Cuadernos 11: Familia y milicia/Vir fidelis multum laudabitur

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VIR FIDELIS MULTUM LAUDABITUR


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La paternidad es uno de los bienes que nuestro Fundador —porque así lo quiso Dios— ha legado a todos sus sucesores, hasta el final de los tiempos. Igual que lo comprobamos ahora en el Padre, durante diecinueve años lo notamos en don Álvaro: nos llevaba en el corazón, a todos y a cada uno y, como buen Padre, se ocupaba de darnos el alimento espiritual que en cada momento necesitaba nuestra alma. ¡Con qué desvelo —paterno y materno— cumplía sus deberes de Buen Pastor, guiando nuestros pasos, advirtiéndonos de los peligros, congregándonos en unidad de oraciones y de intentos con sus constantes llamadas a la responsabilidad y a la santidad personales!

En 1984, al cumplir setenta años, nos decía con enorme sencillez: no fue nuestro Padre el que me eligió para tenerme a su lado; solía comentar que era cosa del Espíritu Santo. Los demás, por un motivo u otro, no podían estar junto a nuestro Padre. Así que Dios me escogió a mí: así lo dijo muchas veces nuestro Fundador 1. El Señor quiso que nuestro Padre contase siempre con un punto de apoyo firme, como una roca bien anclada en el terreno. Así había comenzado a llamar a don Álvaro —roca, saxum!—, ya en los primeros años de su vocación a la Obra, como en aquella carta, fechada pocos días antes de terminar de la Guerra Civil Española; precisamente un 23 de marzo:

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Jesús te me guarde, Saxum.

Y sí que lo eres. Veo que el Señor te presta fortaleza, y hace operativa mi palabra: saxum! Agradéceselo y séle fiel, a pesar de... tantas cosas 2.

Refiriéndose a su vida, transcurrida casi entera al lado de nuestro Fundador, don Álvaro escribía: esta cercanía a un alma tan santa, durante tantos años, es una gracia especialísima que comporta una responsabilidad muy grande. ¡Os ruego que recéis por mí, hijas e hijos míos, pues el Señor me pedirá cuenta de tan grandísimo don!3.

El primer sucesor de nuestro Padre fue uno de los regalos más preciosos de Dios para su Obra. El Espíritu Santo le situó junto a nuestro Fundador para que fuese —como reza una lápida colocada en Villa Tevere —quem ille dilexit, formavit, legavit—, aquél en quien pusiera su corazón para formarlo al hilo de su propia vida interior y le dejara como fiel continuador.

Don Álvaro, de igual modo que nos enseñó, desde muy joven, a vivir la filiación al Padre en la Obra, también nos ha dejado un ejemplo admirable en lo que se refiere a la paternidad, asumida en plena identificación con el corazón y la mente de nuestro Fundador. Suplico a la Trinidad Beatísima, para todos los que regirán el Opus Dei con el paso del tiempo, la gracia de perpetuar hasta el fin de los siglos el modo en que el primer sucesor de nuestro Padre encarnó la paternidad recibida de nuestro santo Fundador 4.

Gustosa obligación de amor

En aquella fecha de su septuagésimo aniversario, durante una tertulia, don Álvaro mostró a sus hijos el anillo de Prelado mientras decía: este anillo significa mi deber de fidelidad hacia vosotros, que constituís mi buen ganadico. Es como el anillo de las personas casa-

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das, que les recuerda sus deberes respecto al otro cónyuge. A mí me hace presente la obligación —gustosa obligación de amor— que tengo contraída con mis hijos: sois la razón de mi vida, vosotros y las hermanas y los hermanos vuestros que trabajan esparcidos por el mundo; y los que ya están en el Cielo, pero siguen unidos a nosotros por la maravillosa realidad de la Comunión de los Santos; y los que hacen antesala en el Purgatorio; y los que aún no han venido a trabajaren la Obra...

Rezad para que yo sea fiel, para que no tenga otro deseo que dar cumplimiento a la Voluntad del Señor: ser vuestro Padre, quereros mucho, ofreceros el alimento espiritual, tener mano dura si hiciera falta...5.

¡Con qué lealtad sobrenatural cumplió todos esos deberes, propios de su cometido de Padre! También para nosotros era una gustosa obligación de amor responder a su cariño.

Durante los diecinueve años en los que dirigió el Opus Dei, nos decía el Padre en su primera carta, don Álvaro ha desarrollado su tarea en estrechísima unión con nuestro Fundador. Ciertamente, esos años constituyen un epílogo imprescindible de la época fundacional, y también son irrepetibles, en el sentido de que el primer sucesor de nuestro Padre tuvo que cumplir un legado importantísimo que le había confiado nuestro Fundador: llevar a término el camino jurídico del Opus Dei (...). Bajo el mandato de don Álvaro, tuvo lugar también la beatificación de nuestro amadísimo Padre. Reconociendo públicamente la bienaventuranza eterna del Fundador, la Autoridad Suprema de la Iglesia puso como un nuevo resello al espíritu del Opus Dei 6.

Ejemplo de hijo fiel

Si la vida santa de nuestro Padre quedó como encarnación del espíritu de la Obra y modelo que todos hemos de imitar en el transcurso de los siglos, la fidelidad de don Álvaro viene a ser la pauta en un aspecto esencial del espíritu de la Obra: la filia-

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ción al Padre. Desde el primer momento, fomentó entre todos los de Casa el cariño filial hacia nuestro Fundador. Más tarde, fue uno de los primeros en recibir encargos de formación y de gobierno: en hacer las veces del Padre. Y también nos enseñó, cuando era como nuestro hermano mayor, aquella jaculatoria que compendia todas nuestras intenciones: Señor, te pido lo que te pida el Padre.

Un ejemplo de fidelidad que siempre permanecerá vivo en el Opus Dei, como señaló nuestro Fundador al indicar que se escribiera, sobre el dintel del cuarto de trabajo del Vicario General, la inscripción: Vir fidelis multum laudabitur 7.

¡Qué buen Padre ha sido en la Obra!, escribía el Padre, un año después de la marcha de don Álvaro al Cielo. ¡Qué bien siguió los pasos de nuestro Padre, acomodándose siempre —con su propio modo de ser, con su peculiar personalidad— al espíritu del Opus Dei! Muchas veces os he dicho que toda su existencia se resume en una palabra que salía constantemente de su boca: ¡fidelidad! Desde el principio de su vocación, y de modo especial en los años que estuvo como Padre al frente de la Obra, no vivió sino para cumplir acabadamente la Voluntad divina: hacer el Opus Dei siendo Opus Dei. Acudamos mucho a él, pidiéndole que interceda ante el Señor para que también nosotros sepamos seguir las huellas de nuestro santo y amadísimo Fundador con la misma entereza y lealtad con que él las siguió 8.

La fidelidad de don Álvaro a la Iglesia, a la Obra y a nuestro Fundador ha de ser la falsilla de nuestra vida en el Opus Dei. Desde su trabajo silencioso al frente de la Obra, puede decirnos con palabras de San Pablo: sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo9. Seguir sus pasos no es otra cosa que seguir las pisadas de nuestro Padre sin desvíos posibles, sin incertidumbres. A diario, don Álvaro se preguntaba: ¿qué haría nuestro Padre?; y luego ac-

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tuaba con esa seguridad, con esa firmeza, con esa fidelidad que todos admiramos, y guardaba en su alma la alegría y la paz de los buenos hijos de Dios ante cualquier acontecimiento 10.

Cuánto tenemos que agradecer la fidelidad de don Álvaro al espíritu fundacional de la Obra. Desde su elección como su primer sucesor, no quiso ser más que la sombra de nuestro Padre, su instrumento visible para guiar a este pusillus grex por el camino específico que nos conduce al Cielo. Por eso, hijas e hijos míos, permaneced siempre muy unidos al Padre 11.

Por su correspondencia, don Álvaro ha sido, como nos escribía el Padre a los pocos días de su elección, el hijo más fiel de nuestro Padre, el primero que encarnó con perfección la paternidad recibida de nuestro amabilísimo Fundador, plenamente identificado con su corazón y con su mente. A su valimiento ante el Señor me encomiendo y os encomiendo, para que el Opus Dei continúe firme su marcha por la senda trazada por nuestro Padre, que él siguió fidelísimamente hasta la muerte 12.

Hemos de secundarle en nuestro modo de amar a la Iglesia, a la Obra, a nuestro Fundador y a nuestros hermanos. Sólo así seremos hijos fieles de nuestro Padre. Sólo así seremos buenos hijos de Dios.

Un nuevo intercesor

El Padre nos ha hablado sobre lo fácil que era abrir el corazón a don Álvaro: conmovía por su sencillez, por su cariño y por su interés en los asuntos de los demás; le resultaba tan natural porque trataba mucho a Dios; como al Señor le interesan todas las almas, no había ninguna persona que no le interesase también a don Álvaro 13.

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Sin duda, ese carácter amable y accesible, le lleva a estar, ahora desde el Cielo, más pendiente de todos. El 23 de marzo de 1994, tan pronto como la noticia de su fallecimiento comenzó a difundirse por los cinco continentes, personas de todo el mundo y de todas las condiciones sociales acudieron a su intercesión pidiéndole pequeños y grandes favores. Era la reacción lógica de sus hijas e hijos, Cooperadores, amigos... incluso desconocidos, convencidos de su santidad de vida, y de que don Álvaro se encontraba ya en la presencia de la Santísima Trinidad, junto a nuestro Fundador. Enseguida imitó a nuestro Padre también en su modo de interceder, de manera especial, por la conversión de las almas. Pero a través de su mediación pedimos igualmente favores materiales y espirituales, por la Obra y por toda la Iglesia, asuntos personales y ajenos, intenciones grandes y cosas ordinarias... Y notamos que, desde el Cielo, se sigue preocupando por todos, más y mejor que mientras se encontraba en esta tierra.

Os aconsejo, hijas e hijos míos —nos ha dicho el Padre—, que tratéis mucho a don Álvaro, que meditéis sus enseñanzas —que son las de nuestro Padre— y consideréis a menudo su ejemplo de hombre leal, totalmente entregado a la Voluntad de Dios, siempre pendiente de la Obra y de nuestro Fundador.

Últimamente recordaba algo que me repitió con frecuencia: a pesar de los muchos años que pasaron juntos, nunca se acostumbró a convivir con nuestro Fundador; descubría en cada jornada nuevas manifestaciones de su santidad heroica. El Señor me ha concedido —decía con toda sencillez— la gracia de ver la generosidad de nuestro Padre.

Vamos a pedirle que acreciente en nosotros ese amor, esa veneración por nuestro Padre, que se traduzca en un deseo constante de identificarnos con el espíritu que Dios le confió. ¡Que nos enseñe a ser buenos hijos!14.

1. Don Álvaro, Tertulia, 11-III-1984.
2. De nuestro Padre, Carta, 23-III-1939.
3. Don Álvaro, Cartas de familia (1), n. 107.
4. Del Padre, Homilía, 24-IV-1994.
5. Don Alvaro, Tertulia, 11-III-1984.
6. Del Padre, Carta l-V-1994.
7. Prov. XXVIII, 20.
8. Del Padre, Carta l-III-1995.
9.1 Cor. XI, 1
10. Del Padre, Carta 1-VI-1995.
11. Don Álvaro, Cartas de familia (3),n.222.
12. Del Padre, Carta l-V-1994, n. 1.
13. Del Padre, Tertulia, 1 l-V-1994.
14. Del Padre, Crónica, 1995, p. 797.