La crisis de la dirección en el Opus Dei

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Autora: Chispita, 18-VI-2006


Escribo este texto en el día del Corpus Christi, el Día del Amor Fraterno, preocupado como lo está Oráculopor lo caduco y lo perenne” en el Opus Dei y por mi propia vida y la vida de tantas personas queridas. Y querría traer hoy a colación unos textos del libro “En la intimidad con Dios” de Benito Baur (Herder, reedición de 1990, pp. 236-249: se puede encontrar olvidado y apolillado en cualquier armario de libros de espiritualidad de un centro de la Obra). Estimo que pueden ser de gran ayuda para tanto los miembros como los ex miembros de la Obra. Por otra parte, las aportaciones de la teoría de la Inteligencia Emocional y de la Nueva Ética de Equipo procedentes de Estados Unidos son una interesante propuesta que revela la incapacidad de la cúpula directiva del Opus Dei para hacer frente a la crisis interna de una Institución que se empeña en vivir con criterios de los años 50-75, y se empeña por vivir en un pasado que ya ha pasado para siempre, presos de una mentalidad totalitaria y esclerótica que estima que el éxito provendrá de seguir paso por paso las instrucciones que Josemaría Escrivá dio para un tiempo que ya ha pasado, con otras necesidades y otra mentalidad. La conclusión es clara: está pendiente una renovación de las formas de mando y de dirección en la Prelatura, desde las exigencias de la realidad del mundo actual conforme a los planteamientos siempre viejos y siempre nuevos (porque nunca se ponen en práctica) de la Caridad Cristiana bien vivida y las nuevas investigaciones en teoría empresarial, que dicho sea de paso, coinciden sospechosamente. Lo que el Opus Dei necesita es un Den Xiao Ping, con o sin sotana que sin olvidar al Fundador refunde el Opus Dei...


Llamados a convivir la misma vida de Cristo

Baur comienza su exposición comentando que al estar insertados en Cristo por el Bautismo, estamos llamados a convivir la misma vida de Cristo, cuya vida “es esencialmente vida de inmolación y de entrega al Padre”. Él es el buen samaritano que no sabe pasar de largo sin prestarnos ayuda; su amor lo impulsa a inclinarse sobre nuestras heridas para derramar sobre ellas vino y aceite y llevarnos al mesón, la Iglesia, donde podamos curar y por su influjo, seguir viviendo. “Acoge a los pecadores y come con ellos” (lc 15, 2). He aquí la regla básica del cristianismo, la caridad, el amor fraterno. Sin embargo, hay que reseñar, por contraste, esos acosos, esas broncas, esas amenazas, esas coacciones que llenan de vinagre y de hiel tantas vidas de miembros de la Obra que no aceptan someterse a los dictados y abusos de otros. Al contrario, muchas veces se suele salir más herido y más dolido de una conversación espiritual que con paz, porque se percibe que no hay deseo de llevarle a la paz de Dios, sino a servir los intereses caprichosos de los que gobiernan.

A continuación Baur va describiendo los distintos tipos de amores. Hay un amor sensible que consiste “en esa involuntaria simpatía, en ese impulso espontáneo que sentimos hacia una persona u objeto, apenas hemos descubierto en ellos algún aspecto que nos agrada o es conforme a nuestros gustos”. Subraya también la necesidad de racionalizar ese impulso para que contribuya al bien personal y colectivo y sea medio de felicidad para nosotros y los demás.

En segundo lugar está el amor puramente natural y humano que “más que un senetimiento, es ya una intención y una disposición de la voluntad, una virtud: fruto del trabajo y de la libertad. Es una dilatación del alma, una necesidad de fusión con otras almas: supera la estrechez y la mezquindad del propio yo”.

Baur subraya la necesidad que tenemos de amar. “El amor ensancha los horizontes y profundiza a la vez los sentimientos, las ideas y la comprensión (…)”. Permite abrir horizontes, proporciona nobleza al alma y alcanzar grandes niveles de perfección. Luego viene un párrafo de antología: “Mas debemos despertarlo continuamente en nosotros en sus manifestaciones de gentil benevolencia humana y natural para con el prójimo, sea el que fuere; de leal empeño en hacernos mutuamente felices; de noble deseo de no hacer sufrir a nadie, de ir sembrando alegría, ayudando y sirviendo; de sincero esfuerzo por ser justos, amables, buenos y corteses unos con otros”.

¿Por qué la gente se marcha del Opus Dei?

Ahora vienen mis reflexiones. Sinceramente pienso que la mayor parte de la gente que se marcha de la Obra es porque no es feliz. Y no es feliz porque no se ha vivido bien la caridad con ellos. Y yo, desde aquí, me solidarizo con María del Carmen Tapia y con todos aquellos a los que se les prometió un paraíso idílico de buen trato, de cariño de verdad, muy similar al que supo dar en los comienzos de su vida de sacerdote joven San Josemaría Escrivá,-y en otros momentos de su vida- y que luego han experimentado todo menos lo que Baur describe. El episodio de María del Carmen Tapia- vienen a mi memoria los lloros y las lágrimas de Carmen Tapia allá, sola, en su habitación romana, para mí inolvidables- y el cruel trato vejatorio al que ella fue sometida y otros muchos de intransigencia y dureza en la vida de san Josemaría y luego de don Álvaro -como ha escrito Antonio Esquivias en su no menos estremecedor relato- fueron resultado no solo del carácter controlador y totalitario del Fundador, sino también del clima de adoración ciega y de seguidismo incondicional que don Álvaro y los que le rodeaban fomentaron y que nos recuerda al clima que sus seguidores gestaron en Adolfo Hitler y que le llevaron desde postularse como humilde “tambor” del renacer alemán al mesías germánico, con las consecuencias dramáticas para tantos millones de seres humanos ya conocidas.

Yo sinceramente pienso que no se puede ser feliz en el Opus Dei si no tenemos el empeño “de hacernos mutuamente felices”. Y eso ocurre cuando al dialogo respetuoso entre dos personas le sustituye la imposición y la coacción moral y sicológica que muchas veces se realiza en la dirección espiritual personal y que consiste en insistir una y otra vez en metas que una persona no está en condiciones de dar por su situación personal, familiar o profesional, simplemente porque el buen juicio y la conciencia del director se han visto suplantadas por las directrices que le vienen impuestas desde arriba. El grado de fanatismo en la obediencia llega hasta tal punto que no importa hacer sufrir o llorar a las personas con tal de obedecer unas disposiciones, y no importa tampoco inmiscuirse sin pudor alguno en su vida profesional inquiriendo datos para los famosos informes e incluso dando consejos-ordenes contrarios a los intereses de un individuo en aras no del bien de esa persona sino de los intereses de la propia Institución, de todo lo cual el individuo acaba por darse cuenta con la natural decepción. Y ésta decepción llega a su cúlmen cuando se percibe que el ambiente cálido de un centro esconde todo un tejemaneje de información confidencial, como ha apuntado tantas veces Oráculo, que convierten a la Obra en una poderosa agencia de información.

Luego Baur dice una frase terrible, porque no se cumple en la Obra: “El verdadero cristiano, el hombre realmente piadoso, es por necesidad, un hombre naturalmente noble, altruista, generoso, bueno, un buen carácter, lleno de fe y de bondad, incapaz de cualquier injusticia en sus juicios, palabras y obras (…)” Y muchas veces lo que hay en doblez y artera diplomacia, y para ejemplo lo que sucede en la dirección espiritual, en los Informes de Conciencia, y en el doble lenguaje que se utiliza en la Confidencia Fraterna, lleno de amabilidad y de aspectos que se simulan pasar ante el interesado, pero de los que luego se informa escrupulosamente, ante la inadvertencia del propio interesado.

El sentimiento de soledad

Es decir, lo que yo percibo en mucha gente de la Obra –no en todas, afortunadamente- es una falta terrible de caridad, de sinceridad, de nobleza y hasta de la más mínima elegancia y cortesía, que en buena parte es consecuencia del trato que se recibe por parte de los directivos y de la angustiosa trama de reglamentaciones existente. Es penoso ver el descenso en afabilidad, cortesía, buenos modales, -a pesar de las loables preocupaciones de don Álvaro y del Prelado actual- y sobre todo observar como cada uno va a su propia bola, a su propio afán, despreocupados de la vida ajena, porque se prohíben esas conversaciones francas, de verdadera amistad simplemente porque eso es materia de conversación con el director, aunque hay personas de la Obra tan humanas y tan amables que logran vencer por sí mismas todas esas barreras y en algunas ocasiones sí se puede dar un cierto ambiente de familia, y conversaciones espontáneas, por supuesto fuera de los centros de la Prelatura, pero en la mayor parte de las ocasiones uno no sabe hasta que punto lo que dice puede ser materia de reconvención, o de comentario privado al director, con lo cual uno se siente solo, encerrado en el propio mundo, metido en una cápsula tremenda de soledad que al ser somatizada provoca reacciones de angustia, pánico, temor, alejamiento, distanciamiento.

Por eso dice Baur que “en las comunidades, la virtud de la caridad se revela más concretamente en forma de deseos de colaboración, para lograr que todos constituyan un solo corazón y una sola alma y especialmente en el propósito decidido de estar en paz con todos y de formar así realmente una familia en Dios, hijos todos de un mismo Padre”. En definitiva, faltan ese corazón y esa sola alma porque se abusa de la imposición y se olvida la proposición; porque no se respeta la libertad personal; porque se ahoga la voluntad y la libertad y la razón, con criterios, normas, disposiciones, que no hacen felices a las personas porque las coartan. Porque se actúa con amenazas y porque no hay dialogo, sino las imposiciones de una organización piramidal seca y dura. Porque se margina a las personas, porque se las da de lado, porque se observan diferencias de trato, porque hay ninguneos. ¿Es esto el amor de Cristo? Dice Baur “Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna. Siempre que faltamos contra nuestro hermano, siempre que somos injustos o fríos con él, duros de palabra, obra o juicio, ofendemos a la vez a Cristo y a un miembro suyo, por el que el Hijo de Dios se hizo hombre y murió en cruz, y a quien acaricia con infinito amor para santificar y salvar su alma. ¡Es imposible que amemos a Cristo y que al mismo tiempo no tengamos caridad con el hermano!”.

Y yo creo que hay mucha frialdad entre las personas de la Institución. Y sobre todo, están esos juicios precipitados, que interpretan con gran apresuramiento una conducta, unas palabras, unos hechos. Entonces yo creo que Nuestro Señor lentamente va retirando Su Gracia, los que vienen se van y los que estuvieron acaban por marcharse.

Hay mucho amor propio, mucho disimulo, muchas “apariencias de virtud, mortificación, celo, apostolado, etc”. Eso tiene su origen en el amor propio, como subraya Baur: “El alma dominada por el amor propio es susceptible, celosa, suspicaz, fría, parcial e injusta en sus juicios.”. Yo querría denunciar el fariseísmo de muchos que presentan una imagen exterior pulcra e intachable, mas por dentro son lobos voraces que arrollan a personalidades débiles. Son las personas del criterio, de la ley, que van recordando por activa o por pasiva en un pasillo o en un comedor, venga a cuento o no venga. Y que esconden personalidades sicológicamente débiles que buscan en la humillación y el acoso al hermano un refuerzo a su propia inseguridad y un deseo de quedar bien con el poder para seguir disfrutando de buena consideración.

El peligro del fariseísmo

Todo ello en nombre de la fidelidad al Fundador, la obediencia, etc En este sentido escribe Ratzinguer que “el mero aferrarse a todas las disposiciones que fueron un día conquistadas, no salva ni renueva, porque la fe es algo distinto que una suma de ejercicios de piedad. Lo que importa no es que se hagan muchas cosas sino que se obre la verdad en la veracidad (…) La fe no es cuestión de cantidad, de dilatados ejercicios y acciones (…) La fe es vida que, como vida del espíritu, sólo prospera en la veracidad, que requiere la libertad como marco para su realización”, (El nuevo pueblo de Dios, Herder, Madrid, 1972, p. 307) Y así tenemos a todo el mundo de la Prelatura aferrado a todo un conjunto de normas y prescripciones que han dado a luz un nuevo fariseísmo que es como una soga que ahorca la libertad que da la felicidad imprescindible para que persevere la gente y vengan nuevas vocaciones. Y todo esto porque se teme la pérdida de la Obra. Hay un gran miedo a la libertad en una Institución que dice defenderla y por ello se ha formado una clase de rabinos dentro de la Obra que se refugia en el rigor del conservadurismo. Se ha refugiado en una ortodoxia seca y dura que asfixia y ahoga y estropea la caridad y hace infelices a sus miembros, bajo el efecto de una clase directiva que “se ha refugiado en el estrecho ghetto de una ortodoxia que a menudo no sospecha lo ineficaz que es entre los hombres y que, en todo caso se hace a sí misma más ineficaz cuanto con mayor obsesión defiende su propia causa (Ibíd.). Hoy está claro que el fanatismo conservador que se esconde bajo un bello ropaje de sonrisas y modales felinos ha fracasado rotundamente porque la gente que está se va, y la gente que después de un primer contacto prueba más, se va asustada. Y así poco a poco miren ustedes como la empresa universal se está quedando en capillita.

El fracaso de la orientación personal

Desde la teoría de la inteligencia emocional, se dan también muchas claves que explican este ambiente de desilusión y desencanto que, como una mancha de aceite se extiende por la Prelatura y que da lugar a esas tristezas a las que el Prelado se refiere en su carta mensual de junio del año en curso. Entresacaré a continuación algunos planteamientos esgrimidos por David Ryback en su trabajo “EQ. Trabaje con su inteligencia emocional” (Madrid, Edad, 1998). Ryback señala que “en el siglo XXI, los criterios por los que se valorará el liderazgo no sólo serán los conocimientos y la experiencia, sino también un grado saludable de autoestima y de sensibilidad ante los sentimientos de los demás” (op. Cit.,p. 43). ¿Podemos decir que eso ocurre en la dirección espiritual que la Prelatura imparte hoy? ¿Realmente podemos decir que el que lleva la Charla esté sensible ante los sentimientos de la persona que dirige? No digo que eso no se de, pero como hay una obligación de transmitir criterios y órdenes desde arriba, esa aparición de la sensibilidad personal del director queda ahogada produciéndose un claro sentimiento de frustración en los individuos. “Estos individuos-continua Ryback- al sentirse plenamente valorados pueden pagar y devolver la buena voluntad de su líder haciendo todo lo que está en su mano para apoyar al líder en los momentos críticos”. Es decir, si uno siembra amor e interés verdadero hacia otra persona, lo lógico es que haya una respuesta. Muchas veces lo que hay es un inhibicionismo ante la labor apostólica como respuesta subjetiva de muchos miembros al control interesado que sobre ellos se realiza. Y, por ejemplo, ante un jefe – o director mandón- lo más probable es que la otra persona reaccione con desgana y pereza. Y para Ryback “mandón” es sinónimo de “manipulador y desprovisto de corazón”. Y normalmente los directores del Opus Dei son “mandones” por el exceso de reglamentaciones que existen en la Prelatura. “Muchas actitudes de jefes mandones -escribe Ryback, citando a Carl Rogers, sociologo ya fallecido de la Universidad de San Diego- tienen que ver con la reglamentación que con la dirección hacia el éxito” (op. Cit., p.54)

Ryback también comenta que un buen líder – o un buen director- “busca los puntos fuertes de los individuos en vez de buscar sus debilidades y aprovecha esos puntos fuertes” (Cfr. Ryback, op. Cit., p. 44). Muchas veces en las charlas y en las conversaciones con los directores uno sale con un profundo sentimiento de amargura, porque toda la conversación se ha dirigido hacia los puntos negativos de la persona y porque no se han valorado los esfuerzos realizados durante esa semana. Hoy en día se ha demostrado que un estilo directivo eficaz es que el sinceramente se interesa por el bienestar y por el éxito del empleado. Pero todo eso lo desconoce la actual cúpula dirigente de la Institución, que, encerrada en Villa Tévere y en Cava Bianca ignora que la “compañía que deje lugar a la compasión, al apoyo mutuo y a la sinceridad en todas las cuestiones relevantes para el éxito de la organización, superará a todas las demás en cuanto a rendimientos”. Ya podrían reciclarse en el IESE. Y contra los que estiman que la compasión, el apoyo y la sinceridad devienen en debilidad hay que subrayar con Ryback que “proceden del valor (…) de buscar en el corazón la palabra adecuada. La inteligencia emocional está alejada de la debilidad. Procede de una fuerzan interior que, unida a un corazón sensible, produce el verdadero carácter”. Por supuesto Ryback habla inmediatamente de la sinceridad mutua en el centro de trabajo –o sea, en las labores de la Prelatura- que facilitan “el pensamiento creativo, avanzado” que logra detectar problemas y encontrar soluciones. Pero ya me dirán ustedes si se puede hablar de temas y orientaciones de fondo en esta Institución sin que te acusen de falta de unidad o de soberbia y si se te invita a irte si perseveras en esa postura. El estilo directivo que hoy se vive en la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei es justamente lo contrario a las nuevas formas de enfocar la dirección de las empresas y el liderazgo corporativo y de equipos. Luego que no se quejen si no encuentran vocaciones y si las que tienen se les van yendo, poco a poco, “sin prisa pero sin pausa”.