Amortajar con cuatro sábanas

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Por Satur, 11.12.2006


Es frecuente leer en Orejas textos donde, so capa de defender la opus, se le echa la culpa al pianista –al currito fiel de la prelatura-, y a lo mejor la culpa no es sólo del pianista… puede ser que haya algo en la partitura que hace que el pianista parezca un sempiterno principiante, un negado o un inútil.

Habrá que saber si es porque la partitura es mala, o es una fantasía creada sólo para virtuosos y almas excesivas. ¿ De qué autor se dice que componía acordes imposibles al piano que sólo podían realizarse, como así hizo él mismo, fracturándose el dedo meñique para alcanzar la tecla inabarcable a la mano de cualquier mortal?

Se afirma en un escrito reciente ,“Dicho lo cual, considero que hay que saber distinguir siempre la parte del todo, la persona de la institución, lo particular y personal de lo institucional. Hay gente en la Obra que no hace bien las cosas.¿Y qué? También hay muchas otras que las hacen bien. ¿Por qué no te fijas en ellas?”. Cierto, pero no del todo, porque también hay gente en la obra que cree hacer el bien, y está muy lejos de hacerlo.

En éste sentido el texto de Oráculo sobre la libertad de las conciencias deja las cosas muy claras. Y el de Iván sobre los “malditos según el opus dei”, más de lo mismo.

Leer los textos del Vademécum del gobierno local, apartado perseverancia en la Obra, es para mear y no echar ni gota.

Además, ¿de qué se habla cuando afirmamos la bondad o la maldad al hacer las cosas?. Nada más difícil de juzgar. Es más sencillo ir a los textos donde las cosas están muy claras, esculpidas y sancionadas por Dios, así se afirma.

En las personas, que siempre hay que justificar e intentar entender, todo es más confuso. Muchas veces los excesos que algunos cometen en la vida no siempre son impuros, o malos, o perversos: pueden proceder de un impulso vital extremado que derriba las barreras establecidas para el común de los mortales, o de una sed de infinito desorientada, o de una locura congénita, un fallo de fábrica, o de la desesperación, o de la tristeza, o de la pena.

Y, ojo, la impureza, la maldad de nuestras obras, no siempre viene de la mano del exceso, o del defecto, del saltarse la norma o la ley. Hay hombres, numerarios y supernumerarios también, que “tienen por Dios a su vientre”, y que son relativamente sobrios; otros que son lujuriosos hasta el fondo del alma y, mira tú por donde, se conforman con una sola mujer; hay avaros que son moderados en sus gastos. Son pecadores “buenos”, “prudentes”, “sensatos” que, por temor a las complicaciones y a los sufrimientos, por automatismos sociales, por el qué dirán, o vete tú a saber por qué razón, mantienen su bajeza dentro de los límites prescritos por la ley, las normas y las buenas costumbres.

O sea, que la prudencia y la medida en la impureza, se disfrace de lo que se disfrace, visten al mismo mal de apariencia de bien.

Conozco alguna pareja que sufría a causa de su adulterio y que toda la profundidad de su amor no bastaba para protegerlos contra los remordimientos. Pero, ¿dónde están los esposos “fieles” que se arrepientan de la mediocridad o de la bajeza de su amor?

Por esta razón, y muchas más, quizás lo mejor es ir más que a atender al pianista – al fin y al cabo sólo es un hombre -, a estudiar la partitura. Y así se entienden muchas falsas bondades y muchas falsas maldades.

Escucharemos muy probablemente una melodía que tiene demasiadas disonancias, acordes imposibles y que, aunque con párrafos geniales y fantásticos, no hay tío que pueda tocar todo eso sin despeinarse, sudar a chorros y dejarse el chaqué en el escenario.

Tomás C. nos ha escrito una defensa a ultranza de las numerarias auxiliares. No seré yo quien le conteste al sidral en el que se ha metido (me temo que ya habrá quién le escriba). Me hizo gracia la anécdota del numerario que acaba de morir y que el director pide a otro que le ayude a amortajarlo. Por tres veces lo intentan, y nada. Al parecer lo dejan hecho un zorrostrio y se dan por vencidos. Llaman a nuestras hermanas y lo deján OK de chapa y pintura.


Yo, la verdad, nunca amortajé a nadie, y poco puedo decir al respecto. No creo que fuese capaz de hacerlo porque si cuando hago la cama la dejo llena de arrugas y pliegues, no quiero pensar con un tío dentro .

En las glosas sobre la obra de san Miguel, en el apartado “fallecimiento y sepultura”, se escribe: “'La sábana utilizada para amortajar a los Numerarios y Agregados tendrá la amplitud necesaria para poder envolver el cadáver, sin que el lienzo quede ceñido al cuerpo. Si es preciso, se emplean dos sábanas en lugar de una”.

En la opus nada se escribe por escribir, así, al buen tuntún. Todo tiene su porqué. Detrás de la más mínima costumbre, del más nimio detalle, hay una experiencia (a veces sólo una), que al suceder alguien pensó “¡coñoooooo, esto no vuelve a pasar más!”.

¿Qué le llevo al autor del texto de las glosas de san Miguel a especificar de una manera tan… tan… no sé, tan minuciosa, el detalle de “sin que el lienzo quede ceñido al cuerpo”, añadiendo, el tío, “si es preciso, se emplean dos sábanas en lugar de una”.

¡Joder con el numerario muerto!, sea quien sea. Ése primer numerario -¿o sería agregado? – que le pusieron una sábana demasiado ceñida y dejó a la peña acojonada y pensando “¿seguro que Rocco está muerto?”.

El día que yo muera, si siguiese siendo numerario, tendrían que amortajarme con cuatro sábanas.

Hala, para que os enteréis.



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