Anécdotas en el Opus Dei

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Por Dionisio, 28.02.2005


Presentación

Os he encontrado por casualidad y no sabéis lo que me ha gustado vuestro empeño. Desde el título "Gracias a Dios, ¡nos fuimos!", optimista y regenerador. Muy bueno todo. Lo único malo es que por leer lo que ponéis llevo cuatro noches acostándome a las tantas de la madrugada. Mis felicitaciones a Satur porque me ha hecho reír con ganas. Yo solo en la madrugada riéndome sonoramente a carcajadas, hasta las lágrimas. Excelente. Luego le leí a mi esposa algunos párrafos, pero no le hicieron tanta gracia. Hay que haber estado ahí para entender esos disparates y encima reírse. ¡Qué buena es la risa para curarse! Mis agradecimientos a Satur. Yo también me fui, gracias a Dios, que me cuida tanto. Estuve 28 años como numerario e hice de todo en todos los arcangélicos departamentos. Si no me fui antes fue por cobarde y por no escuchar a Dios. Pero no os voy a dar la tabarra con mi historia, es similar a la de muchos de vosotros. Solo os diré una cosa, por si a alguien le sirve. Me fuí solamente cuando me dije a mí mismo, prefiero estar lavando platos en una cafetería a cambio de la comida que seguir aquí con esta vida de señorito. Fui como en la historia del hijo pròdigo pero al revés, en vez de irme a la casa de mi Padre para comer como sus criados, me fui de la casa de uno que decía que era mi padre y donde comía como los príncipes, para irme a buscar a mi Padre y a la incertidumbre de no saber si sería capaz de ganarme la vida por ahí fuera. No sabéis el peso que me quité de encima en cuanto me largué. Mejor dicho, sí lo sabéis y algunos hasta mucho mejor que yo. Dios es grande y me he ganado la vida, me he casado con una mujer normal y somos todo lo felices que queremos ser. Pues ya no os digo nada más de mí. Pero si queréis os puedo contar anécdotas sabrosas para completar con mis propias pinceladas el cuadro que estáis pintando tan bien entre todos.

Anécdota 1

Un día estábamos en la tertulia abriendo los regalos de Navidad. Ya sabéis todos de qué va. De pronto un cura, don Traca (nombre ficticio, para que nadie se sienta en la obligación de desmentirlo), abre una pequeña cajita y ¡atiza! saca la llave de un coche. ?! Hombre, a veces hay exageraciones en los regalos de Navidad, pero esto iba más allá de lo nunca visto. Pues ahora viene lo mejor. Como llegó esa llave a esa cajita. Pues resulta que un supernumerario rico, es decir con big money, por algún motivo que nunca investigué había decidido regalar un coche nuevo al cura de su parroquia, un sacerdote que no tiene nada que ver con la Prelatura de mis entretelas. Cuando D. Traca se entera, y el se entera de todito, menudas antenas, logra que el supernumerario cambie de idea y le regale el coche a él. ¡Genial! Debo añadir a esto que nuestro centro era de numerarios mayores, que ganábamos un montonazo de dinero y que todo el que quería tenía su coche, incluido D. Traca. La operación no iba destinada a solventar una grave necesidad de una labor desamparada, era simplemente lo que algunos con una sonrisita llamaban "espìritu de recogimiento". Obviamente no iba a dejar que se beneficiara el párroco de la generosidad de un supernumerario, ni que fuera tonto. Y luego se lo contaba al Consiliario y los dos se reían a carcajadas. Y yo idiota de mí sin dar crédito a mis ojos. No sé si el párroco se enteró de esto o no, pero si se enteró supongo que ahora le debe tener un amor loco a la Prelatura de mis entretelas. Para que luego vayan diciendo que amor a la Iglesia y que amor a los sacerdotes y todas esas cosas. ¿No es tener morro?

Anécdota 2

Ahora una positiva, para que no digan que no. Tenía un supernumerario en mi grupo que era más bueno que el arroz con leche. Este tío en una determinada etapa de su vida pasaba hambre. No es que no tuviera para el aperitivo, es que no tenía para la comida, hambre real de la que duele el estómago. Suerte que estaba soltero, era joven y podía digerir piedras. Bueno, pues este hombre era tan bueno que a veces venïa y me daba su aportación. Yo contaba el dinero delante de él y me hacía cruces de cómo me podía dar esa cantidad. Pero el con esa sonrisa de buenazo que estoy viendo ahora, me decía no pasa nada, eso es lo que quiero dar. Entonces yo le preguntaba ¿has comido? y con esa misma sonrisa me decía no. Por las mismas le devolvía la mitad de su aportación y le echaba una bronca cariñosa.Si se llega a enterar D. Traca me mata. Hoy todavía me emociono cuando me acuerdo de él (del supernumerario, cuando me acuerdo del Traca me cabreo). Después ya le mejoraron las cosas y pudo comer varias veces al día y hasta ser empresario.

Anécdota 3

Una vez estaba yo en la dirección de una obra corporativa muy muy muy muy distinguida. No era el que hacía cabeza, era el cabezón que no entendía las jilipolleces del director. Como ya dije en la anécdota 1 que soy un idiota se entenderá que yo me oponía abiertamente a las jilipolleces pensando que ese era mi deber. Eso resultó en que el director estaba resentido conmigo habitualmente. Pero esto todavía no es una anécdota. Eso viene ahora. Un día escribí un largo informe sobre las cosas que yo pensaba. Dejé dormir mi escrito para que no tuviera huellas de ofuscamiento. Se lo enseñé al otro que estaba en el grupo directivo, para que el me dijera si lo pensaba lo mismo y si creía que el tono del documento era agresivo u ofensivo. El hombre estuvo de acuerdo en todo. Visto y revisado el documento no se lo di a la comisión regional, no se lo dí a ningún otro director ni a ningún chivato. ¡Se lo dí a él! Pobre criatura. Creo que no se hubiera puesto peor si le hubieran dicho que su hermana se prostituía en un burdel para camioneros. Cuando después de unos días empezó a recuperarse del shock y se sintió con fuerzas para hablar, en una reunión de dirección propuso algunos cambios. Un montón de bobadas insustanciales que delataban que no se había enterao de na... y una que me pareció genial. Realmente me sorprendió no creí que el director fuera capaz de tal brillantez. Propuso que la obra corporativa comprara un coche para mí. ¡Olé sus mendengues! ¿No os parece genial? Con lo poquito de honradez que aún me quedaba le dije que no lo necesitaba. Porque además ¡no lo necesitaba! Si yo, por idiota, algún día le había tenido algún respeto a ese director, ahí mismo se acabó.

Pues ya no os canso más por hoy. Si os han gustado (¿A que son originales? Esto no se lee todos los días, pues aunque parezca mentira soy testigo presencial de todas, las vi con estos ojitos ahora necesitan lentes, pero antes no), otro día os iré dando más anécdotas de las positivas y de las negativas, que las tengo a montones.

Anécdota 4

Esta historia tiene como protagonista a Father Nice. Todo un personaje, pobre hombre, pero era nada menos que el sacerdote encargado de la sección femenina al más alto nivel del gobierno regional. Pues este campeón un día estaba de paso en el mismo centro que yo estaba. Y de pronto descubrió un cuadrito con una imagen de la Virgen colgado en una pared. No era nada valioso, era una simple estampa impresa y enmarcada modestamente. A mí me encantaba porque sobre un fondo bucólico se veía a la Virgen en una actitud de recogimiento natural, sin exageraciones, y sobre todo con una cara preciosa, realmente guapa, realzada por una sutil aureola. Creo que es lo más bonito que he visto representando a mi Madre, la Virgen. Pues bien, Father Nice decidió que ese cuadrito se lo llevaba para ponerlo en un centro de la sección femenina, porque no era “conveniente” (como les gusta esa palabrita en aquella organización) que estuviera en un centro de varones. ¿Por qué? Pregunté yo con cierto nivel de mosqueo. Respuesta: Porque es demasiado guapa. Vale, me la apunto, una raya más para el tigre. Father Nice de repente desapareció de la pantalla del radar y cuando pregunté por él nadie me quiso dar una respuesta concreta. Encomiéndale, se regresó a su país de origen, lo está pasando mal... En fin, un misterio. Pero realmente no me extrañó porque era un personaje con muchas cosas raras y cada vez más.

Anécdota 5

Una parte de mi vida en la prelatura transcurrió en un país con enormes problemas de subdesarrollo. Allí los numerarios recibíamos atención médica privada, porque la seguridad social era algo realmente lamentable por la mala calidad de la medicina, por la pésima comida por la suciedad, etc. No viene al caso entrar en detalles. Lo que viene al caso es cómo me quedó el cuerpo cuando me enteré que las numerarias auxiliares eran llevadas a la seguridad social cuando las tenían que atender o incluso operar. Menos mal que eran las “hijas pequeñas” porque de lo contrario no sé qué les hubiera pasado. Ninguna familia normal jamás hubiera enviado a una hermana pequeña a la seguridad social si tuviera el dinero para ir a la medicina privada. Dios sabe que aquella “familia” tenía dinero para mucho más que eso. Eso para mi fué muy decepcionante. Otro paso más hacia la puerta de salida.

Anécdota 6

Ahora una positiva, para que vean que no todo es así. Pelayo vivió conmigo durante unos años, es un numerario mayor que tenía a su cargo un grupo de supernumerarios. Uno de ellos cayó gravemente enfermo. Su vida realmente peligraba. Tuvo una operación muy delicada y una recuperación llena de sobresaltos. Pues Pelayo se entregó de una forma ejemplar a la atención de aquel hombre. Le dedicaba todas las horas que podía, incluso pasaba noches enteras con él en la clínica. Le animaba constantemente con bromas, oraciones, sorpresas. Se preocupaba de que la familia no se derrumbara. Animaba a los otros supernumerarios a que le visitaran, no solo le encomendaran. Hizo un despliegue fantástico de fraternidad que le llevó a él mismo a un notable cansancio después de muchas semanas de dedicación. Finalmente el enfermo se recuperó y los quedaron unidos por lazos realmente más fuertes que los de la carne. Fue algo muy admirable. Lástima que Pelayo estuviera constantemente tirándose los trastos con los directores, especialmente con los de la comisión regional. Nadie es perfecto.

Espero que os hayan gustado. Estoy recordando más para futuras entregas.

Anécdota 7

Volvamos a D. Traca, protagonista de la anécdota 1, pues este curita da para un libro entero. Este señor tenía un estilo de predicar que enervaba a la mayoría del personal. He de reconocer que a algunos pocos les gustaba, pero eran realmente muy pocos. Las meditaciones de D. Traca eran una mezcla de rayos lanzados por Júpiter tronante a modo de corrección fraterna colectiva, en la que no quedaba títere con cabeza, junto con un torpe conjunto de tópicos. La verdad es que la primera vez te podía llegar a impresionar, pero a partir de ahí era algo simplemente molesto cuando no abiertamente chocante y desagradable. A tal punto llegó el asunto que en mi centro nos quejamos y la comisión regional le restringió sus meditaciones a los numerarios. Ya solamente nos predicaba cuando era imprescindible y no había otro cura disponible. No así los supernumerarios que tuvieron que seguir tragándole en una y otra sección, a pesar de que se quejaban y estaban tan molestos como los numerarios.

Anécdota 8

Siguiendo con el inefable D. Traca, recuerdo que confesarse con él era particularmente interesante. Si no te aplastaba como a una cucaracha pensaba que no lo había hecho bien, tal era la paternal ternura con la que recibía a los hijos pródigos. En consecuencia, la gente hubiera preferido confesarse con Torquemada resucitado que con este delicado pastor. Resultado: muchos retrasaban la confesión cuando era él quien estaba a cargo de ella. Una vez una cooperadora, bastante audaz, me contó que ella no le tenía miedo a D. Traca porque le plantaba cara en el confesonario y le discutía sus paternales amonestaciones. Más de una vez me vi obligado a reconstruir en la charla fraterna a algunos hermanos míos cruelmente heridos por D. Traca en la confesión. Gracias a Dios había otros sacerdotes para buscar el sacramento de la misericordia divina. Lo que nunca entenderé es como los directores regionales y centrales permitían a este señor seguir machacando almas permanentemente.

Anécdota 9

El caso es que visto a la distancia este D. Traca me da pena. Su soberbia merece un monumento. Tenía las agallas de decir que a él le habían hecho muchas correcciones fraternas sobre los temas que expongo anteriormente, pero que él no les hacía caso porque sabía que hacía lo correcto. En cambio, él iba por la vida haciendo correcciones fraternas sin consultar a nadie, sobre la marcha, convencido de ser el guardián de la ortodoxia contra los enemigos externos e internos. En las conversaciones más normales, en las tertulias, hablando sobre temas sin trascendencia, que nadie osara decir lo contrario que D. Traca, porque el debate se encendía hasta que sus interlocutores quedaran callados (cosa que muchos hacíamos para evitar la violencia de la escena) o se largaran (algunos lo hacían, dejándole con la palabra en la boca.) Pobre hombre, pero en el fondo le estoy muy agradecido, porque con su comportamiento fue uno de los que me llevó con más firmeza a la puerta de salida. Yo pensaba que si en el Opus Dei hay sitio para una persona así, no puede haber sitio para mí. No quise saber nada con una organización que aceptaba semejante personalidad y comportamiento.

Anécdota 10

Más de D. Traca. En una ocasión yo estaba a cargo de supervisar las obras de un centro. Don Traca aparecía de cuando en cuando para hacer indicaciones de cómo quería que se hiciera una cosa u otra. Al principio, por lo idiota que soy, yo le discutía algunas de sus brillantes sugerencias tratando de convencerle sobre lo inconveniente de sus peticiones. Vano intento. Al final, cuando ya entendí las reglas del juego, simplemente le decía, dígame cómo lo quiere D. Traca y no perdamos el tiempo discutiendo. Me parece que se mosqueaba un poco, pero al final le gustaba. Creo que yo era de los pocos que le caía bien. No sé si eso habla de bien de mi... Me temo que no, pero me estoy regenerando, lo prometo.

Anécdota 11

Dejemos descansar por un rato a D. Traca. Me acuerdo de un joven numerario, hijo de supernumerarios a quien conocí desde que era un niño de 6 añitos. ¡Criaturita! Una vez, muchos años después, él recién salido del centro de estudios, tendría algo así como 20 años, coincidimos los dos en un centro y en no me cuerdo bien qué circunstancias los dos estábamos viendo la película Amistad (creo que es ese el título de una obra de Spielberg sobre el tráfico de esclavos entre África y América.) Estábamos los dos solos, yo ya había visto la película y me parecía que era un poco dura en cuanto a la crueldad del tema, pero nada más. Yo quería verla otra vez y le dije a mi acompañante que no era precisamente una comedia, advirtiéndole que no era una simple diversión, sino una dura reflexión sobre la naturaleza humana, capaz de lo mejor y lo peor. Pues nada, al día siguiente fui reprendido porque aquella tierna criatura se había visto turbado y tentado en su pureza porque en la película se habían visto unas mujeres desnudas. ¡Santo Dios! Yo no podía creer hasta qué punto se había deformado la conciencia de este pobre chico que sintió la tentación de la carne cuando vio una escena en la que unos esclavos negros, hombres y mujeres desnudos con rostros de terror eran arrastrados por una cadena a morir ahogados en el mar. Olé la formación para hacer personas de carácter. Suma y sigue.

Anécdota 12

Como ya dije anteriormente, parte de mi vida en la obra transcurrió en un país muy pobre. Como muchos saben los sueldos de los empleados suelen ser miserables, no así los de los directivos. Algunos creen que esos sueldos miserables se compensan con unos precios muy bajos, pero no es así, los precios de algunas cosas son todavía más altos que en otros países y los que son más bajos, de todas formas son muy altos en comparación de sus ingresos. Esto quiere decir, en palabras llanas que la gente vive en la miseria aunque trabaje muy bien y muchas horas. Los centros del opus, incluidas obras corporativas, tienen personas empleadas, como jardineros, personal de mantenimiento, guardianes, porteros, personal de limpieza, y otros. Yo siempre supuse que estas personas recibirían una remuneración generosamente cristiana, algo que les permitiera vivir dignamente y mantener a su familia con decoro. Ingenuo de mi, la realidad es que a esos empleados se les pagaba lo mismo que les pagaría otro empleador cualquiera. En consecuencia, esos empleados viven en la misma inhumana miseria que los demás. En alguna ocasión discutí esto con un director, pero no hubo forma de convencerlo. Su argumento es que había que pagar lo mismo que se paga en el mercado laboral. Cuando le dije que la Doctrina Social de la Iglesia no acepta que la remuneración de los trabajadores esté regulada por el mercado, sino por la justicia y la caridad, me hizo el mismo caso que si le estuviera de las macetas. Si alguien cree que era porque no había dinero para pagar más, le aseguro que está equivocado, yo era el secretario y sabía que les podíamos pagar el doble o el triple sin parpadear. Nunca vi que en ningún centro del opus el comportamiento fuera diferente del que acabo de describir.

Anécdota 13

En un par de ocasiones, siendo miembro del consejo local, me quedé absolutamente asombrado viendo como respondía el director a algunas notas de la comisión regional en la que se nos amonestaba por no haber hecho algo, no me acuerdo qué exactamente, y no viene al caso, pero me acuerdo muy bien de la reacción porque no tenía nada que ver con el contenido de la nota. Pues lo que me sorprendía tanto era que el director respondía enviando una sustanciosa cantidad de dinero a la comisión regional. Quizá a algunos que hayáis estado en consejos locales esto os pueda parecer raro, pero aquel director había logrado que la comisión regional le concediera una cierta autonomía sobre el manejo del dinero que se ingresaba tanto por los sueldos de los numerarios como por las aportaciones de los supernumerarios, que eran cuantiosas. Esta autonomía se explica porque aquel centro estaba manejando algunas construcciones y estaba geográficamente lejos de la comisión regional. Parece que este director había detectado cierta debilidad por el dinero, para que respondiera a las broncas sin dar explicaciones, sin rectificaciones, simplemente llevando dinero a la comisión regional. Para confirmar esto, añado otra anécdota. Siendo yo secretario de ese consejo local, noté que las aportaciones para la comisión regional se hacían siempre en mano. Cuando iba el director o algún otro se adjuntaba en el correo un cheque por la cantidad de dinero que se enviaba. Yo sugerí al director que en lugar de hacer eso, que siempre tardaba algún tiempo porque los viajes a la ciudad donde estaba la comisión no eran muy frecuentes, hiciéramos simplemente transferencias bancarias, o mejor aún, podríamos hacer el depósito directamente en la cuenta bancaria que nos dijera la comisión regional. El director me miró con cara de irme a decir: ingenuo, no te enteras de ná. Pero se limitó a decirme que no, que enviar un cheque causaba más favorable impacto en el administrador regional. No sé si el administrador regional se dejaba impresionar por esas tretas tan sobrenaturales, a lo peor sí. En fin... yo no entendía semejante actitud, pero observaba y aprendía, mucho más de lo que se imaginaban algunos y de forma diferente a lo que hubieran deseado. Poco a poco, pasito a pasito, me iban llevando hacia la puerta de salida. Como por un plano inclinado.

Anécdota 14

Ahora una positiva. Recuerdo cuando llegué a vivir a un centro, cómo me impresionó escuchar el sonido de unas disciplinas golpeando su objetivo. Yo llevaba más de 10 años en el opus, hacía tiempo que había hecho la fidelidad, pero nunca había sido testigo semejante castigo. Sin un quejido, fueron muchos golpes fuertes, no los conté, pero realmente muchos más que lo que yo me hubiera dado nunca. Y eso todas las semanas, al menos una vez por semana. Era evidente de qué habitación venían. Era un sacerdote mayor. Para mi fue muy edificante, a partir de entonces me apliqué con más energía mis propias disciplinas. Bueno, a lo mejor a la distancia no parece una anécdota muy positiva, pero el menos me impresionó la reciedumbre y fortaleza de aquel hombre. Quizá hubiera sido preferible que dedicara el mismo coraje en direcciones más positivas, pero el coraje no se lo discuto.

Anécdota 15

Ya se han dicho muchas cosas sobre cómo después de unos años algunas personas empiezan a tener dificultades en su salud mental. Yo recuerdo un caso diferente, pero de parecida temática. Llegué nuevo a un centro (ya se ve siguiendo mis anécdotas que he estado en muchos) como subdirector. Allí había una vocación reciente, con pocos meses, que enseguida me fue encargada para que yo diera mi opinión sobre la idoneidad de aquella persona. No era un quinceañero. Andaba por sus 20 y era evidente que este joven tenía extrañas peculiaridades, muchas de ellas atribuibles, quizá a inmadurez, quizá a cosas más complejas que yo no tenía conocimientos para diagnosticar. Yo manifesté al consejo local mis dudas graves sobre la vocación de ese joven, poco después pasó a hacer la charla con el nuevo director recién llegado de otro país. Así permaneció este hombre varios años, unos tres o cuatro, durante los cuales, demostró una voluntad impresionante para todo, hacía mucho proselitismo y buscaba dinero con notable audacia. Sin embargo, las extrañas peculiaridades de su carácter se iban acentuando. Al final sus reacciones ante situaciones normales eran desproporcionadas, cuando no grotescas. Nadie decía nada, todo el mundo quería mirar a otra parte, tuve que ser yo, y no el que dirigía su alma el que tomara la iniciativa para que se le dijera a este chico que se fuera tranquilo a su casa, ya que ese camino no era el suyo. Pues debo decir que no fue nada fácil convencer a experimentados directores de algo tan evidente. Tardaron tiempo en reaccionar. Cuando al final lo hicieron no sé si era demasiado tarde para él. Quizá yo mismo no debí haber esperado tanto tiempo para forzar que se arreglara aquello. Tiempo después uno de esos directores se me acercó para decirme que yo había tenido razón, porque sabían que ese chico tenía serios problemas para llevar una vida normal. A mí me llamó la atención desde el principio que alguien hubiera pensado que ese joven tenía vocación. Eso era una muestra que algunos estaban dispuestos a hacer pitar al palo de una escoba, si este fuera capaz de escribir una carta, tal era la escasez de vocaciones. La otra cosa que me llamó la atención fue la lentitud para darse cuenta del error y rectificar en la medida de lo posible la metedura de pata.

Anécdota 16

Otro caso más de problemas mentales. Esta vez era un hombre que cuando le conocí por primera vez tenía alrededor de 40 años. Supe que años atrás hubo algunas turbulencias en torno a su vocación, y supe que el dijo que si no querían que estuviera en el opus se lo dijeran claramente y se iría. Eso debió haber sido cuando estaba en sus treinta y tantos. Tenía entonces un buen sueldo, y luego supe que tenía una amiga que estaba derretida por él, si le hubieran dejado ir, probablemente su vida hubiera sido algo menos patética de lo que es ahora. Este personaje cuando le conocí estaba con tratamiento psiquiátrico y con pastillas. No sé exactamente qué tenía pero su comportamiento era algo que daba miedo. De repente le venían euforias en las que hablaba hasta con la boca cerrada y sonreía a todo el mundo y estaba de lo más afectivo. Eso podía ser un par de veces al año, por varios días. Fuera de estos períodos era un personaje taciturno, que respondía groseramente a cualquier intento de confraternizar. A algunos de la casa simplemente los ignoraba, no hablaba con ellos ni respondía a sus preguntas. Yo alucinaba con eso. En cambio, era siempre un pelota redomado. Cuando veía al consiliario o a ciertos directores regionales solo le faltaba lamerles las manos. Lo mismo con sus jefes en el trabajo o con personas que él consideraba le podían ayudar o beneficiar. Eso lo presencié varias veces y era francamente repugnante. Pero bueno, pensaba que era un problema psiquiátrico. Tengo evidencia de que al menos tres numerarios abandonaron la obra porque no podían aguantar a semejante personaje bajo el mismo techo. Ahí sigue, debe tener cerca de 60 años y ahora ya es un problema insoluble para él mismo y para la organización. Una vez más, cómo es posible que dejaran pasar tanto tiempo, porqué no le dejaron irse cuando el estaba dispuesto y su salida hubiera podido ser menos traumática para todos. Si a veces me parece que allí no manda nadie.

Anécdota 17

Clodomiro (si se entera que le he cambiado su nombre por éste me mata) era un joven encantador. Simpático, lleno de amigos, con liderazgo y carisma, muy inteligente y trabajador. Clodomiro estudiaba en un colegio del opus. Ya os imaginaréis que semejante perlita estaba en la mira de la organización. Tras muchas presiones para que se hiciera numerario, el chico que se resistía como podía, acabó accediendo a ser supernumerario. Bueno, la cosa no acabó aquí. Tras unos 6 meses, volvieron las presiones para que fuera numerario. Pero esta vez ya estaba más atrapado. El caso es que esta vez acabó sucumbiendo y escribió la famosa carta al padre. No tardó ni unos meses en darse cuenta de su equivocación y pidió regresar a su condición de supernumerario. Nada. Estuvo 22 años viviendo su vocación de mala manera. Yo durante temporadas le perdía la vista, luego le volvía a encontrar en algún curso anual. Y así. Al final cuando ya dejó el opus, mejor dicho, creo que le echaron por conducta escandalosa, el pobre no era ni parecido a lo que había sido. Su humor se había tornado ironía y cinismo, se había vuelto arrogante y egoísta. Una verdadera lástima. Clodomiro podría haber sido un buen supernumerario, me parece. La teoría decía que a un supernumerario soltero se le podría mencionar delicadamente, sin insistir sobre la posibilidad de que pasara a numerario. En la práctica, los varios casos que presencié no vi ninguna delicadeza, sino presión tremenda.

Anécdota 18

Recuerdo otro caso sobre supernumerario reciclado. Teodosio era un gran chico, parecido en muchas cosas a Clodomiro. Este llevaba al menos dos años como supernumerario, tenía novia, supernumeraria también. De repente llega un cura entusiasta y dice vas a ver como a este le espabilo. Total que le mete tal meneo que el pobre, bueno e ingenuo, acepta ser numerario. Todo el mundo feliz y contento, menos Teodosio, que a medida que se le iba pasando el mareo producido por el meneo que le dieron, consideraba el disparate que había hecho. El chico habla con su novia, esta se harta de llorar, pero con una visión sobrenatural admirable, le dice que si eso es lo que Dios quiere, ella lo acepta y omnia in bonum. Teodosio a todo esto estaba poco menos que aterrado. A los pocos días se va casi todo el personal al curso anual y me quedo como único miembro del consejo local. MI pobre Teodosio venía todos los santos días con los ojos rojos e hinchados que daba pena verlo para contarme cuánto había llorado y cómo se arrepentía de lo que había hecho. A este pude rescatarlo. Di la lata constantemente a los demás que estaban en el curso anual para deshacer el entuerto, y punto. Pasó la crisis, pasaron los años, mi trabajo me costó quitarle los escrúpulos de conciencia sobre si no había sido generoso con Dios. Se casó con su novia, los dos siguen siendo unos supernumerarios ejemplares y de los pocos que no me rehuyen el trato. Esto creo que hasta podríamos considerarlo una de esas anécdotas positivas que me gusta contar, para que no digan que no veo nada bueno.

Anécdota 19

Me acordaba de esas novelas y películas policíacas, en las que el malo se delata por detalles insignificantes, casi tonterías en las que solo reparaba el detective inteligentísimo. Yo sé que lo que voy a contar probablemente no es más que una chorrada, pero precisamente por ser inofensiva, puede dar pistas, si no pruebas claras y evidencias, de cómo se puede llegar a mentir y seguir la cuerda de la mentira dentro del opus. Seguramente os acordáis de la costumbre de escribir una carta al padre (sólo Uno se merece la mayúscula) todos los meses. A mí, cuando me explicaron esta tierna costumbre, me dijeron que el padre las leía todas, pero claro, comprensiblemente no las podía contestar todas, por lo cual, no debería yo esperar respuesta a mis filiales misivas. En aquellos tiempos tenía yo mucha habilidad con los números y el cálculo mental, pero no me hizo falta para hacer unas simples operaciones y advertir que si el padre leía todas las cartas, no le quedaría tiempo ni para ponerse desodorante. Así mismo, con ingenuidad de recién pitado se lo dije al encargado de formarme. Él no rebatió los números, pero me aseguró que así mismo era, con la certeza de quien está con la verdad sobrenatural y lidiando con el racionalismo de un recluta que no se entera de ná. Supongo que a todos vosotros os dijeron lo mismo, porque si no, lo voy a tomar muy mal: ¿me vieron la cara de idiota desde el principio? Como yo estaba con los ardores amorosos de los comienzos decidí no darle ni la menor importancia, y si querían tener esa sencilla ingenuidad, ¿qué más daba? Por mí como si querían negar que los Reyes son los padres. El asunto era totalmente marginal, no iba al fondo de la entrega, y yo, desde ese momento, a escribirle una carta al Padre todos los meses.

¿Verdad que es una anécdota tonta? Pues yo seguía con la tontería, porque cuando me tocó a mí dar las charlas del B-10, al llegar a esta adorable costumbre yo le decía lo mismo al neófito de turno. Y cuando alguno con inclinaciones al cálculo observaba lo mismo que yo descubrí en mi día, un servidor daba la misma respuesta que recibió tiempo atrás, con lo cual contribuí a propagar esa inofensiva idotez. Lo malo del asunto es que ese mismo proceso era el que yo aplicaba a otras cosas mucho menos inofensivas y probablemente mucho más idiotas. ¿No sería ese un comportamiento institucional? Si lo es, ¿no es otra prueba que corrobora que la institución miente hasta en chorradas?

Por cierto, ¿sabe alguien si todavía se sigue diciendo lo mismo sobre que el padre las lee todas? ¿O creéis que las lee todas?

Anécdota 20

Tuve una vez un director (al que llamaré Raúl) que sin dejar de tener algunas cosillas raras en general era majete, dicharachero, cantaor, guitarrero, un tío animado. Un mal día hizo pluf y se desinfló como un globo. Pasó de ser un motor de la labor apostólica a ser un pobre diablo que entretenía las horas como podía. A mí se me rompía el corazón viéndole entregado horas y horas, interminablemente a la trascendental tarea de clasificar y poner rótulo a las sesenta mil llaves que había en aquel centro. Y así pasaron los años, muchos años, algunos no se lo creerán, pero ya han pasado 24 años y sigue más o menos igual. Ya terminó de ordenar las llaves del centro, por supuesto, pero luego siguió con otras cosas igual de fascinantes. En los cursos anuales podías verle como un alma en pena fumando un cigarrillo tras otro y mirando por la ventana. Se pasaba horas y horas encerrado en su cuarto, sin que se supiera muy bien qué hacía. Rara vez hablaba en las tertulias. A veces cuando hablaba con alguien “de fuera” (atención a las comillas) se le veía muy animado, como si le estuviera llegando oxígeno, como antes del pluf. En alguna ocasión le oí a uno de los directores regionales decir que el pobre Raúl no perdía oportunidad de suplicar que se le dejara volver a su país de origen. Yo, ante semejante declaración me quedé más que perplejo, pues siempre se me había dicho que los numerarios que iban a otros países lo hacían libérrimamente, sin ninguna obligación. Ya se ve que esta forma curiosa de entender la libertad era unidireccional, había libertad para ir pero no para volver. Luego conocí a otro que le pasaba lo mismo. Muy interesante. Pobre Raúl, cuál será su tragedia personal. Sé que sigue allí todavía, sé que va a lo suyo, que ha aprendido a pasar de todo. Para los directores es un problema, pero al menos hace bulto. De vez en cuando, muy de vez en cuando, es capaz de dirigir el círculo a los supernumerarios. Ha sobrevivido a 24 años de... no se qué, y su futuro no es más alentador. Lo bien que le hubiera venido largarse hace 20 años... Al menos estaría cerca de su familia, la de verdad, no esa otra que dice mentirosamente que tiene vínculos más fuerte que los de la carne.

Anécdota 21

Mariano apareció un día hecho un esqueleto. Siempre le habíamos conocido corpulento y fuerte. Cuando le vi con unos 40 kilos menos y barba me costó mucho reconocerle. Había sido director de su centro, era un hombre extraordinariamente culto, con muy buenas relaciones en la alta sociedad. Su familia había tenido mucho dinero hasta que la fortuna le fue contraria, pero los aires distinguidos nunca le habían abandonado. Quizá porque éramos como el agua y el aceite, los dos nos llevábamos muy bien, sin hacer demasiado caso de las chorradas que se decían sobre las amistades particulares. Nos encontrábamos muy pocas veces, con intervalos de bastantes meses, generalmente en los cursos anuales y los cursos de retiro. Vivíamos en ciudades distantes. A veces, en privado, me comentaba las frustraciones que tenía con los directores de la delegación y con los numerarios que vivían en su centro. Yo tendía a pensar que exageraba, pero siempre escuché sus desahogos sin ir corriendo a hacerle una corrección fraterna. Prefería hacerle comentarios que quitaran hierro al tema.

La última vez que le vi fue una noche en la que vino a cenar al centro donde yo vivía. Estaba de paso en la ciudad. Entonces me vine a enterar que su aspecto se debía a que había sufrido una depresión horrorosa, de la cual apenas se estaba recuperando. Mariano parecía otro. Yo no podía explicarme lo que pasaba. Se me advirtió que era preferible no comentarle nada porque se encontraba muy inestable, nunca tuvimos oportunidad de estar a solas y no le volví a ver más.

Meses después pregunté por él y un sacerdote mayor puso una cara muy rara y me dio a entender implícitamente que se había ido de “casa” (atención a las comillas) de mala forma. Más tarde otro numerario que había vivido con él, con gestos amanerados me dio a entender que Mariano se había vuelto homosexual. Sin mencionar nunca esta palabra. Y así hasta que me di por vencido en mi afán por obtener alguna explicación. Nunca ninguno de los directores que supuestamente deberían haber informado dio una respuesta clara a la pregunta de ¿qué ha pasado con Mariano? De todas formas, no debería extrañarme, en el opus no hay mucha transparencia (¿mucha? ninguna.)

Anécdota 22

Coches baratos y edificios caros. Recuerdo que una vez un numerario, que era un profesional independiente, recibió de un cliente, como parte de pago de una deuda, un automóvil. No recuerdo exactamente la marca, pero no era el inevitable Mercedes que llevaba siempre el fundador. Probablemente fuera un Audi o algo similar. En el opus se le prohibió tenerlo, debía venderlo. Al hombre le dolió en el alma, pero lo vendió, aunque eso en términos monetarios le significó una pérdida. Recuerdo también que un tiempo después a un supernumerario le pasó exactamente lo mismo, en este caso sí recuerdo la marca: Mercedes-Benz. A él se le permitió. Lo cual no significa ninguna injusticia, porque ya se sabe que los supernumerarios con sus bienes y propiedades hacen lo que les da la gana, aunque la vocación sea la misma.

Esto también me recuerda el criterio de que los coches que normalmente teníamos los numerarios de a pie, tenían que ser baratos. Quizá no los más baratos del mercado, pero cerca. Era un criterio de pobreza, para no dar escándalo, para que la gente no pensara que vivíamos ajenos al ascetismo cristiano. Sin embargo, este criterio tenía algunos puntos discordantes. Uno era el coche del consiliario. Claramente de otro nivel. Cuando subes de jerarquía en el opus ya no parece importar mucho la posibilidad de dar escándalo. No hablemos del prelado porque eso ya es otra liga. Da la impresión de que si el prelado se sube en algo que no sea un Mercedes pierde autoridad.

Este criterio, igualmente, viene a chocar con el lujo de los edificios. Ellos se pasan diciendo que no tienen lujos, cosa que aunque no es cierta, estoy dispuesto a tragar, sin embargo, los edificios en sí mismos, la construcción, los metros cuadrados, los materiales, suelen estar en otra dimensión que la de los corrientes mortales. El último ejemplo podría ser el pequeñito edificio de 17 pisos y 69 metros de altura, en pleno Manhattan, en el corazón de Nueva York, donde el metro cuadrado es de los más caros del mundo, que dando ejemplo de sencillez cristiana han construido para sede de la comisión regional de los Estados Unidos al módico precio de 55 millones de dólares. Otras fuentes dicen que solo fueron 47. Incluso los hay que dicen que apenas llegó a 42 millones, ¡una verdadera ganga! Vale. Al fin y al cabo, aunque no les haga falta, están en medio de rascacielos para mayor gloria de Dios. Los casos más vergonzosos son los de Latinoamérica. Ahí es donde ves el contraste entre las “casitas” que se construye el opus y los hogares del 90 % del resto de la gente. Supongo que en África y en Filipinas también ha de ser algo parecido. Sin embargo, debo dejar claro que con los coches son moderados... en general.

Anécdota 23

Una de las últimas correcciones fraternas que recibí fue algo digno de mención. Se me dijo que no era conveniente decir a los pitables (yo lo había hecho con un chico de san Rafael que pitó luego como numerario) lo que dice el derecho interno del opus respecto a que los seis meses entre la petición de admisión y la admisión son un tiempo de prueba en el que el opus y el candidato han de decidir si quieren mantener la relación. Lo mismo que el año que transcurre como tiempo de prueba también entre la admisión y la oblación. Se me dijo que lo conveniente es que los candidatos no supieran eso para que no tuvieran la posibilidad de replantearse la vocación. O sea, que el opus lo sabe y lo utiliza cuando le da gana para dejar tirada a la gente cuando quiere, pero no le conviene que lo sepan los demás no vaya a ser que las vocaciones recientes dejen tirado al opus durante el tiempo de prueba. A mí, desde que pité me dijeron que ya estaba comprometido de por vida, si me hubieran dicho lo del tiempo de prueba probablemente mi historia sería otra. ¿Es esa una práctica habitual del opus o no? A mí me hizo esa corrección fraterna un director y yo tuve que poner cara de idiota y dar las gracias.

Anécdota 24

Mi querido Federico era realmente una persona buena, de esas que dicen que hay a montones en el opus, pero no es cierto, son la minoría y están coaccionados, reprimidos y degradados. Federico era bueno, supongo que lo sigue siendo, sin cansarse de ser bueno. Tenía motivos para estar encabronado como un pavo en Navidad, pero no, el tío siempre sonreía, positivo y amistoso. Federico por obedecer a los directores y hacer lo que se le pedía puso en juego su carrera profesional, perdió el tiempo lamentablemente sin culpa suya, le traían y le llevaban sin la menor consideración. Terminó sus estudios universitarios unos ocho años más tarde de lo razonable. A Federico los chicos de San Rafael se le pegaban como moscas, jugaba a fútbol como una estrella, cantaba y tocaba la guitarra con mucha gracia y arte, además componía canciones, contaba chistes, sus charlas eran divertidas y amenas, no podíamos dejar de reírnos a carcajadas con solo saber que era él quien iba a dar la charla del retiro o de la convivencia. (No, no es Satur)

Para mala suerte de Federico, o a lo mejor para su buena suerte, tenía dos defectos que en el opus no se perdonan. Sabía querer y sabía pensar por su cuenta. Lo suyo realmente no podía durar. El hombre tenía ideas, era original, no se limitaba a repetir el guión. Por lo tanto le sacaron de cualquier cargo de dirección como si fuera un apestado. Luego le sacaron de una obra corporativa en la que se ganaba el sustento y lo pusieron en la puñetera calle sin un duro para que se ganara la vida. Le quisieron dar una lección, que escarmentara, que se enterara que para tener un empleo en una obra corporativa y vivir como un burgués hay que ser obediente y no pensar. El muy cabronazo, como era más listo que los ratones coloraos, se juntó con unos amigos y montó un negocio, con el que ganaba dinero a espuertas y se lo pasaba en grande. Los del opus no podían doblegarle por ese lado. Atacaron por el lado del corazón. Eso no falla. Una de las últimas veces que hablamos estaba realmente herido. Le acosaban sin motivo alguno. Los neuróticos cazadores de impurezas decían que se le apegaba el corazón. El me lo contaba con pena, porque no se le apegaba el corazón, simplemente quería a la gente que tenía a su alrededor. Cuidado, no me estoy refiriendo a que estaba ligando con alguna dama, como me consta que han hecho y siguen haciendo seguramente otros numerarios. Federico no tenía ningún amor prohibido por el opus. Era víctima de una caza de brujas. De las muchas que hay en el lado oscuro.

Un buen día para él, se le hincharon las narices y se fue con una señora. Esta vez sí fue cierto. Solo que no fue un apego del corazón simplemente, fue que le dio una patada a la “madrastra fea” que le decía que era su “madre guapa” y se fue a vivir (luego se casaron) con alguien a quien querer y que le quería. Los mediocres miserables que le acosaron tuvieron buen cuidado de decirme, cuando me informaron, que se había ido con una mujer mayor que él y encima fea. Federico, amigo mío, qué listo eres, te fuiste mucho antes que yo.

Anécdota 25

Los Martínez eran una pareja de supernumerarios que habían pitado antes de conocerse y casarse. Ellos estaban dispuestos a ser una de esas familias que el opus quiere: un semillero de vocaciones para la obra. Yo le conocía muy bien a él y puedo dar fe de que era muy buen chico. De ella puedo decir que no tengo ninguna prueba que me impida afirmar que era muy buena chica. Realmente buenos los dos y concentrados en la labor...

Apenas se casaron empezaron la producción de hijos con una generosidad admirable, que iba más allá de su presupuesto, pero ese no es el tema de esta anécdota. Pasados algunos años los niños mayores iban creciendo. Recuerdo perfectamente aquella tarde en la que encontré a los Martínez, mamá, papá e hijitos. Ellos rebosando emoción y afán proselitista le pidieron a la niña mayor: Dile al tío Dionisio qué quieres ser cuando seas mayor. A lo cuál María de los Ángeles con su media lengua y una adorable sonrisa respondió: “Numedadia.” Así, con des en lugar de eres.

Pobrecita mía, todavía no puede haber cumplido los catorce años y medio, Dios tenga compasión de ella y no le tome la palabra. De todas formas, creo que sus padres ya se están dando cuenta de que ser “numedadia o numedadio” no es algo muy recomendable para su descendencia.

El señor Martínez estaba a mi cargo y en cuanto le pillé le di una severa reprimenda por semejante barbaridad. Puso la poco caballerosa excusa de que eran cosas de su mujer. Algunas pocas veces más presencié escenas semejantes en otras familias. Quizá se corrió la voz de que Dionisio te echa una bronca si le haces esa gracia.

Recuerdo otra, en la que los padres tenían poca relación conmigo. Me contaron éstos como sus niños desde muy pequeños al levantarse de la cama besaban el suelo y decían serviam, rezaban el ángelus en latín y pedían por la intención especial, entre otras habilidades opusinas. Supongo que lo hacían con buena intención, queriendo agradar a Dios y hacer lo mejor para sus hijos. Sin embargo, los resultados no fueron tan atractivos para el opus. Prefiero no entrar en detalles.

Para ser honesto, debo decir que no me consta que esta sea una práctica muy frecuente en las familias relacionadas con el opus. Yo creo recordar unos cuatro o cinco casos. Yo siempre traté de impedir semejantes abusos a los niños. Sin embargo, no estoy seguro de que todo el mundo hacía lo mismo.

¿Algún oreja tiene referencia de cosas parecidas?


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