Anexo a una historia/Lo pequeño

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LIBRO: EL OPUS DEI - ANEXO A UNA HISTORIA


LO PEQUEÑO

"La gran tragedia de la mantequilla" de que habla Camino: "tomé mantequilla, no tomé mantequilla".

Todo lo grande es un cúmulo de cosas pequeñas. Por supuesto que sí. "Porque fuiste fiel en lo poco, te confiaré lo mucho", dice Jesús.

Entiendo que lo pequeño sea finura de amor ¡cómo no! Lo que no entiendo es que se utilice lo pequeño para evitar luchas o posibilidades más comprometidas.

Ante la inmensa complejidad de la vida, de las circunstancias de cada uno, de las mil individualidades naturales, en la Obra se ha optado por radicarlo todo en lo pequeño. En la problemática de los cinco minutos más o menos de oración (los numerarios en su plan de vida tienen dos medias horas al día), en la puntualidad para hacer todos los días a la misma hora la lectura espiritual (un cuarto de hora diario), que una silla no roce la pared, el orden en el armario, etc. En ello hay que volcar la mejor capacidad de lucha, el más intenso afán de superación. Deben ser puntos específicos del examen diario. Y tema de la charla semanal. Para centrar la lucha, como el Padre dice, en las murallas dc la fortaleza, y que los ataques no lleguen a ningún punto principal de la misma (Camino, 307).

Una lucha, enseñan, que descomplica y simplifica. Como medio podría ser así. Cuando se extralimita su importancia, no sólo no simplifica sino que complica. Cuando lo pequeño se alza como barrera, como muro dc contención -de la problemática real-, entiendo yo que más que estimular, aplasta, entontece, infantiliza. Lo pequeño tratado y obligado de esa manera, empequeñece. Propone un sistema de lucha que por preventiva es la que más enreda y complica. Maniatiza.

A base de tener que coordinar tanta complicación, lo que se crean son personalidades en constante generación de rebuscamientos. Se logra diluir mucha problemática real en lo pequeño, mucho más real que el mismo detalle. Pero desproblematizando por desproblematizar se ha problematizado lo más sencillo y real de la vida diaria. Personas que podrían haber desarrollado facultades maravillosas, y que necesariamente se van anquilosando, adocenando, se van haciendo una masa "fiel", carentes de personalidad real.

Ser pequeños, lo que podríamos llamar "razonablemente pequeños", en la Obra, no es, como debería ser, poner la razón al servicio de sus fines y de la propia vocación. Es anular la razón misma al servicio de la Obra, de su "razón única". Siendo, dice Monseñor, como niños de dos años, que no ven más allá de lo que quieren sus padres.

Cualquier insignificancia, lo más pequeño, un detalle cualquiera -a favor de la Obra- ha de ser para sus socios, en su buen espíritu de solicitud por lo pequeño, motivo de los más grandes aspavientos, de grandes algarabías, de efusivas manifestaciones de acogida y reconocimiento.

¡La importancia de pegar un sello! Dice el Padre que es tan importante pegar un sello como escribir un libro o desempeñar una cátedra: depende -sigue diciendo- del Amor con que se haga. Un amor que no dudo puede ser el mismo para lo uno que para lo otro. Sin que por ello pueda ser igual que personas con capacidad para dar clases en la Universidad se pasen la vida dedicados a pegar sellos.

¿Qué somos nosotros al lado de Dios?, argumenta Monseñor. Realmente algo muy pequeño. La grandeza del hombre está únicamente en que Dios le haya querido hijo suyo, heredero dc su gloria y corredentor con él. En la mente del fundador de la Obra, esta pequeñez de la criatura frente a su creador es también aplicable -para todos los socios de ésta- frente a sus directrices y consignas.

Si alguien no lo entiende así plenamente, si no ve en sus directores el único objeto de sus aspiraciones, sigue diciendo el Padre, "es como pretender cazar leones en los pasillos de una casa". Si no hubiera vivido catorce años en la Obra entendería el ejemplo de los leones como aviso a no pasarse la vida esperando cosas grandes, y desaprovechando lo diario. Pero la experiencia me obliga a darle un significado mucho más propiamente deseado por Monseñor. La experiencia me enseña que lo que se previene con ello no son fantasías estériles, sino cualquier forma de actuación menos manejable.

Ser pequeños es en la Obra condición necesaria de docilidad, de adhesión total y plena, sin paliativos, al gobierno de ésta.

Yo, sin embargo, entiendo que nadie, por privilegiado que se considere, por carismático que se crea, puede sentirse llamado a asumir, a sustituir, a encasillar, ni el sentir, ni el razonar, ni la capacidad personal de nadie. Todo un sinfín de talentos personales, que se anulan, se reducen al más total condicionamiento, de unos con otros, de todos para uno. ¿Acaso a todo esto puede considerársele racional, eficaz o consecuente, con una tarea compartida, que como cristianos nos incumbe a todos, sin excepción? Compartida, no sustituida.

Lo pequeño es importante, lo pequeño cuenta y vale, y es amor; el espléndido amor de saber estar en los detalles. Pero ¿cómo va a ser bueno, amor, un afán por lo pequeño que desbanque y arrolle mayores posibilidades personales?

En la Obra se hacen cosas grandes. De la Obra suenan y se conocen actuaciones a lo grande. Grandes labores. Grandes posibilidades. La Obra misma está hecha a lo grande ¿quien lo duda? La Obra sí, para ella y en cuanto es ella misma. Las personas de la Obra, la mayoría, deben amalgamarse en ese "detalle" de cada día que las haga "más santas"" por más manejables y más utilizadas, más anónimas; dejando de ser ellas para ser la Obra.

Pequeño e importante es en la Obra, muy importante, cuidar que el pestillo de las contraventanas esté derecho, que no falte un acento en un escrito; o que no exista en ningún mueble una mota de polvo. A la vez de que no importa que una persona sufra o la goce, ni se cuiden las dificultades en la convivencia, los problemas que a cada una puedan suponerle las cosas, porque lo importante en la Obra no son nunca las personas.

En la Obra, si una máquina denota el menor síntoma de mal funcionamiento, se debe dejar de usar inmediatamente y llevarla a revisar; como necesidad de vivir y cuidar lo pequeño. En las personas es distinto; las estridencias, las dificultades, las necesidades aunque puedan ir a más, rompan y repercutan y revienten, no cuentan, no importan, son distintas; son únicamente motivos para ser "recias", "sobrenaturales". La persona está, dicen, para agotarse y dejarse la vida en lo que la Obra le pida o necesite de ella. Al parecer, la máquina es más digna de protección y de mimo que la persona. ¿Cómo puede coordinarse algo semejante? ¿Cómo es posible admitir tal desproporción entre el trato a las cosas y el trato a las personas?

De las personas, en la Obra, se cuidan, sí, las anomalías físicas. Se insiste en que las personas vayan al médico siempre que noten algo, a los mejores; hay establecidos chequeos anuales. Se cuidan las casas, los alimentos, la ropa. Se cuida a la persona que se "rompió", pero sin que se cuide ni importe que se vuelva a romper, o evitarle las causas por las cuales se rompió; se sale al paso estrepitosamente de esa persona que se agrieta, pero buscando una reacción que la haga volver hacia lo establecido, nunca intentando comprender o entender su caso.

Contarlo es duro. Vivirlo mucho más. Pensar y conocer y saber y consentir que además se haga a título benéfico, es todavía más penoso. No lo cuento con afán peyorativo. Lo cuento únicamente para que, contrastando con tantas otras cosas de las que difunde la Obra, se vaya entendiendo mejor la verdad de todos, de los de dentro y de los de fuera, de los que siguen y de los que se fueron; la verdad de cada uno y su propia consecuencia.


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