Con qué cristal miramos la película Camino?

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Por Isabel de Armas, 18 de marzo de 2009


No había visto la película Camino y, el viernes 13 de marzo, en una cena informal en casa de unos amigos, la tenían preparada para ver y comentar. Fesser, el director, ha conseguido hacer un trabajo impactante, que a nadie puede dejar indiferente. Según he podido saber, a los directores de la Obra les ha sentado como una patada en la boca del estómago, mientras que la gente de la calle, los cristianos o no cristianos corrientes, han hecho comentarios matizados y positivos. Una vez más se hace realidad aquello de “...todo es según el color del cristal con que se mira”. Y cito este conocido y sabio refrán porque, hoy, domingo 15, por casualidad, he visto y oído en la tele una entrevista a Mª Victoria Molins, que acaba de reeditar una biografía de la niña protagonista del film y, desde luego, la Camino de Fesser y la Alexia de Molins son dos personajes que poco o nada tienen que ver...

La autora de la biografía hablaba, al presentar su libro, de una niña básicamente obediente, en la que sus cualidades dominantes eran la docilidad y la aceptación, porque en todo momento y como debe ser, va haciendo lo que se madre le dice. Su progenitora, una mujer formada y de probada virtud, le va indicando los pasos seguros que ella ha de dar. Así lo hace, y así va adquiriendo un profundo sentido de su sufrimiento, que puede ir ofreciendo para su propia salvación y para el bien de los otros. En esta línea, como digo, de total docilidad y clara aceptación se expresaba la biógrafa de Alexia.

Después de ver la película de Fesser, paso a comentar, a grandes rasgos, lo que yo he captado de su protagonista y de su entorno más próximo.

Alexia es una niña alegre, espontánea, ingenua, encantadora y mentalmente sana, a pesar de vivir entre las garras de una madre dominante, rígida y cuadriculada que no la comprende lo más mínimo; ni sabe, ni quiere saber de las ilusiones de una hija adolescente que está despertando a su propia vida. Entre ellas la comunicación es inexistente. La pequeña vive sometida a la voluntad de su cumplidora madre y, a la vez, se realiza en sus sueños y fantasías, aunque en el mundo de sus imaginaciones siempre acaba por aparecer un ángel tremendo que la hace temblar de espanto. Más tarde, cuando en Alexia se destapa la cruda enfermedad, la protagonista de Camino pasa a ser la viva imagen del gran misterio que supone el dolor y el sufrimiento de un inocente, de todo inocente.

La madre de Alexia es la perfecta fanática (fanático es el que defiende ciegamente sus ideas religiosas. También lo es quien está entusiasmado ciegamente por algo o por alguien). Como buena fanática, para nada se entera de quién es su hija; está incapacitada para saber lo que piensa, lo que siente, lo que le motiva e ilusiona, lo que late y vive en su mundo interior (se ha enamorado por primera vez) y que también quisiera vivir en su mundo exterior. Ella, la madre, ya sabe lo que se tiene que hacer y cómo se debe hacer, porque así se lo han dicho sus directores. En esta mujer todo es de una pieza, no existen articulaciones; ha cambiado la vida por un reglamento. Funciona a golpe de rosario, a toque de jaculatoria y otras frases hechas, a empujones de normas mil y, sobre todo, a impulso de confesonario.

El padre de Alexia es un hombre tierno, sensible, bueno, desconcertado, echo polvo y, sobre todo, verdadero, que es capaz de ir descubriendo las ilusiones de su hija; tiernas ilusiones de una vida que arranca, que empieza y que se expande. Por eso consigue dar con el secreto que encierra la pastelería, y habla y se comunica con la pastelera y con su hijo que es el primer amor de su adorada hija. Él sí se entera de quién es la adolescente Alexia, y la quiere así, con todas sus ingenuas ilusiones, y le compra el traje rojo de tirantes que tanto desea, y las botas, también rojas, a juego. Tan absorbido está en el querer aportar vida y colaborar a la felicidad de su hija, que se distrae al volante y pierde su propia vida.

La peor parte del film se la lleva el capellán de la clínica en la que está ingresada Alexia. Es tan fanático como la madre de la película, pero con el agravante de que a él se le pueden pedir mayores y mejores luces que a esa mujer media que parece no dar más de sí. Él, el malo de la película –nunca mejor dicho-, es el inductor, el que fabrica esos seres de cartón piedra. Él, y otros muchos como él, son los que se encargan de hacer jamones compactos, conglomerados, de una pieza: macizos, secos, sin aroma ni sabor, cuando todos sabemos que el mejor jamón, el jamón aromático, jugoso, brillante y sabroso, siempre es veteado, y cuanto más veteado, mejor es.

Si como creyentes, nuestro principal punto de referencia siempre ha de ser el Jesús de Nazaret (el Jesús que Fesser nos enseña, y que existe, es como para huir), podemos comprobar que con respecto a su Cruz –su dolor, su sufrimiento y su muerte-, tradicionalmente y durante siglos ha habido tres interpretaciones teológicas: 1/ la muerte de Jesús en la cruz como sacrificio expiatorio por los pecados de su pueblo; 2/ su muerte como requisito para rescatar a la humanidad pecadora de su esclavitud del mal; 3/ su muerte como satisfacción sustitutiva por las ofensas a Dios causadas por los pecados humanos. En el extenso mar de estas interpretaciones entraría la visión del capellán de la clínica, la de la madre de Alexia, y también la de su biógrafa, a quien escuché recientemente en la tele.

En la actualidad, podemos comprobar que la repetición literal de esas tres fórmulas (sacrificio expiatorio, rescate, satisfacción o pena sustitutiva reparadora) suele provocar desconcierto, rechazo, y una imagen distorsionada del Dios revelado por Jesús. En la década de los setenta del siglo pasado, teólogo tan sugerente como Tresmontant, ya advertía: “No debemos incurrir en esa mitología malsana según la cual la muerte sería por sí misma redentora” (“La doctrina de Yeshúa de Nazaret”, Herder, Barcelona, 1979, p. 248).

¿No fue liberadora toda la vida de Jesús? ¿No mostró qué es la redención, la auténtica liberación, en su forma de vivir, en el modo de comportarse ante las más variadas situaciones y en la manera de afrontar la muerte? Estoy convencida de que lo que fue liberador o redentor en la persona y en la vida de Jesús de Nazaret fue su doctrina, su mensaje profético, y sus actitudes humanas, el estilo de su vida, arriesgándose a ser perseguido y matado por ser fiel a su misión. Lo “redentor”, lo “liberador” es la vida que nos comunica, el pensamiento que nos transmite. También estoy convencida de que el sufrimiento y el dolor de tantos inocentes es inexplicable, es un rotundo misterio, y que por mucho fanatismo que uno quiera echar al asunto para darse explicaciones, tan tremendo tema no tiene justificación humana. Es, insisto, un misterio, tal vez el más misterioso misterio. Alexia y su durísima historia personal, forma parte de ese gran misterio.

¿De qué color es el cristal con el que miramos?


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