Fundación del Opus Dei: 1941

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Por Gervasio, el 3.02.2012


Ya sé que la fecha comúnmente aceptada y alegada como fecha fundacional de la hoy llamada “Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei” es la de 2 de octubre de 1928, pero no me parece que sea así. Me parece más exacto tomar y alegar como fecha fundacional la de la aprobación de esa institución por el Obispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay, el 14 de febrero de 1941. Trataré de razonarlo.

El reglamento de 1941 fue dado a conocer por Opuslibros hace muy poco. Pude entonces leerlo, pero era incapaz de reconocer en ese reglamento la realidad Opus Dei. Se dicen en él cuatro vaguedades, que dan la impresión de que por aquel entonces el Opus Dei era una pía unión más, con tres clases de socios de los cuales unos tenían el deber de hacer diariamente una hora de oración y otros solamente media. Tras la lectura de las normas complementarias a ese reglamento —Régimen, Ordo, Costumbres, Espíritu y Ceremonial—, dadas a la luz pública por Guillaume el pasado 27 de enero, me di cuenta de que ya en 1941 el Opus Dei estaba configurado tal cual hoy es. Sólo se echa en falta algún elemento estructural, como la ausencia de la categoría de esos socios llamados “agregados”, y que los sacerdotes diocesanos también pueden pertenecer Opus Dei en calidad de “agregados”...

El 2 de octubre de 1928 es ciertamente una fecha importante; pero yo no la denominaría fundacional, sino de comienzo del Opus Dei. El Opus Dei se pone en marcha el 2 de octubre de 1928. La distinción entre fecha de comienzo y fecha fundacional resulta procedente, al hablar de cualquier institución. Pongamos que un millonario lega su fortuna o casi toda su fortuna, incluida su colección de pinturas, para que se cree una Universidad o un museo. La efeméride que se toma en calidad de fundacional no es la del momento en que al tal millonario se le ocurre efectuar el legado, ni la fecha en que otorga testamento, ni la fecha en que fallece y por lo tanto se hace operativo el legado, sino la fecha en la que la tal Universidad es erigida por la competente autoridad, la Iglesia o el Estado, según el caso. Tal es la fecha que se toma en consideración como efeméride fundacional de las diversas instituciones.

La importancia de la distinción entre “fundación” y comienzos o primeros pasos de una institución es doble. En primer lugar ayuda a situar el Opus Dei como fenómeno social y jurídico en la postguerra española y no antes. La fecha de 1928 despista a los periodistas, que no saben que en realidad se les proporciona la fecha de una experiencia mística y no la de una institución legal o al menos socialmente reconocida. Me viene a la mente la novela de José María Gironella “Los Cipreses creen en Dios”. En la galería de personajes representativos de la sociedad española de la preguerra, se ve obligado a incluir un socio del Opus Dei y lo dibuja como un individuo que no es un estudiante, sino un cuarentón que anda me parece que por Barcelona. En aquella época el más viejo era el fundador, que al estallar la guerra contaba 34 años. Los demás —una docena aproximadamente— eran estudiantes, y hasta el propio fundador cursaba estudios de doctorado. Todos estaban en Madrid. En segundo lugar, la mencionada distinción es útil para no meter en un mismo saco dos temas que suscitan distintos interrogantes y problemas: el tema de los fenómenos místicos —las visiones, inspiraciones, locuciones etc.— protagonizados por el fundador y el tema de las normas jurídicas y actos jurídicos documentados relativos al Opus Dei.

Entre los múltiples fenómenos místicos protagonizados por el fundador se suele distinguir, a su vez, los que merecen la calificación de “fundacionales” de los que carecen de tal carácter. La tarea reviste la dificultad de que en los tratados de teología ascética y mística no se proporciona criterio alguno sobre esa dicotomía. Es más, ni se la plantean. En los tratados —tanto canónicos como civiles— de Derecho tampoco se considera que determinados fenómenos místicos se correspondan con fechas relativas a la fundación, modificación o extinción de una institución. No obstante del 2 de octubre de 1928 se afirma comúnmente que es la fecha en que “se funda” el Opus Dei. Además del 2 de octubre, se celebran en calidad de efemérides fundacionales el 14 de febrero de 1930, como fecha de la fundación de la sección de mujeres y el 14 de febrero del 1943, como fecha de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. En los correspondientes aniversarios se tomaba café, copa y puro. Tales fechas son consideradas fiesta A, fiestas de primera categoría. Las fiestas A eran muy bienvenidas. Recuerdo a un alumno del Colegio Romano —Paulino Quevedo, el mismo que ha escrito en Opuslibros— preguntando al Padre, en una tertulia:

— Padre, ¿por qué ha puesto la sociedad sacerdotal de la santa cruz y la sección de mujeres en la misma fecha? ¿Ha sido para ahorrar fiestas?, ¿para que no haya tantas?

Me suena haber oído alguna vez o quizá me lo imagine que uno de los dos fenómenos místicos no había acaecido en realidad el día 14 de febrero, sino la víspera. El Padre, aunque a esas alturas estaba ya más toreado que una vaquilla de feria en tema de preguntas en tertulia, dio la callada por respuesta.

No me cabe duda de que es a raíz de ese 2 de octubre de 1928 cuando el Opus Dei se pone en marcha. Desde ese momento —dejó escrito su fundador— no tuve ya tranquilidad alguna, y empecé a trabajar, de mala gana, porque me resistía a meterme a fundar nada; pero empecé a trabajar, a moverme, a hacer: a poner los fundamentos. (Salvador Bernal, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Rialp, 1976, página. 101). Dice que después del 2 de octubre se “resistía a fundar”; es decir, que no había fundado todavía. Como ha precisado Job Fernández —discrepando de las hagiografías oficiales—, los datos de que disponemos apuntan a que Escrivá se ordenó sacerdote con la intención de hacerse catedrático de Derecho canónico de la Universidad estatal; no con la intención de seguir una “carrera eclesiástica”. Por ese motivo cursó la carrera de Derecho al tiempo que hacía los estudios seminarísticos —cosa nada frecuente y que exigía dispensa— y, una vez finalizada —o casi finalizada— la carrera de Derecho, se trasladó a Madrid, para doctorarse. Lo deseable por parte de su tío el canónigo arcediano —es de suponer— sería que siguiese sus pasos. Fue costumbre durante mucho tiempo en España —para evitarlo se instauró el sistema de oposiciones a canónigo— que cada canonjía vacante pasase a ser ocupada por algún pariente del canónigo fallecido, generalmente un sobrino. Aquellos ejercicios espirituales le llevaron a centrar su vida en el ejercicio de su sacerdocio: veía que el Señor quería algo de mí. Yo pedía, y seguía pidiendo. El 2 de octubre del 28 viene la idea clara general de mi misión (Anotación, en el año 1968, al AI 475, del 12-XII-1931).

¿Qué es lo que “vio” ese 2 de octubre? De recién pitado le pregunté a un sacerdote del Opus Dei —me parecería que debería saberlo— si en esa fecha el padre había visto ya concreciones tales como la distinción entre numerarios, supernumerarios y agregados. No me supo responder. Evidentemente ese sacerdote no conocía las normas de 14 de febrero de 1941. Doy gracias a Guillaume por haber finalmente satisfecho mi curiosidad, después de tantas décadas. Queda claro que el fundador no “vio” a los agregados en 2 de octubre de 1928, como tampoco “vio” la existencia de mujeres, que fueron “vistas” posteriormente, en 1930.

Sabemos que Escrivá estuvo a punto de causar baja en el Opus Dei para hacerse cargo de una nueva fundación dedicada a los sacerdotes diocesanos. Finalmente sustituyó ese proyecto por la solución de incorporarlos a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz en calidad de agregados. Parece que todo ello aconteció en 1949 o en 1950; pero en los anales del Opus Dei no se indica una fecha fundacional al respecto, quizá porque las correspondientes decisiones no fueron fruto de una experiencia mística.

Se considera en cambio fecha fundacional de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz el 14 de febrero de 1943. ¿Por qué se considera fundacional, si la existencia de sacerdotes del Opus Dei ya estaba prevista en 1941? (Cfr. “Regimen”, articulo 7). ¿Qué aporta el 14 de febrero de 1943? Un fenómeno místico consistente en ver una cruz latina inscrita en un círculo, igualita a la que conocemos del Monasterio de El Escorial. El 14 de febrero de 1943, después de buscar y de no encontrar la solución jurídica, el Señor quiso dármela, precisa, clara. Al acabar de celebrar la Santa Misa en una casa de la Sección femenina, dibujé el sello nuestro —la Cruz de Jesucristo, inscrita, metida en las entrañas del mundo— y pude hablar de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (Carta 8-VIII-1956, n. 4). La “solución jurídica” encontrada hace referencia al “titulo de ordenación” de los sacerdotes del Opus Dei. El título de ordenación tiene como contenido concretar con precisión el sustento económico que corresponde al sacerdote que se ordena. El entonces vigente Código de Derecho canónico establecía que el título de ordenación de los sacerdotes seculares es el de beneficio; y a falta de éste el de patrimonio o el de pensión. Para los regulares, contemplaba los títulos de “pobreza”, “mesa común” u otro establecido por sus constituciones. La “solución jurídica” encontrada el 14 de febrero al parecer fue el “título de servicio”.

Estaba prohibidísimo, incluso con el refuerzo de penas canónicas, ordenar a alguien sin que previamente se hubiese asegurado su sustento. Hoy día esa problemática ha desaparecido, como consecuencia de la supresión de los beneficios —principal título de ordenación— y de la escasez de clero. Hay más puestos de sacerdote a ocupar que de sacerdotes disponibles. Como consecuencia, el vigente código de 1983 ha dejado de regular los títulos de ordenación. Sólo en relación con las prelaturas personales se toca este tema. El canon 295 establece que los candidatos se ordenarán a título de servicio a la prelatura, lo cual resulta, a mi juicio, perfectamente inútil. Así se lo manifesté a don Amadeo de Fuenmayor (q.e.p.d.); pero se enfadó muchísimo. Quizá yo esté equivocado. Quizá sea útil para resaltar que no están al servicio de unos concretos fieles, ya que las prelaturas personales carecen de pueblo. Se ponen al servicio de un prelado y ya está. Hubiese sido mejor, a mi modo de ver, dejar de regular, también en el caso de las prelaturas, el título de ordenación y, de regularlo, remitir la determinación del título de ordenación a lo establecido en los estatutos de cada prelatura. Total, que el invento o hallazgo del “título de servicio” me parece algo así como inventar para los coches un nuevo carburador, cuando este sistema ya no se usa y ha sido sustituido por la llamada “inyección”. Pero, en fin, como proviene de un fenómeno místico de Escrivá…

A juicio de Pedro Rodríguez hay otra experiencia mística de carácter fundacional, acaecida en 7 de agosto de 1931: Josemaría Escrivá vivió esta experiencia sobrenatural, y así lo explicó numerosas veces, en un horizonte claramente fundacional, es decir, en estricta relación con el espíritu de la Obra que el Señor le había confiado. El fundador, según Pedro Rodríguez, la rememoraba así: «... cuando un día, en la quietud de una iglesia madrileña, yo me sentía ¡nada! —no poca cosa, poca cosa hubiera sido aún algo—, pensaba: ¿tú quieres, Señor, que haga toda esta maravilla? (...). Y allá, en el fondo del alma, entendí con un sentido nuevo, pleno, aquellas palabras de la Escritura: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32). Lo entendí perfectamente. El Señor nos decía: si vosotros me ponéis en la entraña de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño..., entonces omnia traham ad meipsum! ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!» (Meditación, 27-X-1963).

Salvador Bernal (Cfr. Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Rialp, 1976, página122) acota menor cantidad de texto, pero sin cercenarlo: «Cuándo un día, en la quietud de una iglesia madrileña, yo no me sentía ¡nada! —no poca cosa, poca cosa hubiera sido aún algo—, pensaba: ¿Tú quieres, Señor, que haga toda esa maravilla? Y alzaba la Sagrada Hostia, sin distracción, a lo divino... Y allá en el fondo del alma, entendí con un sentido nuevo, pleno, aquellas palabras de la Escritura: Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia trahan ad meipsum. (Ioann., XII, 32) »

Pedro Rodríguez suprime la frase que trascribo en negritas con un (...). ¿Por qué? Yo creo que porque no le gustó. Y creo que no le gustó porque revela algo: al fundador se le ocurrían muchas cosas, quizá demasiadas, mientras decía misa. Muchas de ellas —es de suponer— se prestaban a ser consideradas distracciones, aún en el caso de tratarse de ocurrencias de carácter piadoso. Las “distracciones” son un pecado muy socorrido para quien tiene que confesarse semanalmente. Lo de aquel día —nos viene a decir— no podía ser considerado una distracción más. Yo encuentro ese “sin distracción” muy significativo. Pero con las experiencias místicas del fundador tanto él como sus seguidores se sienten con derecho a suprimir, retocar, mutilar, añadir o bailar fechas. El propio fundador quemó bastantes papeles y reescribió sus notas. Don Álvaro llevó a cabo otra purga, suprimiendo también determinados pasajes. Sus seguidores trincan cortan, pinchan, rajan. Se trata de unos textos muy “castigados”, en la acepción de corregir o enmendar una obra o un escrito. ¡Hay tanto que ocultar!

En la llamada meditación del 27-X-1963 Sanjosemaría habla de “la entraña de todas las actividades de la tierra”, expresión que parece enlazar la visión de 1931 con la que posteriormente, en 1943, dio lugar al sello de la Obra: la cruz en las entrañas de la tierra. En cambio, el mismo día en que se produce la experiencia mística de 1931 se expresa por escrito así: «Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas» En esta versión de la experiencia mística la cruz está en lo alto y sobre la tierra. Algo así como la cruz del Valle de los Caídos y no la de El Escorial.

La problema grande, la problema de dar crédito a este lenguaje, y la problema de descifrarlo es que no nos encontramos ante un lenguaje místico, sino ante un lenguaje gnóstico. En el lenguaje místico se utiliza un lenguaje abstruso, casi imposible de entender, porque ha de expresar realidades que sobrepasan lo humanamente inteligible. Se habla de realidades inefables. Por eso el lenguaje de los místicos es preferentemente metafórico, como metafórico es también el lenguaje poético. Se acerca a la interjección, al grito. El grito es muy expresivo, aunque no se alcancen las palabras, porque a veces ni palabras hay. Los grandes místicos son, con razón, considerados grandes poetas. Les va el lenguaje metafórico. Pero aquí nos encontramos con que el lenguaje metafórico sirve para idealizar una realidad de la que no se puede hablar, no porque sea sublime, sino porque es ruin y da vergüenza designarla por su propio nombre. El triunfo de Cristo que se encumbra y reina supone ciertamente un lenguaje simbólico y metafórico. Pero a lo que se alude es a las “sociedades auxiliares” de que hablan los artículos treinta y tres siguientes de “Régimen”. Se trata de algo cuya existencia avergüenza y debe ser ocultado. Hay que negar tal realidad, incluso recurriendo a la mentira. EBE ha publicado el esta web un interesante estudio psicológico que da razón de por qué da vergüenza tanto hablar del Opus Dei como de pertenecer o haber pertenecido al Opus Dei.

Es propio del lenguaje gnóstico los dobles significados. DYA significa aparentemente “Derecho y Arquitectura”, pero para los iniciados significa “Dios y Audacia”. Así tranquilizaba el fundador la conciencia de sus seguidores: damos liebre por gato. Eso ya no es engañar. Eso es poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas. El lenguaje gnóstico no deja de ser también un peculiar lenguaje metafórico. Una realidad no es lo que aparenta, sino que significa otra. El Pax, in aeternum no es una forma de saludar típica de los miembros del Opus Dei, sino una forma de reconocerse entre ellos manifestando complicidad. No es como el hola, corazones propio de Anne Igartiburu. La complicidad que supone el Pax, in aeternum no puede quedar de manifiesto delante de otros. Debe pasar oculta.

Se hace cada vez más necesario distinguir entre la maraña de disposiciones, costumbres, normas, cartas, catalinas, praxis, criterios y principios aquello que debe ser conservado y aquello que debe ser superado. Y uno se encuentra entre Escila y Caribdis. De un lado tenemos a don Álvaro maldiciendo a quien osare desviar la Obra de las características divinas con que nuestro Fundador nos la ha entregado, y de otro resulta evidente que entre tanta normativa y criterio hay que conservar lo fundamental y abandonar lo accesorio, si es que se ha vuelto —o era ya desde el principio— inadecuado. ¿Qué método de discernimiento seguir para identificar esas características divinas de que habla don Álvaro?

Resulta improcedente buscar en los fenómenos místicos criterios de Derecho divino. No son fuente de Derecho, ni divino ni humano. No convierten en divinas las instituciones y normas creadas por quienes los experimentan. Traté algo ese tema en El dolo en el Opus Dei y en La voluntad de Dios. Los fenómenos místicos no tienen mayor alcance que el de cualquier otra manifestación de piedad o de oración. Al respecto la teología ascética y mística sienta un criterio decidido. Además, ni siquiera los considera signos de santidad, a diferencia de lo que suele entender el pueblo llano. En las experiencias místicas, como diría Shakespeare, suele haber mucho ruido y pocas nueces, much ado about nothing. Distinto es San Juan de la Cruz, que por lo demás no deducía de su experiencia mística obligaciones de obediencia o veneración hacia su persona, ni aconsejaba pasar por su cabeza y por su corazón para llegar hasta Cristo.

Al final, la repercusión más notable de los fenómenos místicos protagonizados por Escrivá, es la de generar fiestas A, como apuntaba Paulino Quevedo. Además de lo de café copa y puro, esas fiestas se viven en el Opus Dei a modo de calendario litúrgico. El día 14 de febrero se procura en la medida de lo posible utilizar como “propio” de la misa el dedicado a la advocación Mater Pulchrae Dilectionis, porque fue el texto utilizado por el fundador durante dos de sus experiencias místicas favoritas. El día 2 de octubre más que celebrarse la festividad de los Ángeles Custodios se celebra el aniversario de un fenómeno místico relativo a su dedicación al sacerdocio. Eugenia de Montijo hizo construir en Biarritz una ostentosa basílica —la de Santa Eugenia— erigida por supuesto en honor de Santa Eugenia; pero que no dejaba de ser un monumento a ella misma. Lo propio cabe decir de San Lorenzo del Escorial. Se construyó en honor a San Lorenzo sin duda, pero también en honor a Felipe II. Lo propio cabe decir del santuario de Torreciudad.

Para que el calendario litúrgico del Opus Dei no se centre excesivamente en Sanjosemaría —que ya tiene su fiesta el día de su fallecimiento, y es conmemorado también el día de su nacimiento y ordenación— propongo la adopción del 14 de febrero como fecha de la fundación del Opus Dei, pero conmemorando, más que los fenómenos místicos, la aprobación del Opus Dei por la autoridad eclesiástica en 14-II-1941. Ello contribuirá a dejar claro que la normativa y praxis establecida por Sanjosemaría no puede oponerse a las indicaciones de la competente autoridad eclesiásticas, aunque contradigan criterios propuestos de Sanjosemaría. Si alguna de esas indicaciones entra en colisión con alguna de las características que don Álvaro llama “divinas”, se suprime. Por supuesto se suprime la característica divina; no la indicación. Son “divinas” en un sentido analógico muy impropio, como divinos son Rafael Sanzio y Greta Garbo. Sanjosemaría no es fuente de Derecho divino.

Esas experiencias místicas ni siquiera pueden considerarse revelaciones privadas, porque carecen de contenido, ni siquiera de un contenido impreciso. ¿Qué vio el fundador el 2 de octubre? No lo sabía ni él. Oyó campanas. Se sintió movido a poner en marcha su sacerdocio —eso sí haciendo algo muy grande, muy grande, muy grande— y acabó fundando algo. Por poco funda dos cosas diferentes y en cierto modo fundó más de una, un atadijo de cosas. Cuando se promovió el proceso de canonización de Escrivá, me disgusté. No me apetecía verlo ubicado al lado Santa Juana de Arco, de Santa Brígida de Suecia y otras ilustres visionarias. También oían voces. Se las llama loquelas, de latín loquor, hablar. Yo más bien las llamaría escuchélas, porque se escuchan, aunque no se pronuncien. Posteriormente me he dado cuenta de que Sanjosemaría de Barbastro es un santo más. Un santo con experiencias místicas que hay que diferenciar adecuadamente de lo que fundó. Su fundación no tiene otros elementos de Derecho divino que los que se adecuan y dan cauce al Derecho natural y al Derecho divino positivo.

Fundación del Opus Dei: 19 de marzo

Proponía como fecha de fundación del Opus Dei la de 1941, porque es el año en que recibe su primera aprobación eclesiástica, otorgada por el obispo de Madrid-Alcalá, y no el año de la famosa visión de Escrivá de 2 de octubre de 1928. Pero señalaba indebidamente, como fecha de aprobación, la de 14 de febrero de 1941. Esta fecha de 14 de febrero de 1941 es la fecha de solicitud de aprobación; no la de aprobación. La aprobación se produce con fecha de 19 de marzo de 1941. Para comprobarlo basta leer los correspondientes documentos de solicitud y de aprobación. Figuran en Opuslibros.

En la solicitud de aprobación, se hace constar que José María Escrivá de Balaguer y Albás dirige privadamente una labor de apostolado, con la denominación de Opus Dei, iniciada en Madrid con el beneplácito y bendición de V. E. Rvma y del Ilmo Sr. Vicacio General, el día 2 de octubre de 1928. Escrivá no habla de “fundada” en 2-X-1928, sino de “iniciada” en esa fecha. El “beneplácito y bendición” tanto de don Leopoldo Eijo-Garay, como de su vicario general, tienen necesariamente que ser posteriores a ese 2 de octubre de 1928, pues a Escrivá no le pudo dar materialmente tiempo el 2 de octubre a tener la visión y a entrevistarse a continuación con el obispo y con su vicario general, entre otras cosas porque tenía que terminar los preceptivos ejercicios espirituales que estaba haciendo...

En respuesta a la instancia de Escrivá del 14 de febrero, el obispo aprueba el Opus Dei como pía unión por decreto de 19-III-1941. Lo califica como “obra de celo” de la que espera grandes frutos. No rehúye la palabra “fundar”, sino que la contempla expresamente. Escribe que la tal “obra de celo” fue fundada con nuestra autorización y beneplácito el año 1928 (n. II), pero sin concretar mes y día. En el n. I del documento se incluye, en el otorgamiento del beneplácito, al vicario general, que también es mencionado en la solicitud de Escrivá. Parece deducirse de la lectura de ambos documentos —el de solicitud y el de aprobación— que después del 2 de octubre, pero antes de finalizar el mes, Eijo-Garay fue informado de la voluntad de Escrivá de fundar algo en la diócesis de Madrid y le otorgó su autorización junto con su beneplácito. La mención del vicario general es congruente con su función de dejar constancia del acontecimiento.

Un sacerdote cualquiera —y más aún un sacerdote incardinado en otra diócesis— no puede desarrollar por su cuenta y riesgo, sin la autorización correspondiente, una nueva “obra de celo” en la diócesis. Esa autorización es un acto jurídico distinto del de aprobar como pía unión el Opus Dei, a tenor del canon 748 del CIC que es el que trata de la aprobación de las pías uniones, junto con sus normas de funcionamiento. No conocemos la fecha de autorización, aunque quizá conste en los archivos de la hoy archidiócesis de Madrid. No parece oportuno considerarla efeméride fundacional, porque no va acompañada de unos estatutos en los que quede claro qué es lo que se funda.

Al fundador, como a todos, le gustaba pedir permisos, cuando de la correspondiente concesión se derivan ventajas. Si no le reportaba ventajas o intuía que iba a ser denegado, simplemente no lo pedía y si era necesario se lo saltaba a la torera. Las ventajas eran poder decir: “esto lo estoy haciendo con el permiso expreso del señor obispo”. También podía épater le burgois, e incluso justificarse en Zaragoza, diciendo: “en Madrid estoy desempeñando una labor sacerdotal en la que don Leopoldo está muy interesado”. Por lo demás, al día de hoy, ha logrado reducir al mínimo los permisos que el Opus Dei tiene que pedir a los ordinarios locales, para trabajar en sus diócesis. En tema de peticiones de permiso, hasta llegó a pedir permiso a don Juan de Borbón para rehabilitarse en un título de marqués. “Pues solicítelo usted”, le habrá dicho. Todo el mundo puede hacerlo. Pero siempre queda más guay poder decir:

— Pues don Juan me dio permiso para cursar la solicitud.

Le gustaba tener permisos de personas importantes. Por ejemplo, para ir a Méjico, en vez de simplemente viajar, como el resto de los mortales, prefería hacerlo con el permiso expreso del presidente de la República.

Me estoy divirtiendo demasiado. El obispo de Madrid-Alcalá evidentemente no autorizó a Escrivá a tener la visión, sino que la autorización y beneplácito son una realidad posterior a la visión, aunque tan temprana, que se produce antes de finalizar el año 1928. Don Leopoldo conoció el Opus Dei con anterioridad a que ingresase en él socio alguno, ni siquiera Isidoro Zorzano, que es de 1930. Don Leopoldo tuvo el suficiente conocimiento del Opus Dei como para darle su autorización y beneplácito en fecha tan remota como 1928. ¿Qué conocería? Bastante más de lo que el fundador iba diciendo a cualquier eclesiástico con el que se topaba. Iba pidiendo oraciones —dicen sus biógrafos— a unos y a otros en favor de una importante misión o tarea de la que se consideraba responsable, pero sin darles a conocer en qué podría consistir. Tal actitud es recurrente en Escrivá. Los que pertenecimos al Opus Dei recordamos bien lo de encomendar intenciones de contenido desconocido, las intencionísimas. Todos saben que hay algo. No se sabe qué, pero hay que aceptarlo de antemano.

En La diligencia de Escrivá Nicanor se preguntaba por qué dedicó años —según decía— en buscar instituciones semejantes a las cuales adscribirse con el "carisma" que se le había revelado, incluso buscar folletos de algunas asociaciones, me parece, de los países bajos. Yo diría que ese tipo de afirmaciones son obligadas en las hagiografías de los fundadores. Se vieron obligados a fundar. Ellos no querían. Era el Señor el que se lo pedía. Ese tópico no podía faltar en la mistificación épica de la fundación del Opus Dei. Lo mismo le sucedió al solicitar el título de marqués. Era un deber filial que tenía que cumplir, aunque le costase hacerlo y fuese contrario a su inclinación natural. No quería fundar; pero menos aún regresar a Perdiguera.

La implicación desde 1928 del obispo de Madrid-Alcalá en el nacimiento del Opus Dei resultaba muy útil para prorrogar la estancia de Escrivá en Madrid. No justificaba suficientemente la prolongación de la estancia, ni la atención a unas llamadas Damas Apostólicas, ni la elaboración de una memoria para la obtención del grado de doctor. Lo lógico hubiera sido llevar a cabo su “obra de celo” en Zaragoza. Pero era Eijo-Garay y no el ordinario de Zaragoza el interesado en esa “obra de celo”. Gracias a esa providencial “obra de celo”, Eijo-Garay se convirtió de hecho en el “superior eclesiástico” de Escrivá, subrogándose en la posición del arzobispo de Zaragoza. En Madrid por así decirlo está “en comisión de servicios”. De hecho acabará incardinándose en Madrid, sin otra actividad que lo justifique que su “obra de celo”.

Eijo-Garay será el gran valedor de Escrivá, dando buenos informes o razones al arzobispado de Zaragoza, como también los dio al abad de Monserrat y a quienquiera que se los pidiese. Hay estrecha colaboración entre Escrivá y Eijo-Garay desde el mismísimo nacimiento del Opus Dei. Escrivá decía que en la dirección espiritual con el sacerdote de turno, éste no entraba en cuestiones relativas a “la Obra”; pero no se puede decir lo mismo del obispo de Madrid-Alcalá. Eijo-Garay debió de “aportar” y mucho —ideas, modos de hacer y no sólo beneplácitos— a una fundación, cuya existencia justificaba que un sacerdote venido de Zaragoza no regresase a su diócesis. Debió de de ser muy del agrado de Eijo-Garay.

Don Leopoldo está al corriente del carácter “oculto”, “discreto”, “reservado” del Opus Dei, por lo que: …y teniendo en cuenta la discreta reserva que para mayor gloria de Dios y eficacia de la Obra se debe guardar, disponemos que el ejemplar de sus Reglamentos, Régimen, Orden, Costumbre, Espíritu y Ceremonial se custodien en nuestro Archivo Secreto. La aprobación no está dada en forma común sino en forma específica, como se deduce de la fórmula utilizada —después de examinar detenida y atentamentereferida no sólo al Reglamento, sino también al Régimen, Orden, Costumbres. Espíritu y el Ceremonial.

Don Leopoldo Eijo y Garay conocía bien el Opus Dei, incluidos sus aspectos más tenebrosos, como los de su “discreta reserva” y la modalidad “apostólica” de las “asociaciones auxiliares”, en las que el Opus Dei no da la cara y actúa a través de sus socios, los cuales, aparentado responsabilidad meramente personal, se instalan en las instituciones públicas y en las Asociaciones Auxiliares. Como leemos en los Reglamentos de 1941 en el art. 33 de Régimen: Quienes llevan, en cada país, el régimen de las Asociaciones Auxiliares, a través de las cuales actúan los socios han de ser numerarios; es decir, los actuales “numerarios inscritos”, una categoría más recóndita y escogida aun que la de los meros numerarios de a pie, cuya condición de numerarios inscritos se oculta incluso el resto de socios. Esas Asociaciones Auxiliares llevadas por numerarios inscritos dependen del “consejero”, hoy llamado Vicario regional. Los Directores de estas Asociaciones dependen directamente del consejero y, a propuesta del Consejero con el parecer unánime del Defensor, podrá el Padre nombrarles miembros extraordinarios de la Comisión o de la Asesoría Técnica respectiva (Régimen, art. 33, n. 2). Además, todos los socios del Opus Dei que forman parte de las Asociaciones auxiliares, están obligados a votar, para los cargos directivos de estas Asociaciones, a las personas que designe el Consejero (Régimen, art. 33, n. 3).

Signo de la implicación de don Leopoldo en el Opus Dei es que, acabada la guerra civil española, dispone que todos los socios varones se enrolen en la División Azul, así llamada por el color azul de las camisas falangistas, destinada a luchar en la guerra mundial en el frente oriental, contra la comunista Unión Soviética. Había muchas menos plazas que voluntarios, por lo que los aspirantes se disputaban el honor de formar parte de esa división de voluntarios. Escrivá logró finalmente dejar sin efecto el descabellado propósito de don Leopoldo. Es significativo que todos obedezcan a don Leopoldo, sin rechistar, en una decisión que supone nada menos fijar durante tiempo indefinido el destino y actividad de los socios de la naciente pía unión.

Esos “autorización y beneplácito” del obispo de Madrid-Alcalá tenían su coste. Escrivá tuvo que soportar —y así lo expresó alguna vez— que don Leopoldo consideraba que la “obra de celo” era tan suya como de Escrivá. Escrivá debió de sentirse aliviado cuando se produce lo que denominaba la “appositio manuum” por parte de la Santa Sede. La Santa Sede en 11-X-1943 otorga el nihil obstat a que el obispo de Madrid-Alcalá erija una sociedad de vida en común sin votos en la que incardinar a los futuros sacerdotes del Opus Dei. No conocemos —yo al menos— a qué documentos dio su nihil obstat la Santa Sede. Sería interesante saberlo. A partir de ese momento las competencias sobre el Opus Dei se desplazan hacia la Santa Sede. El 8 de diciembre de 1943 el obispo e Madrid-Alcalá erige canónicamente la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. En el Opus Dei tal fecha no se considera fundacional, sino que se considera fundacional la de una visión de 14 de febrero de 1943 con un contenido muy pobre.

Leemos en la Wikipedia (Voz Leopoldo Eijo y Garay, 15-II-2012): Eijo Garay tuvo un papel de especial importancia en la vida del 'Opus Dei y de su fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer. El fundador del Opus Dei había llegado a la diócesis de Madrid-Alcalá en 1927, para cursar el doctorado. Desde su llegada a la capital, Escrivá fue poniendo al obispado al corriente de su trabajo sacerdotal y de los primeros pasos del Opus Dei: primero a través del Vicario don Juan Francisco Morán y, desde 1935, por medio de los obispos Marcelino Olaechea y Cruz Laplana y Laguna. Cuando llegó a Burgos, se puso en contacto con Eijo por medio de la correspondencia, para informarle de su situación y pedirle consejo sobre algunos asuntos de su tarea pastoral (No consta, en cambio, que pidiese consejo a su obispo, el de Zaragoza, cuando estaba en Madrid). Acabada 'la guerra civil española, pudieron encontrarse por fin, y hablar directamente sobre el Opus Dei y sus proyectos de expansión. Esta primera entrevista fue el 2 de septiembre de 1939. Ante las incomprensiones que el Opus Dei recibió de algunos jesuitas, en Madrid y en otras ciudades españolas, como Barcelona o Valencia, el obispo de Madrid-Alcalá siempre salió en su defensa. De hecho, el 19 de marzo de 1941 fechó la primera aprobación jurídica que recibió el Opus Dei, como Pía Unión, y a partir de junio del mismo año mantuvo una interesante correspondencia con el Abad Coadjutor de Montserrat, Aurelio María Escarré, explicando la naturaleza del Opus Dei y el origen de las maledicencias. Como muestra de su afecto por el Opus Dei, Eijo ordenó a los tres primeros sacerdotes de la Obra (aparte del propio Escrivá), el 25 de junio de 1944: eran Álvaro del Portillo -primer sucesor en 1975 de Escrivá-, José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz, así como a otras promociones sacerdotales del esta institución, en la década de los años 60.

Al margen del papel más o menos relevante de Eijo-Garay en la configuración del Opus Dei, lo más llamativo de lo que aprueba en 1941, es el modo de entender las relaciones entre el orden temporal —en sus dimensiones política, económica, artística, productiva, de opinión pública, etc.— y el papel de los miembros del Opus Dei al ocuparse de esas actividades temporales. Tanto Escrivá como Eijo Garay profesaban en este campo, la “buena doctrina”, la “sana doctrina”, la que habían aprendido al cursar la asignatura llamada Derecho Público Eclesiástico, Ius publicum ecclesiasticum. En el desaparecido “Derecho público eclesiástico externo” se sentaban criterios sobre las relaciones entre los órdenes espiritual y temporal de la siguiente manera. Lo temporal debe subordinarse a lo espiritual; el Estado, a la Iglesia. Este es el transfondo de “sana doctrina” en el que nace el Opus Dei. El Estado debe ser confesionalmente católico e imponer a los ciudadanos la religión verdadera. Los herejes, cismáticos o ateos a lo más pueden ser tolerados, pero jamás debe otorgárseles una libertad igual a la de los que profesan la religión verdadera. Tal se venía haciendo en España, desde la época de los Reyes Católicos; pero en el siglo XIX, aunque España continúa siendo oficialmente católica, se producen uno tras otros brotes de anticlericalismo, arreligiosidad y de alejamiento de las instituciones públicas y privadas de la religión verdadera. Como colofón, con la república, se proclama que España carece de religión oficial a lo que siguen la quema de conventos, iglesias y muchas otras manifestaciones de anticatolicidad. De muchas de esas cosas León XIII culpaba a la masonería en la encíclica Humanum genus.

En Italia los papas se decantaron por alentar un partido político —la democracia cristiana— que accediese al poder apoyado por los votantes católicos, que eran muchos. En España la Asociación Nacional de Propagandistas busca formar minorías selectas de católicos con las que hacerse con el control de la vida pública, cultural y política.

¿Qué somete Escrivá a la aprobación de don Leopoldo Eijo-Garay? El poder político, económico, los medios de comunicación, las diversas manifestaciones organizativas también han de ponerse al servicio de la religión verdadera. El Opus Dei, fundado por Escrivá y aprobado por Eijo-Garay sólo difiere para la consecución de esos mismos objetivos en la táctica empleada. Las tales minorías selectas o las masas no han de actuar en calidad de católicos, ni agruparse en un partido católico. No han de actuar confesionalmente, ni en grupo. La actuación de los del Opus Dei ha de efectuarse ocultamente. Para que la humildad no sufra detrimento, aconsejamos a los socios que no hablen de la Obra con personas ajenas a esta empresa que, por ser sobrenatural, debe ser callada y modesta. (Reglamento, Art. 12, n. 2, § 3). La vida interior y la formación intelectual, son los medios que emplean los socios del Opus Dei para conseguir sus fines —leemos en Régimen, art. 1, n. 3—; más una discreción, que nunca es misterio ni secreteo, sino lo natural de una obra que por ser sobrenatural debe ser modesta.

Todos los trabajos apostólicos de los socios del Opus Dei (la Obra no actúa: como si no existiera) se ejercitarán inmediatamente a través de las actividades oficiales públicas o mediante asociaciones legales, leemos en Régimen art. 8, n. 2. El ideal de actuación es el propio de las “malditas sociedades secretas” de que habla el capítulo Táctica de Camino en su punto 833, si bien para poner a Cristo en el pináculo de las actividades humanas.

Desde la época de Carlomagno los Papas disponen de unos Estados Pontificios en los que, pese a gozar de máximos poderes y competencias en lo temporal, no logran grandes cotas de santidad entre sus súbditos. Reyes como San Fernando III de Castilla y de León o su primo San Luis IX de Francia tampoco alcanzan grandes logros, a no ser que se consideren como cotas de santidad la conquista de Sevilla arrebatándola a los sarracenos o la participación de San Luis en la séptima cruzada.

Recuerdo una teoría de don Antonio González Lobato (q.e.p.d.), un sacerdote español que comenzó la labor en Méjico, miembro antiguo del Opus Dei, de los que de forma natural a don Álvaro lo llamaban Álvaro. Tenía una teoría personal, que le gustaba exponer y que exponía siempre que se le solicitaba e incluso sin solicitárselo: la teoría de las aristocracias. Este sacerdote tenía también “meditaciones” que servía a la carta. Dénos la meditación tal, podía pedírsele. Y era capaz de repetirla tal cual. La teoría de las aristocracias no formaba parte de su predicación. Lo usual era tomar la tal teoría —también lo hacía él mismo— bastante a broma; pero no deja de ser significativa de la mentalidad opusdeística.

En época romana la aristocracia estaba constituida por la clase guerrera. Eran los guerreros —habían de ser hombres libres— los que dominaban y configuraban la cultura y la civilización del mundo. Era la época de la aristocracia de la milicia, que luego continúan los caballeros de armas medievales, la nobleza al frente de sus huestes. Posteriormente aparece la Universidad y con ella la ciencia, el estudio, el saber: la aristocracia de la inteligencia. Es la clase nobiliaria la que accede a la Universidad. De la aristocracia de la inteligencia —que nace en la Universidad— proviene la aristocracia definitiva: la aristocracia de la santidad. Esa aristocracia de la santidad nace de la anterior —la aristocracia universitaria— del mismo modo que ésta había nacido de la aristocracia militar. Corresponde ahora a la aristocracia de la santidad crear una cultura y unas formas de vida propias en un nuevo orden mundial. Ni que decir tiene que eran —éramos— los del Opus Dei la encarnación de la aristocracia de la santidad. Nosotros éramos los santos.

Los santos ¡al poder!, los santos ¡a las cátedras!, los santos ¡a los periódicos!, los santos ¡al Vaticano!, los santos ¡a los ministerios!, los santos ¡a por toda profesión u oficio! ¡¡Poner a Cristo en el pináculo de todas las actividades humanas!! Lo malo de esa aspiración tan hondamente sentida por Escrivá, es que los tales santos estábamos entrenados —además de efectuar prácticas piadosas durante dos horas y pico— a favorecer exclusivamente los intereses del Opus Dei, olvidando a las personas, incluidas las propias personas del Opus Dei. Es más, la santidad se hace consistir con servir al Opus Dei. Así sucede con esa actividad humana consistente en el servicio doméstico. La santidad de muchas numerarias se hace residir en poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas —en el servicio doméstico, en este caso—, trabajando gratuitamente durante bastante más de cuarenta horas semanales.

Lo que la gente no acaba de entender es por qué no puede florecer ese tipo de santidad, nada más que al servicio del Opus Dei. A mí —o a cualquier familia— nos encantaría tener una mujer santificándose y santificándonos —santificando también su profesión— horas y horas en nuestro hogar y sin cobrar nada. El Opus Dei sería mucho más popular si fuese proporcionando servicio doméstico gratuito a cualquier familia o persona que lo solicitase. ¿Por qué no lo hace, si tiene por finalidad difundir la santidad, entre otras actividades, en desempeño de las tareas domésticas? Le estaríamos muy agradecidos, a la vez que se pondría a Cristo en la cumbre de esa concreta actividad. Y es que se identifica indebidamente santificar la propia profesión u oficio, con trabajar para el Opus Dei o en servicio del Opus Dei. Y quien dice sirvientas dice arquitectos, o abogados, o fontaneros o ministros de la nación. Nos entregarían su sueldo y nos pedirían permiso para sus gastos, que han de ser moderados, porque así lo exige la virtud de la pobreza. Incluso se obligarían a disponer para sí un entierro modesto, sin vanidades de ningún género (Reglamento Art. 9, n. 1). Si así fuese, yo estaría dispuesto hasta a hacerme cooperador; más que con otra cosa, con la ayuda de mis oraciones. Como dice el Reglamento en su art. 10, n. 2: Las cuotas serán siempre de poca consideración, porque los gastos que se ocasionen con la labor puramente espiritual han de ser siempre muy reducidos.



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