Recuerdos de Salvador Pániker

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Extractos de los libros “Primer testamento” y “Segunda memoria”, de Salvador Pániker, filósofo, ingeniero, escritor, ensayista y editor. Hermano de Raimon Pániker e intelectual de moda en los años sesenta.

Primer testamento (Seix Barral, 1985)

“Por aquel tiempo, mi hermano mayor era ya del Opus, y mi padre no había enfermado todavía, lo cual concedía un margen para mi aprendizaje, destino la fábrica. La condenada fábrica. Todo cambió al año siguiente, cuando mi padre padeció un fortísimo ataque de apoplejía y mi hermano anunció que iba a ordenarse sacerdote. El tema de quién cubriría el hueco dejado por mi padre se convirtió en el eje de muchas tensiones (…) Entonces mi madre le escribió una patética carta al P. Escrivá de Balaguer rogándole que demorara la ordenación de Raimundo con objeto de que éste pudiera atender -por un tiempo provisional- a los asuntos de la familia. La respuesta del fundador del Opus Dei fue un brevísimo y lacónico acuse de recibo: un Saluda sin firma y escrito a máquina. Mi madre se indignó y volvió a escribirle al P. Escrivá una nueva carta, esta vez sin pelos en la lengua, una carta durísima. Pero el Opus Dei había decidido que Raimundo se hiciera cura y Raimundo se hizo cura” (p. 141)...


“A mi hermano sus superiores lo mandaron a Roma. Luego a la India. Se dio de baja (o lo echaron) del Opus Dei allá por la mitad de los sesenta. Uno tiene la impresión de que a partir de cierta fecha, mi hermano se fue quedando como seco, descontextualizado, errático, vacío, herido en su carisma.

Sea como fuere, mi hermano ha tenido una vida interesante y descompensada, intelectualmente rica. También cerrada. Cerrada en su propio carácter y en su educación dogmática. Adicto a su propio rol (con escaso oxígeno crítico).

Mi hermano se ha pasado la vida defendiendo apasionadamente cosas, causas; o sea, forcejeando con sus propias proyecciones. Sólo se defiende apasionadamente aquello que en el fondo no se cree. Si no, ¿a santo de qué la pasión?

Fundó el Opus en Barcelona (entre otros fichajes suyos cabe destacar los de Laureano López-Rodó y, creo, Luis Valls Taberner), pero comenzó a ser un personaje incómodo para los suyos, al final de los cuarenta, precisamente cuando el padre Escrivá se estableció definitivamente en Roma y La Obra optó por una orientación más jurídica que evangélica. Entonces las dificultades aumentaron.

Ya digo que Raimundo se había convertido en un sacerdote de moda, un indiscutible chamán. Dio más de doscientas tandas de ejercicios espirituales. Eran unas tandas muy carismáticas: puedo asegurarlo porque asistí a una de ellas. Pero las cosas se le pusieron paulatinamente difíciles (…) Aprovechando algún pretexto, las jerarquías del Opus lo mandaron a Roma, “a estudiar más teología”. Finalmente a la India. Una especie de destierro” (p.116)

Segunda memoria (Seix Barral, 1988)

“A veces tenía contacto con gente del Opus. Tengo reseñada una conversación con Antonio Pérez, antiguo compañero de la residencia de La Moncloa y, por entonces, Consiliario General del Opus Dei en España. Hablábamos de la presencia del Opus en el gobierno, diciembre de 1957 (…) En España todo el mundo asociaba al régimen de Franco con el Opus. Antonio Pérez se encogía de hombros”(*) (p.11)

(*). Estando esta Segunda memoria prácticamente en galeradas, leo unas declaraciones de Antonio Pérez a Alberto Moncada (que se recogen en el libro Historia oral del Opus Dei) en las que admite que la entrada de gente de la Obra en el gobierno de Franco fue una operación explícitamente planeada por la dirección del Opus Dei.


“Alberto Ullastres era un admirador de la Bhagavad-gītāy tenía una actitud digamos liberal. Otros -la mayoría- eran más elementales, comenzando por el propio fundador del Opus Dei, tan antropomórfico y casero, tan embebido de la teología de la culpa” (p.96)


“Al P. Escrivá de Balaguer sólo le vi una vez, en 1945, cuando yo era estudiante en una residencia de Madrid y él vino a dar una plática que no me gustó nada, una plática llena de tópicos sobre la “podredumbre del cuerpo” y la “basura de las pasiones”. Me pareció un hombre con cara de rústico aragonés, a la vez astuto y simple. Quienes le conocían mejor hablaban de su poder de seducción. Una cosa parece clara: el padre Escrivá no era un intelectual y, en consecuencia, nunca comprendió las implicaciones que lleva consigo una verdadera dedicación a la ciencia, al espíritu crítico y a la libertad de pensamiento. El resultado fue que, poco a poco, todos los intelectuales que estaban en la Obra se fueron dando de baja (…)

Aquellos hombres del Opus tenían una experiencia de lo numinoso sobre la base de una teología pueril” (p.97)


“Aquella gente del Opus se atenía especialmente al paradigma de la economía política. Antonio Valero, que luego sería director del IESE tenía muy metido dentro el sentido del valor económico del tiempo. “Perder” el tiempo era pecado. “Trabajar era esencial. Santificarse, sí, peo a través del trabajo (…)

Ética puritana del esfuerzo, vida interior, cuadratura del círculo: sentirse a la vez libres y encadenados, alegres y culpables (…)

Por entonces, en España, se hablaba mucho del Opus, y no era para menos. Franco había llamado a algunos socios de la Obra a formar parte de su gobierno. El Opus estaba en los negocios, en la Universidad, en los bancos, en la política. El Opus suscitaba polémicas, rencores, adhesiones.

¿Qué contestaba el Opus?

“Cada socio goza de libertad para que en sus actividades seculares –profesionales, sociales, políticas… siga la opinión que le parezca más razonable de acuerdo con sus criterios personales”

Tanta insistencia en la libertad de opinión era (a mi juicio) el síntoma de una falta de libertad en lo más profundo” (p.98)


“No estaba clara la libertad en el plano de las actuaciones humanas. Porque era inevitable que el Instituto viniera empapado en una cierta ideología de base. Porque todos los miembros se comprometían a una obediencia total. Lo cual acababa contaminando el ámbito de los asuntos temporales. De modo que la tan autoproclamada libertad de los socios del Opus me recordaba la célebre frase de Henry Ford: “Usted puede tener un coche del color que quiera mientras sea negro”

Los socios del Opus llevaban la política en la sangre. La política como contrapartida de la vida interior. Las imprentas de la revista Nuestro Tiempo trabajaron toda una noche para que Laureano López Rodó pudiera disponer puntualmente de las separatas de un artículo suyo sobre la reforma administrativa (…) ¿Cuestiones espirituales?, ¿cuestiones temporales?, difícil deslindarlas, y el Opus venía congénitamente abocado a hacer política, lo cual no tenía nada de malo. Lo único ridículo era negarlo” (p.100)


“Mi hermano Raimundo pasaba por Barcelona, procedente de la India, camino de Buenos Aires, y me contaba el proceso –proceso de inquisición, decía él- a que le había sometido el Opus Dei en Roma: un juicio privado ante un tribunal presidido por el padre Escrivá de Balaguer. Le habían acusado, entre otras cosas, de cuestiones relacionadas con algunas de sus discípulas. Le interceptaron cartas (…) los cargos venían documentados, y Raimundo se limitó a guardar silencio, jugando el papel de Cristo ante Caifás. También guardó silencio el padre Escrivá. Era el final. El final de 25 años de entrega al Instituto (hoy Prelatura), y supongo que Raimundo debió sentir complicadas emociones. Racionalizaciones y defensas.

En el último minuto, el fundador del Opus Dei tuvo un gesto teatral muy propio. Se arrodilló delante de Raimundo y le dijo:

- Puesto que tú sigues siendo sacerdote, antes de marcharte, dame la bendición.

Allí estaban aquellos dos hombres, poseídos por locuras paralelas, jugando su pantomima final de despedida” (p. 204)



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