El uso del tiempo en las casas y cosas del Opus Dei

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Por Gervasio, 12/10/2012


En normas de piedad y tertulias —que “tienen la importancia de una norma”, en expresión del fundador— un numerario dedica diariamente como mínimo, tres horas y pico: hora y media para las dos tertulias —la del mediodía y la de la noche—, más la misa, con su acción de gracias de diez minutos, dos medias horas de oración mental, lecturas, rosario y otros rezos. En algunos países, en que no es usual efectuar la comida del mediodía en casa, cabe omitir la correspondiente tertulia, aunque no el resto de normas...

Estas actividades resultan dificultosamente compatibles con el uso del cilicio, cuya utilización exige dos horas como mínimo. Durante el cumplimiento de las normas no debe usarse el cilicio, para que la consiguiente pejiguera no se asocie con las normas de piedad, contribuyendo así a que resulten aborrecibles. Como el cilicio no debe usarse fuera de casa, hay que permanecer diariamente en el propio domicilio más de cinco horas. Esto no suele resultar viable por razones de trabajo y de apostolado. El numerario de a pie generalmente tiene que salir zumbando al trabajo nada más desayunar. Además, permanecer en casa resulta difícil, porque la Administración —así se llama al servicio doméstico— se va apoderando sucesivamente de las diversas estancias para limpiarlas. Quedar en casa por las mañanas conlleva estar huyendo de un sitio a otro, de zona en zona, para no coincidir con la Administración. En las casas, al menos en las de varones, sólo cabe desarrollar actividades itinerantes. Según un numerario —que dejó de serlo y cuyo nombre omito— las casas de la Obra están de tal modo organizadas que no resultan aptas para permanecer en ellas. No se refería sólo a las actividades matinales de limpieza, sino a que por las tardes la casa se llena de personas no domiciliadas en ella que acuden, bien a círculos, bien a charlas fraternas, bien a evacuar consultas, bien al oratorio para cumplir una norma, bien a sabe Dios qué. Mejor es cualquier sitio que la propia casa. El mencionado numerario de vez en cuando se marchaba a un hotel a ver televisión o a pasar el rato. Le echaba mucha cara, pues sin alquilar habitación alguna se hacía pasar por un cliente que utilizaba las zonas comunes.

Me estoy divirtiendo demasiado; tanto o más que mi ex hermano de vínculo sobrenatural. Lo que deseo resaltar es la perplejidad diaria que origina distribuir las mencionadas cinco horas y pico. Con frecuencia me encontraba haciendo la oración con el cilicio puesto —no debe hacerse así— o con el cilicio en mi despacho de trabajo —tampoco debe hacerse así—, que había que esconder en algún lugar recóndito una vez finalizado el tiempo prescrito. En fin, que no lograba casi nunca compatibilizar todos los requisitos. Un resultado chapucero. Es muy frustrante que actividades que exigen mucha abnegación, resulten viciadas, imperfectas, deficientes, sin cuidar las llamadas cosas pequeñas. ¡Qué frustrante tener como única posibilidad hacer las cosas chapuceramente! Envidiaba a los que se dedicaban a tareas internas —aunque las tareas internas nunca me atrajeron— en la medida en que, estando todo el día en casa, es fácil cumplir todititas las normas con sus requisitos, detalles y jeribeques. Nada de encaje de bolillos. A las doce, rezo del Ángelus en voz alta, sin hacer siquiera el esfuerzo de acordarse, pues siempre hay algún hermano de vínculo sobrenatural que toma la iniciativa. Urgencias de trabajo y de aprovechamiento del tiempo me llevaban, a veces, a hacer la oración de la tarde en lugares que no eran el oratorio de mi casa. Cada numerario tiene en el propio domicilio oratorio con el Santísimo Sacramento reservado.

—No se deben hacer las normas a salto de mata, era el reproche. Hay que procurar hacerlas dentro del oratorio. Cumplo y miento. Eso no es cumplimiento.

Eso del cumplo y miento y de “hacer las normas a salto de mata” es uno de los tópicos de la ascética del Opus Dei. La expresión “a salto de mata” es un tanto metafórica y poco precisa. En vez de enseñarme a ser “contemplativo en medio del mundo”, como dice el eslogan, me enseñaban más bien a aislarme del mundo para ser contemplativo.

Se nos ponía como ejemplo el de un sacerdote muy mayor que hasta el oficio divino leía en el oratorio. Debía de ser muy santo, qué duda cabe. El súmmum de la vida opusdeística parecía producirse en los cursos anuales. Allí, apartados del mundanal ruido, aislados en medio del campo, todos cumplíamos las normas muy requetebién y no se nos escapaba el más mínimo detalle. Todos juntitos y sincronizados, dándonos ejemplo unos a otros. No había ruido durante el silencio menor. Si acaso algún leve cuchicheo. Allí brillaba la santidad más acendrada. Lo mismo pasaba en las delegaciones. Todos tan silenciosos, tan santos, tan entregados.

Hay partidarios del camping, en contraposición al hotel, pero que se decantan por el camping sobre la base de exigir que esté dotado de duchas, piscina, restaurante, tiendas, lavandería y otros servicios. En suma, optan por el camping, pero previamente transformado en hotel. Algo semejante sucede con eso de santificarse en medio del mundo, conforme al espíritu del Opus Dei. Acaba exigiéndose un mundo ad usum principis. El trabajo profesional que mejor se compatibiliza con las actividades propias de un miembro del Opus Dei —sobre todo si se es numerario— es aquel que sólo exige tres o cuatro horas diarias de dedicación. Eso de que para santificarse en el trabajo profesional y santificar la profesión hay que elegir una profesión que dé el menor trabajo posible le deja a uno perplejo. ¿Cómo me la maravillaría yo?

Cuando hablo de perplejidad, lo hago en el mismo sentido en que los tratados de moral hablan de conciencia perpleja; esa conciencia que lleva a percibir como malo tanto hacer algo, como su contrario: el dejar de hacerlo.

—Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Contigo porque me matas y sin ti porque me muero.

Henobarbo vivió en carne propia y describe en su Deficitario de 15-6-2012 situaciones de ese tipo, con una dosis de sentido del humor que no excluye el dramatismo. La Comisión Regional le había aconsejado, pedido, ordenado o sugerido —como ustedes prefieran decirlo— que se dedicase a la segunda enseñanza en un concreto colegio privado, en vez de ejercer otra profesión hacia la que se sentía inclinado y que estaba mejor remunerada. En tiempos, los del Opus Dei lo tenían prohibido. Basta leer el Reglamento III Ordo de 1941, recientemente dado a conocer por Guillaume, donde se establece que corresponde “exclusivamente al Padre oído el senado”, entre otras cosas: “dar permiso especial para que los socios del Opus Dei por excepción puedan dedicarse a la enseñanza privada” (Art. 13 § 10). Y entonces voy yo y digo: si en el Opus Dei se producen cambios radicales, cambios no interpretables como simple adaptación de las circunstancias, ¿qué sentido tiene hablar de unos supuestos criterios fundacionales, como si los tales criterios existiesen? Mi percepción es que el fundador cambiaba cualquier cosa, cuando algo se le metía entre ceja y ceja. Eso de que las vocaciones hay que buscarlas —para qué nos vamos a engañar, como muchos religiosos y religiosas— en los colegios de segunda enseñanza regentados por ellos mismos, manifiesta una opción —aparte de trasnochada— nada congruente con la idea de lo que en los comienzos el Opus Dei estaba llamado a ser. Se ha caído en esta contradicción: para buscar vocaciones de personas que tienen prohibido dedicarse a la enseñanza privada, hay que dedicarse a la enseñanza privada.

Cuando empezó eso de los colegios de Fomento se nos dijo:

— De los colegios se ocuparán agregados y sacerdotes agregados, refiriéndose a esa categoría de socios inventados en 1947 y en 1950 respectivamente.

Lo de instalar colegios se nos explicó como un plus, distinto de la labor propia de los numerarios. Pero los sacerdotes agregados acabaron siendo sustituidos por sacerdotes numerarios y los agregados por numerarios. En cualquier caso ¿qué pintan los sacerdotes diocesanos dedicando su tiempo a actividades docentes extradiocesanas, cuando ya hay tantas congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza? El Opus Dei ha pasado a ser una institución más. Y ¿qué pinta la aristocracia de la inteligencia desasnando niños? Haenobarbo, lejos de ser dispensado para que se pudiese dedicar a la enseñanza secundaria, le indicaron expresamente desde la Comisión Regional que se dedicase a tal actividad.

— Es que da muchas vocaciones, ¿sabe usted?

Se produjo una tergiversación muy gorda en las ideas y finalidades fundacionales, así como en el modo de conseguirlas. De captar intelectuales en la Universidad estatal se pasó a captar niños en colegios creados al efecto. Fácil. En la Universidad no hay modo de rascar bola. El mundo propiamente dicho, el mundo secularizado de hoy día, lo mismo que sus Universidades, ya no sirve. Ni siquiera sirven las escuelas y las universidades católicas, pues están contaminadas de ambientes e ideas nocivas que empezaron a proliferar tras el concilio vaticano segundo. Por lo demás, en ningún país los profesores de segunda enseñanza constituyen el grupo representativo de la “aristocracia de la inteligencia”, que era la idea inicial. Las constituciones de 1950 señalaban como fin específico “esforzarse con todo empeño en que la clase que se llama intelectual y aquella que, o bien en razón de la sabiduría por la que se distingue o bien por los cargos que ejerce, bien por la dignidad por la que destaca, es directora de la sociedad civil se adhiera a los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo….” Etc. Los estatutos de 1982 se expresan en el mismo sentido.

De nuevo me estoy divirtiendo demasiado, aunque la cosa no es para bromas. Hablaba de la conciencia perpleja. La ilustraba con el ejemplo de un numerario al que por un lado le exigían dedicarse a la enseñanza secundaria privada y simultáneamente lo reñían por ello, porque el sueldo que ganaba en el citado colegio era escaso. Sólo faltaba que encima le achacasen cortedad de miras, por dedicarse a tareas más propias de padres escolapios o de madres ursulinas que de un numerario.

Esas tensiones existenciales, aunque tengan el mismo origen, presentan una distinta fenomenología en los directores, entendiendo por tales el personal que pulula por las delegaciones y comisiones, ya sea en calidad de vicario de San Miguel, vocal de vicarias generales, directoras mayores de numerarias semi auxiliares, o simples oficiales inscritos a tiempo parcial. En ellos no se da tensión entre trabajo profesional y dedicación al Opus Dei. Se dedican profesionalmente al Opus Dei. No como otros, que en su despego por las cosas del Opus Dei se decantan hacia profesiones tales como ingeniero de caminos, canales y puertos, abogado de empresa u otra profesión liberal. ¿Qué le importan al Opus Dei los caminos, los canales y los puertos? Recuerdo al fundador leyendo a los alumnos del Colegio Romano la carta que le había enviado “un hijo suyo” en la que decía que en el ejercicio de su profesión no lograba acercar las almas a Dios y que como consecuencia deseaba ser sacerdote. La tal carta está publicada en la revista “Crónica”. Moraleja: nos animaba a abandonar nuestra profesión para dedicarnos a algo más santificador y edificante: el sacerdocio. Nunca José María González Barredo se nos puso como ejemplo. Tengo la impresión de que por eso cayó en desgracia y el pobre exclamaba entre lágrimas en su lecho de muerte (Cfr. Recuerdos de José María González Barredo) refiriéndose a Álvaro del Portillo:

— No sé qué le hice… No sé por qué no me quiere.

Puestos a maldecir, no sé yo si la maldición del obispo de Vita no acabará recayendo sobre él mismo, por contribuir a la tergiversación de los pilares fundacionales.

De momento, para ser santo conforme al espíritu del Opus Dei no hace falta tener una profesión propiamente dicha. Sanjosemaría nunca tuvo profesión distinta de la de cura y es el primer santo. El obispo de Vita ya es venerable, tras haber abandonado eso de los caminos, los canales y los puertos. Es de esperar que el obispo de Cilibia, cuya vida Dios guarde muchos años, sea propuesto como venerable en cuanto fallezca, para seguir posteriormente por el camino de la beatitud y de la hornacina en algún altarcico. Ya se ha empezado con “esta casulla fue utilizada para decir misa en tal fecha por…”, refiriéndose al actual obispo de Cilibia.

Sanjosemaría, tras resaltar el mérito de dirigir una orquesta, ridiculizaba:

— Lo de mover un palico también lo sé hacer yo.

Las perplejidades del director de orquesta no son muy distintas de las del numerario de a pie. Cuando los dirigidos se atienen a las directrices recibidas, ya no cabe reñirlos por los chirridos y las disonancias consiguientes. Mejor dicho, cabe reñirlos, porque como decían los Luthiers errar es humano, pero todavía es más humano echar la culpa de nuestros errores a los demás.

Recuerdo a Sanjosemaría —me parece que corría el año 1968, pero no estoy seguro— que durante un mes o más estuvo dando el siguiente espectáculo. Se escapaba de su zona, que era la Villa Vecchia, y se instalaba en el soggiorno de la casa de ejercicios, al que como moscas acudían los alumnos del colegio romano, porque a esa sala de estar tenían libre acceso. En lugar de organizarse como otras veces una tertulia en la que el padre llevaba la voz cantante, se apoltronaba en una butaca, muy repantigado —cosa inusual en él— sin musitar palabra en alguna. Se presentaba sin la dentadura postiza, sin alzacuello, con la sotana cómodamente desabrochada en la parte superior y yo diría que hasta mal afeitado. Se sentaba con las piernas cruzadas en actitud de conseguir la máxima comodidad y dormitaba o medio dormitaba con los ojos alternativamente cerrados y semicerrados. Los alumnos del colegio romano que allí acudían, para evitar el embarazoso silencio, relataban anécdotas e historietas intrascendentes y mal hilvanadas que no se sabía si el padre escuchaba o no, pues ni daba señales de escuchar, ni comentaba nada, ni le importaban. Su mutismo era total. Era un espectáculo triste, que encogía el corazón.

Al principio, intentaba salvar la situación don Javier Echevarría. En su calidad de custodio, acudía a llevárselo, intentando inútilmente arrastrarlo por un brazo. El forcejeo resultaba inútil. Es difícil arrastrar por un brazo a alguien que opone resistencia. Acabó dejándolo por imposible. El fundador se escapaba un día y otro y la escena se repetía un día y otro. Me refiero a lo del fundador repantigado en una butaca, sin dentadura, ni alzacuello, rodeado de colegiales parlantes. Don Javier dejó de acudir ante la imposibilidad de poner término a la situación. Al fundador parecía gustarle y aliviarle el ronroneo de los alumnos del colegio romano que le contaban cosas que no escuchaba mientras se relajaba semidormido.

—Hay que hacer algo, decían los del consejo. El padre está muy cansado.

Y efectivamente decidieron llevárselo una temporada de Villa Tevere para curarle el “cansancio”. Yo creo que tenía efectivamente “cansancio”, pero no ese cansancio sano fruto del ejercicio físico o intelectual, sino un cansancio malsano fruto de estar sometido a tensiones de perplejidad. Las contradicciones acaban afectando tanto al que las padece como al que las origina. Las perplejidades dan resultados malos: desde pasar olímpicamente de todas o casi todas las reglas establecidas, hasta originar decaimientos psíquicos, desánimos, abandonos y frustraciones.




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