La importancia de las fuentes históricas, literarias y jurídicas: Camino (1939) y los Reglamentos de la Pía Unión (1941)

From Opus-Info
Jump to navigation Jump to search

Por Josef Knecht, 3 de febrero de 2012


Me he alegrado mucho de la publicación de los primeros Reglamentos del Opus Dei, erigido el 19 de marzo de 1941 como Pía Unión por parte del entonces arzobispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay (1878-1963). Agradezco a Guillaume (27.01.2012) esta aportación, que demuestra cuán importante es acudir a las fuentes originales para entender mejor la realidad de lo que hemos vivido en el Opus Dei. Al menos, esta es la impresión que me produce la lectura de esos Reglamentos, los cuales me han iluminado el porqué de tantas contradicciones que, ya desde los comienzos, se viven en la vida interna de la Obra de Escrivá y que yo también padecí...

Por mucho que nos repitieran miles de veces que no éramos religiosos, sino cristianos corrientes en medio del mundo, siempre tuve la sensación de que en el Opus Dei vivía como religioso y de que nuestro régimen vital era el propio de personas consagradas. Por eso, al leer los Reglamentos de 1941, he comprendido la causa de esa confusión que durante tanto tiempo perturbó mi conciencia. En ellos se afirma explícitamente, al comienzo de la parte quinta titulada “Espíritu”, lo que nunca escuché en los cientos y cientos de medios de formación que nos impartían: 1. Los socios del Opus Dei no son religiosos, pero tienen un modo de vivir -entregados a Jesús Cristo- que, en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa. ¡Esta es la realidad de la condición de numerario/a del Opus Dei y no la de cristianos corrientes en medio del mundo, diga lo que diga la actual versión oficial!

De este planteamiento engañoso (una realidad vital que se oculta a los otros y de la que ni siquiera se habla de puertas adentro) se deriva el empeño de Escrivá de mantener en secreto ante los demás no sólo el régimen interno de los numerarios/as, propio de la vida religiosa, sino también la labor de gobierno de los directores, que niegan estar ellos al frente de las empresas apostólicas de los miembros aun gobernándolas en realidad desde la sombra. La versión oficial es que los directores no se inmiscuyen en la labor profesional de los miembros de la Obra, pero, según desvelan estos Reglamentos, la realidad era y es justo la contraria: los directores de la Obra de Escrivá actúan a través de la acción política, económica, periodística de sus dirigidos, aunque estos estén obligados a negar tal intervención presentándose a la sociedad como los únicos responsables de su actuación, pues al fin y al cabo no son religiosos que obedecen a un superior, sino cristianos corrientes en medio del mundo, dotados de plena autonomía profesional y política como cualquier hijo de vecino. ¡Cuánta hipocresía! Y ¡cuánto daño personal causado a quienes viven inmersos/as en esa contradicción existencial!

Se comprende mejor el alcance de esta contradicción, si relacionamos el texto jurídico de los Reglamentos de 1941 con la actuación de los miembros del Opus Dei en los años 40 del siglo XX (la España del General Franco abarcó desde 1939 hasta 1975). Por aquellas fechas, varios seguidores de Escrivá colaboraron en el nacimiento del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el cual en la mente del Caudillo debía contrarrestar la perniciosa labor cultural y educativa que había ejercido la Institución Libre de Enseñanza desde su fundación en 1876 por un grupo de catedráticos. La participación de socios del Opus en el CSIC, creado en 1939, llegó a ser muy intensa, ya que su primer secretario general fue un destacado miembro numerario del Opus Dei, don José María Albareda Herrera (1902-1966), verdadero ideólogo del CSIC franquista; esa era la milicia con la que Escrivá soñaba a fin de recristianizar la sociedad española. Bien se aprecia que la motivación ideológica era la de un catolicismo integrista, incapaz de apreciar nobles valores en las aportaciones del mundo moderno. Este integrismo religioso será el móvil de la actuación del Opus Dei, muy exitosa por cierto, a lo largo de los años de la España de Franco.

A este respecto, quisiera subrayar la más grave omisión de esos Reglamentos, pues no sólo hay que comentar, en mi opinión, lo que los Reglamentos afirman, sino también lo que deberían decir y no dicen (como ha observado Simple-mente [30.01.2012] a propósito de la retahíla de las costumbres piadosas). En ellos no se hace ninguna alusión al Reino de Dios ni a las actividades caritativas de los socios del Opus Dei; no aparece la más mínima preocupación por la justicia, por ayudar a pobres, enfermos y marginados, por socorrer socialmente a personas necesitadas, valores éstos con los que Jesucristo caracterizó en su Evangelio al Reino de los Cielos. Leyendo los Reglamentos, parece que servir al Reino de Dios consista en engrandecer la propia institución, amasar poder político y económico para influir en la sociedad arramblando de paso para casa parte de esas ganancias: un esfuerzo laborioso, pero egoísta, según nos explicó Gervasio (30.01.2012) con acierto. Vemos aquí una vez más la quintaesencia de los integristas religiosos, que se complacen satisfechos contemplando con espíritu endogámico lo bien que cumplen con su santidad reglamentaria. Mientras la injusticia y el sufrimiento campeaban a sus anchas por este mundo, monseñor Escrivá solicitó el título de marqués de Peralta], que el General Franco le otorgó el 24 de julio de 1968 (así nos lo ha mostrado Agustina hace pocos días [01.02.2012] acudiendo también a las fuentes históricas); Escrivá fue coherente consigo mismo: un fundador integrista sin título nobiliario hubiera sido algo tan absurdo como un pianista sin piano.

Además de relacionar los Reglamentos de 1941 con la actuación socio-política de la gente del Opus Dei en aquella misma época, se los debería contextualizar comparándolos con Camino (1939). Este libro rezuma por doquier el espíritu de cruzada o milicia que Escrivá exigía a sus lectores –sobre todo a sus propios seguidores (o hijos e hijas)– en orden a influir cristianamente en la sociedad a la luz del enfoque integrista. No sólo yo opino así, sino también, entre otros más, el prestigioso teólogo católico Hans Urs von Balthasar, que detectó en Camino ese “integralismo”, como él lo denominó en un artículo publicado en la revista vienesa Wort und Wahrheit (nº 18, año 1963, pp. 733-744) y traducido años más tarde en la revista Iglesia viva (nº 210, abril-junio 2002). Por ello, discrepo profundamente de la interpretación que el profesor Pedro Rodríguez hace de Camino en la edición crítico-histórica de este libro de Escrivá. La investigación de Rodríguez (ed. Rialp, Madrid 2002), sin duda muy laboriosa, lejos de ser crítico-histórica, incurre en el error del anacronismo, es decir, proyecta sobre aquel libro de 1939 los intereses y presupuestos teológico-institucionales de la actual prelatura personal, dando a entender falazmente que en los años 30 y 40 del siglo XX Escrivá se comportaba en su fundación como si por inspiración divina hubiera “visto” la espiritualidad de la “teología del laicado”, siendo así que en realidad ésta surgiría años más tarde en la Iglesia. A tenor de los Reglamentos de 1941, Camino se comprende mejor en su Sitz im Leben, esto es, en su propio contexto vital sin lecturas anacrónicas: de teología del laicado, nada; de milicia antimoderna impulsada por el integrismo religioso, todo.

Por último, al igual que Guillaume (27.01.2012), también me planteo serias dudas acerca de cuál es realmente el carisma fundacional del Opus Dei: ¿qué “vio” exactamente Escrivá el 2 de octubre de 1928? Desde luego, si es que en aquella fecha vio algo, no fue la actual prelatura personal ni de lejos. A partir de la lectura de Camino, publicado en 1939, y de la actuación desplegada por los miembros del Opus en los años 40 y en las décadas siguientes del período franquista, me inclino a pensar que el proyecto fundacional de la Obra de Escrivá no era más que influir desde presupuestos ideológicos integristas –mediante una milicia de laicos o, mejor dicho, de religiosos disfrazados de laicos– en la sociedad española ocupando cargos de poder político, económico y cultural. Lo de la santificación en el trabajo profesional como cristianos corrientes en medio del mundo es la bella fachada tras la que se albergan las verdaderas intenciones de la cruzada antimoderna. Al mismo tiempo, como ya sabemos, las primeras enseñanzas de Escrivá sobre la vida laical no fueron nada originales ni le llegaron por vía de una visión sobrenatural extraordinaria: eran ideas arraigadas en la Iglesia Católica de aquella época, y él las hizo suyas para configurar su fundación, al igual que decenios más tarde, a partir de los años 60, incorporaría, tomándola desde fuera, la teología del laicado para reformar la teología y el camino jurídico de su institución.

Estas han sido mis primeras impresiones tras leer los Reglamentos de la Pía Unión (1941), y quería compartirlas con mis amigos de Opuslibros. Reitero, para terminar, mi agradecimiento a Guillaume –y también a Agustina– por hacernos valorar la conveniencia de acudir a las fuentes históricas.





Original