Carta Circular, José María Escrivá, Burgos, 9-I-1939

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Ocupa una extensión de dieciséis cuartillas manuscritas, quince numeradas más una de portada, fechadas en la casa de San Miguel de Burgos, nombre con que designaba su lugar de residencia en aquella ciudad: en ese momento era un cuarto de una casa en la calle Concepción 9 - 3º izquierda. Cf. Cronica IX-1985 pp.90-104 (pp.1086-1100). Las cursivas del texto son subrayados del original manuscrito, salvo cuando se citan textos latinos.


Carta circular.jpg


[1] En el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo y de Santa María.

Jesús bendiga a mis hijos y me los guarde.


Se ha cumplido un año de nuestra llegada a la España Nacional, y es justo que tenga deseos —que pongo en práctica— de hablar con vosotros, para que, juntos, hagamos un balance de nuestra actuación y señalemos el camino de la próxima labor.

[2] Pero, antes, quiero anticiparos en una palabra el resumen de mi pensamiento, después de bien considerar las cosas en la presencia del Señor. Y esta palabra, que debe ser característica de vuestro ánimo para la recuperación de nuestras actividades ordinarias de apostolado, es optimismo.

Es verdad que la revolución comunista destruyó nuestro hogar y aventó los medios materiales, que habíamos logrado al cabo de tantos esfuerzos.

[3] Verdad es también que, en apariencia, ha sufrido nuestra empresa sobrenatural la paralización de estos años de guerra. Y que la guerra ha sido la ocasión de la pérdida de algunos de vuestros hermanos...

A todo esto, os digo: que —si no nos apartamos del camino— los medios materiales nunca serán un problema que no podamos resolver fácilmente, con nuestro propio esfuerzo: que esta Obra de Dios se mueve, vive, tiene actividades fecundas, como el trigo que se sembró germina [4] bajo la tierra helada: y que, los que flaquearon, quizá estaban perdidos antes de estos sucesos nacionales.

Tres peleas tenéis que sostener simultáneamente: la civil, de España; la vuestra interior; y la universal de la Obra. Pido a Dios que se os pueda aplicar, en los tres campos, aquellas palabras de los Macabeos (1 Mac. III, 2): et proeliabantur proelium Ysraël cum laetitia —hacían la guerra con alegría. Porque pienso que la tristeza sólo puede meter [5] se en vuestro corazón, traicionando el optimismo.

¿Qué ha hecho el Señor, qué hemos hecho con su ayuda, durante el año que ha transcurrido? Se ha mejorado la disciplina de todos vosotros, innegablemente. Se está en contacto con toda la gente de San Rafael, que responde de ordinario mejor de lo que podíamos esperar. Se han hecho amistades que han de servir, sin prisa, a su hora, para la formación de centros de S. Gabriel. Los Prelados acogen con cariño la labor nuestra que pueden conocer. Y mil cosas pequeñas: petición de libros, ho [6] jas mensuales, ornamentos y objetos para el Oratorio. Y más: mayores posibilidades de proselitismo; conocimiento del ambiente de ciertas poblaciones, que facilitará la labor de S. Gabriel; amistad —con algunos honda— con bastantes catedráticos, a quienes antes no se trataba.

¿Labor inmediata? Disponeos a vivir intensamente la obediencia, como hasta aquí la habéis vivido, y veréis, al llegar la paz, cómo renace con vida intensa nuestra Casa del Angel [7] Custodio. Después... ¡el mundo!

¿Medios? Vida interior: El y nosotros.

¿Ayuda de fuera? Sólo en casos contadísimos convendrá. Tenemos tristes experiencias. Es muy fácil que ese apoyo económico momentáneo traiga consigo el obstáculo de la indiscreción u otros, que hemos lamentado durante nuestra estancia en el Madrid rojo. ¡Nosotros! Nosotros solos —con El— hemos de resolver todas las dificultades económicas. Pensadlo despacio, y veréis que no cabe otra solución.

[8] ¿Obstáculos? No me preocupan los obstáculos exteriores: con facilidad los venceremos. No veo más que un obstáculo imponente: vuestra falta de filiación y vuestra falta de fraternidad, si alguna vez se dieran en nuestra familia.

Todo lo demás (escasez, deudas, pobreza, desprecio, calumnia, mentira, desagradecimiento, contradicción de los buenos, incomprensión y aun persecución de parte de la autoridad), todo, no tiene importancia, cuando se cuenta con Padre y hermanos, unidos plena [9] mente por Cristo, con Cristo y en Cristo. No habrá amarguras, que puedan quitarnos la dulcedumbre de nuestra bendita caridad.

Tendremos medios y no habrá obstáculo, si cada uno hace de sí a Dios en la Obra un perfecto, real, operativo y eficaz entregamiento.

Hay entregamiento, cuando se viven las Normas; cuando fomentamos la piedad recia, la mortificación diaria, la penitencia; cuando procuramos no perder el hábito del trabajo profesional, del estudio; cuan [10] do tenemos hambre de conocer cada día mejor el espíritu de nuestro apostolado; cuando la discreción —ni misterio, ni secreteo— es compañera de nuestro trabajo...

Y, sobre todo, cuando de continuo os sentís unidos, por una especial Comunión de los Santos, a todos los que forman nuestra familia sobrenatural.

Fruto jugoso del entregamiento es el amor y la adhesión a la Cabeza de la Obra, manifestado con oración y mortificaciones diarias por la persona e intenciones de vuestro [11] Padre: la facilidad que sentiréis, para el cumplimiento de vuestros reglamentos y Normas, al pensar en la ayuda que os prestan vuestros hermanos y en la que dejáis de prestarles, si no sois fieles: el afán de proselitismo, que os comerá las entrañas: aquel poner a vuestra familia de sangre —sin quitarle nada de lo que se le debe— después de vuestra familia sobrenatural: la honra de vuestro apellido y de vuestro prestigio social y profesional, gustosamente puesta —sin salvedades— al servicio de Dios en su Obra: vuestra ha [12] cienda, entregada sin reservas: toda vuestra vida —entendimiento, corazón, actividad— metida en el único camino, que es el del cumplimiento de la Santa Voluntad de Dios, sintiéndoos felices de sacrificaros con tal de que la Obra sea un hecho en el mundo, para toda la gloria de Dios.

Ved, pues, cómo con vuestro entregamiento no hay dificultad que pueda remover vuestro optimismo. Con el fin de lograr del Señor, para todos los nuestros hasta el fin, esa [13] gracia de darse sin reservas, en las Preces, después de la oración “ad Iesum Christum Regem”, dirá el que las dirija: “Christe, Fili Dei vivi, miserere nobis”. Repetirán la misma invocación todos. Y después dirá quien lleva el rezo: “Exsurge, Christe, ádjuva nos”. Y contestarán: “Et libera nos propter nomem tuum”.

Un recuerdo, lleno de cariño, a todas las personas queridas que continúan en la zona roja, sufriendo lo que no podemos pensar. Que nuestra oración y nuestros sacrificios acorten el tiempo de prueba que aún les queda. Sancti Angeli, Cus [14] todes eorum, defendite eos in proelio!

Y me despido con palabras de San Pablo a los de Filipo, que parecen escritas para vosotros y para mí: “Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre con gozo por todos vosotros, en todas mis oraciones, al ver la parte que tomáis en el Evangelio de Cristo desde el primer día hasta el presente, porque yo tengo una firme confianza, que quien ha empezado en vosotros la buena obra, la lleva [15] rá a cabo”... (I, 3-6). Y con aquellas otras palabras de la segunda epístola a los Corintios (XIII, 11 y 13): “estad alegres, sed perfectos, exhortaos los unos a los otros, reuníos en un mismo espíritu y corazón, vivid en paz y el Dios de la paz y de la caridad será con vosotros. La gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la caridad de Dios Padre, y la participación del Espíritu Santo sea con todos vosotros. Amén”.

De San Miguel de Burgos, a 9 de enero de 1939.

Mariano