "es la forma delicada en que Dios se dirige a las almas": "¿qué quería? ¿que viniera Dios en persona a decírmelo cara a cara?".

Los primeros días se decían frases aquí y allá, que "sorprendentemente" ¡daban en el clavo!, "leves comentarios" en las charlas y en las meditaciones que parecían "fortuitas", "obra de la divina providencia" "susurros delicados que el Espíritu Santo te hace al oído".

Sin embargo, a pesar de todo, viendo que no reaccionaba, que no decía ni pío sobre la idea de volver, cuando casi había pasado ya la mitad de la convivencia, Lola me cogió a parte de nuevo "para charlar un ratito y ver que tal me iba".

Durante la conversación me sacó otra vez el tema de la vocación, ya abiertamente.

Me dijo que "a los que Dios más quería les hacía pasar las pruebas más duras" y que yo había obrado valientemente y con nobleza pero que "podía dar más". Que "no hiciera como el joven rico de la Biblia, quien, tras pedirle Jesús que le siguiera, se marcho triste con la cabeza gacha porque había dicho no a su vocación".

Entonces me bombardearon y bombardearon con toda su artillería pesada, Lola me dedicaba horas y horas, y me parecía que el tema salía hasta en la sopa: Dios me lo decía claramente, sin susurrar.

Puede resultar inverosímil, pero, cuanto más te repiten la misma mentira una y otra vez, más verdad te parece.

Así que, olvidando todo lo que hubo y fue -no me preguntéis cómo- después de mucho esfuerzo por parte de ellas, del cura y "del Espíritu Santo", dije que sí, que volvía a pitar.

Entonces Lola me dijo que "NO tenía que escribir otra carta". Que "todas las que había en la convivencia eran "de casa" y que aquello era el Curso Anual", un curso de formación que todas las numerarias hacen cada año.

Así es como suelen actuar en el Opus: diciendo verdades a medias y ocultando otras, según convenga y sin tener remordimiento alguno porque eso no es pecado.

Yo supongo que algo debieron decirles a todas sobre mi situación pues delante de mi nadie se saludó con el famoso "pax", al menos hasta después de que volviera a entrar en el redil. Pero no había caído en eso hasta ahora...

La alegría de la oveja descarriada que vuelve al redil o del hijo pródigo que vuelve junto a su padre, fue el resultado de jugar con la inocencia y juventud de alguien que, no niña, no mujer, casi nunca solía pensar mal de los demás.

Nuevos cambios

A la vuelta de la convivencia Lola era mi directora espiritual. Para sorpresa mía María, mi primera directora espiritual, ya no vivía en el club: se había tenido que ir a otro centro "por motivos personales y familiares."

Lola también me dijo que ocultara mi pertenencia al Opus Dei a mis padres.

También decidió que el instituto público, donde había estado yendo hasta entonces, no me convenía. Me encomendó la tarea de convencer a mis padres para que me metieran en un colegio del Opus Dei.

Como mis padres no tenían dinero para costearlo Lola les dijo que no se preocuparan, que vería lo que se podía hacer. Unos días más tarde, Lola dijo a mis padres que el colegio había concedido media beca, por tanto los gastos se reducirían la mitad.

A mis padres les pareció bien ya que la empresa de mi padre debía subvencionar, por convenio, la otra mitad y, de esta forma, el colegio le salía gratuito.

Así me tenían bien cogida: en un colegio del Opus Dei. Al abrigo de tentaciones mundanas. Alejada de los chicos. Donde podía fácilmente ir a Misa todos los días. Bajo la tutela de profesores afines a la Obra. Era el lugar perfecto, un lugar donde no tenía que ir contracorriente. Allí seguiría los estudios de lo que entonces era 2º de BUP, 3º de BUP y COU.

Ya tenían la arcilla sobre la mesa y los instrumentos de modelar preparados.

Insensible, fría y cruél

Así pasó el tiempo. Estando en casa de mis padres vivía como una numeraria adscrita convencida de que estaba haciendo lo correcto. Lo que quería Dios.

No tuve problemas en cumplir los 18 años perteneciendo a la Obra de Dios. En cuanto faltaron unas semanas para cumplirlos Lola me dijo que era el momento de descubrir la vocación a mis padres -engañados, ajenos por completo a todo-.

- Papá, mamá. Soy numeraria del Opus Dei desde los 15 años. En cuanto cumpla los 18 me voy a vivir al club con las otras numerarias.

Creo que mis padres se sintieron como si un jarro de agua fría les hubiera caído por la espalda, como si una apisonadora los hubiera atropellado.

Mi madre estaba destrozada, mi padre estaba desolado, mi hermana estaba sorprendida y mis otros dos hermanos eran pequeños - 10 y 12 años- y no entendían muy bien qué mosca me había picado para irme.

Mi padre me dijo que él mismo era del Opus Dei y que consideraba que era todavía muy joven e inexperta para levantar el vuelo.

He de decir, en honor a la verdad, que mi padre se fue del Opus Dei en cuanto yo me fui de mi casa para vivir en el club.

No es que no me importara que mis padres sufrieran, no es que fuera fría e insensible pero me tragaba mi pena, sin dar muestras de blandenguería ni de la menor sensibilidad. Me mostraba distante, fría y cruel. Casi sin escrúpulos.

Eso, a los ojos de mi madre, era sobretodo despiadado.

Me habían aleccionado bien durante todos aquellos años de lavado de cerebro: No iba a responder al dolor de mis padres "por que la Obra de Dios es lo primero".

Creo y confieso que, en aquel momento, si hubiera tenido que arrancarles el corazón de cuajo y comerme sus entrañas, por amor a Dios y a la Obra, por mi vocación, por mucho que yo misma lo sintiera y me repugnara, lo habría hecho.

La Obra crea mentes despiadadas, que no piensan ni sienten, el proceso lo explican muy bien en alguno de los documentos que podéis encontrar en esta web pero siento deciros que no me acuerdo del título (quizás los amigos "orejas" puedan servirme de apuntador). Bien, pues esa "transformación" yo la sufrí en mis carnes.

Descubriendo nuevas normas

Cuando me fui al club, seguí descubriendo "normas nuevas".

Hasta entonces Lola me había conducido bien, pero sin pedirme que comprendiera "demasiadas cosas".

Si en cualquier orden religiosa te informan de todos las normas que vas a tener que vivir, en la "Obra de Dios", te informan "a medida que estás preparada para ello".

Así es como la tuerca llega a introducirse en el tornillo, poco a poco, con pequeñas vueltas, hasta que esta lo abraza de tal modo que es difícil que este se libere, ni siquiera que se mueva ni un milímetro sin permiso de la tuerca.

En mi primera noche allí, fui informada de que las numerarias dormían con tabla y una sencilla manta doblada encima de la misma haciendo las veces de colchón. También que una vez a la semana se dormía sin almohada y se ofrecía ese sacrificio por las demás "de casa", era lo que llamaban estar "de guardia".

Además, no podía tener foto alguna de los miembros de mi familia de sangre "porque eso sólo me haría daño".

Más adelante Lola me dio una bolsita con un cilicio y las disciplinas.

Para los que no han sido del Opus ahí va la explicación:

El cilicio es como una especie de collar de perro de presa, de esos con pinchos, pero no tan basto. Te lo atas en la parte superior de la pierna, alrededor de la ingle y te sientas a estudiar o haces lo que tengas que hacer como si no llevaras nada, poniendo buena cara. Luego, cuando te lo quitas, se te quedan las marcas de los pinchos en la piel, que sangran un poquito. Cada vez te lo pones en una pierna para que las heridas se vayan curando. Por eso las numerarias llevan los bañadores con faldita o con las perneras bajas. Así no se les ven las heridas.

Las disciplinas son una especie de flagelo con el que te azotas una vez por semana, más fuerte o más flojo, según tu generosidad, mientras rezas una salve.

Cuando Lola me dio eso me escandalicé y le dije que "¡ni hablar del peluquín! ¡Que yo no me ponía eso¡, ¡que eso no era ser cristianos corrientes sino de la Edad Media¡"

Al final, también acabé cediendo...

...Otra pequeña vuelta de tuerca que ahogaba un poco más mi voluntad y mi entendimiento, otra vuelta que me anulaba un poco más como persona.

Poner tierra por medio

Con 18 años acabé COU en el colegio de la Obra. Ya vivía en el Club dejando, en el pueblo de al lado, a una familia rota y destrozada.

Mis padres no me daban un duro: me seguían pagando el colegio porque su empresa le daba la mitad correspondiente pero ni una peseta más. Me dijeron que pensaban que me equivocaba. Que, si tomaba la decisión de emanciparme, me las tendría que apañar económicamente.

Sabían que todo dinero que me dieran no iba a ser para mi, por lo tanto, si me lo negaban, no era para castigarme por mi decisión. En ningún momento me cerraron las puertas de su casa, me decían que me querían, me decían que si los necesitaba ellos estarían ahí.

Mi padre sabía que oponerse de lleno a mi vocación sería contraproducente: era la excusa que esperaban en el Opus Dei para cortar de raíz TODO CONTACTO. -Quizás esta reflexión ayude a algunas personas-.

Así mis padres estuvieron conmigo en la fiesta de fin de curso en el colegio y venían a verme cuando se hacía alguna actividad a la que podían asistir padres de alumnos.

Cuando acabé COU y pasé la selectividad, Lola me llamó para hablar de mi futuro profesional. Le dije que quería hacer filosofía y letras. La especialidad que yo quería hacer no estaba en la universidad de Ciudad del Monte sino en otra capital de provincia a unos 180 o 200 km de Cuidad del Monte.

Ello suponía un cambio de ciudad. Eso debió de gustarles porque me separaba de la posible influencia que todavía pudieran ejercer mis padres sobre mí.

El Opus Dei tiende a separar a sus miembros de su familia de sangre porque "los apegos", dicen, "son malos". Hay que entregarse enteramente al servicio de la Obra, por eso los únicos retratos que se ven en los centros son los de la familia consanguínea de su fundador -en la parte privada, claro está- a los que todas llamábamos "la abuela" y "el abuelo", "tía Carmen"... Porque ahora "mi familia" era otra.

Por eso, si te vas de tu casa y te peleas con tu propia familia por causa de tu vocación, a los del Opus Dei les tiene sin cuidado. Es más, creo que lo prefieren porque así te tienen agarrado por más lados -aunque te pasen la mano por el hombro y se compadezcan de tu dolor, en el fondo les da igual-. Si te peleas con tus padres te engañan diciendo que "es sinónimo de ser más querido por Dios y de que vas por el camino verdadero."

Mis padres en ese sentido fueron muy avispados y no se opusieron de lleno a mi vocación sino que, aún diciéndome que me equivocaba y que no compartían mi opinión, siempre iba a encontrar la puerta abierta para volver a casa cuando quisiera.

Así pues, me fui de a vivir a otra ciudad. Allí es donde empecé mi carrera. Dejé todo atrás, abandoné padres y hermanos, plenamente convencida de que lo hacía para servir a la Obra y que mi generoso ofrecimiento se vería recompensado algún día por Dios.


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