Álvaro del Portillo: Misión cumplida

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Por Lucas, 21/03/2012


Hugo de Acebedo ha publicado en Ediciones Palabra un libro sobre Álvaro del Portillo que se titula Misión cumplida. El título no puede ser más significativo. Pero ¿cuál era su misión? Parece sugerir este título que existía un proyecto bien determinado acerca de la figura del fundador y de la institución, que Portillo lleva a la práctica según lo previsto, como si de un proyecto de ingeniería se tratase. Aprovecho la oportunidad para hacer una breve semblanza del que fuera la sombra del fundador del Opus Dei y una pieza fundamental para entender esta institución. Por su influjo sobre Escrivá, Álvaro del Portillo merece mucha más atención de la que se le ha dispensado hasta el momento...

En la presentación del libro por parte de la editorial, se dice que Álvaro del Portillo es “una personalidad notable en la vida de la Iglesia”, añadiendo: “Lo que llama particularmente la atención del autor respecto de don Álvaro es la armonía de dos facetas supuestamente antagónicas; una inmensa y afabilísima bondad y una indómita energía. Quien trató alguna vez con don Álvaro recordará siempre su semblante sonriente y bondadoso, la serenidad y la amabilidad en persona. Su mirada límpida, azul transparente, profunda, inteligente, atenta... Una mirada que nos hacía sentir muy cerca de Dios pero, al mismo tiempo, una mirada firme, de caminante seguro de sus pasos, junto al cual hemos de aprestar los nuestros para poder acompañarle”.

En efecto, el contraste entre el fundador, que hablaba a voces y gritaba con prepotencia, muchas veces de modo impulsivo, al que la gente calificaba de maleducado, y Álvaro Portillo, como le llamaban al principio, era notable. Es verdad, Álvaro era educado, decía las cosas con suavidad y determinación. A muchos les he oído comentar que tenía apariencia de persona humilde y bondadosa. Pero detrás de esas formas escondía una gran firmeza. Escrivá solía relatar respecto de sus diferencias de carácter lo que había escuchado a uno de la Obra: “Padre, usted al echar un rapapolvos, da cuatro gritos y se queda uno tan contento. Pero con don Álvaro es tremendo. No grita. Pero se queda uno hecho polvo”. Esto lo contaba el propio Escrivá, glosando que eso de “usted da cuatro gritos” era una falta de respeto. Con los datos que tenemos en la actualidad, se puede trazar un perfil de lo que se escondía tras la sonrisa de bonachón de Portillo.

Es un error, a mi modo de ver, arrojar sobre las espaldas de Escrivá toda la responsabilidad de la acción tantas veces perversa del Opus Dei. Hay otros culpables. Yo diría que más culpables que el fundador. A fin de cuentas, el fundador era una persona trastornada, pero sus inmediatos colaboradores no parece tan claro que lo fueran.


Álvaro Portillo se hace de la Obra el día 7 de julio de 1935. El 19 de marzo de 1936 realiza el compromiso de fidelidad. Parece que es en ese momento cuando Escrivá le besa los pies junto a otros. Portillo recordaría este suceso cuando al morir el fundador quiso devolverle este gesto besándole también los pies. Aunque Portillo no acompaña a Escrivá en su salida de España durante la contienda civil, antes de acabar la guerra ya recibe el calificativo de saxum (cf. Carta del 23.III.39), como consecuencia de una de esas profecías del fundador basadas en su santa voluntad y que imitan el evangelio como si ellos fuesen los personajes principales. Ana Sastre lo refiere así: “Y es a partir de 1937 cuando el Fundador comienza a llamarle con el afectuoso nombre de “Saxum”: roca. En una carta fechada durante este año pueden leerse las siguientes líneas de don Josemaría Escrivá de Balaguer: -«“Saxum”!: ¡qué blanco veo el camino -largo- que te queda por recorrer! Blanco y lleno, como campo cuajado. ¡Bendita fecundidad de apóstol, más hermosa que todas las hermosuras de la tierra! “Saxum”!»” (Tiempo de caminar, cap. 11, “Hombre para el futuro”). A partir del final de la contienda es cuando los testigos autorizados de aquellos momentos ponen a Portillo como el hombre de confianza de Escrivá. Desde 1944, año en que se ordena Portillo, el fundador se confiesa y se dirige espiritualmente con él, si a eso se le puede llamar dirección espiritual, ya que aparte del desahogo no se sabe bien quién dirigía a quién.


La relación entre estas dos personas fue muy especial y bien merecería un estudio psicológico. Álvaro y el fundador formaron un tándem muy eficaz. Ambos se complementaron, pues Escrivá era inconstante en el trabajo e incapaz de mantener por sí mismo unas relaciones estables, bien sea de amistad o de colaboración. Debido a las características de su personalidad, terminaba indisponiendo a los que se acercaban a él. No soportaba las relaciones de igualdad y, menos aún, las de supeditación. Sólo perseveraban a su lado aquellos que se le sometían por las razones que fueran. Él solo no hubiera podido hacer su obra. Álvaro, en cambio, era un ingeniero sistemático y muy trabajador, educado, político y con capacidad de gestión. Era el que sacaba las castañas del fuego al fundador y enderezaba los entuertos que éste originaba. Progresivamente se constituyó como el hombre incondicional de Escrivá, su protector, el que lo preservó de la mala fama hacia dentro y hacia fuera de la institución.

Enseguida se encargó de las relaciones públicas del Opus Dei, de todas las gestiones con la jerarquía de la Iglesia, con las instancias públicas, y también de las gestiones económicas. Por ejemplo, solía llamar a cualquier hora por teléfono desde Roma al presidente de gobierno de Franco, Carrero Blanco, para pedirle dinero público para la Obra. Con Portillo “se le apareció la Virgen a Escrivá”. En él encontró al hombre admirador y obediente -yo añadiría también la característica de emocionalmente dependiente- al que poder explotar en su beneficio. Escrivá era poco constante y trabajador, aunque tenía dotes histriónicas para impresionar y establecer relaciones fugaces, pero sabía exigir y hacer trabajar a los demás en su beneficio. Todos tenían que trabajar para él. Álvaro es el gran organizador del Opus Dei, el que lleva a la práctica los deseos del fundador. Entre los dos existía una unidad inquebrantable. Lo de Álvaro no era simplemente lealtad, era sumisión, admiración y fe en Escrivá. Álvaro fue el más engañado de todos aquellos a los que Escrivá engañó con sus falsas iluminaciones, el más fanático del fundador. La primera víctima. Toda la personalidad de Portillo fue embargada por el fundador. Emocionalmente hubo entre los dos una relación de mutua dependencia. Conforme fue pasando el tiempo, no se sabe muy bien quién dirigía a quién, pues a veces daba la impresión de que era Portillo el que mandaba.

El hecho es que el culto al fundador por parte de los miembros de la institución, así como la unidad de todos con él, tienen a Álvaro como ejemplo y artífice, aunque la fuente sea el narcisismo de Escrivá. Por lo tanto, ambos se complementan en sus cualidades, estableciéndose una relación emocional entre ellos digna de ser estudiada.


Se tiene a Portillo como un hombre de gran inteligencia. No se le pueden negar buenas condiciones intelectuales, mucho tesón y espíritu de sacrificio. Pero algunos que lo han conocido de cerca no lo consideran como un intelectual, ni siquiera especialmente inteligente. Desde luego, no era una persona profunda, ni un humanista; ni, por supuesto, un gran teólogo y canonista, a juzgar por el concepto de Iglesia que demostró. Además, no está claro que sus publicaciones de canónico fueran escritas por él. Era un ingeniero sistemático y laborioso, que manejaba mucha información de primera mano proveniente de muy diversos ámbitos, un hombre práctico y enérgico con formas educadas.

No cabe duda de que Álvaro era una persona afable, de trato sencillo y bonachón, pero en su interior se escondía un político maquiavélico y manipulador que actuaba de modo indirecto, un fanático del fundador. Pueden parecer fuertes estas expresiones. Les he dado vueltas y me ha costado escribirlas porque Portillo no me cae mal, pero son las que me parece que más se ajustan a la realidad documentada que vamos conociendo. Me explicaré.

En el fondo, este hombre fue más fiel al fundador que a Dios y que a su propia conciencia. Sin entrar a juzgar su interior, los hechos demuestran que Portillo fue coautor junto con el fundador de los engaños que hemos sufrido sobre la verdadera historia del Opus Dei. Ocultó hechos fundamentales, como aquellos referentes al estado de perfección de los miembros, el Congreso de 1956, las gestiones para hacer obispo a Escrivá desde principios de los años 1940 (según Rocca se promocionó para varias diócesis y fue rechazado por motivos psicológicos, entre otros); y también el cambio de datación, y por tanto falsificación, de documentos importantes como las Instrucciones y Cartas fundacionales. Mantuvo desconocidos para los miembros los diversos estatutos de la institución aprobados por la Iglesia, utilizando en cambio praxis, reglamentos y catecismos internos no aprobados por la Jerarquía y en grave discordancia con la doctrina y normas canónicas de la Iglesia, toda una normativa que también era secreta para la mayoría de los miembros de la obra. Adulteró el proceso de canonización del fundador a base de omitir hechos importantes y de deformar su figura y su personalidad, impidiendo testimonios que hubiesen tumbado ese proceso. Mandó robar fuentes históricas sobre el fundador con el objeto de destruir pruebas que pudieran evidenciar la manipulación histórica de la biografía presentada en el proceso. Una vez elegido prelado del Opus Dei, tras el fallecimiento del fundador, impuso unas praxis de gobierno que supusieron un férreo control de la institución por su parte. Todo estaba institucionalizado y previsto.

Mención especial merece el paso del Opus Dei, de instituto secular, con la práctica de los consejos evangélicos, a prelatura personal, en la que se salía de la vida consagrada y de esa práctica de los consejos. Portillo, responsable entonces de la Obra, no sólo no informó acerca los cambios en los nuevos Estatutos, que también permanecieron desconocidos para los miembros, sino que afirmó que nada variaba en la vida y entrega de los miembros. Esto se llama engañar a la gente y no aplicar la norma establecida. En el terreno económico y en otros compromisos relativos a la obediencia, vida comunitaria, autonomía de los miembros, etc., los compromisos de entrega de los miembros cambiaron completamente. Y no lo comunicó. Tampoco preguntaron a los miembros, pertenecientes todos a un instituto secular, antes del paso a prelatura, si deseaban cambiar su modo de entrega y su espíritu; incluso su modo de vinculación con la institución, pues los laicos dejaron de ser miembros para ser colaboradores. Todos estos cambios en la vida de las personas no se pueden realizar sin su consentimiento y sin una previa información. Imagínense que unas monjas de clausura pasan a ser monjas hospitalarias por deseo del superior, pero sin previa consulta a las interesadas. Las cosas no se hacen así en la Iglesia, aunque se suponía que dejar de ser instituto secular era muy deseado por todos debido a la manipulación intelectual que habíamos padecido desde los comienzos. Evidentemente, la Santa Sede le impuso la obligación de que el cambio fuera voluntario para los miembros, y por eso todos tuvimos que realizar un nuevo contrato, o te quedabas en la calle aunque tuvieras la fidelidad. Pero a nadie se le informó en cuestión tan trascendente, sino que se nos trató como borregos. Desde entonces, el Opus Dei engaña a sus miembros y colaboradores célibes para sustraerles sus ingresos, diciendo que tienen obligación grave de entregar todo su dinero. Esto es mentira y es obra de Portillo, no del fundador. Hacer las cosas de este modo es también engañar a la autoridad eclesiástica y saltarse muchas normas elementales.

En esta web no se ha tratado con detenimiento del cambio de contrato con motivo de la prelatura, pero un contrato realizado sin información y conocimiento de una de las partes, y con engaño doloso por parte de la institución, sin atenerse a la verdad de la norma particular dada por la Santa Sede, es moral y jurídicamente inválido. Todo lo que refiero es muy ilustrativo de cómo se gobierna el Opus Dei desde tiempos del fundador, ocultando reglamentos, mintiendo y engañando a la gente sin pudor. Por el contrario, en la mayor parte de las familias religiosas hay una coparticipación de los miembros de base en la dirección de la institución y en la elección de sus dirigentes.

Por lo tanto, Portillo es coautor y responsable directo de las mentiras y deformaciones de la verdad histórica del Opus Dei por parte de la institución hacia sus miembros. De las maniobras de engaño a la Santa Sede, pues se proponía una norma estatutaria y se vivía otra contraria a la ley canónica universal (en todo el tema de la práctica de la dirección espiritual se aprecia un engaño a la Iglesia, como se puede comprobar contrastando las Constituciones de 1950 y los Estatutos de la prelatura con la normativa interna), del control anticanónico de los miembros, de consolidar el juego sucio del fundador, de la patrolatría, etc.


El libro de Hugo de Acebedo presenta a Portillo como un personaje importante en la Iglesia, pero por los datos que constan no se puede decir que sea un hombre de Iglesia, sino más bien lo contrario.

¿Cómo se explica que Álvaro del Portillo, dado su influjo sobre Escrivá, pues era su confesor, no haya reconducido las deshonestas maniobras y mentiras del fundador, sino que las haya promocionado y disimulado? ¿Puede la patrolatría, el fanatismo, hacer que uno vaya contra la verdad de los hechos? Porque ir notoria y conscientemente contra la verdad no se ajusta con la fidelidad a Dios y a la propia conciencia. Es evidente que este hombre, que se pone en la Obra como ejemplo de fidelidad, ha sido más fiel al fundador que a Dios. ¿Qué tipo de fidelidad es esa? ¿Qué formación subyace en estas actitudes?

La actuación de Escrivá tiene una explicación en su trastorno de personalidad, pero Portillo se supone que es más consciente de toda esta trapacería, más responsable de lo que ha ocurrido y ocurre en el Opus Dei. Por eso, cuando se afirma que era un hombre de “afabilísima bondad” y “de mirada límpida”, etc., pienso que no se está en la realidad histórica del personaje. Este hombre era un político manipulador que bajo su apariencia de bondadosa humildad escondía una enorme energía y fanatismo, pues no se puede decir que fuera un ignorante.

Y ahora nos volvemos a preguntar: ¿Cuál era la misión que ha cumplido Álvaro del Portillo? Se puede resumir en dos realizaciones: la canonización de la ‘imagen’ de Escrivá y la erección del Opus Dei en prelatura personal. De la primera se va demostrando su falsedad. Con respecto a la segunda misión, lo que se ha conseguido es una forma jurídica que no se ajusta a la realidad de lo que es el Opus Dei, de modo que cuando se apliquen de verdad sus Estatutos, se transformará completamente la institución y probablemente se diluirá. Y es que no se puede construir sólidamente sobre la mentira.




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