Así redactábamos los informes sobre lo escuchado en la charla fraterna

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

Por Descriteriada, 31 de octubre de 2011


Deseo compartir con vosotros el escrito que he entregado recientemente a un alto cargo de la jerarquía eclesiástica. Únicamente omito el primer y último párrafo por mantener en el anonimato tanto el nombre y cargo del destinatario como el mío propio, pues no tengo vocación de víctima.




Mi nombre es X, y me dirijo a Vd. con el fin de cumplir con mi deber de conciencia de darle una rigurosa información sobre una de las formas de proceder del Opus Dei que he comprobado durante muchos años y que resulta muy perniciosa para las personas.

Ingresé en la Obra como Numeraria antes de cumplir los quince años. A los dieciocho, teniendo nula preparación para ello, me dieron el encargo de formar y llevar la dirección espiritual (charla fraterna o confidencia, en argot interno) a un grupo de jóvenes vocaciones recientes. Con frecuencia las directoras me preguntaban sobre el estado de su vida interior, y me daban las directrices que yo debía seguir con ellas. Yo esto lo vi normal, pues dada mi inexperiencia agradecía esa ayuda. Más tarde, me dijeron que pasara esa información por escrito, y así lo hice...

Acabado mi tiempo de formación, a los veinte años, me nombraron miembro del “consejo local” de un Centro. Al explicarme mis funciones, una de ellas sería llevar la dirección espiritual de un grupo de personas de la Obra. Me indicaron que tres días a la semana tendríamos la “reunión de consejo local” y que me la preparara. Un día se dedicaba a la labor de San Miguel (Numerarias, Numerarias auxiliares y Agregadas), otro a la labor apostólica, y el tercero a los asuntos materiales y económicos.

Llegó el día dedicado a San Miguel, yo me limité a escuchar y aprender. Con toda naturalidad, comenzaron a desmenuzar con todo lujo de detalles lo más preocupante e íntimo de la vida de cada persona, según habían oído en la confidencia, contrastándolo con lo que se veía aparentemente. Es decir: ponían sobre el tapete lo que ella había declarado en confidencia, atreviéndose debatir si sería eso cierto o habría que investigar más. Las tres teníamos que dar nuestra opinión sobre cómo enfocar su vida interior, apostólica o personal.

Me estremecí un poco, sobretodo porque desde el principio me habían enseñado que el gobierno en la Obra se basaba en la confianza en los suyos, pero como tenía bien aprendido que todo en la Obra era de Dios, no me atreví a cuestionar la moralidad de aquellas reuniones.

Lo que no podía evitar, era cierto sentido de culpa y como un rubor, mientras recibía las confidencias de aquellas personas, pensando que más tarde las traicionaría. Pero me acostumbré a ello, pensando que me escandalizaba porque no tenía la conciencia correctamente formada, y creyéndome lo que me decían: que todavía mi espíritu no se había identificado con el del Opus Dei.

Un día me dijeron: toma este informe de conciencia de x, léelo, anota tu opinión y fírmalo. Y me entregaron unos tres o cuatro folios divididos por temas, en los que se hacía una radiografía de una hermana nuestra. No opiné nada, pues carecía de datos personalmente, pero sí firmé, porque era mi obligación. Aquel informe de conciencia, como todos, tenía que ser colegial, pues colegial es la dirección espiritual en la Obra, ya que es la misma Obra quien la imparte, y no personas concretas. Aunque sí son concretas las personas que se imponen a cada miembro para que semanalmente en día y hora fijos, haga su charla fraterna con la máxima transparencia.

Me fui acostumbrando a hacer yo los informes de conciencia, cada vez con mayor naturalidad y soltura. Muy pronto me nombraron directora, supongo que por mi eficacia en la obediencia.

Bajo llave, se custodiaba junto a los documentos internos y en un armario secreto, un guión que servía de cómo base para la redacción de los informes. No se escapaba ningún tema sobrenatural ni humano.

En cierto momento, nos llegó una indicación para que los temas relacionados con la confesión y con la pureza, los escribiéramos como en una especie de morse (bastaba con hacer referencia al pecado o falta que reflejaba determinado capítulo del “Royo Marín” o del programa de primera formación, llamado B-10).

En estos informes que en sobre cerrado entregaríamos en mano a la delegación, no figuraba el nombre de la persona, sino una referencia. En un sobre pequeño junto a él, se pondría la referencia y abajo el nombre de la persona. Los informes, desde su borrador, estaban leídos y trabajados por las tres personas del consejo local que firmábamos en el borrador, pero jamás en el informe que se enviaba, en el que se adjuntaba el juicio del Consejo Local.

Para mí, el tema de los informes y de los despachos de San Miguel en las reuniones de Consejo Local, se fue convirtiendo en algo muy habitual.

Pero inevitablemente, todos los años me veía obligada a pasar por una prueba que siempre vencí: era cuando cambiaba un miembro del consejo local dando paso a una jovencita e inexperta. No siempre era fácil explicarle esta forma de proceder sin que se revelara. Naturalmente, pensaban que era una traición y una falta de nobleza. Y en segundo lugar, a partir de ese momento, la “sinceridad salvaje” que siempre había vivido en la dirección espiritual, iba a ser terriblemente humillante y costosa, sabiendo que su intimidad también sería pregonada a los cuatro vientos. Al final, aunque no siempre, con el argumento de “es cuestión de sentido sobrenatural” y “La Obra de Dios es perfecta”, solían ir cediendo.

En las “notas de gobierno” también estaba indicada la frecuencia del envío de estos informes íntimos.

  1. Unos meses antes de que llegara el momento de que le correspondiera a alguien hacer una incorporación: Admisión, Oblación o Fidelidad, con nuestro criterio.
  2. Cuando la persona se cambiaba de Centro, para que desde el primer momento la conocieran y la fueran “marcando” según las orientaciones acordadas, advirtiendo también cómo debían corregir sus defectos o imperfecciones. Tengo que decir que yo nunca me acostumbré a esto por no parecerme justo: de centro en centro aquella persona llegaba siempre con la misma “etiqueta” de la que jamás se desharía aunque en realidad ella se hubiera enmendado. Dios perdona y borra los pecados, pero en la obra se arrastran siempre.
  3. Cuando había alguna anomalía: una mayor dificultad en su vida interior, dudas de vocación, algún tipo de comportamiento especial que fuera muestra de mal espíritu, etc.
  4. Cuando por motivo de un viaje habría temporal y provisionalmente, un cambio de Centro.
  5. Cuando se consideraba oportuno tener algún dato en cuenta si esa persona le tocaba hacer su medio de formación anual (veinte o veinticinco días). En algunos casos delicados, esta información se hacía oral, como también verbal y personalmente daban alguna indicación a la persona que estaba previsto llevara su charla. Muchas otras veces, los informes iban escritos, aunque más cortos. De esta manera, la persona asignada para recibir aquella confidencia, sabría desde el primer momento la línea que debía seguir, según las directoras.

Hasta aquí, he relatado fidelísimamente la forma obligada de actuar respecto al conocimiento de las conciencias y la comunicación de ello a los superiores. Doy fe de que durante los cuarenta años que estuve en el Opus Dei, siempre se hizo así, sin excepción.

Ahora, me gustaría ponerle un poco de “alma” al relato, exponiendo brevemente lo que pasó en mi caso, que no es distinto al de miles de casos más.

Mi salida del Opus Dei se produjo cuando yo tenía cincuenta y cinco años; es decir, cuarenta años en la institución con cargos de dirección y gobierno, y con un nombramiento de “Inscrita” que suponía una mayor responsabilidad y compromiso con la Obra. Siempre procuré ser muy dócil y fiel al espíritu, y sin más pensar, es decir, sin fijarme en las necesidades y problemática de cada persona, iba aplicando el espíritu con todo su rigor. Por eso yo era pieza importante para las directoras: obedecía como un robot, les resultaba eficaz.

Pero entrando en la edad madura, empecé a darme cuenta de que estaba dando consejos indiscriminadamente, y que de esa forma podía no sólo faltar a la caridad, sino estar haciendo un grave daño a la persona que se fiaba de que lo que yo le decía en dirección espiritual, era la voluntad de Dios.

En el momento que fui consciente de eso, lo advertí a las directoras. Me negué a seguir impartiendo medios de formación y recibiendo confidencias si yo no podía seguir libremente los dictámenes de mi conciencia. Me negaba a dañar a la gente, a faltar a la caridad y a mantener una exigencia por encima de sus límites.

Al no ser esto posible, pues la dirección espiritual en la Obra es colectiva y no la imparte una persona (simple instrumento que transmite), me tuve que marchar. En ese momento me di cuenta de que había perdido la fe. Mucho la había pedido durante largos años, pero de golpe me dí cuenta de que la tenía agotada, era inútil. Nunca nadie en la Obra se ha preocupado por ello.

Poco tiempo necesité fuera del Opus Dei, para ver con nitidez cual es en realidad la finalidad que tienen, muy distinta a la sobrenatural que proclaman.

Con la dirección espiritual que siempre se hizo así y se seguirá haciendo por mucho que disimulen, disfracen, y maquillen, mi opinión es que nunca la cambiarán, pues ahí, junto con la prohibición de comunicación entre las personas, obtienen la clave con la que manipulan y controlan las conciencias.

La Obra, con otro tipo de dirección espiritual, dejaría de ser la Obra. Jamás cederán a hacer algo distinto a lo que el fundador les enseñó. Nada se puede cambiar, “y al que lo intente, que Dios le confunda”, decía Alvaro Del Portillo.

Cuando me di cuenta del reguero de estragos y enfermedades que esta institución iba dejando en las personas, me vi bajo la responsabilidad de escribir a Roma para informar sobre ello, y mandé un escrito similar a éste dirigido a diversos dicasterios.

Al no haber recibido ni un acuse de recibo, (…) Con mucho gusto le daría mi testimonio personalmente.

Agradezco su acogida y su dedicación, y aprovecho para enviarle mi más cariñoso saludo.




Un cariñoso saludo a todos, especialmente a las víctimas que durante años tuvieron que soportar a la directora-criterio que fui.



Original